Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Veinte años hace ya desde que la banda argentina Él Mató A Un Policía Motorizado fraguó desde la ciudad de La Plata su peculiar propuesta de indie rock con potencia punk, arrebatos noise y emotivas melodías pop que lograría traspasar las fronteras nacionales y continentales a partir del álbum “La dinastía Scorpio” (Laptra, 2012).
Tras seis años de espera desde “La síntesis O’Konor” (Laptra, 2017), el álbum que consolidaría su internacionalización, el quinteto regresa en largo con “Súper Terror” (Laptra-Primavera Labels, 2023). Grabado nuevamente en los estudios Sonic Ranch de Texas, en Estados Unidos, con el productor Eduardo Bergallo, es el corazón de una nueva gira mundial que llegará este octubre a España.
Aplazado inicialmente por la pandemia y luego por el proyecto de musicalización de la serie “Okupas” (Bruno Stagnaro, 2000), relanzada globalmente por Netflix en 2021 con nueva banda sonora que les permitió ganar un Grammy Latino por “Unas vacaciones raras” (Primavera Labels, 2021), “Súper Terror” reúne diez canciones donde la melancolía y la distorsión lo-fi de sus orígenes son atravesadas por giros post-punk, pop oscuro de los ochenta y estética retrofuturista.
“En cierta manera contiene toda la historia de Él Mató”, nos cuenta Santiago “Motorizado” Barrionuevo. Es el cantante, bajista y compositor del quinteto que completan Chatrán Chatrán (teclados), Niño Elefante (guitarra), Doctora Muerte (batería) y Pantro Puto (guitarra). “Nos gusta jugar con lo que ya se hizo, mezclarlo de infinitas maneras hasta encontrar alguna novedad. Lo mismo en la portada –tributo al ‘Electric Cafe’ (1986), de Kraftwerk–, con esa especie de avatares digitales nuestros, pero con una estética de los dos mil. Es jugar con el pasado, el presente y el futuro, jugar con la modernidad, pero con una que quedó relegada en el tiempo o que se extravió en un lugar extraño”.
Apuntalados ahora por baterías programadas o su espíritu insidioso, a veces hasta bailable, cruzan y dan otra vuelta a su indie con regusto synthpop, menor preponderancia de guitarras y cierta rabia esperanzada en las letras, para encajar los resabios del mundo pospandémico: pérdidas, derrotas, amores imposibles, el paso del tiempo y los nuevos comienzos en un futuro incierto.
Grabasteis el disco en un año de intensa actividad, 74 conciertos en 52 semanas. ¿Cómo fue el proceso?
Sí, 2022 fue el año en que más tocamos en nuestra historia. Yo tenía un grupo de canciones en un estado muy básico, todavía sin letra. En giras previas habíamos armado un estudio móvil y cuando teníamos días libres nos juntábamos y les empezábamos a dar forma. Pero como estábamos apretados de tiempo, apelamos a ir al estudio y jugar con ese contrarreloj, con el vértigo del último momento que te despierta partes del cerebro a veces cerradas.
Empezamos por “Tantas cosas buenas”, que ya estaba más armada porque había nacido dentro del proyecto “Okupas”. La compuse para ilustrar un momento donde los protagonistas se escapan, los salva un fletero que los lleva por la autopista de madrugada con la radio encendida, y yo quería que sonara a FM retro. En Argentina hay una radio muy famosa llamada Aspen. Se habla incluso de un “sonido Aspen”: ochentero, un poco más pop, más luminoso. El director al final puso otra cosa, pero me gustó tanto sumergirme en ese sonido que se lo mostré a los chicos y les gustó. Obviamente con la banda le dimos otra vuelta, pero el disparador fue ese: una base programada, con riffs de guitarra que remiten a otra cosa. Suena un poco a Tears For Fears, pero con un clima más oscuro por la letra. Eso nos llamó a jugar con la programación en otros temas, no tanto para llevarlos al “sonido Aspen”, pero sí por esa base programada sobre la que construimos cosas un poco más oscuras, sucias, más de los otros ochenta: Nirvana, The Jesus And Mary Chain, Sonic Youth.
¿Qué líneas de continuidad os planteasteis y con qué queríais romper? Se nota más electrónica con impronta synthpop, aunque eso ya asomaba en “La síntesis O’Konor”.
Cada vez que encaramos algo nuevo la idea es buscar un sonido distinto. Nos gusta jugar con la novedad dentro de nuestro propio universo, lo revitaliza. Los cambios están sobre todo en las atmósferas. Tienen que ver con instrumentaciones nuevas y la organización de los planos. Lo más destacado es la batería programada. No todas están programadas, pero hay bastantes y marcan un pulso. Incluso las baterías tradicionales están un poco contagiadas de su espíritu. En “La síntesis O’Konor” habíamos jugado con eso, sobre todo en “Fuego”, que casi no tiene guitarra, sino muchos sintetizadores. Fue el punto de partida.
En la presentación del álbum se dice que son canciones para una nueva era, donde el tiempo deja de ser lineal y empieza a ser circular e inquietante. ¿De qué manera?
Primero está esto de buscar un nuevo sonido, de construir a partir de las baterías programadas. Pero mientras lo vas haciendo piensas: “¿Es realmente diferente?”. Hay unos pequeños patrones que uno como músico arrastra. Por más que uno quiera romper, quedan ciertas marcas que uno siente son el abecé de una buena canción. Haces un recorrido del primer al último álbum y se nota una gran diferencia, pero, a la vez, en ciertas ideas hay una cosa cíclica. Cuando hace años sacamos “Chica rutera”, que es una canción muy rockera, muy Sonic Youth, recuerdo que decían: “Es ruidosa, pero me recuerda a la música electrónica”. Esto es porque empieza con el bombo, se van agregando instrumentos, explota y vuelve a arrancar. Y tiene una letra muy breve, como las canciones de música electrónica con coros de una frase, como Daft Punk. Este disco me hace pensar en patrones que recorrimos y que vuelven, con otros sonidos, otro color.
Un concepto célebre de Él Mató es la “depresión sin épica”, entendida como “una depresión plana, cotidiana, tan normal que es parte de tu vida”. ¿Crees que la pandemia de alguna manera creó una épica a esa sobrevivencia cotidiana?
(Risas). Me gusta. No lo había pensado así, pero sí. Este disco está atravesado por la pandemia, la pospandemia y toda esa situación dramática que atravesamos.
¿Entonces esa melancolía o esa depresión sin épica desembocó en un “súper terror”? Tengo entendido que al principio querías hacer un disco más luminoso.
En aquel momento me chocó tanta melancolía, porque lo vi desde el lado personal y pensé en crear algo más optimista. Pero luego me dije: “¿Por qué forzarme a escribir algo luminoso?”. Además, si vemos el actual mundo musical donde todo es fiesta, ostentación, éxito… ¿por qué no responder a eso? Ves las redes sociales y todo es tan artificial: likes, felicidad y buena onda; en Instagram todos están en lugares hermosos, nadie es pobre. Entonces a la melancolía de antes ahora se suma un poco de bronca. “Súper Terror” tiene esa dualidad porque por un lado están las baterías programadas que te invitan incluso a bailar, pero por otro está el contrapunto de esas letras atravesadas por la melancolía y cierta bronca. Por eso la idea era representar lo luminoso con la palabra “súper” y lo oscuro con “terror”; eso más allá de que juntas también se potencian.
¿Por eso pasaste de decir que todo va a estar “Más o menos bien”, como en el álbum “La dinastía Scorpio”, a “no me digas que las cosas van a estar bien” en “Tantas cosas buenas”? Hay un signo de derrota que cruza el disco, pero también cierta ternura y resignación digna. ¿Estás cantando la épica de un perdedor entrañable?
Esa frase habla originalmente de una relación. Pero para mí las canciones nunca hablan de una sola cosa. El título “Tantas cosas buenas” invita a pensar que es algo bueno y después ves que no, que es “tantas cosas buenas derrumbándose a la vez”. Quería responder a esta cosa superficial que impera, donde todo tiene que estar muy bien, donde el algoritmo te premia si estás feliz y te castiga si haces una denuncia. Porque el mundo real es cada vez más desigual, una catástrofe. Hablo sobre todo de Argentina, donde la mitad de los jóvenes son pobres. En todo el disco hay una resignación en la derrota, pero también hay bronca: “Voy a disparar al aire, alguien más la va a pasar muy mal”, como para pelearle a ese devenir malo. Es todo lo que atraviesa alguien después de una ruptura, del final de algo. Pero después de esos procesos también hay momentos luminosos, un renacer.
Históricamente, en el rock argentino solía haber enfrentamientos. Cuando algunos artistas se volvían más electrónicos, por ejemplo, eran rechazados por los más rockeros. También está este gesto de parricidio fundacional. Al principio, Él Mató se planteaba como una alternativa a lo que estaba sonando. ¿Se ven ahora como una continuidad?
Sí, nos enfrentamos a todo lo que sonaba en la radio. Queríamos seguir la línea de otros artistas que nos emocionaban, como Pixies, Sonic Youth o Pavement. Nadie hacía esa música acá, así que decidimos hacerla nosotros. A mí siempre me gustaron Los Fabulosos Cadillacs, Los Auténticos Decadentes, Fito Páez, Calamaro… Pero yo quería hacer otra cosa con mi arte y también quería romper con esa hegemonía en lo artístico, sobre todo con el llamado “rock chabón”, Los Piojos, Bersuit, que era lo que imperaba y lo que más nos chocaba. El detalle es que antes lo que predominaba era el rock. Y dentro del rock nos diferenciamos. Pero cuando llegó toda la onda trap-reguetón la música urbana ocupó toda la parada, entonces todo el mundillo del rock se hizo más amigable. Ya todos somos unos losers y empezó a haber más buena onda.
Ciertamente la escena reguetón-trap acapara los reflectores, pero el rock argentino tiene una larga y potente historia. ¿Está surgiendo alguna inquietud o renovación más allá de lo urbano?
Sí, está pasando algo, una nueva movida. Ellos se autodenominan como post-punk, aunque es un poco más que eso, más bien oscuro. Están apareciendo en Buenos Aires, La Plata y alrededores. A mí me gustan Mujer Cebra, El Club Audiovisual, Vampiros... También lo vi en otras partes del mundo, como Inglaterra. Es algo natural, porque el joven siempre quiere rebelarse o marcar su propia identidad. Y dentro de lo urbano también están surgiendo artistas más jóvenes, que son un poco más libres y quieren salir del lugar común.
Hoy vienen Carolina Durante o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba a la Argentina y les va muy bien. Son bandas muy rockeras, entonces los más chicos se sienten identificados y ven que en el mundo también pasa algo parecido, que hay un montón de gente joven que conecta con la guitarra, con cierto pulso más punk, más rockero, como respuesta a la música urbana que impera. Nos unimos en los márgenes, en la periferia. ∎