ltimamente no hay quien deje pasar la ocasión de cargarse la Transición, aunque es verdad que las sentencias las pronuncian tribunales éticos constituidos a toro pasado. De esos que concluyen, inflados de virtud, que la democracia se echaba mucho a faltar en la corte de Keops y la presencia de la mujer en la “Odisea” es censurablemente patriarcal (a pesar de que Circe, convirtiendo en cerdos a los compañeros de Ulises, podría considerarse una estimulante visionaria de la corrección política).
Porque si descontamos la crisis económica, el golpismo de los nostálgicos de la dictadura, los estragos de la heroína y un terrorismo cruel y estúpido, la crónica de las aventuras de esos años tiene algo de cómico y de instructivo a la vez. A fin de cuentas, fue entonces cuando fenómenos sociales como la liberación sexual o artísticos como el punk estallaron en España. Y Ramoncín cantaba “Putney Bridge”, un tema excelente que ya advertía de que “si vuelven los de siempre, es que algo anda mal”.
Esa crónica no está en ningún ensayo erudito, sino en los artículos de Moncho Alpuente y de Ramón de España, en los cómics de Nazario y Gallardo y en las películas de la última estantería del videoclub. Entre “Lo verde empieza en los Pirineos” (1973) y “Sin bragas y a lo loco” (1982). Cine no apto para estetas relamidos, pero que dice más sobre una época que varios tomos del diario de sesiones del Parlamento.
En esas películas, rodeada de galanes como Andrés Pajares y Fernando Esteso (que, afortunadamente, no se quitaban el calzoncillo en ningún caso), alcanzó el estrellato Susana Estrada. La misma que enseñaba las tetas ante el alcalde de Madrid –una foto que dio la vuelta al mundo y que demostró cómo las gastábamos los españoles en materia de libertad– y se erigió en musa de los obsesos necesitados de desfogue: la sacerdotisa del desnudo integral. Últimamente se ha hablado mucho de tetas a propósito de Rigoberta Bandini, pero Susana Estrada fue la precursora de cualquier disquisición en tan ardua materia.
Susana fue una estrella integral que no solo se desnudaba (aunque rara era la ocasión en que dejaba de hacerlo), sino que frecuentaba la compañía de escritores y políticos, se sentaba en el regazo de Berlanga y hacía sus pinitos en el cabaret. Su espectáculo “Historias del strip-tease” recibió críticas demoledoras, pero el aplauso de un público lascivo y entregado: un auténtico fenómeno de masas en el que gozaba de especial predicamento su número copulando con un simpático e indesmayable robot.
También mantuvo un consultorio sexológico en la revista ‘Play-Lady’, donde despachaba unas respuestas tan explícitas que acabaron en condena por escándalo público. Hasta cierto punto, tuvo suerte: posiblemente hoy, por las mismas respuestas, sería lapidada. El reciente documental “Susana y el sexo” (César Vallejo, 2021) nos da algunas claves sobre el personaje y nos muestra a una mujer que abomina del reguetón por vulgar mientras defiende que su canción “¡Fóllame ya!” era el paradigma de la delicadeza.
Porque Susana también cantaba. El tiempo suele ser inclemente con los grandes artistas, pero el sello Espacial Discos recopiló en 2017 lo mejor de su obra y lanzó “The Sexadelic Disco Funk Sound Of Susana Estrada”, donde el melómano puede encontrar piezas como “Machos”. Lamentablemente no se incluye en esta antología la cara B de aquel single, el “Rocks Popurrí” en el que la emprende con “Fever”, “Be-Bop-a-Lula” y “King Creole” y sale extrañamente airosa del empeño. Quien quiera profundizar sobre este particular hallará en YouTube “Susana Estrada y el Rock & Roll”. Material esclarecedor.
En “The Sexadelic…” se recuperan también varios temas de su único LP, “Amor y libertad” (1981), una maravilla absolutamente minusvalorada por la crítica y que es la demostración de que en España se podía hacer un magnífico funk de igual a igual con los grandes del género. Canciones como “¡Gózame ya!” –la productora se negó a utilizar el honesto título original “¡Fóllame ya!”, aunque no hizo modificar la letra– evocan un elegante modern soul (“si me vas a follar mi amor, fóllame ya”). Y “Voy desnuda” y “¡Qué calor!” alternan todo tipo de ritmos y transmiten un edificante mensaje liberal y antidrogas. Por otro lado, “¡Quítate el sostén!” compone un discurso feminista un tanto particular y saca un notable partido a una voz tan sugerente como otras partes de su anatomía.
Susana era tan la Transición como las Jornadas Libertarias del Park Güell y la legalización del PCE, como la breve primavera de la libertad y el sexo; cuando pensar que el rey era un corrupto y que un enajenado ruso atacaría Europa solo podía ser la consecuencia de un mal viaje. Olvidarla es más difícil que dejar el tabaco. ∎