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Firma invitada / Memoria y fantasía

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D

ecía Cesare Pavese: “La única alegría del mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante”.

Y ahora que me dispongo a escribir mi primera columna, me inquieta el no haberlo hecho antes y haber dicho inmediatamente que sí cuando me lo propusieron. Me entusiasma atreverme con lo desconocido, aunque después piense que no estoy preparada. Cuando he expresado a algunas personas mis dudas, todas me responden lo mismo: para escribir una columna lo único que necesitas es tener muy claro lo que quieres decir e ir a por ello. Disimulo y respondo convincentemente: Sí, es verdad, eso haré”. Y por dentro sigo igual de perdida. Esto que mis amigos me dicen me lleva a recordar el discurso que Carmen Martín Gaite pronunció cuando recibió el premio Príncipe de Asturias: “Quien tiene pasión por la palabra y está abierto a ella recibe, tanto de los libros que ha leído como de las conversaciones que ha escuchado, un continuo acicate que le puede tentar a escribir, una especie de savia que le entra por todos los poros”.

Estas palabras me imponen, y al mismo tiempo “me ponen”. Pero qué difícil es escribir bien y encontrar lo que quieres decir con el ruido que hay fuera.

Pongo música y vuelvo a encender el ordenador. Últimamente, cuando no puedo dormir o se me vuelven revoltosas el alma y la mente, que suele ser casi siempre por no decir siempre, escucho a Max Richter, concretamente el disco “Sleep” (2015). Me lleva acompañando desde la pandemia.

Antes de Richter estuve obsesionada con los discos de música experimental de Brian Eno. Escuchaba de manera compulsiva “Reflection” (2017). Me salvó la vida en unos momentos muy delicados por los que pasé en Granada, justo el año que salió ese disco. Recuerdo que por las noches lo ponía y me calmaba, no puedo explicar por qué, solo sé que era lo único que podía aliviar el desconsuelo que por aquel entonces me invadía. Después de “Reflection” pasé a “Music For Airports” (1978). La sensación de estar entre las nubes, de volar, eso es lo que me produce escuchar la música experimental de Eno y la de Max Richter, la sensación de estar protegida.

Es cierto que cuando empecé a escuchar esta música no sabía quién era quién, ni quién era Cluster, ni Moebius, ni Roedelius, ni por qué era tan importante Brian Eno... Solo sabía que era ese tipo de música el que quería escuchar, porque me hacía bien y me estaba ayudando a sobrevivir en aquellos momentos. Todo lo demás, nombres, estilos, etiquetas, etc... me sobraban. Solo me interesaba la música, la esencia y lo que esta provocaba en mis sentidos.

Un día fui a casa de mi amigo David Rodríguez (La Estrella de David) y creo que estaba escuchando el disco “After The Heat” (1978), segundo álbum en colaboración de la banda alemana Cluster junto a Eno. Fue una sorpresa para mí, pensaba que solo yo era la rara que no andaba escuchando lo que casi todo el mundo escuchaba en aquel momento, en aquel verano. Me contó que últimamente estaba escuchando mucho kraut. No le pregunté por qué, solamente le dije que yo también, aunque no sé si me creyó por la cara que puso y porque a continuación le dije que había venido a verle para que me ayudase a hacer un disco de rumbas inspirándonos en Lola Flores, Bambino y María Jiménez. De aquella visita surgió nuestro disco “Lo que te falta”.

Con el tiempo he entendido el porqué de mi necesidad y atracción por ese estilo musical donde no priman las estructuras y fórmulas convencionales que utilizamos para hacer canciones, sino más bien todo lo contrario. Suelen ser atmósferas, climas, simuladores de voces de otro planeta que no me sobreestimulan más de lo que ya estoy, que no me inducen al cuestionamiento personal, profesional y al insomnio, sino todo lo contrario, alimentan la necesidad de sugerir más que la de subrayar, de soñar más que de pensar, de escribir para saber quién soy y de vivir para cantar más que de cantar para vivir.

En ocasiones se necesita silencio dentro para poder hacer ruido fuera y para encontrar lo que se quiere decir y trabajar con una “determinada determinación”, como decía santa Teresa de Jesús.

A veces no hay que pensar tanto y hay que sentir más, fomentar la naturaleza del instinto más que la reflexión procedente de un cálculo, como nos recuerda Natalia Ginzburg en la delicia de ensayo “Las pequeñas virtudes”: instinto y reflexión, memoria y fantasía. ∎

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