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ace unos días se desveló el cartel de la edición de 2022 del festival madrileño Mad Cool. Estando en México, me despertó el repiquetear de mi “wazzap”. Amigos diciendo: “Jo, qué bien que finalmente vuelves a Madrid, tío”. Así pasó mi mañana hasta que un fan me hizo reflexionar: “Qué bien que vuelve el Instituto Madrileño del Sonido al Mad Cool”. No me acordaba siquiera pensar en tocar en ese festival.
Pues me asomo al cartel y ahí estaba. Instituto Madrileño del Sonido. Un grupo con el mismo nombre que el mío. Un grupo con el nombre que he usado durante incontables veces para rebautizarme cada vez que paso por ahí. Me quedé helado.
El nombre del Instituto Mexicano del Sonido lo inventé pensando en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Y creo que es buen momento para aclararle el asunto a mis amigos españoles: en México, no significa “el cole”. Es un órgano burocrático que le brinda salud al pueblo mexa.
Cuando empecé, era un burócrata. Tenía mi trabajo con el que pagaba la renta y me ocupaba todo el día. A las 12 de la noche, desaparecía de las fiestas cual Cenicienta para poder despertar al día siguiente temprano y estar sentado en mi escritorio a las ocho de la mañana.
Siempre era la burla de mis amigos, claro. Ellos habían optado por ser músicos y no levantarse temprano. Para ellos, abandonar una fiesta a las 12 era absurdo. ¿Qué nombre más burocrático que el instituto Mexicano del Sonido? Ese era yo. Un doble agente. Disquero de día y músico de noche.
La verdad, y a la distancia, debí de escoger un nombre mejor. Durante las primeras giras en países no latinos, la gente no podía pronunciar el nombre y siempre terminaba mal escrito en los flyers de los conciertos. Para mi segundo disco, cuando fui publicado en Inglaterra y Estados Unidos, opté (estúpidamente) por llamarme también Mexican Institute Of Sound.
Una historia de nombres fallidos. A veces me llaman IMS, a veces MIS. A veces Instituto Mexicano del Sonido. Mexican Institute Of Sound. Mi Instagram es @camilolara. Nada coincide. Pero tampoco me parece necesario armar una red social para cada idioma en la que pongo mi grupo.
Y ahora, para añadir un grado más de dificultad, esto. La gente no sabrá quién es quién. Menudo desastre. Al explicar la situación en Twitter, un troll me escribió: “Entonces, @camilolara ¿todos los que le pongan Instituto y del Sonido tiene que contar con autorización?”. Y respondí: “Bueno. Respóndete a ti mismo @goodmota. ¿Qué pensarías de una banda que se llamara Bendita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio? ¿Los Amantes de Lala?”. Radio Futurista. Alaska y Dinamita. Love Of Labian. La Orquesta Mandragón.
Me tomó diez años hacer un sold out en Madrid. Créanme que he tocado en todo tipo de lugares. Festivales. Bares. Hasta shows improvisados en el Toni II. Lo he visto todo. De salas vacías a otras, las últimas, a reventar. Nadie me puede negar que he trabajado para tener un cierto grado de reconocimiento en España. Poco o nada, me lo he currado. Para mí, decir “juntos somos el Instituto Madrileño del Sonido” es un tema de comunión. Es conectar con el público. Volvernos cómplices. He sido madrileño, bogotano, mancuniano, angelino. Y cada vez que lo hago, lo siento.
Tuve contacto con Rob del Instituto Madrileño del Sonido. Y, afortunadamente, entendieron lo confuso de la situación. Al mismo tiempo, me sentí muy agradecido de inspirar a una banda en su génesis. Después de unos días de deliberación, cambiaron su nombre a La Liga del Sonido, que, a decir verdad, suena bien. Tal vez debería llamarme La Liga del Sonido Mexicano.
Agradecí tremendamente esa acción. Y, por otro lado, evitaron tener un nombre tan poco práctico como el que llevo yo en el lomo desde hace más de una década. Así que aquí va mi gran reflexión de todo esto: si van a montar una banda, busquen un nombre sencillo y contundente. No por nada los Beatles siguen siendo los “Bitels”. ∎