Entre giras constantes y canciones que ahora está editando en formato sencillo –su último álbum en estudio, “Further” (BMG) se publicó en mayo de 2019–, quizá la mayor novedad de los últimos tiempos de Richard haya sido involucrarse en la puesta en marcha de “Standing At The Sky’s Edge”, musical que ha pasado por los escenarios de Londres y Sheffield y que volverá en febrero próximo al Gillian Lynne Theatre de la capital británica. La obra se centra en tres generaciones de habitantes de Sheffield y cuenta con canciones de Hawley y libreto de Chris Bush. “La primera vez que me hablaron de esta posibilidad, hace como diez años, me partí de risa”, confiesa. “Me parecía imposible creer que fuera a ocurrir. Pero poco a poco la cosa fue cogiendo forma y ha sido un gran éxito”.
Para el compositor, la clave está en que no se ha tratado de dulcificar la realidad. “Es la historia de mi vida, de la ciudad que conocí. No tiene una intención política, aunque es un artefacto político. El ingrediente esencial es que es real, mi realidad y la de mucha gente. Ese es el motivo por el que ha funcionado tan bien”. Ese artefacto político lo lleva a reflexionar sobre el momento que vivimos: “Estoy convencido de que va a haber una revolución. La gente no va a aguantar mucho más el aumento del precio de los alimentos y de los combustibles. Y no se trata solo de la clase trabajadora. O, mejor dicho, es que casi todos somos clase trabajadora. En mi familia hay muchos médicos y enfermeras y su única preocupación es llegar a final de mes. Los gobiernos se han comportado como auténticos ineptos y los únicos que están conformes son los ultrarricos que viven de las penurias de los demás”, apunta.
Mientras esa revolución llega, Richard Hawley sigue habitando su propio universo. Afirma que apenas escucha la radio musical, que cuando la pone en el coche la tiene que apagar inmediatamente y que nunca ha tenido suscripción a una plataforma de streaming. “Solo escucho rock’n’roll en vinilo”, desvela. “Me gusta el sonido de esos viejos discos. Tampoco tuve un reproductor de CD. Esta es la música que me hace disfrutar”. Aun así, no dice sentirse un hombre fuera de su tiempo: “De hecho, me gusta tener a mi disposición todas esas grabaciones que se hicieron hace cien años. Soy un afortunado”. Tampoco es muy amante de los songcamps y otras sesiones de composición tan en boga: “Eso es un proceso matemático, no artístico”.
Donde no deja de disfrutar es en los conciertos, como los dos que lo traerán al Castillo de Bellver de Palma de Mallorca el 25 y 26 de julio, dentro del ciclo Rudy Sessions. “Tocar en directo es lo único que no cambia”, dice. “Siempre es una experiencia maravillosa que hay que tomar con el máximo respeto. Es el mejor consejo que me dio mi padre: ‘Toca siempre con todo tu corazón, sea donde sea y cuando sea’. He tratado de hacerle caso”, subraya con orgullo.
Así pues, su vida cotidiana pasa por hacer canciones a la vieja usanza, profesión a la que nunca pensó que se podría dedicar. Lo explica así:“Yo siempre quise ser guitarrista, no creía que fuera a componer”. Esa habilidad la ha ido desarrollando con el tiempo. “Es un proceso que es difícil de definir. Hay veces que puedo estar paseando al perro y que me venga una canción, sin saber por qué ni cómo. Muchas veces pienso que componer no es un talento, sino una enfermedad mental”, sentencia. ∎