Miquel Serra y el enigma de las canciones de su hermano. Foto: Javier G. Lerin
Miquel Serra y el enigma de las canciones de su hermano. Foto: Javier G. Lerin

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Agua en los ojos: Miquel Serra explica “Cançons de Joan Serra”

Miquel Serra no firma ninguno de los temas de “Cançons de Joan Serra”. Sin embargo, se trata del disco más personal de su discografía, ya que en él vuelve a las canciones que compuso y nunca grabó su hermano Joan, fallecido en 2002 con 29 años. Por eso, no hay nadie mejor que el propio Serra para desentrañar el enigma de estas composiciones asilvestradas, intuitivas y emocionantes.

De esto hace un año, más o menos. El verano pasado estaba juntando ideas para el siguiente disco, creía que llevaba la mitad de canciones compuestas y que en pocos meses ya tendría las suficientes para empezar a grabar. Después vi que no era exactamente así. Los dos meses de confinamiento estricto fueron estériles: de las ideas surgidas entonces no saqué nada de provecho, nada, pues la situación era demasiado inusitada, demasiado alarmante; me pasaba más tiempo pensando en maneras de fugarme a espacios al aire libre y asimilando la situación que otra cosa. Cuando pudimos salir sin sentirnos culpables me volví a animar. Entonces, me vino la idea: grabar un disco de canciones de mi hermano Joan mientras terminaba de recoger las mías propias. Con eso ganaba tiempo (todavía voy con los tempos de los 60, cuando un grupo sacaba uno o dos discos al año) y de paso presentaba un trabajo que se me antojaba imbatible. Así fue como surgió “Cançons de Joan Serra” (Foehn, 2021).

Voy por partes. Joan acumuló música desde los doce o trece años hasta casi los treinta. Nunca paró de componer. Empezó cuando todavía no sabía tocar ningún instrumento, con esbozos de voz y sonidos ambientales. Parecía no poder esperar, no sé de dónde sacó tanta influencia con los medios de entonces –primera mitad de años 80–, pero por casa ya circulaban casetes de The Beatles, Prince, The Police, Frank Zappa, The Kinks, The Rolling Stones, Hombres G, Alaska, Talking Heads, David Bowie, The Cure… Un bagaje extraordinario, teniendo en cuenta que mis padres solo escuchaban a Serrat, Nat King Cole y similares y no había el más mínimo antecedente musical en la familia. Joan era un enorme engullidor de grupos y estilos; algo apabullante para mí, dos años menor que él, al que admiraba con esa reverencia que siente todo hermano pequeño al ver al mayor abrirse paso con tanta urgencia.

En casa nadie se inmutó, aunque mi padre algo debió pensar porque un día se presentó con una guitarra y un pequeño manual de acordes. Recuerdo a mi madre preguntándole si le enseñaría a cambiar las cuerdas, a lo que contestó “ya aprenderá solo”. Eso debió ser sobre 1984 o 85. Joan tenía unos 12 años. Para el 88 ya debía sumar más de cien canciones compuestas, algunas de complejidad sorprendente, como “Dog Of Viena”, una miniópera que bebía del “Take This Waltz” de Leonard Cohen y de los coros a lo Beach Boys. Él y otro amigo de su edad, Joan Pasqual, hijo de amigos de mis padres, estaban decididos a convertirse en grandes músicos: componían juntos, grababan maquetas con dos radiocasetes, escribían letras en inglés y utilizaban a cualquiera al alcance para cantar o tocar lo que fuese. Compraron una guitarra eléctrica imitación de Stratocaster, una Roxxon lamentable, me dejaron pertenecer a su banda (la que fuese, la que viniese) si aportaba un tercio del coste, que equivalía a todos mis ahorros (y yo todavía no sabía tocar ni un acorde).

Cuando vi, hace unos años, el documental “The Devil And Daniel Johnston” (Jeff Feuerzeig, 2005), tuve un flashback bastante impactante: era el mismo sonido, la misma ambición, los mismos rudimentos. Y el mismo talento en bruto, si puedo decirlo. Porque al igual que Johnston, parece ser que Joan hervía para sacar música y que los medios no eran tan importantes como revivir una vez y otra esa experiencia sensacional por la melodía creada, por creerse a la altura del arte. Pienso en ello y no veo a Joan aspirando a convertirse en una estrella del pop, sino viviendo el amor genuino por la música y la canción. Por eso jamás entró en un estudio de grabación. Por eso nunca paró de componer. Y por eso fracasaron todos los intentos de montar una banda estable y presentar algo serio. ¿Qué era todo eso de la gestión de un grupo? Poco tenía que ver con la esencia de la música. Las motivaciones de los demás integrantes, su propia capacidad o talento, la entrega, eran aspectos secundarios que se resolverían por sí solos. No era el momento. Yo soy su hermano, le echo de menos, no es posible que sea justo e imparcial, pero estaba allí, y no tengo más remedio que valorar la pureza detrás de tanto esfuerzo fértil.

Hace veinte años que murió Joan. Hace diez que saco música con mi nombre. Por eso me sorprende que hasta ahora no se me ocurriera publicar un disco solo de canciones de mi hermano. Las tenía allí, muy presentes, sabía que podían gustar. Alguna vez había colado alguna en discos anteriores, pero no había intentado nada más. Para mí es curioso. Porque, centrado en mi propia música, me bastaba con mencionarlo como mi máximo referente, como la persona que me educó culturalmente. No hacía falta más, sobre todo después del documental que nos dedicó Javi Lerín, “Els ulls s’aturen de créixer” (2018).

Pero no todo el mundo dispone de un pequeño arsenal de ideas valiosas heredadas. Jugaba sobre seguro. Daba para un disco largo, muy apetecible y sin casi esfuerzo. Tenía a Foehn, que publican con gusto lo que les entrego, a los inseparables Miquel Perelló y Jorra Santiago dispuestos, a Pep Toni Ferrer, que me lo grababa a cambio de las llaves de mi casa de veraneo para sus escapadas en invierno. Y también serviría para resolver una duda: la de comprobar si esas canciones se defienden solas, si mantienen una vigencia que no me he cuestionado nunca. Porque es posible que pasen de largo. Quizá no son tan buenas, al fin y al cabo, y también debo tener en cuenta que responden a un estilo escaso hoy en día. Las referencias son otras, y ha pasado mucho tiempo.

Hablábamos con Sergio Pérez García, quien nos ha grabado mi último disco (todavía sin título) hace unas semanas, y me ilustraba sobre una teoría bastante aceptada dentro del gremio acerca del agotamiento natural de las posibilidades de la música pop; de que cada vez es más difícil encontrar una melodía original sobre los acordes habituales. Creo que Milan Kundera ya alertaba sobre esto. De ser así, se trataría de una muy mala noticia para los amantes del pop y, sobre todo, para los compositores. Pero es posible, porque explicaría el contraste entre la pretensión y el deseo de reconocimiento, y la calidad real que, por otra parte, manifiesta un conjunto, cada vez mayor, de la música que emiten por Radio 3 o me llega de mi entorno. La producción digital y el miedo de no exhibirse desde la modernidad más inmediata pueden dejar desatendida la característica más definitoria de la canción pop: su melodía. Así, un disco como el de Joan no encaja dentro de las corrientes actuales; en realidad no podía saber qué acogida tendría.

Uno de los dibujos de Joan Serra que ilustran el disco.
Uno de los dibujos de Joan Serra que ilustran el disco.

El primer grupo de Joan se llamaba Miguelín And The Warriors; grabaciones oscuras, casi espectrales, sin tempo y llenas de silencio. De esa época no he rescatado ninguna para el disco. Después vinieron The Gods y Els Crancs, este último con un ligero conato de banda revelación local, gracias principalmente a canciones como “Tu saps”. A principios de los 90, en Manacor había una banda de heavy en cada garaje, excepto nosotros con nuestro iluso pop. No hubo seguidores, pero sí gente que se alegraba de encontrar nuestro nombre entre tantos otros de aspiración grunge y “metallicalera”. Aunque éramos una birria. Cuando la grabamos para este disco me di cuenta de lo mal que la interpretábamos entonces. La edad no es excusa. Tocábamos sin cohesión, sin planteamiento, ni técnica ni gracia. El único que se salvaba era el guitarrista, Tomeu Llodrà, otro compañero del instituto. Llodrà era un virtuoso, y muy imaginativo con los arreglos. El solo de esta canción es suyo, y tuve que invertir algunas horas para reproducirlo bien.

Cuando grabé la voz recordé el reencuentro tardío de Police y cómo tuvieron que suspender la gira a medias. O escuchar a Axl Rose sin aliento detrás de “You Could Be Mine” a los cincuenta (a sus cincuenta, mejor dicho). Cantar constituye un ejercicio físico, cuando tienes veinte años ni cuesta ni cansa, pero a los cuarenta y cinco te das cuenta de algunas cosas; los intervalos para coger aire pueden no bastar. La velocidad adolescente te pasa por encima. Son descubrimientos muy divertidos, oh sí.

Otra de las trampas de este disco han sido las grabaciones originales. Como ya he comentado, Joan no entró nunca en un estudio. Todo está en cintas, como un esbozo, una promesa. Ese no-formato es un peligro porque deja intacto el interrogante de cómo sonarán completas, lo que en un principio realza las expectativas. El sonido apagado, defectuoso, las envuelve en un halo de inocencia, de virtud no comprometida. Es igual que las casi irreales canciones que grabó Robert Johnson hace ya casi un siglo, donde el crepitar de la cinta se suma a la guitarra y voz y aquello adquiere una dimensión sagrada, de esencia en sí misma.

¿Cómo mejorar lo que adquiere carácter de mito? ¿Cómo hacer justicia a estas composiciones? La respuesta está en el sano ejercicio de bajarlas a la realidad y exponerse a revelar los defectos ocultos o inherentes (la carencia de introducción o final, ritmos con la voz, el sonido de la misma sala, así como la imposibilidad de recrear el encanto de la improvisación o de la naturalidad). Eso es bueno, el resultado quizá desmerecerá lo que pudo haber sido, pero no debería devenir más importante que mantener el compromiso con la obra misma, y no con lo que representa. Hay algunos ejemplos aquí, sucedió con casi todas las regrabadas con el mínimo de instrumentos. En su momento, “No pensis en un altre” era una bonita melodía que grabamos con una chica, Amanda Fernández. Se ganaba parte del salario cantando en un karaoke y en verdad tenía buena voz. Una tarde hicimos muchas tomas porque la queríamos presentar en un concurso de canciones de la zona, algo al estilo Festival de Benidorm años 60, y no parábamos de equivocarnos y de reír. Cuando en diciembre la cantamos yo y Maria Rosselló (otra buena voz) tuve que apartar de la mente la original y dar un salto de fe, dejar de evocar el sonido y el momento con los que la relacionaba.

Más o menos también sucedió con “Cada dia, cada nit”. Esta es una canción muy antigua, sale en las cintas varias veces, pero Joan nunca le puso letra. Eso no vale, cantar la estrofa con algo similar a “everybody, every man has got a midnight woman..” y tirar adelante con toda la credibilidad de un Lou Reed preparando maquetas, ¿cómo conservar eso? Le tuve que poner una letra decente que desbarataba el misterio, claro. No podía quitarme la impresión de estar domesticándola, pero ¿qué otra opción tenía?

Las letras fueron un escollo. No había tradición de pop en catalán o mallorquín sobre la que sustentarse (Antònia Font aun no existían, y el rock catalán de los 90 no servía, con la posible excepción de Umpah-pah y otros que, si eran buenos letristas, no lo supimos ver) y el resultado, cuando no había más remedio (“Tu saps” como ejemplo), es algo sin trascendencia, sin pillarse los dedos, que significa poco o nada. Nuestro principal referente eran los Beatles; es decir, el sonido de sus canciones. El contenido o significado no nos importaba, incluso después de aprender inglés y ver que algunas eran pura banalidad, canciones como “She Loves You” o “I Want To Hold Your Hand” no por eso dejaron de ser tremendamente estimulantes. Conservo un buen puñado que Joan sacó bajo el dictado beatle, muy contagiosas, pero que nunca podré grabar a no ser que me haga amigo de un letrista con la capacidad de Santiago Auserón o Quimi Portet.

Así fue gran parte del tiempo. Pero al final, el último año, quizá influido por poetas como William Carlos Williams, Paul Celan, e.e. cummings y, sobre todo, por circunstancias personales, le supo dar un nuevo enfoque y las canciones dejaron de buscar la efusividad, el ritmo pop inglés, y dieron paso a una nueva gama de trabajo de autor que observa y siente. Es un período de contemplación, de canciones mayúsculas y de melancólica intensidad, las que más me interesaba dar a conocer: “S’animal que no existeix”, “Ses ones”, “Saps les meves eines” –la metí en “L’elegància dorm” (Foehn, 2019); la letra es mía, pero la música pertenece a Joan–, “Me surt aigua pels ulls”, “No dir-t’ho” y “Fas ones”, entre otras.

Buscando la inspiración.
Buscando la inspiración.

“Inspiració i vulnerabilitat són la mateixa cosa”, escribió una vez. En efecto, las letras de esta última fase revelan a alguien que se sabe expuesto al dolor y el vacío pero que encuentra –o busca– paz en las escenas de sencillez, alrededor de las cuales teje una música de adecuada armonía y amor básico.

Ya no me hago preguntas sobre las canciones que pudo componer de haber vivido más tiempo. Tengo una conclusión que me satisface, y es que toda persona aparece con el tiempo y capacidad suficiente para desarrollar su talento. Que ese talento siempre es mayor, más necesario que la obra en sí. El valor de una obra está en su fuerza y personalidad, no en su duración o desarrollo. Seguro que hay miles de excepciones, pero es mi modo de verlo, y permite explicarme que Joan hiciese su mejor canción justo al final, en los últimos meses.

Hablo de “Fas ones”. Ya la había incluido en “El perfum dels vegetals” (Foehn, 2014) y no pensaba repetirla de nuevo, pero un buen amigo me señaló que un disco recopilatorio no podía entenderse sin esa canción. Será difícil hablar de ella. Qué tarea decepcionante es tratar de evocar para otros la calidad emotiva que uno presiente en una gran composición. Hagámoslo así, escúchenla y piensen si están de acuerdo conmigo: toda canción que se sostiene con lo mínimo, armonía de guitarra y voz, y conecta con ese anhelo puro por la belleza del arte desde la proximidad y la humildad, merece ser admirada. Hay un equilibrio entre la cercanía de la letra (“ets com l’altra gent / fas les coses que creus que has de fer / i fas ones”; “eres como los demás / haces las cosas que consideras que hay que hacer/ y produces ondas”), la armonía cíclica sin estribillo y la preciosa melodía cuya dificultad solo reconocemos quienes tratamos de componer.

“Suzanne”, de Cohen, o It Ain’t Me, Babe”, de Dylan, o “Blackbird” y “Julia”, de McCartney y Lennon, serían los máximos exponentes de lo que querría expresar y no me veo capaz.

Supongo que intuyó el alcance que tenía, la cantaba siempre, trabajó la letra hasta estar seguro de no degradarla, la grababa una y otra vez y siempre provoca fascinación. No conozco a nadie que no se haya sobrecogido al escucharla. Una pieza original sin mácula que merecía sonar con la voz de su creador. Por eso no me he atrevido a grabarla de nuevo. Esta canción en concreto está más allá de mis posibilidades. Me gustaría algún día ser capaz de hacer algo así de exacto, así de bello.

Para saber más sobre el resto de canciones de “Cançons de Joan Serra” no comentadas aquí, traduzco las breves explicaciones incluidas en el libreto del disco:

“Enmig d’ametlers”. Es como una canción de ball de bot (baile popular mallorquín), pero pop, una jota-pop. La facilidad de Joan para hacer una melodía irrebatible con los tres acordes de siempre. El trozo del puente resulta todavía más meritorio. Mi madre nunca prestó atención a las canciones que hacía Joan –como si aquello fuese normal–, pero le gustaba esta. Ha de ser curioso cantar canciones de tu hijo.

“Me surt aigua pels ulls”. Los poemas que escribía no eran estridentes, buscaba extraer fuerza de las imágenes amables: niñas, pequeños animales, el anochecer que se acerca. Apariencia y realidad, a ritmo de calle. Pero es curioso porque parece que la fuente no es tan accesible después de todo. El poder de una palabra debe proceder de un lugar fiable, quizá en la aproximación íntima del autor con ella. De ser así, a partir de tal sensibilidad salen las canciones calladas, con la agradable intención de ponérselo fácil al oyente.

“Les ones”. No sé nada de “Les ones”. Nada. La letra me recuerda a un haiku. La considero una canción desarmante, trágica, de destino inevitable. La grabación es original suya.

“Les cares anteriors”. El único esbozo de esta canción consiste en un fragmento de sonido acoplado de menos de un minuto. De todos modos, siempre la tuve en mente. La insistencia en la misma nota de los dos primeros acordes y cómo después desciende para terminar con la más grave le da ese tono deliciosamente fatalista. Y como de radio norteamericana. Hubiese encajado en el “Nebraska” (1982) de Springsteen.

“La meva amant”. Otra canción efectiva, tan desacomplejada que es arriesgada y todo. Intenté versionarla en un disco anterior y no funcionó. Joan dejó grabadas las guitarras con el primer programa de ordenador que tuvimos en casa y las pudimos rescatar. Es una pena que no esté cantada por él, pero no tenía letra. A pesar de esto, he conservado los fragmentos de voz que se oyen en los pasajes instrumentales. Me gusta el solo improvisado en plan Brincos, sin objetivo.

“La mar va prendre el vol”. Otro ejemplo de eficiencia musical. Es casi esquemática; de hecho, originalmente la canción solo consistía en la parte cantada, y para hacerla durar un poco más le saqué esa pequeña introducción. Mi compañera Margalida la cantó con un aire mediterraneo, como esperábamos.

“Arca de Noé”. Todavía no nos habíamos mudado a Manacor, así que Joan tendría 15 años, más o menos. La grabó con la flauta que nos hacían comprar en EGB. Pasado el tiempo, se refería a ella con este título porque estaba convencido de que una melodía así, con esa cadencia de música romántica, de banda sonora, era imposible que fuese suya, y sospechaba que procedía de una serie documental de los 80 que se llamaba así. Todavía no ha aparecido la fuente. Igual sí que es suya. En una versión posterior al piano me ayudó Alicia Olivares con los arreglos de la segunda parte; en su momento no se lo supe agradecer y me pesa. Para esta, ha sido el compañero Joan Vila quien la ha ejecutado como ha sentido.

“Cap del temps”. El arreglo de esta es Police a fondo. La grabó (“grabar”, en el caso de Joan, significaba acercarse un poco mejor al casete y prepararla antes) en Barcelona con un amigo, Nofre Pol, que tenía una voz ideal para canciones así de anglosajonas. Empezaba diciendo “out of time…” y después ya se perdía. La tocaron en el metro y un hombre les dio mil pesetas. Le puse una letra decente y le pedí a Nofre si le apetecía volverla a cantar.

“De nit sé l’hora que és”. Una canción con influencias de la época “Sticky Fingers” (1971) y “Exile On Main St.” (1972) de los Rolling. La más bluesera que debió hacer nunca. Si sobre un arpegiado básico eres capaz de meter una melodía potente, ya tienes una canción a defender. Nunca la tocamos con Els Crancs ni aparece en ninguna cinta. ∎

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