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Firma invitada / Música de la basura

Luis Aguilé, queso de punk

En mi casa internet no hay pero dos platos de discos y dos cajas llenas de vinilos reventadas por las esquinas sí. Para los discotequistas no serán muchos, y además los tenemos alegremente desordenados, y además les ponemos las chaquetas encima, los bolsos, y en sus mismas cajas metemos también papelillos, libros ladeaos y los cascos con los que hacemos las pinchadas. En mi casa las pinchadas se hacen a la hora del desayuno, pa espabilarnos.

La última maravilla en entrar en tan selecta colección ha sido un vinilo que cogimos de un contenedor de basura. Quien lo abandonó tuvo el buen gusto de no meterlo dentro sino de dejarlo, discreta pero elocuentemente, encima, permitiendo que el devenir y no el ego del propietario decidiera sobre su destino final: la trituradora o una segunda vida. Quisieron dios y la virgen que nuestros caminos se cruzaran y desde hace dos meses “Todos mis éxitos del verano” de Luis Aguilé, editado por Ariola en 1974, alegra nuestros cafés con leche, nuestras tostadas con tomate y nuestros zumos de naranja.

Al principio era distante arqueología y superioridad moral por nuestra parte: letras cañí, como la de esa “La Chatunga” (compuesta por Marisa Simó) de quien se dice que es su sangre española lo que le da salero; o ese “Es el sol español” en el que se intenta ligar torpemente con las extranjeras. ¡Ah, qué tiempos oscuros sin punk!, suspirábamos, tan capullos yo y los míos. Pero avanzamos en su escucha y ocurría que los dos únicos criterios con los que valoramos los discos se activaban: o nos hacía abandonar lo que estábamos haciendo para detenernos a escuchar, o nos hacía puto bailar en los seis metrillos cuadrados de salón que tenemos. “Juanita Banana” es una pieza de surf metálico en la que una soprano canta sobre una percusión primitiva, sumándosele la teatral voz de Aguilé ronquísima, pretendiendo imitarla sin conseguirlo. El tema es de Los Peels, pero Aguilé lo milmejora al resaltar las trompetas frente a las guitarras, con lo que aumenta la psicodelia; y al embrutecer la voz, o sea, al punkearlo. “El Tío Calambres” es una rumba vertiginosa y tartamudeada, siendo precisamente el tartajeo su filón flamenco, que parece un taconeo. “Vamos a Pamplona” es una canción hooligan sobre los Sanfermines en la que todo el mundo, incluido el cantante, está borracho (según internet fue censurada en la radio “porque desprestigiaba la ciudad y la fiesta”) y cuando dice “¡riau-riau!” parece que dice “¡Oi Oi!”). “Dile” es la traducción española que hizo Aguilé de “Tell Him” o “Tell Her” (en inglés se adapta heteronormativamente al sexo del intérprete, pero la versión española es, aleluya, neutra) del compositor Bert Russell: un rocanrolillo agudo y popi que funciona como excelente pausa entre temas más frenéticos. La propia “La Chatunga” es un martillo pilón rítmico y poético, que “baila a la luz de la luna y en la arena pone su descalzo pie”.

Como con “Demolición” de Los Saicos, esos limeños de biemplanchados pantalones de pinzas que en 1964 inauguraban el punk mundial rompiéndose la garganta sobre un clásico twist; Luis Aguilé, con esa timidez con que posa las yemas de los dedos en la guitarra y esa cara de niño triste que se gasta en la contraportada del disco este, es en España, antes de que llegara La Banda Trapera del Río a cagarse en todo, un burlador de los géneros a través de mixeos inesperados y de ridiculizaciones en las letras y en la interpretación, como hiciera veinte años después, por ejemplo, Siniestro Total, al cantar encima de melodías folclóricas o infantiles sin cambiarles una nota ¡y a veces sin cambiarles ni una letra! Bendito seas, Luis Aguilé, que ordeñabas al entertainment franquista y hacías queso de punk. ∎

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