Esteban Ruiz y José A. Pérez han titulado el cuarto álbum de I Am Dive, “Fear Of Missing Out” (WeAreWolves-Rough Trade, 2023), como una de las más populares patologías psicológicas aparecidas con las redes sociales. El FOMO, como se conoce abreviadamente a este síntoma, se refiere a la ansiedad por quedarse fuera, a una preocupación compulsiva por perder oportunidades de interacción social, experiencias novedosas o inversiones rentables.
Son legión los músicos que se han mostrado críticos con el nuevo orden impuesto por internet. Por citar dos ejemplos relevantes, ya en 2010, el mismo año en que I Am Dive se estaba formando, Toteking lanzaba su single “Redes sociales”, también desde Sevilla. A nivel álbum, “Gran pantalla”, de Biznaga (2020), establecía una refutación de la hegemonía del mundo online desde un prisma social y político. En el caso de “Fear Of Missing Out”, la génesis está en las propias sensaciones experimentadas por el dúo con la llegada de la COVID.
“Durante la pandemia, tuvimos la idea de que no podíamos participar de esta locura de directos permanentes, de compartir cosas todo el tiempo. Nos sentamos a hablar y pensamos: ‘¿Pero qué coño importa que nosotros nos pongamos ahora a hacer un directo en Instagram tocando canciones, tú en tu casa y yo en la mía, cuando no tenemos ni idea de lo que va a pasar, cuál es la dimensión de esto, cuánto va a durar?’”, explica Pérez, voz y letrista de I Am Dive, desde la terraza del Bar Doñana, en el barrio sevillano de Nervión. “A la larga, ha sido una decisión muy mala en términos de oyentes mensuales en las plataformas, de seguidores en redes sociales... Eso ha sido horrible para nosotros. Pero ahí me empecé a dar cuenta de cómo estaba todo el mundo aterrado por desaparecer de las redes, por dejar de ser populares o relevantes. Había un pavor generalizado a disolverse en la masa, a perderse. Y a nosotros también nos afectó. Yo entiendo la importancia de las métricas en las redes sociales, pero también sé que esas métricas se compran, se manejan o se arreglan por otros medios. Aun sabiendo eso, tienes conversaciones con directores de festivales, con promotores de espacios públicos, con ‘bookers’, con sellos discográficos o distribuidoras y todos te dicen: ‘Ostras, es que tenéis pocos seguidores en Instagram’. Yo les respondo: ‘Ya, tío, pero ¿tú has escuchado el disco? ¿Has echado un vistazo a nuestra trayectoria?’. Ahí empecé a pensar en el montón de cosas aparejadas a ese momento que llevaban pasando mucho tiempo”, expone el músico.
¿Llegasteis a sentiros inseguros antes de poneros con el disco?
José: Teníamos como un sesenta por ciento ya hecho, en realidad, y después, durante el confinamiento, salió el resto, pero yo siempre creí en las canciones que teníamos a medio hacer. Eso era lo único que me importaba.
Esteban: Yo llevaba la carga de sostener más la parte pública del sello, y también trabajo como programador en la Sala X, en Sevilla. La conversación era todo el tiempo de “no sé cómo lo vamos a hacer”. Veíamos en Instagram a gente mostrando cosas increíbles en plan: “Estoy innovando para conseguir esto o lo otro”. Me sentí un poco como: “Tío, ¡dejadme en paz! Yo lo único que quiero es que no se muera nadie a quien yo conozca, estar en casa tranquilo e intentar sobrevivir a esta mierda que nadie sabe qué coño es”. Ahí es donde el disco tomó la naturaleza que ha acabado teniendo.
¿Cómo plasmar eso en las canciones?
Esteban: Hay temas como “Fists To A Gunfight”, por ejemplo, que hablan del fenómeno Onlyfans y de las webcams, porque tengo una conocida que ha entrado ahí de cabeza y veo que no está bien para ella. “Mirror Brain” trata sobre cómo nos rasgamos las vestiduras porque haya un incendio en Los Ángeles y a lo mejor es alguien de Sevilla que no sabe que la Cornisa de Camas se ha quemado cuatro veces en los últimos dos años. Es uno de los pulmones verdes de la provincia, y a nadie le importa eso. Te apela solo lo que el algoritmo te dice que está de moda. Viene a reflexionar sobre cómo hemos perdido la conexión real con nuestro suelo a cambio de una conciencia común aceptada, donde el grupo social marca lo que tienes que opinar o lo que tienes que pensar.
En una era en que se reivindica tanto lo local, vosotros siempre os habéis posicionado desde lo global. En vuestros discos no hay referencias geográficas que os sitúen, cantáis en inglés como lengua franca. Podríais ser un grupo de cualquier lugar del mundo...
Esteban: En realidad, nosotros también trabajamos desde lo local, incluso desde el andalucismo, pero desde otra perspectiva, diferente a la mera referencia estilística, estética o artística. Podría haberme ido a trabajar a Madrid, a Barcelona o a Bruselas, pero nosotros preferimos estar aquí y llevar el proyecto desde aquí, apoyar a los artistas locales... Sé que nuestra música no es así, que no está vinculada directamente a esto, pero nuestras canciones, aunque no se remarque explícitamente, hablan del faro del Cabo de Gracia de Zahara de los Atunes, de los cerros del Aljarafe... Tratan sobre nuestro entorno.
Aparte de eso, sois uno de los grupos españoles más internacionales. Habéis tocado en Asia, en Estados Unidos y Europa. ¿Notáis muchas diferencias en la recepción del público?
José: Asia es otro planeta. En Japón, por ejemplo, la gente tiene otra mentalidad, ahí no habla nadie y me parece sorprendente ese respeto, cómo se meten en los conciertos. A lo mejor estás tocando para cincuenta personas pero están todos callados, con los ojos cerrados. Eso no lo he visto nada más que allí.
Esteban: Yo creo que tiene que ver con la ausencia de contexto. Me explico, cuando tú tocas en España hay una serie de checkpoints que marcan tu estatus, como tocar en Primavera Sound, en Sónar o en salas como La Riviera, pero si tú te vas a Kobe, Kioto, Seúl o Shanghái a la gente le da igual, simplemente escucha la música y, si le gusta, la recepción es mucho más virginal. Es un público muy agradecido también.
Sois un grupo pequeño, aquí rara vez tocáis para más de trescientas personas. ¿Cómo habéis conseguido llegar a todos esos países? ¿Cómo se financia?
Esteban: Eso son horas de trabajo, haciendo pico y pala con promotores, yendo a mercados y a ferias profesionales, hablando con prensa... Aparte de eso, somos dos músicos solos porque decidimos que teníamos que ser absolutamente eficientes en coste si queríamos hacer esto durante mucho tiempo. Los dos veníamos de bandas con muchos más componentes, pero, cuando te lo tomas un poco en serio, haces los números y te das cuenta de cuánto dinero tienes que generar para que sea sostenible económica y emocionalmente a lo largo del tiempo siendo cinco o seis músicos, ves que es inviable. Cuando creamos I Am Dive, las primeras premisas eran que teníamos que ser dos y que todo tenía que caber en un coche.
José: En el extranjero siempre hemos llevado todo en un avión o hemos buscado guitarras allí con un proveedor local. Realmente nosotros es que tenemos muy pocos gastos a la hora de viajar, y si encima le sumas que tengo un estudio en mi casa, eso nos ahorra los tres mil euros que a lo mejor se pueden gastar otros grupos en grabar... Eso te permite empujar tus inversiones de otra forma.
Esteban: Yo también dedico mucho tiempo a buscar financiación y ver cómo colocarlo en un contexto institucional, buscar a la gente que nos pueda ayudar, porque hay muchas oportunidades. Hay muchos posicionamientos un poco filosóficos en contra de estar en la SGAE o de coger dinero público para giras, pero en el fondo, si lo piensas con frialdad, a mí se me ocurren pocos usos mejores del dinero público en cultura que no sea ayudar a los artistas para darles la oportunidad de tocar por ahí fuera.
¿Por qué decidisteis crear vuestro propio sello, WeAreWolves?
Esteban: Cuando nos juntamos, José tocaba en Blacanova y yo en The Baltic Sea. Él tenía un acuerdo con un sello, yo con otro, pero yo personalmente estaba harto de la industria. Nada de lo que había firmado lo entendía, nada de lo que me habían contado se había cumplido, así que dije: “Voy a hacer las canciones que a mí me dé la gana, voy a tocar yo solo”. Lo que pasa es que grabé todo con José y dije: “Espera, tú deberías estar en el grupo también”. Entonces nos vino una oferta de Foehn, y empezamos a trabajar con ellos un poco por inercia porque Blacanova estaba ahí. Es cierto que Foehn es otro tipo de sello, con otra visión del mundo; Marc Campillo es un tipo realmente estupendo... Pero luego empezamos a hacernos preguntas, y cuando vimos que era imposible atraer las condiciones de trabajo del grupo hacia donde nosotros queríamos fue cuando dijimos: “Tío, esto lo podemos hacer nosotros”. Y luego pensamos : “Ostras, pues lo que sabemos hacer igual deberíamos compartirlo”. Empezamos a buscar grupos que estuvieran en zonas periféricas, que fueran emergentes y que no supieran cómo hacerlo para publicar sus discos.
José: Tampoco los tuvimos que buscar, la mayoría vinieron a nosotros, eran gente que conocíamos y nos preguntaban: “Oye, ¿vosotros cómo lo habéis hecho?”.
Sois el primer sello español distribuido por la casa británica Rough Trade, ¿cómo lo conseguisteis?
Esteban: En 2016 fuimos al PrimaveraPro y ahí conocimos a Lubos Mozis, de Rough Trade. Tuvimos una reunión y, al principio, nos dijo abiertamente que no creía que encajáramos, pero, en mi actitud pesadilla, yo seguí manteniendo el contacto con él, le mandaba emails pidiéndole opinión sobre los movimientos que se nos ocurrían y, en un momento dado, me propuso ir a tocar a su fiesta de cumpleaños en Praga, para la que había invitado a varios artistas europeos que le gustaban. Allí ya me di cuenta de que realmente nos estaba siguiendo la pista de una manera más seria de lo que yo pensaba. En enero de 2021, cuando teníamos ya terminadas las maquetas de este disco, se las mandé y le pedí consejo sobre a qué distribuidoras debería escribir. Entonces me respondió: “Espera, este disco ya es otra cosa, vamos a hablar”, y fue ahí cuando Rough Trade decidió distribuir nuestro catálogo. Empezó con el disco de Matsu, “Oscilación” (2023), y ahora viene todo lo demás. ∎