M.I.A., en el nombre de Dios. Foto: Marina Tomàs
M.I.A., en el nombre de Dios. Foto: Marina Tomàs

Festival

Primavera Sound (10 de junio /2): han pasado tres años y...

Es un cliché, pero es que los clichés siempre encierran una gran carga de verdad... Han pasado tres años desde la última vez que pisamos el festival, así que resulta inevitable vivir el Primavera Sound 2022 desde el corazón y no desde la cabeza. Incluso en una jornada como la de ayer, que volvió a estar marcada por el poder de lo femenino.

Si alguien te dice que está viviendo este Primavera Sound 2022 con la cabeza y no con el corazón, de forma racional y no de forma emocional, solo puede significar una cosa: te está mintiendo. Él sabrá por qué, pero te está mintiendo. Al fin y al cabo, han pasado tres años desde que pisamos el recinto del Fórum por última vez y eso se traduce en una extraña pero dulce mezcla de melancolía, urgencia, reencuentros, euforia, energía acumulada, FOMO, desentreno, desenfreno, nocturnidad y alevosía. Todo junto y mezclado en un cóctel que explota en los ojos y casi no te deja ver los conciertos porque te recuerda lo que, por un momento, casi habías olvidado: que esto de los festivales tiene tanto que ver con la música como con la gente, con reforzar los lazos con tu familia elegida a través de la música vivida en comunidad.

Recurriendo de nuevo a un cliché ineludible, cabe decir que muchas cosas han cambiado en tres años. De repente te haces un lío para llegar a los conciertos porque han cambiado los nombres de los escenarios y ahora todo son marcas que desconoces (a no ser, al parecer, que seas un criptobro). Han pasado tres años y te ves esperando a Lorde rodeado de chicos con vestidos de abuelo y chiques con maquillaje a lo “Euphoria” porque los festivales han estado paralizados, pero las tendencias no. Si todo hubiera transcurrido de forma normal, este tipo de maravillosas revoluciones estéticas se hubieran ido filtrando poco a poco en el imaginario festivalero, pero las cosas han transcurrido tal y como han transcurrido…

Lorde, mas madura. Foto: Sharon López
Lorde, mas madura. Foto: Sharon López
Y resulta que para Lorde también han pasado tres años y –sin tener pruebas al respecto, pero tampoco dudas– me parece que su distintiva voz ronca se ha hecho un poco más cazallera e interesante, menos juvenil y más madura. Eso no impide que borde su concierto (escenario Pull&Bear) en compañía de una big band también muy adulta funcionando a plena potencia, con un outfit que se pretende catsuit de Mugler pero se queda en mono entallado poligonero y una escenografía teatral: esa escalera que no lleva a ningún sitio. Demasiadas pausas para dar chapas que suenan a misticismo marijuano, algunas ausencias imperdonables –no solo es que dejara fuera “Stoned At The Nail Saloon”, sino que perdió la oportunidad de marcarse la triunfada de cantar el “Hentai” de Rosalía como ya ha hecho en otras actuaciones de la gira–, una versión ochentera (¡“Cruel Summer” de las Bananarama!) y un setlist basado principalmente en “Melodrama” (2017) que llegó a su cumbre con la dupla formada por “Team” y una “Green Light” que no solo hizo que todo el público se viniera arribísima, sino que también consiguió que el final con “Solar Power” quedara algo deslucido por agravio comparativo.

Priya Ragu, fly me to the moon. Foto: Marina Tomàs
Priya Ragu, fly me to the moon. Foto: Marina Tomàs
Han pasado tres años y las fronteras se han difuminado más que nunca, las reales y las musicales, hasta el nivel de que Priya Ragu es capaz de marcarse una de las actuaciones más memorables de la noche abriendo, en el escenario Ouigo, con R&B pluscuamperfecto al que poco a poco va inyectando dosis de exotismo tamil y de cromatismo hindú y que acaba explotando en un grand finale con el incontestable hit “Chicken Lemon Rice”. Sorprende que la suiza-tamil tenga tan interiorizada una fórmula que aquí y ahora puede parecer anticuada –banda de instrumentación clásica con músicos que rezuman juventud, diversidad y estilo siglo XXI–, pero que sublima por la vía de una honestidad frontal, que tuvo momentos realmente especiales como la explicación del nacimiento de su canción “Deli”, ligada a una romántica noche de luna mágica precisamente en una noche en que la luna colgaba preciosa sobre el mar del Fòrum.

M.I.A., batidora de hits. Foto: Marina Tomàs
M.I.A., batidora de hits. Foto: Marina Tomàs

Han pasado tres años, sí, y algo parece haber cambiado dentro de la cabecita de M.I.A. Maya es alguien tendente al egotrip y a la concepción de su carrera y de su escenario como espacios sin concesiones, en los que el mensaje se prioriza sobre el goce de los asistentes. Por eso sorprendió que, desde el minuto cero, la artista apretara el gatillo de una metralleta de hits abierta y gozosamente populista: “Born Free”, “Bucky Done Gun”, “Pull Up The People”, “Bad Girls”, “World Town”, “Bamboo Banga”, “Galang”... ¿Se dejó llevar Mathangi por una sesión de remember nostálgico como el que todos hemos vivido en algún momento de la pandemia o fue una celebración pura y dura de lo que hemos sabido siempre, que si juntas todos sus hits en tan poco espacio de tiempo lo que obtienes es un arma de destrucción masiva? Entonces llega el interludio, M.I.A. se quita el mono oversize rosa fluorescente que ha llevado hasta el momento y reaparece con una vaporosa camisa blanca, mini-shorts y un tocado con dos alas –plumas reales– en los laterales de su cabeza. Los catorce micrófonos que han estado todo el tiempo sobre el escenario cobran sentido cuando aparecen catorce chicas de la escena musical local –entre ellas, Marina Herlop, Núria Graham, Pavvla, Louise Sansom, Cristina Checa...– en camiseta blanca y calcetines para construir unos coros que se acercan demasiado a la sacralidad cristiana. La gran cruz que ha coronado la pantalla trasera durante toda la actuación en el Pull&Bear adquiere otro significado cuando se yuxtapone a imágenes de una paloma blanca y, finalmente, M.I.A. confirma que las noticias sobre su conversión al cristianismo después de tener una visión de Jesucristo son ciertas, sobre todo cuando cierra su concierto pidiéndole al público que la ayude a cantar unas rimas tan ramplonas como las de “When times are difficult, we’re gonna need a miracle. When times are critical, we’re gonna need a miracle”. Lo siento, pero no. Es que nunca me pareció que lo de M.I.A. fuera una vulgaridad.

Grimes: ni mezcla ni cuadra, pero no se la pierdan. Foto: Christian Bertrand
Grimes: ni mezcla ni cuadra, pero no se la pierdan. Foto: Christian Bertrand

Han pasado tres años y resulta que Grimes se ha casado y se ha divorciado de Elon Musk, ha tenido varios hijos (uno de ellos, en secreto) a los que ha bautizado con nombres imposibles y, por encima de todas las cosas, hay algo que no ha hecho: lanzar un disco. Por eso vino a Primavera Sound a marcarse una sesión de DJ (escenario Tous) que, admitámoslo, arrancó con amplio porcentaje de los asistentes pensando que este sería otro caso más de artista pop que se enreda en los platos de forma poco satisfactoria. Pues mira, ¡zas, en toda la boca! Claire Boucher bordó una de las sesiones más impactantes del festival a todos los niveles. Obviamente, siendo Grimes, la parte visual estaba calculada al milímetro para que la artista pareciera flotar sobre las masas con su pelo largo con puntas de neón amarillo, su vestido con mangas de farolillo a lo electroduende y un ventilador (¡tenía que ser un ventilador!) que reforzaba la sensación de mágica ingravidez. Además, la parte musical también fue una delicia capaz de mezclar a Marie Davidson con Deadmau5 en una apología a la cultura rave del siglo XXX en la que la memoria colectiva se resquebraja en pequeños fragmentos capaces de poner al público del revés: unas frases del “Creep” (Radiohead), el mítico opening de “Toxic” (Britney Spears), la apertura del “All I Want For Christmas Is You” (Mariah Carey) en pleno junio, su propia “Shinigami Eyes”... ¿Que mezclar no está entre sus habilidades? Vale. ¿Que cuadrar los temas no está entre sus prioridades? También. Pero, parafraseando lo que se decía de nuestra Lola Flores: ni mezcla ni cuadra, pero no se la pierdan.

Han pasado tres años, pero Nicola Cruz sigue siendo el broche de oro pluscuamperfecto para cerrar cualquier festival. Su mezcla de deep house, gotitas ácidas y minimal crujiente –todo elevado al cielo gracias a las cargas explosivas de un bombo siempre efectivo y necesario a altas horas de la madrugada– podría ser del montón si no fuera porque el franco-ecuatoriano sabe cómo convertir sus sets (escenario Cupra) en algo realmente único por la vía de las flautas andinas o las cantaditas sudamericanas. Todo ello subrayado por unos visuales que refuerzan la organicidad de un conjunto que –desde la comodidad de mi asiento y lo absurdo de mi vejez– me parece un regalo de valor incalculable para toda persona que haya elegido setas como chamán lisérgico para la velada.

Esa persona no soy yo, claro.

Porque han pasado tres años y estoy más viejo. Ya no necesito cerrar el festival a las 6 de la mañana y me vuelvo a casa con la sensación de que todo ha cambiado para que todo siga igual. Gracias a ese Dios que M.I.A. ha encontrado recientemente. ∎

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