Aunque publicar música, cualquier tipo de música, ha sido casi un acto político en sí mismo en 2020, ha habido artistas que durante los últimos doce meses se han rebelado contra sus circunstancias de manera especialmente explícita en su material. Run The Jewels, U.S. Girls, The Chicks, Lil Baby, Arca… un recorrido por la nueva canción protesta que explica este año.
La coincidencia del retorno de Run The Jewels con los disturbios tras el asesinato de George Floyd no estaba prevista, pero el suceso activó a unos cuantos artistas y desencadenó varios lanzamientos en los días posteriores. Lil Baby se metió en el estudio y grabó “The Bigger Picture”, una de las canciones del año en Estados Unidos, especialmente relevante por demostrar que la lírica en ambientes trap también puede (¿debe?) ser política; Terrace Martin involucró a Kamasi Washington, Denzel Curry, G Herbo y Daylyt en la brutal “Pig Feet”, un tema que supura peligro; Leon Bridges convirtió su “esperanza por un mundo más dulce” en una “Sweeter” precisamente producida por Terrace Martin; y clipping. samplearon al colectivo hip hop al que pertenecía Floyd (Screwed Up Click) en “Chapter 319”.
Especialmente poético ha sido que, después de tres décadas, Public Enemy hayan vuelto en 2020 a Def Jam, el sello donde editaron su material más reivindicativo, para lanzar “What You Gonna Do When The Trid Goes Down?” (y con versión reactualizada del “Fight The Power” incluida). La banda sonora del movimiento Black Lives Matter pasa por ellos, pero también por Pink Siifu y su rap arrojadizo, las cuatro mixtapes de Chris Crack (una directamente titulada “Good Cops Don’t Exist”) o los dos trabajos orgullosamente negros que han llegado con la firma de los misteriosos SAULT, “UNTITLED (Black Is)” y “UNTITLED (Rise)”.
“Don’t do to me what you did to America”, repite medio resignado Sufjan Stevens en “America”, el que fuera primer adelanto de “The Ascension”. Su estreno exactamente cuatro meses antes de las elecciones estadounidenses no dejaba lugar a dudas: el de Michigan se sumaba así a la precampaña electoral como cronista autorizado del zeitgeist yanqui. Bastante más bilis, como corresponde al punk, volcaban Bob Mould y Jeff Rosenstock en “Blue Hearts” y “NO DREAM”, dos discos anti Trump que prueban que hay cosas que solo pueden decirse gritando. Contra Trump, contra el capitalismo, contra la alerta medioambiental y, en general, contra todo lo que se menea disparaban también Meg Remy y sus U.S. Girls en “Heavy Light”, un álbum que transcurre en el lado oscuro del sueño americano. Ese que Xenia Rubinos siempre ha observado desde la perspectiva de una hija de madre portorriqueña y padre cubano. En su último single, “Who Shot Ya?”, denuncia que el sistema está funcionando justo tal y como fue diseñado.
Igual que el mandato Thatcher todavía puede entenderse a través de la música surgida del caldo de cultivo de la Inglaterra de los 80, la Inglaterra del Brexit podrá entenderse repasando sus tendencias musicales. No parece casualidad que este contexto haya dejado el boom del drill, un género ligado estrechamente a la juventud de los barrios marginales del sur de Londres y perseguido incluso en YouTube hace no tanto (entre 2018 y 2019, un centenar de vídeos fueron borrados de la plataforma por petición de la policía británica por incitar a la violencia). Como ha ocurrido tantas otras veces, el efecto rebote ha terminado convirtiendo el drill en un movimiento mucho más popular: Pa Salieu o Headie One son nuevos ídolos para una generación desencantada y temas como “My Block” de Che Lingo, respuesta a la violencia institucional, ya son himnos salidos de pisos de protección oficial.
En este ambiente de tensión generalizada que Jorja Smith describe tan bien en “By Any Means” no sorprende que hayan emergido proyectos neopunk como Bob Vylan (“This place has got so ugly but this is my fucking country and it's never been fucking lovely”, sueltan en “We Live Here”), que el actor Riz Ahmed haya vuelto a lanzar disco nueve años después para actualizar el relato de la diáspora pakistaní o que IDLES no hayan suavizado su ideario en “Ultra Mono” a pesar de haber alcanzado un estatus casi mainstream. Hasta una propuesta tan pop como la de la británico-japonesa Rina Sawayama no ha esquivado dianas como el capitalismo (“XS”) o el racismo (“STFU!”) precisamente en un disco que no pudo pelear por el Mercury Prize por no ser lo suficientemente británico a pesar de que su autora reside en Reino Unido desde los cuatro años.
Al margen de géneros como el rap y el punk, que parecen políticos casi por definición, las reivindicaciones han adoptado múltiples formas en 2020. Desde el funk anarcosindicalista de Diploide hasta el country pop de The Chicks, de vuelta tras catorce años para seguir incomodando como incomodaban en la etapa Bush, han podido observarse diferentes realidades tanto sociales como musicales en los últimos trabajos de Lido Pimienta, Algiers, Les Amazones d’Afrique, Ela Minus o Arca, todos llenos de nueva canción protesta que se rebela contra sus circunstancias o las proclama con dignidad: orgullo identitario, profecías apocalípticas autocumplidas, activismo en zonas del planeta de las que no nos acordamos cuando nos va bien y mucho menos aún cuando nos va mal, actos de rebelión cotidiana, existencia más allá de convenciones.
En este 2020 que ha coronado de forma prácticamente unánime a Fiona Apple y su “Fetch The Bolt Cutters”, una obra política sin pretenderlo que libera y envalentona, los discursos que explican nuestro tiempo se han infiltrado incluso en discos sin voz como “On The Tender Spot Of Every Calloused Moment” del trompetista Ambrose Akinmusire. Pueden encontrarse en todos lados, por aquí y por allá, incluso donde no se esperan; ¿acaso lanzar música, suene como suene y diga lo que diga esa música, no ha sido prácticamente un acto político en sí mismo en un año como este? ∎