Sigur Rós celebró su propio legado reeditando “()” (FatCat, 2002) el pasado otoño con motivo del vigésimo aniversario de su publicación. Aquel tercer álbum –junto al anterior “Ágætis byrjun” (Smekkleysa, 1999)– los encumbró entre las primeras espadas de la constelación post-rock en la divisoria del nuevo milenio. Suficiente distancia recorrida para rememorar sus mieles, como otras bandas coetáneas que celebran efemérides similares estos días. Sin embargo, y a diferencia de otras, el grupo islandés se niega a quedarse en una ensoñación del pasado y, tras echar el freno durante un decenio, regresa a la plena actividad. Este verano conjuga conciertos con y sin orquesta. En los festivales Mad Cool y Cruïlla tocarán bajo esta segunda modalidad.
Entre la publicación de “Kveikur” (XL, 2013) y su nuevo álbum de estudio, “ÁTTA” (Krúnk-BMG, 2023), Sigur Rós ha sufrido cambios en sus filas. Sonada fue la baja del batería Orri Páll Dýrason después de que cayeran sobre él acusaciones de abuso sexual por parte de la artista Meagan Boyd. El músico decidió entonces abandonar la banda. Una mancha que probablemente trastocó los planes de un combo que tenía nuevo material en ciernes. El reemplazo no ha llegado para cubrir la sección rítmica, sino con la vuelta de Kjartan Sveinsson a los teclados, comandancia que ya había ocupado en las primeras etapas de la banda. El nuevo disco se ha grabado entre Islandia, Los Ángeles y Londres, con Paul Corley como hombre de confianza en la producción. El regreso de Sveinsson asienta a Sigur Rós como formación de trío junto a la inconfundible voz del cantante y multinstrumentista Jónsi y el bajo de Georg “Goggi” Hólm. Hablamos distendidamente con este último vía Zoom.
Un silencio discográfico de diez años parece demasiado para una formación con tres décadas de historia. ¿En qué ha invertido Sigur Rós este tiempo?
En realidad, no ha habido tanto silencio porque hemos estado girando muchísimo desde el último álbum. Sin ir más lejos, finalizamos la última gira en noviembre del año pasado. Pero sí, definitivamente hemos estado parados con respecto a los álbumes. Aunque no ha sido por falta de intentos. Creo que fue en 2016, 2017 o 2018 cuando estuvimos trabajando en lo que se suponía que iba a ser un nuevo disco, pero nunca lo terminamos. Luego siguió un descanso largo, hasta el año pasado, cuando volvimos a girar. De hecho, el nuevo disco se suponía que iba a salir en 2022, pero no estábamos satisfechos del todo y entonces empezaron los conciertos.
¿Cómo definirías el nuevo álbum a nivel conceptual?
No puedo hablar por otros, pero no creo que las bandas se sienten y decidan un concepto antes de crear arte. Creo que es más el arte el que dicta el concepto. Es un poco lo del huevo y la gallina. Pero en retrospectiva sí que creemos que hay un concepto, o una idea, que engloba esta última creación. Lo definiría más como una serie de preguntas acerca del mundo actual y la situación de mierda a nivel global. Desde el cambio climático hasta las guerras. Definitivamente, hay temas y preguntas, pero creo que fueron llegando mientras salía la música, no al revés.
A nivel instrumental, ¿los fans del grupo seguirán reconociendo vuestro sonido?
Creo que sí. Suena muy grandilocuente en cierta manera, pero a la vez introspectivo. Es como grande y pequeño a la vez. No tenemos batería en la banda, con lo que no hay demasiada sección rítmica per se, pero hay ritmo, sin duda.
¿Se puede hablar de un “sonido islandés”? ¿Cómo afecta el extraordinario paisaje de la isla y su clima en vuestra música?
Sí, nos lo preguntan a menudo y siempre pienso que sí, ¿por qué no? Recientemente iba paseando con mi perro por las afueras de Reikiavik, por el campo, e iba escuchando el disco en mis cascos y entonces me invadió un pensamiento: ¡este es probablemente el disco más islandés que hayamos hecho! En mi opinión, si Sigur Rós ha hecho un álbum que represente a Islandia, es este. No puedo hablar por los otros dos miembros, pero para mí fue: ¡guau, esto es música paisajística, finalmente lo hicimos!
El post-rock es un género que no pasa por su momento más popular. Las músicas urbanas y latinas capitalizan el gusto mayoritario estos días. ¿Este cambio de tornas os afecta de algún modo?
“No” es la respuesta corta. Es curioso, porque justo ayer estaba viendo el documental de J Balvin en Netflix y es muy interesante. Lo respeto como músico. Hace música porque realmente necesita crear algo suyo. Se mantiene fiel a sus ideas. Y eso es algo que creo que nosotros siempre hemos seguido. Y pese a tener canciones que se han vuelto más populares que otras, hits como “Hoppípolla”, no tenemos la necesidad de recrearlas de nuevo. Cuando creamos no escuchamos a otros con la intención de querer hacer algo similar. Pero sí que estamos atentos a otras cosas y pensamos “este sonido es muy guay, quizá podamos hacer algo así”.
En estos tiempos de dispersión cognitiva, con TikTok, Instagram, Twitter y lo que viene, ¿cómo encaja vuestra música y la longitud de vuestros temas?
Nos gusta la música lenta y la “televisión lenta”, esa cosa que se inventaron los noruegos y que diría que empezó en un ferri que iba superlento y al que equiparon con cámaras para que los viajeros pudieran ver en tiempo real el trayecto. Es hermoso. También lo hicieron con un tren. De hecho, nosotros cogimos un concepto similar para hacer “Route One” (Krúnk, 2016), con un coche que iba dando la vuelta a la isla. Vamos en contra de la instantaneidad de nuestros días. En la última gira diseñamos una camiseta que me encanta, en la que ponía “Slow And Loud” (lento y alto).
En esta gira habrá conciertos con orquesta y sin ella. Coincide en el tiempo con la gira orquestal de The Who, a sus casi ochenta años. ¿Tú te ves girando a esas edades?
Es difícil de responder. Por un lado, creo que girar a gran escala, como hemos hecho durante años, es algo que no haría toda la vida. Pero sí me veo haciendo conciertos sueltos cuando sea más mayor. Aunque, quién sabe, quizá en quince años estaremos haciendo una gira de tres años y trescientos conciertos. Eso conecta un poco con uno de los principios que nos marcamos cuando fundamos la banda: estaríamos haciendo esto mientras fuera divertido y excitante. Lo mismo pasa con los conciertos.
Ante el acusado incremento del precio de las entradas, ¿cuál es vuestra posición?
Nuestro objetivo siempre ha sido que las entradas de nuestros conciertos fueran baratas. Pero el problema es que la banda no decide eso en absoluto. Podemos presionar, pero hay muchos factores que entran en juego a la hora de determinar el valor. Uno de los principales actualmente es la escalada de costes en los billetes de vuelo, y los recargos por envío y transporte de material se han doblado. Y para que a una banda le salga a cuenta girar, hay que ajustar los precios. ∎