La Paloma: rock de barrio. Foto: Paula Yubero
La Paloma: rock de barrio. Foto: Paula Yubero

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La Paloma, el encanto de lo espontáneo

Cuatro amigos metiendo ruido. Es la historia de infinidad de bandas en la historia del rock, pero cada una lo vive a su manera. La Paloma han escrito las primeras páginas de su novela con “Una idea, pero es triste”, un EP de noise rock a chorro que desprende una camaradería inconfundible.

El distrito de Tetuán marca el final de la madrileña calle de Bravo Murillo. A su alrededor, y después de haber dejado atrás zonas nobles de la capital como Chamberí, se multiplican un sinfín de callejuelas que parecen ajenas a la modernidad. Allí se entremezclan recetas árabes, banderas de países latinoamericanos y el orgullo latente de quienes habitan el enclave. La ya lejana movida dejó su impronta en los estudios Tablada 25, por donde pasaron Alaska y Los Pegamoides, Derribos Arias, Aviador Dro o la guitarra de Raimundo Amador, y que también sirvió de localización a Pedro Almodóvar en “Laberinto de pasiones” (1982). Una historia que pertenece a otro tiempo.

Algunos de los comercios que abarrotan el lugar tienen el nombre de La Paloma estampado en sus rótulos. Pero el proyecto musical formado por Nico Yubero (guitarra y voz), Lucas Sierra (guitarra y voz), Rubén Almonacid (bajo y coros) y Juan Rojo (batería) tiene su origen en un lugar algo alejado: “Era un bar que había en la Dehesa de la Villa; yo iba mucho con mi madre de pequeño, y cuando lo cerraron pensé que como aquí hay otros que se llaman igual, era un buen nombre”.

Lo explica Nico, que es quien más vínculos tiene con el barrio. Su familia presume de su pertenencia a este rincón de la capital. La cita con el grupo tiene lugar en un bar de la zona, con revestimiento de madera, fotos en blanco y negro y el tintineo constante de los tercios de cerveza. Todo huele a camaradería, también las voces de una timba de mus que disputan jubilados. “Yo soy muy bueno jugando”, asegura el vocalista. El entorno también habla de la propuesta hasta ahora conocida de La Paloma. Un grupo que practica pildorazos guitarreros sin pretensiones de sonido garagero y estribillos contagiosos, contenidos en el EP “Una idea, pero es triste” que editaron con La Castanya el 26 de noviembre.

La espontaneidad es el factor en el que se reconocen los tres miembros que acuden a la entrevista. Lucas, el que falta, está constantemente presente, tanto en las alusiones de sus compañeros como en el germen de la banda. “Yo lo conocí porque montaba un pequeño festival autogestionado (Saló). Fui ahí con un proyecto en el que tocaba la batería y nos hicimos medio coleguillas. Al poco tiempo él me comentó que tenía unas canciones, yo también tenía alguna, empezamos a hablar un poco de juntarlas y llegó el confinamiento duro”, recuerda Nico.

Notas de voz mediante durante el encierro, de allí salieron las primeras ideas. Quedaba pendiente la sección rítmica: “Yo me vine aquí a Madrid hace tres años desde Valencia para trabajar en un laboratorio de fotografía y conocí a Lucas, que era cliente del laboratorio, y me presentó la idea del proyecto. Él ya sabía que tocaba en otra banda de Valencia (Fantastic Explosion) y ahí hicimos ‘team’”, relata Rubén. Añadir las baquetas fue también una cuestión de pandillas y amistades, de vida en la calle y del ausente catalizador de la banda y estrecho colaborador de Nico: “Juan iba a mi colegio de toda la vida, pero su incorporación se produjo porque Lucas era amigo de su prima”.

Nico Yubero, Lucas Sierra, Juan Rojo y Rubén Almonacid: aves rock. Foto: Paula Yubero
Nico Yubero, Lucas Sierra, Juan Rojo y Rubén Almonacid: aves rock. Foto: Paula Yubero

La pandemia les sustrajo lo más preciado para alcanzar una identidad como banda: “Estar en una sala de ensayo, el ruido, el volumen y la presión… al final por eso suenan así las canciones, porque se hacen de esa forma. Si no, pierden fuerza”. Y también facilita el vínculo de un cuarteto de músicos que ha labrado una profunda amistad, como suscribe Juan: “Yo creo que sin el buen rollo nos habríamos matado hace un mesecito. Hemos tenido jornadas largas e intensas de grabación todos juntos, pero es que somos amigos; entonces no pasa nada”.

El mismo tono guasón con el que se interrumpen entre tragos de un botellín se desprende de sus primeras canciones. “Bravo Murillo” es la última que han presentado. Unos acordes de guitarra acústica preceden al petardazo distorsionado en el que Nico divaga sobre una ruptura en una de las numerosas terrazas del barrio. “Siempre hay ideas espontáneas, de la primera vez que tocas algo. Llegué como acelerado al local, abrí el ordenador y le dije a Lucas que era una canción nueva. La tocó y la grabamos. Cuando llegamos al estudio no conseguíamos encontrar ese sonido, entonces cogimos la demo, la reamplificamos, la tocamos y fue la primera o la segunda toma la que valió”. En otros casos, explica Juan, se requiere más tiempo: “La idea viene ya prefabricada y en el local se le va dando forma. A las tres semanas le cambiamos un acorde o alteramos la estructura. Más o menos, así es como van surgiendo las cosas”.

Aprovechar lo que brota sin eternizar los debates. Con años todavía para llegar a la treintena, es llamativo que en otro de los adelantos, “Siempre así”, afirmen “vendrán tiempos mejores, pero estamos mejor que antes”. No hay consigna política, asegura el vocalista: Es bastante personal. De alguna forma, hablo de muchas cosas, intento hacer un batiburrillo de las movidas que se me pasan por la cabeza y hay frases que salen solas y de repente cobran sentido. A mí me gusta mucho pensar en que se escuche una letra y se pueda pensar en muchas cosas, según como la quieras tomar. Nunca lo había pensado así, como en un período histórico. Sería un poco pretencioso, pero también puede ser una experiencia personal de un verano. Yo hago mucho eso a la hora de componer, intento pensar en varias situaciones que puedan encajar”.

Así que el azar, de alguna manera, está jugando un papel importante en La Paloma. Una especie de carpe diem que lo mismo les da para componer una canción que para hacer unos vídeos, fruto también de esa premisa. “Ya está” es una resaca filmada en VHS que, como casi todo en la banda, es fruto de una casualidad bien avenida que describe Nico: “Realmente, es una chorrada que se le ocurrió a mi compañero de piso, Fede Maniá, que es el director. Tenía una cámara de Rubén y hablando de qué ideas teníamos para un videoclip, salimos y lo grabamos en una tarde”.

Todo está siendo bastante orgánico en La Paloma, por lo que hay pocos planteamientos sobre lo que está por llegar. El concepto con el que mejor se sienten es el de “banda”. El espejo en el que fijarse es heterogéneo, desde Happy Mondays hasta Fugazi, pero sobre todo coinciden en admirar a las formaciones que actúan como un bloque. Y ellos van haciendo camino para alcanzar ese objetivo. Yo he tocado en varias bandas y creo que La Paloma es en la que más a gusto he estado en el escenario”. A pesar de su introversión, Rubén es incapaz de esconder la satisfacción con el presente. Lo mismo delatan los continuos chascarrillos de Juan y la incontinencia verbal de Nico, que no quiere dejar escapar cualquier detalle que describa su actual efervescencia vital. Y si el ahora es un tiempo en el que regocijarse, parece cierta su premonición de un luminoso futuro. ∎

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