Es un error común, uno de los false friends clásicos del inglés: cuando The Rolling Stones cantaban eso de “Sympathy For The Devil”, todos pensamos en un primer momento que sentían simpatía por el diablo. La confusión tenía su lógica: no es difícil imaginar a Mick Jagger tomando infusiones de azufre con el mismísimo Belcebú. Por otra parte, admitámoslo: ¡todos sentimos simpatía por el maligno!, ¿quién en su sano juicio prefiere ver “Los diez mandamientos” antes que “La semilla del diablo”?, ¿y quién preferiría salir de cañas con Paul, Noel y Carl antes que con John, Liam y Pete? Solo que ese “sympathy” había que traducirlo en realidad como “compasión”. Una divertida confusión que bien podría estar en el punto de partida de “Pobre diablo”, la nueva serie de animación para adultos de los diablillos de la familia Chanante, con guion de Helena Pozuelo, ocho capítulos de media hora, muchas risas y gran corazón, ya disponible en HBO Max.
Si en la canción de Jagger y Richards a Satanás se le atribuía estar detrás de todos los seres malvados (Rasputín, el asesino de Kennedy, Froilán, Elon Musk…), a la muchachada tras “Pobre diablo” podemos atribuirle estar detrás de la mayor revolución del humor en nuestro país, un relevo generacional a base de surrealismo cañí, cultura pop y toneladas de incorrección que dio el pistoletazo de salida con la mítica “La hora chanante” y que llega ahora hasta “Pobre diablo”, una miniserie de animación para adultos creada a seis manos (y tres rabos) por Miguel Esteban, Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla para HBO Max. El alcance popular de su particular fórmula de poshumor es el que les ha librado de vender su alma al diablo para permitirse una auténtica delicatessen salvaje, un proyecto de pasión de los tipos detrás de Enjuto Mojamuto y Maricón y Tontico: animación para adultos que sabe a madrugada de MTV en los noventa y a futura serie de culto, en el hueco del estante que va entre “Rick y Morty”, “Bojack Horseman” y “South Park”.
El protagonista de “Pobre diablo” es Stan, un chaval cualquiera que empieza a notar la presión que supone llegar a la mayoría de edad. Solo que las expectativas en torno a Stan no pasan exclusivamente por enfocar su vida laboral y sentimental. El adulting de Stan es algo más complicado. De él no se espera que sublime anhelos heredados, de él se espera directamente que cumpla una profecía: destruir a la humanidad. Porque Stan es un chaval normal y corriente… salvo por el hecho de que es el anticristo. A un mes de cumplir los 666 meses de edad, la mayoría de edad diabólica y fecha señalada para el armagedón, Stan tratará de salirse del destino trazado y encontrar su propio camino, uno más interesado en encontrar el amor y protagonizar un musical de Broadway que en sumir a la humanidad en el horror y el caos.
Instalado en el edificio Dakota junto a su padrino Mefisto (Ernesto Sevilla) y la demonia Samael (Gaikan), las delirantes desventuras de Stan (Joaquín Reyes) conjuran la sátira del género demoníaco, con el túrmix de referencias pop a velocidad de crucero, el juego con los tropos de la sitcom neoyorquina y el delirio surrealista sin frenos que permite la animación. Del underground al mainstream, lo fino y lo gordo: de un club incel formado por tres freaks llamados David, Foster y Wallace a una descacharrante deconstrucción de la male gaze de la comedia romántica hollywoodiense. De un Papá Diablo con sabrosón acento canario (Ignatius Farray) a un padrino con cuerpo de gato que viste (y bebe) como Fritz pero suena como el Ernesto Sevilla más sardónico.
“El día de la bestia” se preguntó qué pasaría con la humanidad si al anticristo solo pudiera frenarlo un sacerdote vasco y un heavy de Carabanchel, “Pobre diablo” parece preguntarse qué pasaría si el anticristo fuera aún más bonico del tó que el de Adam Sandler en “Little Nicky” y nosotros nos preguntamos qué responderá Stan a las preguntas de nuestros expertos. Joaquín Reyes dibuja las respuestas, pero poseído por el anticristo, claro.