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Si bien McCartney no fue el primer músico en adoptar esta dieta –ya estaban ahí John Coltrane y Bob Marley, por ejemplo–, quizá solo Morrissey ha hecho más aún que él de su dieta una seña de identidad, y a él le debemos el himno no oficial del veganismo, “Meat Is Murder”, que ha suscitado conversiones como la de Thom Yorke, aunque este ha admitido que también influyeron las ganas de impresionar a una chica vegana. De todos modos, el proverbial bocachanclismo del genio de Mánchester no siempre ha jugado a favor de la causa, porque declarar que “los veganos son seres superiores”, o que “comer carne equivale a pedofilia”, o ambientar sus conciertos con vídeos de un matadero, probablemente haya disuadido a más de un fan que podía ver con simpatías la idea.
Ni siquiera todos los músicos que no comen carne están de acuerdo con él. Chrissie Hynde, tan veteranísisima activista vegetariana que en sus años mozos fue detenida por pintar con sangre falsa la fachada de un Kentucky Fried Chicken parisino, y que incluso fue propietaria de un restaurante vegano, VegiTerranean, ha lamentado en público el talibanismo de algunos activistas, que considera que “hace más mal que bien”. Aunque en el mundo de la música se han dado también conversiones tan radicales como la de Fat Mike, de NOFX, que pasó de escribir álbumes despollándose de los vegetarianos –como “Liberal Animation” (Wassail, 1988)– a convertirse él mismo en uno y a cantar temas loando las virtudes opuestas.