Poco antes de recibir la llamada de Santi Carrillo para anunciarme que la revista volvía en digital, recuerdo haber comentado con algún amigo que el vacío principal que dejaba la revista era la información sobre la escena local, algo que nuestro talento local iba sin duda a sufrir. Una de las señas de identidad de la revista siempre fue apostar por músicos que no tenían acceso a los medios de comunicación de masas para darse a conocer. Ni yo ni mucha gente hubiésemos llegado a escuchar jamás a gente con tanto talento como Nacho Umbert, ni los primeros andares de artistas con tanta proyección hoy como Silvia Pérez Cruz o Maria Rodés.
Pero la revista era mucho más que eso: para mí era también una invitación permanente a tener una cierta mirada abierta y heterodoxa hacia las nuevas vanguardias musicales. Recuerdo haber leído críticas feroces por la decisión de dedicarle una portada al reguetón. Eso también fue para mí durante años Rockdelux: una fabulosa ventana a la música sin dogmatismos ni prejuicios.
Pero si había algo que nos fascinaba a los lectores de Rockdelux, eran los repasos anuales a lo mejor del año que salía en enero. Cuando leí la noticia del cierre allá por mayo y recibí como todo suscriptor la fatídica notificación por correo electrónico, lo primero que pensé es que nos íbamos a quedar sin repaso anual, algo imperdonable teniendo en cuenta todo lo que nos ha caído encima en este 2020.
La revista es para mí como un viejo amigo. Por mi profesión y actividad política me he visto obligado a mudarme de ciudad en muchas ocasiones, y a cada mudanza creo que lo único a lo que me resisto absolutamente a deshacerme es a las cajas de revistas que siempre me han acompañado, y que ahora luzco orgullosamente en la estantería de mi casa en Bruselas. Para los amantes de la música, los discos y las canciones definen distintas etapas de nuestra vida. A mí me ocurre algo parecido con las revistas en papel de Rockdelux a las que siempre regreso en algún momento. Un pequeño tesoro del que estoy convencido disfrutarán también mis hijos cuando empiecen a hacerse mayores.
Supongo que, como a muchos de vosotras y vosotros, me costará acostumbrarme a leer Rockdelux sin papel. La digitalización avanza imparable y esto, tarde o temprano, tenía que ocurrir. Lo importante es que regresa un punto de referencia que yo particularmente en estos meses de pandemia y sin la revista no he sido capaz de suplir. El periodismo musical no es ajeno a la dinámica actual del periodismo en general: estamos tan avasallados de noticias como faltos de información de calidad.
Los amigos y amigas de Rockdelux me han pedido que les acompañe en este nueva etapa con una columna regular. Tengo que reconocer que, tras casi más de 25 años corriendo cada mes como un crío al kiosko, me hace una ilusión particular, aunque también me genera un gran respeto. A pesar de que contribuyo regularmente en medios de comunicación tanto nacionales como extranjeros, creo que hasta ahora nada me ha generado tanto respeto como escribir en estas páginas que tanto han significado en mi vida.
El regreso de Rockdelux sea quizá el primer destello de luz al final del túnel en el que nos metimos en marzo. Que así sea. ∎