Si se confirma el de anoche como último pase de Sons Of Kemet en Barcelona –como todo parece indicar después de que la banda anunciara cinco días atrás su disolución tras concluir la actual gira–, estaríamos ante un mazazo tremebundo para el mundo de la música y para cualquier aficionado a los conciertos. Difícil hallar en nuestra línea temporal un directo –no solo en el jazz contemporáneo, sino ampliando el foco sobre cualquier género– tan apoteósico como el que propone el cuarteto londinense. Los pulmones de su líder, Shabaka Hutchings, los pueden enviar por mensajería urgente al Salón de la Fama de la Música. Su saxo es un reactor llameante e irrefrenable que modula frecuencias, melodías y ritmos de una expresividad infinita; parece que tuviera en su poder las teclas que cubren todos los rincones del espectro sónico. Alucinante. A su vera, una sección rítmica de dos baterías –Tom Skinner y Edward Wakili-Hick– cuadruplicando la intensidad y Theon Cross armado con una tuba que aporta el contrapunto –a veces es el saxofonista quien se lo da a sí mismo- y, en ocasiones muy contadas, el descanso para que Hutchings rellene su abismal cavidad pulmonar. Galopando juntos, a destiempo o en duelo de metales y percusiones, su sonido generó una danza negra de cuerpos sudorosos abocados al frenesí arrollador de los británicos. La sala Apolo convertida en caldera de agitación febril bajo la guía de unos druidas del free-jazz sin parangón. Si la de ayer fue finalmente la última irrupción de Sons Of Kemet por estas tierras, se despidieron como corresponde a los que juegan en otra liga. Marc Muñoz