Antonio Luque: el alegato meridional.
Antonio Luque: el alegato meridional.

En portada

Sr. Chinarro

En su máximo esplendor

Fotos: Alfredo Arias

Rockdelux 249
(Marzo 2007)

Sr. Chinarro, portada en Rockdelux tras publicar “El mundo según” (2006), confirmación de su mejor momento histórico al ser la continuación de “El fuego amigo” (2005); ambos, discos del año en la revista. Catorce años después de su primera grabación, Antonio Luque se nos aparece con una estatura heroica. Porque nunca se ha resignado. Ha resistido a la precariedad de la industria musical independiente española, a las dificultades para mantener una banda estable y a la tentación de ejercer de eterno genio incomprendido. Y gracias a ello gozamos de uno de los momentos más dulces de la historia de nuestra música popular. 

La bonhomía, una atenta disposición y un indisimulable entusiasmo por lo que el futuro de Sr. Chinarro pueda depararle. Si hace años un periodista hubiera descrito en estos términos su encuentro con Antonio Luque, habría existido la sospecha de que era un puro infundio. Porque alrededor del músico sevillano se había ido generando una leyenda que reparaba en su talante elusivo y displicente, así como en la forma sarcástica y hasta resentida de hablar de cuanto lo rodeaba, empezando por sí mismo y por sus discos. Pero aun sin considerar que algunas socarronerías y maldades de su afilada lengua meridional pudieran haberse amplificado, no faltaban razones para más de uno de sus desánimos. La esencial: Luque no se ganaba la vida con la música. Y que alguien que disco tras disco se cobraba los elogios encandilados de la prensa especializada tuviese que financiarse de formas que nada tenían que ver con los escenarios no era solo una anécdota accesoria, sino un diagnóstico en extremo deprimente sobre nuestra situación cultural. Hubo un momento incluso, que posiblemente coincidiera con la publicación de un trabajo tan áspero y opaco como “La primera ópera envasada al vacío” (Acuarela, 2001), en que pudo tenerse la sensación de que el sevillano había tirado la toalla. Que había aceptado con indiferencia la imposibilidad de hacer trascender su música y que su voluntad ya no encontraría el temple indispensable para crear ese disco iluminado, arrebatador y redondo que su talento portentoso siempre nos había hecho esperar.


“Yo pienso que me gustaría no perder el pelo, no engordar y no destruirme con ningún tipo de sustancia porque tengo muchas ganas de seguir. Pero no me planteo nada más”

Antonio Luque



Resultó, no obstante, que en 2005 editó “El fuego amigo” (El Ejército Rojo-RCA-BMG), una inspiradísima colección de temas por la que supimos que algo muy sustancial había cambiado. Sr. Chinarro no solo sonaba mejor que nunca, sino que había enfocado y concentrado sus virtudes; había conseguido que sus letras fuesen a la vez más accesibles y más evocadoras que en ninguna ocasión anterior y su ilustración musical presentaba más matices, amplitud y depuración que en cualquiera de sus discos precedentes. Pero había aún otra cuestión primordial: la actitud. Algo que se demostró cuando, pese a una entusiasta acogida crítica, nuevas eventualidades discográficas frustraron una vez más la difusión que merecía el álbum. Luque no vaciló entonces en cambiar de sello, mantuvo la fe en la banda que le había dado una añorada estabilidad –Jordi Gil (guitarra), Pablo Cabra (batería) y Javier Vega (bajo)– y facturó una obra aún más poderosa si cabe: “El mundo según” (Mushroom Pillow, 2006), álbum nacional del año en Rockdelux. La maravillosa nueva era que el artífice de Sr. Chinarro no se había dejado doblegar por el aprendizaje de la decepción y su genio había prevalecido.

Es con este hombre resuelto con quien hablamos en Madrid de esos años de duras pruebas, de sus expectativas actuales y del misterioso oficio de hacer grandes canciones. Una conversación siempre escurridiza porque, como convenimos, cifrar en qué consiste el numen de la música, un arte donde fondo y forma son tan indisolubles, resulta tan apasionante como peliagudo. “Como decían en una película –apunta Antonio Luque–, es como bailar de matemáticas”. Pero también, como le sugiero, por su propia reluctancia a hablar de sus obras pasadas. ¿Por un sentimiento de extrañeza respecto a ellas una vez compuestas o más bien por pudor? “Supongo que se mezclan las dos cosas, porque soy bastante tímido y bastante inseguro. Pero, además, es que si no te olvidas de lo que acabas de hacer, no puedes empezar a hacer una cosa nueva. Y no puedes estar dándole vueltas a lo que, por otra parte, no tiene ya remedio, como es la grabación de un disco que ya se ha publicado”. En cualquier caso, el autor no puede estar de guardia para que se le interprete adecuadamente: “He dicho un millón de veces que me gusta ir a los estudios de grabación porque allí la idea que tienes en la cabeza toma una forma, que podría haber sido otra, pero toma una por las casualidades del momento, por la manera en que el técnico haya puesto el micrófono… No sé, todo influye… incluso la humedad del aire, la madera de los instrumentos… Y finalmente suena de una manera, y una vez que está grabada lo único que se puede hacer es pedir al técnico que la ponga muy fuerte para flipar en ese momento y… ahí se acaba. Y una vez que se acaba, lo que uno tiene que hacer es lavarse las manos y a pensar en lo siguiente”. Ese tenaz deseo que nunca le ha abandonado: “Yo pienso que me gustaría no perder el pelo, no engordar y no destruirme con ningún tipo de sustancia porque tengo muchas ganas de seguir. Pero no me planteo nada más”.

Rockdelux 249 (Marzo 2007). Foto:  Alfredo Arias. Diseño: Nacho Antolín
Rockdelux 249 (Marzo 2007). Foto: Alfredo Arias. Diseño: Nacho Antolín

Sin embargo, también ese característico desapego admite hoy matices y hasta consiente cierta reconciliación con el pasado: “Yo he pasado unos años muy duros, primero trabajando con mi padre y luego trabajando en una fábrica por turnos, teniendo que dar órdenes sobre cosas que no me interesaban en absoluto a gente que ganaba muy poco y estaba fastidiada porque también trabajaba por turnos. Y yo no era feliz, y muchas veces me he podido comportar como un verdadero estúpido con gente que me ha acompañado y me ha ayudado a hacer música. Pero todo eso ha quedado atrás, y cuando pienso en mi pasado lo recuerdo con mucho cariño y ya está. Otra cosa es si me meto en la piel de un crítico musical y tengo que hablar de grabaciones antiguas. Entonces puedo encontrar muchos fallos. Y es que tengo que decir que aquellos discos antiguos –sobre todo porque hay fans que se empeñan en decir que son mejores, y hay veces que me molesto… yo, que tengo un pronto… un poco malo– sonaban FATAL, que hay mil millones de fallos en las letras, en cómo se grabaron, etcétera. Y parece que eso es echar piedras sobre mi propio tejado, cuando lo que quiero destacar es que he aprendido mogollón de cosas y que estoy muy contento con mi nuevo camino. También contento por el pasado, pero reconociendo que el culpable de muchas cosas era yo porque no era feliz y porque no tenía tiempo para hacerlo mejor”.


“Yo he pasado unos años muy duros, primero trabajando con mi padre y luego trabajando en una fábrica por turnos, teniendo que dar órdenes sobre cosas que no me interesaban en absoluto a gente que ganaba muy poco y estaba fastidiada porque también trabajaba por turnos. Y yo no era feliz”

Antonio Luque



De hecho, la profesionalidad y el fin de la esquizofrenia de mudar continuamente de la piel de artista a la de responsable de una planta industrial y viceversa es una llave de paso del momento que atraviesa Antonio Luque: “Lo bueno de vivir de la música no es que vivas de la música, sino que vives con la música todo el día. Por vivir de la música todo el mundo se imaginará a Bisbal con sus apartamentos en Miami; y no se trata de eso, sino de tener un sueldo nada más, ser un trabajador más de la música. Y cualquier cosa, cuanto más le dediques más producto dará. Si tienes una plantación de árboles y le dedicas tiempo, te dará más fruto que si la tienes abandonada o vas de vez en cuando a hacer una barbacoa por allí”.

Nada que fuese necesario subrayar si no se diera la circunstancia de que la imagen de catástrofe inminente y de informalidad que en algún tiempo propagó ha acabado por ser una carga demasiado molesta: “Muy bien. Chinarro ha hecho algunos conciertos, hace ya mucho tiempo, malos. Se sigue hablando de eso y todo el que hable de eso, dentro de la industria musical pequeñísima de este país, está ayudando a que haya gente que diga: ‘No voy a verlos, no vaya a ser que vuelva a pasar’. Hace mucho que eso no pasa y el que insista que piense por qué lo hace. Yo no lo comprendo. Y me llama mucho la atención que tampoco se hable de cómo son las salas de conciertos de este país. Porque hay muchas que son pa-té-ti-cas, que suenan fatal, que no servirían ni para jugar al ping-pong. Y, sin embargo, se organizan conciertos y, claro, como la culpa siempre la tenemos los grupos… Yo he ido a teatros, preparados como auditorios con dinero público y demás, donde enfrente del escenario había… un frontón. O sea, un frontón propiamente dicho (risas)… pensado para que rebotara el sonido. Y, claro, luego a la gente no le gusta la música en directo…”.

En el mar de la tranquilidad.
En el mar de la tranquilidad.

Cierto es que esa leyenda tiene un reverso romántico. La de viejos seguidores de Sr. Chinarro que recuerdan con un celo casi amoroso aquellos tiempos en que defender la excelencia de Antonio Luque, su hermetismo y sus maneras intempestivas, no era precisamente ir a favor de obra. Y que consideran que este de hoy, más cercano y directo, resulta menos sugerente y auténtico que aquel. Pero al músico de El Aljarafe no parece ablandarle ese culto sentimental, como el de quienes le dicen echar de menos a David Belmonte, mano derecha de Luque en los álbumes “Compito” (1996), “El porqué de mis peinados” (1997) y “Noséqué-nosécuántos” (1998), los tres editados por Acuarela. “Belmonte tenía una gran habilidad para encontrar desarrollos melódicos una vez que la canción estaba ya en marcha –dice Luque–. Pero había algo que ni él sabía, ni yo sabía, ni nos decía el técnico que estaba en el estudio ni he leído nunca en ninguna crítica. Y es que un acordeón puedes meterlo cuando ya llevas dos minutos de canción y la cosa se está repitiendo. Pero meterlo de principio es un error. Y, además, empezaba a cantar y seguía el acordeón. ¡No! Haz callar al puto acordeón, que hay un tío cantando. ¿Que por qué digo yo esto si nadie lo había notado? Pues porque soy un bocazas y no me sé callar”.


“Porque una canción tiene que ser una canción: un par de estrofas, un estribillo, un mensaje claro, conciso y fuera. Vamos, a no ser que quieras hacer canciones de ocho minutos donde cuentes una opereta”

Antonio Luque



Luque considera que, en cambio, en sus dos últimos discos todo resulta mucho más medido y reflexionado: “No es solo que suenen mejor. Es que las canciones están mejor cuadradas. Por ejemplo, y puede parecer una tontería pero no lo es, en ‘El mundo según’ no hay ni un acento cambiado. Recuerdo haber escuchado una canción hace tiempo en la que la cantante decía ‘electronica’ (con acento en la sílaba llana) para poder rimar. ¿Pero qué coño es la ‘electronica’?”.

¿Faltan fundamentos de composición en el pop español? Creo que sí, y no quiero que me pasen esas cosas porque quiero avanzar, quiero continuar y no parar.

Esta declaración tan contundente de seguridad en estar acercándose cada vez más a la escritura de perfectas piezas de orfebrería pop –“porque una canción tiene que ser una canción: un par de estrofas, un estribillo, un mensaje claro, conciso y fuera. Vamos, a no ser que quieras hacer canciones de ocho minutos donde cuentes una opereta”– tiene su correlato en dos discos que en dos años consecutivos se han encaramado a la cima de lo mejor del año según Rockdelux. Aunque, como ya advertíamos al principio, no basta para explicar ese algo inexplicable que distingue lo bueno de lo excelso. Las claves de esa genialidad hay que perseguirlas en mil sitios más. En ese sentido del humor prendado de amor a lo fugaz y a lo pequeño, pero también de una tímida melancolía que hace a Luque tan único; o en su instinto cada vez más aguzado para los juegos de palabras, los cambios de contexto y los tropos fulminantes. E incluso en la buena estrella: “Este grupo –asegura– ha entrado en una espiral de suerte”. ¿Por qué no?

Aquella noche nos despedimos en el Santiago Bernabéu. En el partido que se iba a jugar, para nuestro deleite, un Betis en posiciones de descenso eliminará al Real Madrid de la Copa del Rey. Y es que, sea como sea, nadie puede dudar de que Sr. Chinarro está hoy bajo el influjo de algún duende protector. ∎

La canción Chinarra

El propio Antonio Luque ha bromeado con la posibilidad de estar escribiendo siempre la misma canción. Pese a lo exagerado de la proposición, hay una serie de recursos y estrategias, tan personales como reconocibles, que se mantienen a lo largo de toda su obra. Cuatro de muestra.

Sal de la tarta

de “Compito” > Acuarela, 1996

“Don confitero: un monje duerme en su armario, un espino en la maceta, un mal sastre en el percal, una promesa en la garganta, una bruja en el hechizo...”.

Con “Sal de la tarta”, el imaginario de Luque adquiere la levadura popular y terrestre que tanto juego habrá de darle. Como si el pintor José Gutiérrez Solana hubiese escrito canciones.

Ouija

de “El porqué de mis peinados” > Acuarela, 1997

“En el trampolín de la piscina, desde el mes de junio abandonada, tu cuello es el espejo de las hadas”.

La capacidad casi cinematográfica para entrelazar distintos planos –el cotidiano y el sobrenatural– es pasmosa. Con razón está entre sus favoritas.

El rayo verde

de “El fuego amigo” > El Ejército Rojo-RCA-BMG, 2005

“Un fenómeno celeste no es tan espectacular. Sale justo un rayo verde en el horizonte que hoy también se ha vuelto a nublar...”.

Durante más de una década, se ha hablado con frecuencia de la aptitud del sevillano para las asociaciones de ideas insólitas, para el encuentro de metáforas y para la introducción de distintos registros, con especial querencia por el coloquial, en un mismo texto. Pero cada vez más esas mañas sirven para contar una historia. La poesía inquietante que se esconde tras las cosas más cercanas: el rayo verde.

La canción de G.G. Penningstone

de “El mundo según” > Mushroom Pillow, 2006

“Y tu idioma, que no sé cuál es, es parecido al irlandés, y el llanto que sí que comprendo”.

Incluso desnudo hasta el esqueleto y en su clave más naíf (está canción es prácticamente una nana), el universo de Antonio Luque continúa siendo inimitable. Ningún tema describe tan bien la nueva piel de Chinarro para la vieja ceremonia. ∎

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