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El Petit de Cal Eril, plan ideal para una tarde de domingo. Foto: Ismael Llopis
El Petit de Cal Eril, plan ideal para una tarde de domingo. Foto: Ismael Llopis

Festival

Primavera a la Ciutat (5 de junio): porque es domingo

Después de la tormenta no siempre llega la calma. El primer fin de semana de Primavera Sound 2022 terminó anoche, sin descanso dominical que valiera, con una nueva jornada del ciclo de conciertos Primavera a la Ciutat. Y la oferta no desmerecía, ni mucho menos. Pop ultrasofisticado, hyperpop pasado de revoluciones y rock oscurecido, entre otras propuestas, desplegándose por varios espacios y salas de Barcelona, completando así una programación urbana que continuará durante los próximos días.

06. 06. 2022

Alex Cameron

El australiano aterrizaba en Barcelona ataviado con esos ropajes de crooner anacrónico que ha sido expulsado de algún strip club de Kansas. Su porte escénico –el brillo facial y sus uñas pintadas de negro, la dorada cabellera, esa intensa mirada acero azul, esos bailes, cómo agarra el micro– rezuma un narcisismo desmedido, rayando incluso en lo paródico, como el Nick Rivers de “Top Secret”. Aunque lo importante aquí es que sus melodías de romances añejos exudaban libido durante el abordaje de anoche a la sala 2 de Razzmatazz. Una sensualidad hipnótica, férreamente unida al carisma del personaje, que transmitió sin tener que hacer un esfuerzo extraordinario en canciones como “Miami Memory”, con Roy Molloy al saxo promoviendo el intercambio de fluidos al que aluden esas memorias X. Hubo varias concesiones a ese último álbum más bien olvidable –“Oxy Music” (2022)–, aunque canciones como “Prescription Refill” y “K Hole” ganaron adhesividad al pasar por el tamiz del directo. Pero las muestras más claras de conexión con el público se las llevaron los temas más conocidos de su inventario: “Far From Born Again” y un “Stranger’s Kiss” que, al no poder contar con Angel Olsen dando la réplica, defendió con la presencia de la vocalista Rosie Alena. ¿Sobreactuado? Sí, pero seduciendo al personal en su evocación a otra época, a otro espacio, a otros romances. A otro relato, al fin y al cabo. Marc Muñoz

Alex Cameron, sobreactuación consciente y necesaria. Foto: Ismael Llopis
Alex Cameron, sobreactuación consciente y necesaria. Foto: Ismael Llopis

boy pablo

Uno de los elementos vitales de un concierto –además de la música, el lugar o la técnica de sonido– es la forma en que se expresan esos seres humanos arriba del escenario. En el caso de boy pablo, observarlo tanto a él como a su banda durante la actuación (en el Poble Espanyol) es un placer. Además de excelentes músicos, son amigos. Si alguien se equivoca, todos ríen y siguen. Bailan, se aplauden y crean una fiesta que comparten con todos los demás. Y de pronto sube otro amigo, Cuco, para cantar juntos “La novela” y luego decir que “la canción que voy a tocar ahora me cambió la vida”, al tiempo que se oye el inconfundible riff inicial de “Smells Like Teen Spirit” (Nirvana) y comienza “Everytime”. El amor se contagia y vive en el pop. Javiera Tapia

boy pablo: la alegría que no falte. Foto: Ismael Llopis
boy pablo: la alegría que no falte. Foto: Ismael Llopis

Cuco

Es increíble cómo en los shows de Cuco su música crece. Todas sus canciones –esas buenas canciones que escuchamos en casa, caminando por la calle o con auriculares en el metro– se transforman en monstruos que se comen el escenario en vivo. Suenan más profundas, con muchos matices y resulta un poco imposible escapar de ellas. Invocan al bien más preciado y escaso de la época: la concentración. El pop de Cuco (en el Poble Espanyol) se pasea por todos los estilos: con él podemos cantar, los menos vergonzosos hacer air guitar y otras practicar algunos pasos de cumbia. El pequeño gran mundo de Omar Banos lo tiene todo. Javiera Tapia

El Petit de Cal Eril

Después de tres días maratonianos en el Parc del Fòrum, parecía un buen plan de domingo pasar la tarde con El Petit de Cal Eril en el Poble Espanyol. ¿Cómo no? Si lo suyo es un pop luminoso, música que abraza. La banda se paseó con tranquilidad desde lo más electrónico, pasando por el ruido y hasta por los momentos de intimidad –no es fácil con miles de personas mirando– que logra articular Joan Pons, con una voz que a ratos es un hilo, de esas que hay que escuchar cerquita, con atención. Un concierto que se pareció mucho a un poliedro: fue una jam session, también fue un show pop y, a ratos, llegó a ser hasta math rock. Sobre todo fue una fiesta para bailar, recordándonos lo que se siente en ese momento en que vuelves de la playa a tu casa en verano, mientras atardece y enciendes la radio. Javiera Tapia

El pop luminoso de El Petit de Cal Eril. Foto: Ismael Llopis
El pop luminoso de El Petit de Cal Eril. Foto: Ismael Llopis

Iceage

Los daneses ya son toda una eminencia del punk rock oscuro, una de esas extrañas rarezas con aura de culto pero directas en intenciones, propuesta y melodías. Tantos estados sutilmente diferentes han atravesado a lo largo de su discografía que quizá un concierto de apenas 40 minutos como el que ofrecieron en Apolo resulte algo insuficiente para verlos desplegar su verdadera personalidad sonora con una cierta narrativa sobre el escenario. Pero era lo que tocaba y la deuda de presentar “Seek Shelter” (2021) quizá desequilibró un poco la balanza: la transición entre los riffs y ritmos de inspiración country de “Vendetta” o “The Holding Hand” y la intensidad febril de “Pain Killer” descolocaba un poco, sin terminar de incidir en una de sus facetas. Ejecución perfecta, eso sí, con un Elias Bender entregado a sus maneras nickcaveianas y al público. Y con un colofón en el que sí derrocharon abrasión y velocidad: “Abundant Living” y, cómo no, “Catch It”. Diego Rubio

Iceage: culto oscuro, pero no tanto. Foto: Marina Tomàs
Iceage: culto oscuro, pero no tanto. Foto: Marina Tomàs

Kero Kero Bonito

En tiempos de cataclismos en cadena, la generación TikTok abraza sin remilgos las nubes de algodón rosa que sirven los londinenses Kero Kero Bonito. Así quedó recogido a su paso por Primavera a la Ciutat en la sala grande de Razzmatazz. Su hyperpop crunchy se desarrolló como una clase de zumba para gente con cardio de hierro (no es el caso de este cronista). Todos sus entregados seguidores seguían los movimientos marcados por Sarah Midori Perry como si estuvieran echando partida en un arcade musical. Su imaginario bebe de la cultura pop, preferencialmente de la asiática: los cosplays, el manga, los videojuegos –“Big City” encajaría como melodía para un título arcade de Yu Suzuki– y el k-pop se conjugan con una electrónica musculosa más propia de su código postal, servida por Gus Lobban y Jamie Bulled. Ese juego entre la voz naif de Midori y las cargas rítmicas –sacudidas de house, electro, trance... PC Music flavours– desataron la locura entre los presentes. Tanto que, pese al retraso en su arranque, hubo espacio para un bis, algo insólito en lo que se lleva de festival. Y esa nueva incursión en el escenario volvió a traducirse en sonrisas extáticas petrificadas. El triunfo del nerdy pop. Marc Muñoz

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