Sons Of Kemet, el final de una banda total. Foto: Óscar García
Sons Of Kemet, el final de una banda total. Foto: Óscar García

Festival

Primavera a la Ciutat (6 de junio): jo, ¡qué noche! (de lunes)

La jornada de ayer en Primavera a la Ciutat, dentro de la semana de transición del doble Primavera Sound, alcanzó intensidades poco habituales para un lunes. También generosas asistencias de público que obligaron a espabilar si uno quería disfrutar con la golosa oferta del programa. Hubo sesiones de cloud rap inmisericorde, exhibiciones de jazz desbocado, clásicos indie pop en modo clase magistral y muchos nuevos valores en (merecido) ascenso.

BEAK>

Puede ser considerado el proyecto principal de Geoff Barrow si atendemos a la periodicidad media de lanzamientos de Portishead, que no emiten noticias desde “Third” (2008), presumible punto de partida del de Bristol con esta formación de trío puesta en marcha poco después. Si su tercera entrega junto a Beth Gibbons y Adrian Utley aparcaba lo sofisticado y ensoñador para tomar forma a partir de un sonido kraut, BEAK> lo intensifica con poderosas cadencias repetitivas y atmósferas ásperas. Incluso el sonido algo matizado –más “pop”, tomando el término con pinzas– de sus últimas entregas se traduce en directo (Razzmatazz 2) en una versión tempestuosa, ruidista y densa a lo “Brean Down”. Con su electrónica primigenia, llevan casi al baile “Allé Sauvage”. Hoy martes, más, en sesión DJ, en la sala Apolo a partir de las 02:30h de la madrugada. Cesc Guimerà

BEAK>: Billy Fuller, bajista en los experimentos de Geoff Barrow. Foto: Òscar Giralt
BEAK>: Billy Fuller, bajista en los experimentos de Geoff Barrow. Foto: Òscar Giralt

Cassandra Jenkins

La norteamericana sorprendió, y mucho, en el primer concierto de su gira europea. Su poesía, incluso su spoken word, desaparecieron como por arte de magia de “An Overview On Phenomenal Nature”, uno de los mejores discos de 2021. Con el soporte de su guitarra, más bajo y batería, apostó su imaginario musical a una densidad, con mucho grano, cercana al ruido –en la gira la acompaña un técnico de sonido– que arrancó de cuajo el alt-country de sus letras, sometidas a un murmullo apenas audible. Jenkins pareció sentirse a gusto. Al final, un Sidecar repleto mostró división de opiniones. En septiembre se la espera en Madrid y, de nuevo, en Barcelona. Miquel Queralt

Drain Gang

Después de la actuación de Yung Lean, la sala Razzmatazz quedó a disposición de la Drain Gang y toda la gente del sello-colectivo YEAR0001, que desfiló por el escenario a lo largo de la noche. Los focos, eso sí, los atrajo este trío formado por Bladee, Ecco2K y Thaiboy Digital. Presentaron temas de sus últimos EP colaborativos –“Trash Island” (2019) y “Crest” (2022)–, pero, sobre todo, defendieron su particular manera de entender la música urbana y el hip hop: un cielo digital de glitchcore, el pop como experimento de laboratorio, el vacío como respuesta a la efervescencia y el eclecticismo de la cultura de internet –de la que siempre se han apropiado– formando una especie de culto a su alrededor. No tendríamos el hyperpop que tenemos hoy sin la Drain Gang y al emo le hubiera costado mucho más desprenderse de las guitarras. Muchos chavales no tendrían todo ese universo del todo y la nada al que agarrarse con los cascos puestos. Y aunque hayamos tenido que sobrevivir a una estampida de borregos borrachos para contar que los vimos, seguramente diremos que mereció la pena. También que ojalá alguno se hubiera acordado del desodorante, aunque todo lo que recibimos desde el escenario fue un soplo de aire fresco. Diego Rubio

Hidrogenesse

Genís Segarra, Carlos Ballesteros y su ingenio inconmensurable en Paral.lel 62 (antigua BARTS). Este año nos han enseñado su habilidad para reformular y sofisticar sus propias canciones, pero es en su directo descacharrado y falto de prejuicios, en esa explotación de lo elemental por convicción y por necesidad –ya se sabe que esta última puede convertirse en virtud–, donde entusiasman. Si hace justo diez años, en Apolo, a pocos metros, abrían para The Magnetic Fields mientras presentaban “Un dígito binario dudoso. Recital Para Alan Turing” (mejor disco nacional de 2012 en Rockdelux), repitieron con sus himnos de lo absurdo-cotidiano, esa particular teatralidad –un sillón para escribir “La carta exagerada”– y un tirón final con “Disfraz de tigre” y su versión de “Super Sara” (el tema que Carlos Berlanga y Nacho Canut compusieron para la Saritísima) para recordarnos que hay pocos como ellos para la jarana, pero, sobre todo, que esta vida si algo no es, es seria. Cesc Guimerà

No hay nada más único que Hidrogenesse. Foto: Marina Tomàs
No hay nada más único que Hidrogenesse. Foto: Marina Tomàs

Ikram Boulum

La velada de anoche en La Tèxtil fue encabezada por Ikram Bouloum, una de las más destacadas voces de entre la nueva hornada de artistas de ascendencia magrebí en nuestras coordenadas. Su música busca contextualizar sus raíces en un marco de modernidad, indagando sobre el shock cultural y dejando volar su voz sobre bases electrónicas de inspiración bereber. De padres marroquíes y nacida en Cataluña, cantó y recitó en tamazigh e inglés, pero su set fue –y se nos hizo– demasiado corto: actuó durante apenas cuarenta minutos. Solo le faltó acabar de sentirse cómoda y soltarse definitivamente para conseguir mostrar el oro puro que atesora su arte. Dr. Decker

Sinead O’Brien

En estos días, la irlandesa publica su primer álbum, “Time Bend And Break The Bower”, del que ya se conocen la mayoría de canciones. Con el apoyo de bajo y batería, la cantante lanzó sus proclamas, pues este repertorio nos grita más que nos acaricia. Nos ordena más que nos interpela, desde una rígida geografía de imagen, palabras y rock voluminoso que no repara en detalles ni afila el verbo enfadado que llega desde el escenario. Sinead O’Brien se desliza por un supuesto post-punk que a la audiencia internacional del Sidecar no pareció sentarle mal. Miquel Queralt

Sons Of Kemet

Si se confirma el de anoche como último pase de Sons Of Kemet en Barcelona –como todo parece indicar después de que la banda anunciara cinco días atrás su disolución tras concluir la actual gira–, estaríamos ante un mazazo tremebundo para el mundo de la música y para cualquier aficionado a los conciertos. Difícil hallar en nuestra línea temporal un directo –no solo en el jazz contemporáneo, sino ampliando el foco sobre cualquier género– tan apoteósico como el que propone el cuarteto londinense. Los pulmones de su líder, Shabaka Hutchings, los pueden enviar por mensajería urgente al Salón de la Fama de la Música. Su saxo es un reactor llameante e irrefrenable que modula frecuencias, melodías y ritmos de una expresividad infinita; parece que tuviera en su poder las teclas que cubren todos los rincones del espectro sónico. Alucinante. A su vera, una sección rítmica de dos baterías –Tom Skinner y Edward Wakili-Hick– cuadruplicando la intensidad y Theon Cross armado con una tuba que aporta el contrapunto –a veces es el saxofonista quien se lo da a sí mismo- y, en ocasiones muy contadas, el descanso para que Hutchings rellene su abismal cavidad pulmonar. Galopando juntos, a destiempo o en duelo de metales y percusiones, su sonido generó una danza negra de cuerpos sudorosos abocados al frenesí arrollador de los británicos. La sala Apolo convertida en caldera de agitación febril bajo la guía de unos druidas del free-jazz sin parangón. Si la de ayer fue finalmente la última irrupción de Sons Of Kemet por estas tierras, se despidieron como corresponde a los que juegan en otra liga. Marc Muñoz

La tuba atómica de Theon Cross en Sons Of Kemet. Foto: Óscar García
La tuba atómica de Theon Cross en Sons Of Kemet. Foto: Óscar García

The Magnetic Fields

No existe parapeto emocional para la música de Stephin Merritt, siempre tan bien arropado por Shirley Simms. Hieren acariciándote, con un repertorio que es un memorándum pop del último cuarto de siglo y los años dorados del indie. Canciones que son historias, ahora también en formato de relato corto, con esos quickies, el quiebro creativo más reciente de Merritt que tan buen encaje ha encontrado en la colección de clásicos imperecederos del grupo. Fue especialmente bien acogida en Paral.lel 62 “The Day The Politicians Died”, indicio de la desafección y el hartazgo colectivo compartido. Emociones desapasionadas sobre el escenario, a flor de piel entre la audiencia si el repertorio incluye “The Book Of Love”, “Take Ecstasy With Me”, “Papa Was a Rodeo”, “Andrew In Drag”, “All The Umbrellas In London” o “Born On A Train”. Cesc Guimerá

Shirley Simms, Sam Davol y Stephin Merritt:  The Magnetic Fields, qué gran lección de ironía y sensibilidad. Foto: Marina Tomàs
Shirley Simms, Sam Davol y Stephin Merritt: The Magnetic Fields, qué gran lección de ironía y sensibilidad. Foto: Marina Tomàs

Yung Lean

Con la competencia que se presupone en el nutrido número de salas entre las que se está repartiendo la programación de Primavera a la Ciutat, es posible que algunos puedan haber caído en la tentación de relajarse y no ir con –mucho– tiempo a los conciertos. Error. A dos horas del inicio, la cola para acceder al desembarco del sello YEAR0001 en la sala Razzmatazz doblaba la esquina. Y lo mismo o más podría decirse de la cola para Razzmatazz 2. Los que consiguieron acceder, porque muchos y muchas se quedaron fuera, se repartieron por el espacio como pudieron –incluso con los pies asomando por los balcones de la segunda planta– hasta abarrotarlo: había muchas ganas de volver a ver a Yung Lean en Barcelona. Su influencia en toda la generación de amantes de una nueva y diluida forma de rap es incontestable y sus presentaciones tienen siempre algo de mesiánico, además de haber servido como punto de encuentro para algunas de las escenas más radicales del espectro urbano en la Ciudad Condal: Rojuu andaba por allí, y Clutchill, y seguramente muchos más con los que no tuve el gusto de cruzarme. Hasta aquí todo increíble, la verdad. Algo rezumaba en el ambiente que recordaba al olor de las grandes noches. Yung Lean salió en hora y desde el primer momento puso a prueba los altavoces de la Razzma, con una orgía de bajos implosivos que serpenteaba entre una nube sintética. De menos a más, fue desplegando un manojo de temas que no rinden cuentas a nadie y que –de algún modo– repasaban y condensaban todas sus facetas. Sonó increíble “Bliss”, de su último trabajo, convertida en clásico personal, pero en general lo más destacable es cómo va controlando la energía que guarda y libera, tanto en sus esfuerzos rapeando como en la intensidad de las bases, que parecen contraerse y expandirse al vaivén del viaje. Mientras Yung Lean hacía lo suyo, la sala iba llenándose y quizá el concierto empezara a ponerse algo incómodo y poco disfrutable: no es muy normal que de repente se monte un pogo criminal en “Red Bottom Sky” o que la peña empiece a hacer crowdsurfing cuando están terminando las canciones. Apetecía un poquito de introspección, momentos para conectar con esa aura de artista maldito del rapero, con sus letras poliédricas, ricas en aristas y dobles significados y con su sonido presurizado. Es verdad que dejarse mimar por “Yoshi City” y sus jueguecitos digitales te permite ascender a la pequeña nube en que te monta Leandoer, vaporosa y onírica. Y él también asciende: según van sucediéndose las canciones, dos manchas de sudor que al principio solo asoman en la espalda de su chaqueta crecen progresivamente y dejan intuir dos alas angelicales. Hasta el maquillaje de mimo se le ha corrido un poquito. Para cuando suenan “Ghosttown” o “Afghanistan” ya no queda nada del ángel. El sudor es informe y ha inundado la americana, el escenario y la pista entera. Chorrea por la sala mientras la gente salta con violencia. Después se acaba y parece que algo se rompiera, queda un silencio que casi resulta incómodo: así es como Yung Lean te partirá el corazón. Diego Rubio

Yung Lean: el emo le da alas a Jonatan Leandoer Håstad. Foto: Òscar Giralt
Yung Lean: el emo le da alas a Jonatan Leandoer Håstad. Foto: Òscar Giralt
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