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Lluvia, frío, jueves. Hubo poco que hiciese justicia a los artistas que arrancaron la 13ª edición del festival MUTEK. Tal vez la sala, que invisibiliza los lives –se esconde a los artistas tras una mampara como si no quisieran ser vistos en la ducha–, aunque suena como un trueno. Laut es un templo para la música electrónica.
Para pocos –pero entregados y algunos de ellos francófonos (este año la colaboración del festival se daba con Quebec por el 25º aniversario del Tratado de Cooperación con Catalunya)– arrancó Oriana. Ambient de patrones cósmicos, orgánicos. Casi tocables. Luego llegó el turno de dos canadienses que vivirán escenarios mayores: Guillaume Coutu-Dumont (componente de Auflassen) y su mitología electrónica con capas de sintes –en algunos tramos un poco interrumpida y desordenada–, y CFCF, uno de los ganadores del festival. Una pizca de nostalgia, guitarra al hombro con mil efectos, micrófono y baile entre lo progresivo y el rock soft y alternativo. ¿Quién dijo que el revival no sería emocionante?
La media de edad bajó el viernes. También se desplomó la ropa por centímetro cuadrado de piel de los asistentes, pese a que la climatología volvió a ponerlo complicado. Los cuerpos pedían una pizca de techno salvaje para remontar. Lo tuvieron. Antes, vivieron una feliz antítesis: todo a oscuras y monumento a la ingeniería de sonido. Tim Hecker protagonizó la mejor actuación del evento. Con gran parte del público aguantando en la cola el chaparrón, el canadiense hizo de la sala principal de Apolo una catedral donde encontrar resguardo. En total penumbra, solo iluminado por unos flashes de teléfono que son ya como luces de barco de rescate, le sacó todo el provecho a los medios y los bajos del altavoz. Alumbró partes del cuerpo inexploradas con su reverberación. Sonido que duele, literal, en el pecho.
Después, Sunny Graves se puso el vestido de perfecto telonero: de la catedral al sacerdocio. Tormenta densa con vocales, voz aguda. Sacro. De repente una percusión muy ochentera y bien cargada de graves. Carpenter Brut sin añoranza. Ambiente pre y pos-Brexit, duro y desconcertante, que será un esperadísimo EP esta primavera. La noche empezó a coger ritmo trepidante, cercano a lo que el público demandaba con los silbidos cuatro por cuatro desde bien prontito, con Erik Urano & Merca Bae. El primero a la voz y el segundo a los mandos de “Qubits” (2022). “Hemos venido a haceros sudar, ahora que podemos hay que disfrutarlo”, esbozaba el vallisoletano. Su percusión de incesante ataque, que contrastaba con una faceta MC mucho más convencional, se convirtió en un alegato a la densidad del momento presente. Corren días disfuncionales y el autor de “Neovalladolor” (2020) derrumbó los diques que contenían al personal.
Saltamos de una crisis a otra y los cuerpos pedían baile. El techno aguardó su momento, como todas las músicas de baile en los últimos dos años. Y Blawan aguardó al techno. Conocedor de todos los cachivaches analógicos, lo lanzó sosegado. Pero el compás se volvió primitivo y la electrónica de bajos como pesadas cadenas y ambiente febril del británico se hizo loop en las cabezas. El fulgor de la noche ya no descendería. VTSS y su cada vez más justificada vitola de renovadora del techno pisaron terreno ya abonado. El trallón brotó desde buen inicio. Pero hubo algo en los bajos redoblados que sonaba diferente: carisma casi folclórico. Además del drill & bass, claro. No dio puntada sin hilo, recuperando ideas tras largas digresiones.
La última noche –la del sábado, la única en que respetó la lluvia fuera y en la que hubo menos tormenta dentro– fue de rotación trienal. Hubo sucesión de cultivos. La jornada se dividió en tres y se volvió a demostrar que un festival como MUTEK tiene un osado objetivo: hacer del crepúsculo un fenómeno mutable, sin condicionantes horarios y donde quepan vanguardia y tralla. Sin descuidar las libertades. Si algo confirmó el festival es que es necesario alejarse de tanto en cuanto de stories, streams y WhatsApps para centrarse en el revoloteo de piernas y brazos y en los neones. Como los de Astin, que no atraparon la batucada infernal de Vincent Lemieux (también Flabbergast junto a Coutu-Dumont): su actuación fue de un extremo al otro, siempre cargada de beats por minuto. Antes, DNS se había llevado los primeros aplausos con su scratch sin scratch y su buena selección con poca mezcla.
Voz jadeante y sonido industrialísimo el repartido por oma totem. Le tocó bailar con la triunfadora de la contienda: Shygirl movió a la gente como nadie más. “You want more?”. Bases muy gruesas y unos giros electro bestiales hicieron de su show propaganda de la energía descontrolada y el compromiso social. El público dejó algo desangelado el espacio de Shackleton, que ofreció una sesión dinámica y vívida gracias al bass music. No a la altura de los vocals de ascendant vierge, pero dinámica. La propuesta del dúo franco-belga asentado en Bélgica rompió el encorsetamiento en que había entrado el guion. Mathilde Fernandez, excantante de goth pop, supo surfear bases explosivas; si bien por momentos su voz podría no haber estado, como frontwoman, chapeau. No todo el repertorio se comportó igual: hubo pistas algo infantiles que no ayudaron a guardar el cinismo en el armario, pero también lució makineo extravagante y sin cortar. Necesario y divertido.