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Hacía años que no se hablaba de Tina Turner (1939-2023) en los medios de comunicación, ocupada como estaba la cantante en recuperarse de los múltiples problemas de salud que la atormentaron desde poco antes de su boda en 2013 con el productor y ejecutivo discográfico Erwin Bach, expresidente de la compañía EMI en Alemania y Suiza. Meses después de casarse, Tina tuvo que superar las secuelas de un ictus y de una grave hipertensión arterial que terminó provocando insuficiencia renal crónica al negarse a recibir tratamiento médico convencional y abandonarse en las supuestas bondades naturales de la homeopatía. En 2017, su marido le donó uno de sus riñones y el trasplante sirvió al menos para prolongar su vida unos años. Tina Turner falleció el 24 de mayo de 2023 en su lujoso domicilio de Küsnacht, perteneciente al cantón suizo de Zúrich, donde vivía desde 1994 y donde había renunciado a la ciudadanía estadounidense para nacionalizarse suiza en 2013.
Pero su leyenda se había forjado mucho antes, a mediados de los años cincuenta, cuando ella era apenas una adolescente en manos de uno de los músicos negros más cínicos, malvados y prolíficos de la época, el gran Ike Turner (1931-2007). Una historia con ribetes de tragedia que casi todos conocen, pero que merece la pena pespuntear a grandes rasgos. Y quién mejor que la bestia negra del periodismo musical británico para dibujar los trazos gruesos de semejante biografía. En 1969, Nik Cohn se refirió a Tina Turner en las páginas de su libro “Auambaluluba balambambú” con palabras que hoy, en un mundo ahogado por la dictadura de lo políticamente correcto, difícilmente pasarían el filtro editorial: “La única rival de Aretha Franklin era Tina Turner, a la que ya he mencionado al hablar de Phil Spector. En ‘River Deep, Mountain High’ apareció como una voz de grandes posibilidades, un huracán, pero debió ser por la mano de Spector, porque nunca ha vuelto a ser tan buena. Normalmente se ahoga en la misma histeria arrebatada que Aretha desprecia y que aburre a cualquiera. Realmente se malgasta a sí misma. Pero no importa, es muy sexi. Es una mujer tremenda, con el pelo largo que le cae por la espalda, una cara bellísima de animal salvaje y un culo verdaderamente fantástico. No es que sea mona, es lo más sexi que pueda imaginarse. Su energía es infinita; se lanza al escenario como una loca, con el pelo golpeándole la piel, y su culo, siempre su culo. El sudor le cae a chorros, aprieta los dientes, su aspecto es terrorífico. Mientras tanto, Ike Turner, su marido, toca por detrás la guitarra con aire perverso. Es de pequeña estatura, con perilla y una mirada cínica y triste. Parece un elegante mago negro, tan tranquilo y tan siniestro, y Tina es su hechizo, la esclava poseída por su espíritu. Recuerdo haberlos visto en un club de Londres desde debajo del escenario. Tina empezó a dar vueltas, saltar y gritar, y de pronto se me vino encima como una avalancha, el culo por delante, toda aquella carne agitándose y saltando sobre mi cara. Me eché para atrás para protegerme y lo mismo hicieron todas las primeras filas: de pronto, alguien tropezó y todos caímos al montón, revolviéndonos y maldiciendo, como peces cogidos en una red. Cuando volví a mirar hacia arriba, Tina seguía moviéndose encima de nosotros, con el culo todavía explotándole; nos dirigió una mirada de triunfo, tan descarada, tan presumida, tan malvada. Usaba su culo como una bola, a nosotros como juego de bolos y marcaba el tanto. Una mujer terrible: su carne disolviéndose y su pelo flotando al aire, sus dientes de carnívoro brillando. Se desayunaba con nosotros”.
Ike Turner nació en 1931 en Clarksdale, Mississippi, la patria chica de Sam Cooke, Son House, John Lee Hooker, Eddie Boyd y Junior Parker, entre otros. Como ellos, en los años cincuenta se ganó una merecida reputación al frente de su banda de rhythm’n’blues, The Kings Of Rhythm, referencia del género desde su éxito con el single “Rocket 88” (acreditado a Jackie Brenston, su saxofonista y cantante) y vivero de músicos e instrumentistas, solo un nivel por debajo de las orquestas de B.B. King, Ray Charles y James Brown. En 1956, Ike recaló con su banda en San Luis, donde vivía la joven Anna Mae Bullock (el nombre de Tina en la partida de nacimiento) con su hermana Alline y su madre, una india cheroqui con sangre negra. La familia se había instalado allí después del divorcio de los padres, huyendo del ambiente de extraordinaria pobreza de su ciudad natal, Brownsville, en Tennessee, unos doscientos kilómetros al norte de Clarksdale, en el epicentro del Cinturón Bíblico y de la América Negra.
Tina, que había hecho sus pinitos en el góspel de la iglesia bautista local, conocía la música de B. B. King y de otros grandes del rhythm’n’blues y se las apañó para subirse al escenario y deslumbrar a Ike Turner, un tipo capaz de olisquear el talento a millas de distancia. Incorporada al grupo de Turner como corista, enseguida conoció las miserias de la promiscuidad de la vida en carretera de aquellos trotamundos. Fruto de una relación con el saxofonista de Ike, Raymond Hill, tuvo su primer hijo antes de cumplir veinte años. En 1960, Tina se ganó un puesto de honor en la banda de Ike al interpretar la voz solista en el single “A Fool In Love”, que llegó al Top 2 en las listas de R&B de ‘Billboard’. Las cosas cambiaron a toda velocidad: los Kings Of Rhythm cambiaron su nombre por Ike And Tina Turner Revue, rebautizada Tina por su ya esposo Ike en recuerdo de una de sus heroínas televisivas favoritas, Sheena, la reina de la selva. Al frente de la banda, con las legendarias Ikettes en los coros, Ike & Tina se erigieron en leyendas del soul de los años sesenta y primeros setenta, grabaron discos poderosos con Phil Spector y otros productores en varias discográficas norteamericanas (Loma, Kent, Tangerine, Blue Thumb, Minit, A&M y United Artists, entre otras), fueron teloneros en una gira británica y otra estadounidense de los Rolling Stones (Jagger admiraba el poderío vocal y rítmico de Tina y el sonido grasiento de su banda), se patearon una y otra vez los garitos del chitlin’ circuit, actuaron en el famoso concierto del año 1971 para celebrar la independencia de Ghana inmortalizado en el documental “Soul To Soul”(Denis Sanders, 1971), tuvieron un puñado de éxitos mayúsculos (“River Deep, Mountain High”, “Proud Mary”, “Nutbush City Limits”) y se codearon con todos los grandes del soul y el rock, desde The Who (con quienes inmortalizó a la Reina del Ácido en el tema “The Acid Queen” de la ópera “Tommy”), John Fogerty y Paul McCartney hasta Duane Allmann, Little Richard y Frank Zappa.
Aparte de los álbumes de estudio, se impone revisar algunos directos, allí donde Ike y Tina nunca fallaban, por ejemplo, “Live In Paris” (United Artists, 1971) o “What You Hear Is What You Get. Live At Carnegie Hall” (UA, 1971). Sin embargo, el LP que los entronizó en el canon del soul fue este “River Deep - Mountain High” facturado por Phil Spector; en realidad, la mitad del disco es un trabajo de Spector con Tina en solitario: el taimado productor expulsó a Ike Turner de los estudios mientras hacía y deshacía a su antojo a mayor gloria de su muro de sonido, que a veces empasta la voz indomable de Tina Turner hasta extremos irritantes, pero que casi siempre funciona gracias a un repertorio ideal para sus intereses. La otra mitad del álbum son versiones de viejos éxitos de Ike & Tina producidos por Ike al más puro estilo del viejo rhyhtm’n’blues sureño.
Ike & Tina Turner vivieron su edad de oro discográfica en la intersección de las décadas de los años sesenta y setenta. En este álbum apabullante deslumbra su zambullida en el cancionero primigenio de Nueva Orleans (“Ooh Poo Pah Doo”) y su gloriosa versión de “Proud Mary”, de Creedence Clearwater Revival. No tuvieron tanta fortuna aquí con el cancionero de The Beatles (“Let it Be” y “Get Back” suenan anémicas) como en su también espléndido LP “Come Together” (Liberty, 1970), pero se perciben ya los aromas a rock negro de Sly & The Family Stone en piezas incendiarias como “Workin’ Together” (firmada por Ike con su nombre al revés: Eki Renrut) o “Funkier Than A Mosquito’s Tweeter”.
Luces de neón y sábanas de terciopelo, quizá un universo pasteurizado para la leona salvaje que se había desgañitado a lomos de cancioneros mucho más rugientes y combativos que los de Mark Knopfler, Tony Joe White o incluso el reverendo Al Green, pero esta producción de mármol de Carrara le vino a Tina Turner como anillo al dedo. Ella también sabía desenvolverse sin problemas con composiciones más edulcoradas, un suave colchón de sonidos añejos a caballo entre el pop, el country y el soul de mesa camilla donde abundaban los momentos sublimes, desde esa piedra preciosa de Don Bryant y Ann Peebles titulada “I Can’t Stand The Rain” hasta el incunable de Al Green “Let’s Stay Together” y la que se convertiría con los años en su pieza de resistencia, “What’s Love Got To Do With It”. ∎