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“Compartir de nuevo es buenísimo”. Foto: Jordi Vidal
“Compartir de nuevo es buenísimo”. Foto: Jordi Vidal

Concierto

Julieta Venegas: el amor, la muerte y la magia de cerca

La estrella mexicana vistió folclore y elegancia en el registro más mínimo de su propuesta: voz, piano, acordeón, contrabajo y batería. Anoche convirtió la Apolo barcelonesa en un bar de carretera. Y el escenario, en una esquinita sin proscenio. Incluso sus nuevos adelantos, más ochenteros, pasaron por el tamiz de lo franco.

31. 03. 2022

Como hay dos soledades, hay dos Julieta Venegas. O, como parafrasea el estimulante micropoema que la mexicana convirtió en canción en “Algo sucede”, ninguna. La cantautora ha sabido enarbolar una carrera que picotea del mainstream y del underground. A la par, ha generado un discurso artístico cada vez más pronunciado. Tanto como para hacer de la sala Apolo un barucho de luces tenues, funcionando con los suyos más como una calurosa banda de sobretarde que como la artista multipremiada en los Grammy que también es. A estas alturas, Venegas no se embarca en giras de Willy Fogg para lucir parafernalia. Prefiere el gusto por lo mínimo. Las canciones las tiene. Y el público también.

“¡Viva México!”. Vítores volcados antes de que toque siquiera una nota. Con una mueca, ese torcer de sonrisa tan característico con caída de ojos incluida, es suficiente. Repetirá el gesto incontables veces. No por impostado, sino por auténtico agradecimiento de poder seguir siendo música tras estos años de inactividad forzada.

No tarda Venegas en iluminar sin focos. Lo parco de la escena: contrabajo, batería (formación de altísimo nivel la compuesta por Belén López y Panky Malissia) y piano de cola ganan en brillo gracias a una voz dulce y folclórica, que cae en picado irremediablemente, como un pedrusco desde lo alto de un puente. Algunos tonos medios se apelmazan: nada de eso importa. “Qué lindo”, lanza. “Compartir de nuevo es buenísimo”.

Julieta Venegas a ras de suelo, música de bar, parece que va a cobrar las copas entre tema y tema. Que va a pasar la gorra al acabar. Le sobra incluso la tarima. Sin alzas, su combo de jazz –que trasciende el género y lo vuelve más accesible para el oyente– también epata. Lo importante no es clavar, sino transmitir. Más cabaretero o más pop. Más elevado: “Los momentos”, drama muy almodovariano. O más universal. El acordeón zurce un efecto flautista de Hamelín en “Original”. Una cantacanciones con mil tiros pegados.

Después, el rojo de los farolillos de Apolo pasa a un momento tango. El repertorio es una batidora de sus épocas. Paladea “Ese camino” o “Debajo de mi lengua”. El devenir del bolo recuerda a su “MTV Unplugged” (2008). Pero evolucionado.

A piano y voz, melodías sin histrionismos. Foto: Jordi Vidal
A piano y voz, melodías sin histrionismos. Foto: Jordi Vidal

La estructura del tramo final del concierto aúna sus canciones más reconocibles, en un formato en el que manda la pegada de la percusión y la pulsión envolvente del contrabajo. Y, una vez más, esa sensación de que lo que se escucha podría no estar microfonado y no se perdería información ni belleza. Por si no fuese suficiente la retahíla de canciones que acumula, es una enamorada de salpimentar al punto entre tema y tema. Defiende lo suyo, lanzando alegatos al amor, a la muerte o a los enredos de palabras. Y lo hace, precisamente, dando rodeos. Hablando con las manos.

Todo en la puesta en escena respira tarde de otoño y bohemia: bebe de una taza, se toma su tiempo. Y relaciona sin oposición de la grande la famosísima “Lento” con vivir de otra manera, con vivir más consciente “after pandemia”. “Lento”, una canción de amor que reposará en centenares de teléfonos móviles, que se alzan como armas para ir a la guerra, pero en muy pocas cabezas. Justo lo que ella comentaba. Y del amor, a curar el desamor.

Julieta Venegas cose heridas con el momento más charro de la visita a Barcelona. Primero, una relectura de la canción “Despechada mexicana”. “Tequilitas y despechadas”, grita. Y después, el despecho no entiende de épocas, una antigua versión de Jose Alfredo Jiménez. La despechada hay que cantarla juntos. Hágale.

Tras una “Eres para mí” cuyos coros resuenan en tantas cajas torácicas, la mexicana reflexiona sobre una “etapa linda y nueva”. Como la de su disco por salir, del que canta el adelanto “Mismo amor”. Incluso la música ochentera es menos revival si, como la magia, se hace de cerca.

Para marcharse a los bises, Julieta se queda sola en medio de las tablas. El momento más dramatizado de la actuación, con el foco eclipsando la claridad del piano. Sirve “La nostalgia” a piano y voz, melodías sin histrionismos. Y sirve las últimas con el oficio del que sabe que cliente fidelizado, cliente que regresa. Lo hace con lo más reconocido. “El presente”, con un caminar pronunciadísimo gracias al contrabajo y, claro, “Limón y sal”. ∎

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