Richard H. Kirk, Stephen Mallinder y Chris Watson: la historia de un cabaret dadaísta.
Richard H. Kirk, Stephen Mallinder y Chris Watson: la historia de un cabaret dadaísta.

Revisión

Cabaret Voltaire: reflexiones sónicas

El pasado 21 de septiembre falleció Richard Harold Kirk a los 65 años por causas todavía no reveladas. La contracultura dadaísta, el cut-up y la experimentación sonora fueron las principales influencias de Cabaret Voltaire, su proyecto más icónico, formado con la iniciativa de Chris Watson y la rápida incorporación de Stephen Mallinder. Tras la salida paulatina de sus dos compañeros, Kirk revitalizó el nombre en 2009 ofreciendo conciertos esporádicos a lo largo de estos últimos años hasta la publicación, en 2020, del álbum “Shadow Of Fear”, su último trabajo de entidad.

“It’s Not Music” fue una de las pistas recopiladas en el tesoro arqueológico de Cabaret Voltaire publicado en 2003 por The Grey Area, divisionaria de Mute Records, “Methodology ‘74 / ‘78. Attic Tapes”. La experimentación de Richard H. Kirk, Chris Watson y Stephen Mallinder suena ahora a ombliguista tecnología de cintas y osciladores, pero es la declaración de principios –cortes de la época como “The Dada Man” o “Control Addict” también hablan por sí mismas– de una banda en gestación que marcaría una forma de hacer, una imagen y una sensibilidad que más tarde se asociaría al punk. Aunque Watson disponía de conocimientos técnicos y un aura de científico, y la intención no era escribir canciones, la incorporación de instrumentos convencionales y un uso de los mismos muy alejado del usual virtuosismo del rock anticipaban el “do it yourself” de toda una generación de músicos.

Voltaire y la tolerancia, dadaísmo e intuición, surrealismo y el inconsciente, ruido y desafío, instinto más experiencia. Estos fueron algunos de los presupuestos estéticos de una iniciativa de orientación vanguardista que fue separándose de su versión más solipsista a medida que sus componentes cumplían años, crecía el tamaño de las facturas y la inocencia se descomponía en cinismo hasta que la dictadura del baile se filtró en la difícil música de Cabaret Voltaire. A pesar de ello, las ideas de avance y revulsión no llegaron a desaparecer del ideario sonoro y visual del proyecto. Más drástico cuando funcionó como trío, entre 1973 y 1981; críticamente comercial desde la marcha de Watson hasta la de Mallinder, en 1995; sincrético con su propia historia, pero alérgico al mimetismo, cuando el capitán Kirk se hace con el mando completo de la nave.

Junto a Throbbing Gristle, Cabaret Voltaire fueron durante mucho tiempo –en el Reino Unido y parte de Europa– las vacas sagradas de la electrónica experimental underground y políticamente subversiva. La no poco paradójica tendencia del grupo a ofender cualquier forma de burricie gregaria, con la única arma de su música obsesiva e imágenes claustrofóbicas, era más una consecuencia que la causa. Esta última tenía que ver con ideas fundamentales como las formas de control, las posibilidades de la repetición o la intuición como gasolina creativa. Pero se trataba más de una actitud que de un mensaje concreto, de un golpeo más que de un concepto. Al fin y al cabo, estos cambian hasta la desfiguración, mientras que la vibración musical, bien utilizada como el mandoble de una tizona, queda. Lo interiorizaron hasta el punto de no dudar en seguir pateando cabezas, las de su viejo público, el más intelectual y esnob, entregándose a la música de baile o mal llamada “negra”, no sin una sospecha de oportunismo por su parte.

En trío: hazlo dadá
En trío: hazlo dadá

Richard Huelsenbeck (1892-1974) sentenció en su manifiesto dadaísta de 1918: “La vida aparece en un batiburrillo simultáneo de ruidos, colores y ritmos espirituales que en el arte dadaísta son inmediatamente recogidos por los gritos y las fiebres sensacionales de su psique audaz de todos los días y en toda su realidad brutal”. A lo que añade: “El dadaísmo conduce a nuevas y fabulosas posibilidades de las formas de expresión de todas las artes. Ha propagado en todos los países de Europa la música ‘ruidista’ de los futuristas”. Si añadimos la siguiente declaración de este polemista berlinés –“Hacer literatura con una pistola en la mano ha sido durante algún tiempo mi sueño”–, podemos hacernos una idea del perfil ambivalente y paradójico de Richard H. Kirk, un “no-músico” vocacional y a la vez alma musical de Cabaret Voltaire, espíritu sensible fascinado por las armas de fuego –igual que su maestro William S. Burroughs–, la religión, el porno o las conspiranoias.

Batiburrillo sónico organizado a lo Radiophonic Workshop, sin tanto interés por la calidad o la nitidez, música no musical, es lo que se escucha en las primeras piezas de Cabaret Voltaire. Pero también combatían el lugar común de que sus maniobras orquestales con sonidos encontrados y cajas de ritmo nunca fueron una forma de replicar los chirridos industriales de Sheffield, sino de investigar en algo artísticamente intencional. Un escenario compartido con bandas como Clock DVA, The Human League o Vice Versa antes de metamorfosear en ABC (Def Leppard caen en otra categoría). Se confesaban “soul-boys” y les apasionaba bailar, pero también padecían de una genética sediciosa heredada de súcubos del rock como The Seeds, The Velvet Underground, Can o el “amarcianado” Brian Eno de Roxy Music. Con las fuentes digitales de hoy en día, todo es más sencillo desde el punto de vista de lo realizable. En los años 70, y aunque Cabaret Voltaire siempre se las apañaban para conseguir el último cachivache electrónico, la tecnología no era tan accesible y dócil. Todo un estímulo para estos tipos que observaban con recelo el tradicionalismo sonoro del punk.

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El fin del paganismo y el comienzo de lo mismo

“Red Mecca”
(Rough Trade, 1981)

La distribución de roles en Cabaret Voltaire durante la estancia de Chris Watson era más o menos así: este se ocupaba de sonido, cintas y teclados, Kirk de las guitarras y los vientos, Mallinder de voces, bajo y percusión. El esquema se mantiene en “Red Mecca”, un trabajo que goza de más reconocimiento que el debut “Mix-Up” (Rough Trade, 1979) y el posterior, y conciso, “The Voice Of America” (Rough Trade, 1980), cuyo aroma todavía inocente a post-punk o el humor tizón de temas como “This Is Entertainment” te sitúan siempre ante un dilema. El fronterizo tercer álbum del trío sigue incomodando la escucha, pero piezas como la sincopada “Red Mask” te hacen pensar en un cambio inminente hacia terrenos más convencionales… si no fuera por sus terribles connotaciones islamistas. Lo sonoro –léase, lo tímbrico y rítmico– todavía prevalece sobre lo melódico, pero se percibe una clara transición hacia un sonido más nítido y espacioso, eso sí, todavía nutrido de disonancias, radiaciones atonales y hechuras cubistas. La voz de Mallinder reaparece antagónica y severa, pero algo menos robótica, y su bajo es cada vez más funk en este impecable trabajo de krautrock sintetizado, bastardo, minimalista y goldsmithiano –de Jerry Goldsmith, claro. ¿O acaso no encajarían pasajes de este álbum en la banda sonora de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968)?–.

Hacia un hip hop siniestro

Watson se marchó del grupo por una oferta como ingeniero de sonido en la cadena televisiva Tyne Tees –ahora ITV Tyne Tees– que recibió mientras visitaba una exposición de equipos de grabación en Newcastle. Disipada la perturbadora pero estimulante influencia de Stockhausen y Schaeffer en el sonido de Cabaret Voltaire, sus dos miembros restantes se plantean una apertura. La distribución de su música a través de Rough Trade y su radiación por el influyente locutor John Peel llama la atención de Stevo, emergente enfant terrible de la independencia inglesa y dueño del sello Some Bizzare. Este les ofrece un jugoso contrato discográfico con el gancho irresistible de potenciar la vertiente audiovisual del grupo a través de Doublevision, sello dirigido por el ahora dúo y destinado a la producción de videoclips, películas y oscuros programas televisivos de nula difusión.

Visiones dobles. Foto: David Corio / Redferns (Getty Images)
Visiones dobles. Foto: David Corio / Redferns (Getty Images)

El grupo siempre dio gran protagonismo a su imagen, que era oscura, cool, casi demoníaca, y a las proyecciones en sus conciertos. Recordemos, sin ir más lejos, la actuación que Kirk ofreció como Cabaret Voltaire en el Primavera Sound de 2016: una muestra de electro-funk industrial reforzado con filmaciones de violencia perturbadora y psicodelia parpadeante. Un método habitual de Kirk era dejar el televisor encendido –un poco a lo “Poltergeist” (Tobe Hooper, 1982)– y capturar trozos aleatorios que después insertaba en sus grabaciones. “Doublevision Presents: Cabaret Voltaire”, la película de Peter Care “Johnny Yesno” (1982), también autor del premiado videoclip de “Sensoria” , la inédita “Earthshake”, algún directo, el incunable catódico “TV Wipeout” y promos para The Residents, 23 Skidoo o Throbbing Gristle fueron los más que apreciables resultados de Doublevision en su corta vida, llegando incluso a ser mostrados en el MoMA de Nueva York. En 2019, Mute editó “Chance Versus Casuality”, una colección de improvisaciones archivadas en 1979 para el filme experimental homónimo de Babeth Mondini. Fue la única aportación de Cabaret Voltaire al mundo de las bandas sonoras… y ni siquiera vieron la película.

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Reformas drásticas en el cabaret

The Crackdown
(Some Bizzare-Virgin, 1983)

La oferta recibida de Stevo para grabar al fin en un estudio comercial –los míticos Trident de Londres, aparcando provisionalmente los no menos legendarios estudios Western Works de Sheffield– llevaba aparejada alguna condición adicional que los nuevos Cabaret Voltaire no dudaron en aceptar: la voz de Stephen Mallinder debía sonar natural, y de manera más prominente en la mezcla. La ayuda profesional de Flood y de un pletórico Dave Ball (Soft Cell) en “Animation” y “Crackdown”, dos de sus mejores cortes, junto a las ganas de hacer algo distinto partiendo de fundamentos no muy alejados del viejo “corta y pega” dieron con el disco más equilibrado de toda su carrera. Un milagro de synth-funk hipnotizante con temas que quitan la respiración: “Just Fascination”, “Over And Over”, “In The Shadows”, “Talking Time” o la políticamente incorrecta “Why Kill Time (When You Can Kill Yourself)”. La voz de Mallinder, insidiosa, recitada y susurrante, definiría el sonido futuro de Cabaret Voltaire mientras Kirk cotizaba por el poder musical absoluto. Cabe señalar que la promoción de su álbum matriz les trajo a “La Edad de Oro” de Paloma Chamorro, toda una gema audiovisual.

Gracias, América

La influencia de Cabaret Voltaire se vio comprometida durante una década que no dejó incólume a casi nadie de su generación. El más que apreciable “Micro-Phonies” (Some Bizzare-Virgin, 1984), de nuevo con Flood en la coproducción, no llegó muy lejos. Tampoco lo hizo el metalizado “The Covenant, The Sword And The Arm Of The Lord” (Some Bizzare-Virgin, 1985), pobremente autoproducido en Western Works, con el que cerraban su etapa en Virgin. Con la ayuda de Adrian Sherwood publican el apreciable “Code” (Parlophone, 1987), abrazando de pleno los emergentes sonidos house con “Groovy, Laidback And Nasty” (Parlophone, 1990). Marshall Jefferson los ayuda en un par de cortes, pero acaban sonando a los melifluos Beloved. Mantienen a Sherwood, pero es Robert Gordon, paisano del dúo, cofundador de Warp y miembro de los seminales Forgemasters, quien opera la menos memorable, aunque en absoluto trivial, versión de unos Cabs hartos de respetabilidad y entregados al pérfido hedonismo dance. Es cierto que aquella influencia yanqui en absoluto se percibía mainstream a mediados de los años 80. Quizá lo peor de todo fueron las portadas “miami vice” de sus dos discos financiados por Parlophone.

Mallinder y Kirk en 1984: microfonías. Foto: AJ Barratt / Photoshot (Getty Images)
Mallinder y Kirk en 1984: microfonías. Foto: AJ Barratt / Photoshot (Getty Images)

Entramos en los años 90 y la presencia de Mallinder empieza a desvanecerse al tiempo que Kirk se apodera del proyecto. Tras el sarmentoso “Body And Soul” (Les Disques du Crépuscule, 1991), un álbum de acid house vocal, la singular voz de Mallinder desaparece por completo en “Plasticity” (Plastex, 1992). Se acerca el fin de una larga relación profesional y de amistad. El vocalista, uno de los más personales del pop británico de siempre, emigra a Australia, se doctora en Filosofía y sigue haciendo sus pinitos en diferentes proyectos. Nada comparable al laborioso Kirk en términos de productividad, creatividad y ubicuidad. Simultáneamente a los dos últimos trabajos de Cabaret Voltaire como dúo, “International Language” (Plastex, 1993) y “The Conversation” (Apollo, 1994), nuestro hombre se destapa con la voracidad de un jovenzuelo a la hora de sacar álbumes e inventarse máscaras. Sweet Exorcist –su dúo bleep con DJ Parrott–, Electronic Eye, los memorables y longevos Sandoz, Nitrogen, Orchestra Terrestrial o Al Jabr son solo la punta del iceberg en la monumental obra de un artista renacido, concentrado en su propio mundo y en frenético estado de gracia. Según Mallinder, fueron precisamente los estudios de grabación Western Works la razón que siempre frenó a Richard Kirk a la hora de plantearse salir permanentemente de una ciudad mediana como Sheffield.

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Los monólogos interiores de Kirk

The Conversation
(Apollo, 1994)

Capítulo final de Cabaret Voltaire como matrimonio de conveniencia. Mallinder sigue apareciendo como coautor de todos los temas, pero en algún punto de los créditos reza “compuesto, programado, arreglado y sónicamente orquestado por R. H. Kirk”. Contando con que a Mallinder se le comió la lengua el gato (se trata de un doble CD, o 4 LPs, enteramente instrumental, salvo por las habituales voces sampleadas), titular a este ciclópeo disco “La conversación” no deja de sonar a broma pesada. Conociendo la pasión de Kirk por el cine, quizá era solo una referencia a la película de Francis Ford Coppola. Más probable era la conexión de “Exterminating Angel” con el cine de Luis Buñuel, a quien Kirk adoraba y del que también adoptó como alias Revolutionary Army Of The Infant Jesus, el grupo terrorista de “Ese oscuro objeto del deseo” (1977). El sonido cibertechno que despliega “The Conversation” se apoya en una colección de piezas sin desperdicio, con la sinfonía ambient de 53 minutos “Project80” y una portada a cargo de The Designers Republic.

Entrando al Valhalla

Desde 1980, Kirk había publicado discos en solitario con regularidad, más raramente remezclas y trabajos en colaboración –Peter Hope, Pat Riot, sus recientes compromisos con Kora, The Tivoli y paren de contar–. Simultáneamente a sus últimos trabajos con Mallinder y en los años sucesivos, es tal la saturación de seudónimos y discos, tan seguidos como escasos en información –esto último también sucedía con Cabaret Voltaire–, que llega a dificultar el seguimiento, extenuando a los fans y alimentando a la vez su leyenda de enigma viviente y recalcitrante. Estrategia de camuflaje y proliferación que le permitió mantenerse activo en un negocio que prefería la savia nueva a las viejas glorias. La situación cambió a fuerza de insistencia y calidad hasta que la venta de los formatos físicos comenzó a desplomarse, momento en el que Kirk prefirió refugiarse en las ediciones digitales de su propio sello Intone –antes Alphaphone–, mostrando un bajo perfil público que observaba las modas a distancia y seguía dando rienda suelta a sus obsesiones extramusicales de siempre, como la vigilancia y control del individuo por los poderes económicos, políticos y religiosos. Las teorías de David Lyon sobre el “ojo electrónico” darían título a uno de sus sobrenombres con mejor catálogo.

Autorretrato de un cabaret solitario. Foto: Richard H. Kirk
Autorretrato de un cabaret solitario. Foto: Richard H. Kirk

Kirk viajó a lugares tan exóticos para un occidental como Ghana o Haití, de los que regresaba a casa cargado de una información –filmaciones, fotografías, sonidos sampleados– que rápidamente trasladaba al estudio de grabación. Nunca llegó a vivir fuera de Sheffield, en cuyo East End metalúrgico se crió bajo los auspicios de un padre de ideología comunista e integrado en el sector del acero. Este quizá fue el origen de un pathos artístico que supeditaba lo crematístico a lo artístico o la independencia creativa al dictado del mercado, incluso durante la década yuppie por excelencia. Era Mallinder quien se dedicaba a promocionar los discos de Cabaret Voltaire, a lo que se entregó intensamente tras mudarse a Londres a mediados de los años 80. Conmueve leer la despedida de su extrovertido compinche, tras enterarse de su muerte: “Estoy destrozado. Mi compañero en los Cabs, a menudo mi sparring. Difícil convivir con él, pero imposible no quererlo. Testarudo, sin paciencia para los bobos, perspicaz, espontáneo, con visión. Y debajo de ese caparazón lleno de espinas, un corazón afectuoso”. Así lo parecía en las entrevistas.

Chris Carter, quien le publicó en Industrial Records su primer disco en solitario, “Disposable Half-Truths” (1980), y la casete de Cabaret Voltaire “1974 – 1976” (1980), le recuerda entre bastidores, paseándose sonriente por los festivales con una bolsa de plástico llena de consumibles vintage que después utilizaba en sus actuaciones, posiblemente receloso de que alguien se los pudiese birlar. No en vano era parte del tesoro acumulado durante toda una vida dedicada a la investigación. Odiaba todo lo que tuviese que ver con la promoción de su trabajo (aunque dio una entrevista a Rockdelux hace tan solo unos meses), no se fiaba de los ordenadores, vivía apegado a lo manual, prefería lo errático a lo programado y no sampleaba los instrumentos convencionales que podía tocar él mismo, sobre todo la guitarra. Estaba casado, seguía fumando, obviaba las redes sociales y temía a los aviones. Se sabe que había enfermado sin un diagnóstico claro durante seis semanas en enero de 2020, al principio de la pandemia.

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Principio esperado del fin inesperado

Shadow Of Fear
(Mute-[PIAS] Ibero América, 2020)

Mientras el bueno de Stephen Mallinder rescataba alguno de sus clásicos más cabareteros en sus bolos con Wrangler, el ser estajanovista y puritano que habitaba en el interior de Kirk jamás le permitió mirar atrás de forma tan descarada. Al menos no lo hizo en el sentido habitual de versionar piezas antiguas, pero es verdad que su forma de tratar la repetición, de abastecerse de sonidos sampleados y de recurrir a sus problemáticas favoritas de la sociedad moderna –drogas, ocultismo, guerras, terrorismo, delincuencia, manipulación– a la hora de elegir el nombre de canciones, álbumes o seudónimos, estuvo presente en cada uno de sus numerosos proyectos en solitario o con Cabaret Voltaire. En perspectiva, este LP funciona, bastante proféticamente, a modo de compendio musicalmente apabullante y recapitulativo de buena parte de esas estimulantes facetas. También repite con una idiosincrática portada de su viejo colaborador Phil Wolstenholme. De las mismas sesiones surgieron el EP “Shadow Of Funk” y los álbumes de una sola pista de larga duración, pero catalogados como sencillos en las plataformas, “BN9Drone” y “Dekadrone”, todos editados por Mute en 2021. ∎

Cuestión de texturas

10

Easy Life

de “Groovy, Laidback And Nasty” > Parlophone, 1990

La fase acid más pura de Cabaret Voltaire no fue larga, pero sería un crimen pasarla por alto. Un sonido que les venía al pelo por su estilo repetitivo y por la voz contagiosa de Mallinder, perfecta contra ese fondo sonoro absorbente como un papel tornasol. Junto al álbum “Body And Soul” y el mini-LP “Colours” (1991), anticipa el sonido bleep.

09

Radical Chic

de “International Language” > Plastex, 1993

Lo mismo sucede con el último período del dúo. “Radical Chic” resume la evolución de un proyecto que empezaba a no distinguirse de los discos de Kirk en solitario para sellos como Warp, Beyond o Touch. En este caso, muy cerca del sincretismo polirrítmico y jazzístico de Sandoz. Su título resume en dos palabras buena parte de la esencia superferolítica de Kirk.

08

Be Free

de “Shadow Of Fear” > Mute, 2020

Todo en la vida tiene un principio y un final, pero Kirk nos hizo creer durante mucho tiempo que su producción era infinita cual río de lava. Los manifiestos dadaístas eran solo una forma metafórica más de referirse a la libertad creativa, eso que Kirk persiguió durante toda su vida, eligiendo para ello la más libre de las artes. La voz ominosa del corte arengando “sé libre” no deja de tener gracia.

07

Thank You America

de “Code” > Parlophone, 1987

En el apartado de joyas no escogidas como single, rescatamos este número de electro infeccioso. Aunque sea un poco digresivo, no puedo resistirme a recomendar también “Spies In The Wires”, una de las mejores canciones de “Micro-Phonies”. La conexión entre ambas es oportuna por remitir a dos de las cuestiones cultural-objetivadas clave (América y las escuchas ilegales) en la mente febril de Kirk.

06

That’s The Way It Works

de “Listen Up With Cabaret Voltaire” > Mute, 1990

Adentrándonos todavía más en el fondo de armario del grupo, recuperamos este corte inédito del doble álbum de rarezas “Listen Up With Cabaret Voltaire” publicado por Mute en una de sus campañas retrospectivas dedicadas a la banda. Mallinder en el cénit de su magnetismo tímbrico y Kirk elaborando una red electrónica arácnida y pulsante con la que desafiar de nuevo las leyes de la gravedad.

05

Yashar

de “2x45” > Rough Trade, 1982

Chris Watson se había marchado, pero todavía aparece en los créditos del álbum doble de temas largos “2x45”, al que pertenece la cruda, bailable y orientalista “Yashar”. John Robie la remezcló al año siguiente para Factory en una versión inferior. Su apocalíptico sample sobre superpoblación reaparece en “Soul Vine (70 Billion People)”, del álbum “Plasticity”.

04

Seconds Too Late

Single > Rough Trade, 1980

Una muestra de inquietante ambient industrial y radiactivo que anticipa las extensas excursiones instrumentales de Kirk en solitario. Este 7’’ primerizo todavía suena fresco después de cuarenta años. Un momento de alineación plena y no disociada entre actitud, imagen y música. La alienación de algunos fans vino después.

03

Nag Nag Nag

Single > Rough Trade, 1979

En el corazoncito de los temibles Cabaret Voltaire cabía el sentido del humor. Humor negro, claro. Se percibe con ferocidad en temas como “Do The Mussolini (Headkick!)” (1978) o “Why Kill Time (When You Can Kill Yourself)” (1983). “Nag Nag Nag” es un buen ejemplo de pop aberrante y primitivo, conceptualmente “aconceptual”, éxito de culto en las listas independientes británicas. Procede de su etapa formativa en el ático.

02

Animation

de “The Crackdown” > Some Bizare-Virgin, 1983

La pareja Mallinder/Kirk, Dave Ball y Flood haciendo de las suyas en esta comunión perfecta de música de baile con un mensaje liberador que ensalza sus propios principios estratégicos de control y propósito. De esta época normalmente se escoge “Just Fascination”, pero aquí no hay nada normal.

01

Sensoria – 12” Version

Single > Virgin-Some Bizzare, 1984

Cabaret Voltaire se hacen con los servicios de Robin Scott –el hombre de M–, a quien se le ocurre ensamblar “Do Right” y “Sensoria”, dos canciones de “Micro-Phonies”, con un disco producido por John Potoker, uno de los ingenieros de sonido en el influyente álbum “My Life In The Bush Of Ghosts” (1981), de Brian Eno y David Byrne. Las africanas Shikisha hacen los coros en este secuenciado e imperecedero clásico de club. ∎

La versión corta de “Sensoria” en imágenes.

Como complemento de esta Revisión, José Manuel Caturla selecciona esta exclusiva playlist con 10 de las mejores canciones de Cabaret Voltaire.

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