Por sugerencia de la propia entrevistada, al fotógrafo Òscar Giralt y a un servidor se nos convoca en el Cercle Artístic de Sant Lluc, pequeño oasis urbano en el centro histórico de la ciudad de Barcelona que se mantiene ajeno, milagrosamente, al mundanal ruido adyacente. Un refugio acogedor, silencioso, de otro tiempo y bellamente singular que conjuga perfectamente con la música y personalidad de Amaia Miranda.
Formada en la ESMUC, Miranda se ha desplazado del embrión académico y de su trabajo final de música experimental a un folk íntimo y confesional, arropado por un estilo desprovisto de artificios y sin temor a la imperfección. Y acogido por un catálogo musical que cuenta ya con tres EPs –“Home” (Autoeditado, 2017), “O U T P U T 1” (Autoeditado, 2020) y el mentado “O U T P U T 1-8” (Vida, 2022)– más el álbum “Cuando se nos mueren los amores” (Vida, 2022), además de música compuesta para algunas obras de teatro. Mañana estará tocando en Getxo, dentro del ciclo de conciertos Bakarka. En marzo tiene cuatro citas en Barcelona (3, 4, 17 y 24), además de conciertos en Vic (10) y Barakaldo (16). En abril volverá a tocar en la Ciudad Condal por partida triple, los días 13, 14 y 28. En mayo pasará por Mataró (18). Y el 6 de junio actuará en Primavera Sound Madrid. Aquí, agenda completa.
Pese a los rasgos distinguibles entre sus trabajos, no resulta difícil cohesionarlos bajo un mismo hilo estilístico: la relación de “amor y odio” con la guitarra como base creadora, su voz cálida y un cancionero sensible que parte de sus vivencias. Con la misma sensibilidad y disponibilidad que destila en sus directos, contrariada ante cualquier filtro e impostura, se acomoda entre el siguiente cuestionario.
Tengo que empezar con una confesión. Creo que “Cuando se nos mueren los amores” es una de las canciones más hermosas que se publicaron en 2022.
Ay, qué guay.
El álbum homónimo que lo acoge parece dar pistas, con su título, sobre los derroteros temáticos, aunque hablas de amor en plural. ¿Podrías dar algunas claves más sobre el origen y concepción del tema y el propio disco?
La canción habla de amor y habla de una ruptura. Pero cuando la elegí para nombrar el disco, y a medida que iba seleccionando las canciones que incluiría, fue cuando me di cuenta de que el significado era más amplio. Porque algo bonito que pasa con las canciones es que las escribes por algún motivo, y pasa el tiempo y se le añaden significados según lo que vas viviendo. Y entonces me empecé a dar cuenta de que todo el disco hablaba de esta cosa de hacerse adulta. Muchas de las canciones fueron escritas entre los 25 y los 28, cuando vas por la vida pensando que aquello que vives tendrá una fecha de vencimiento, pero luego te das cuenta de que no es así exactamente. Yo llegué a pensar que sería como una estepa; dos o tres años de incertidumbre y luego cambiaría, pero no. Al final llegas a la conclusión de que hay ahí un aprendizaje que consiste en convivir con la incertidumbre. Para mí, “Cuando se nos mueren los amores” hace referencia a cuando se nos caen las certezas. Y eso engloba todo. Desde una relación amorosa a una amistad que parecía eterna y deja de fluir. O cuando abandonas un trabajo, un proyecto o una ciudad. Y es cuando todo esto se te empieza a desdibujar cuando nacen estas canciones. Esa transición a la edad adulta.
El sonido del álbum resalta por la ausencia de condimentos, un espíritu lo-fi con la guitarra como columna vertebral. Un sonido sin adulterar, muy rústico, que te traslada a la propia grabación, que, por lo que tengo entendido, fue casera y en una sola toma. ¿Es así?
El proceso de grabación duró cuatro o cinco meses. Tenía que acostumbrarme a tocar las canciones mientras grabábamos. Aunque al final el resultado que se escucha es casi siempre de las primeras tomas. Y el disco se registró desde cuatro espacios. Uno de estos fue la casa de Jan Valls, que es el técnico. Otra en casa de mi expareja en Bilbao, donde, en pleno confinamiento comarcal, montamos una especie de tienda de campaña en el salón con tal de que hubiese otro espacio. Me metí ahí para grabar las maquetas. Luego nos fuimos con Jan al pueblo de su abuela para grabar las tomas verdaderas. Y el tema “Atlas”, que es el que tiene saxo, lo grabamos en casa de la saxofonista, en su habitación. Y ya, por último, “Animal” es una canción grabada con el móvil.
Creo que es parte de la magia de tu sonido, te traslada a los lugares y al proceso de grabación de los cortes. También me transporta, quizá aquí patine bastante más, a cierto sonido de Laurel Canyon. Pienso en Linda Ronstadt, Joni Mitchell o Carole King incluso. ¿Se encuentra alguna de ellas en tu paleta?
Cuando me puse a grabar hice un reset mental. Estuve casi seis meses sin escuchar música porque quería ver qué salía sin estar expuesta a tanta música externa. Pero, bueno, obviamente una no se deshace de lo que ha escuchado toda la vida. Pero a Sibylle Baier, que es también de esa época y con un sonido similar, la tengo entre mis referentes. Pero realmente, y soy consciente de que la forma de grabar y el sonido lleva mucho a ese sonido setentero, tampoco he mamado tanto de los músicos de aquel tiempo. Sí que he escuchado a Bob Dylan, a Nick Drake, a esas cantautoras, a la madre de Nick Drake incluso –se refiere a Molly Drake–, que tiene un disco fabuloso. Pero luego escucho también mucha cosa actual que no tiene nada que ver. Me gusta beber de todas partes.
Hablando de eso: ¿cómo te mantienes impermeable a las modas y las tendencias del momento?, ¿cuán difícil resulta para ti seguir ligada a un estilo tan alejado de las corrientes que triunfan ahora mismo en la corteza mainstream?
De hecho, a mí todo eso me provoca ser aún más punki. Me sale esto, como una apuesta política e ideológica. Pero proviene también de que las cosas que más me gustan requieren atención. Y no quiero que suene elitista; se puede hacer todo tipo de música maravillosa con muy poco. Que haya variedad de géneros me parece enriquecedor. Y puede que a nivel de industria llegues a pensar: “Bueno, quizá lo mío es un suicidio”. Ahora he sacado un EP sin canciones, una sola toma de quince minutos, y con un videoclip que es un plano-secuencia. Pero es lo que me sale de dentro.
Compaginas varios idiomas en las canciones. El álbum es mayoritariamente en español, pero también hay un tema en euskera y uno en inglés. ¿Qué te lleva a elegir un idioma u otro?
No es muy racional. Casi siempre compongo desde la guitarra. Cuando empieza a nacer una idea me encuentro instintivamente cantando en un idioma concreto. No hay una decisión premeditada ahí. Y con el inglés me pasó eso. Fue como una fase adolescente en que la mayoría de referentes eran ingleses. Y un poco por esa influencia me salía lo de cantar en inglés. Los idiomas tienen que ver también con el timbre. Y yo por entonces aún no me había reconciliado con mi forma de cantar en español, así que escribía y cantaba en inglés. Además, desde que era pequeña había querido ser escritora. Había escrito relatos y poemas, y fue releyendo uno de estos cuando pensé que podría ser bonito usarlo como canción. Y ahí me di cuenta de mis propios recursos: con mi idioma puedo transmitir de una forma más orgánica. Las letras son sencillas, pero es una manera más directa de llegar a la esencia de lo que quiero decir gracias al control del idioma. Y en euskera escribo menos. De hecho, he empezado a escribir en catalán porque llevo diez años viviendo en Barcelona. Pero el euskera salió porque durante un período me volví a Bilbao y ahí conecté de nuevo con el idioma, con las raíces. La canción “Agur esan” habla del hecho de volver a casa, y entonces, de forma natural, me salió cantarlo en euskera.
Admiro también tu valentía por enfrentarte a los directos en un formato con el que te expones muchísimo ante el público. Ni músicos, ni bases, ni nada que te respalde, cosa que deja el más mínimo traspiés al descubierto. ¿Cómo te preparas para estas cosas?
Para tocar en directo solo se aprende tocando en directo; da igual la de veces que uno ensaye. La cosa de los errores para mí es muy inherente a todo lo que conlleva el disco. Precisamente grabar en tomas enteras era arriesgarse a que posibles errores quedasen registrados. Y en el disco los hay. En “Animal” me equivoco en algún momento con algún acorde. En el nuevo EP también hay un momento que me trabo. Pero esto me parece bonito. Estamos generando unos ideales irreales. Tanto musicalmente, porque hay muchísima edición, como a nivel de imagen con Photoshop. Y creo que hace falta naturalizar que nos equivocamos. Y dejarlo grabado casi me conecta con la cosa política.
¿Cómo surgió la oportunidad de hacer un dueto con M. Ward en el concierto que abriste para él el pasado octubre en la sala Apolo de Barcelona, os conocíais con anterioridad?
Yo creo que cerramos ese bolo una semana antes del concierto que iba a ofrecer en Barcelona. Y el día anterior nos llega un correo de su mánager: que M. Ward ha estado escuchando mi música y que le había gustado mucho y que sí me apetecía tocar con él, con plena libertad para decidir qué tocar. Yo primero entré en pánico porque el concierto era al día siguiente, además daba clases esa tarde con un alumno y a la mañana siguiente tenía una reunión. Por suerte pude mover las clases y, como tengo ese punto kamikaze, elegí hasta cinco temas. Al final solo tocamos tres porque no había tiempo para más. Y una de estas es el “Duet For Guitars”, que técnicamente es exigente. Pero es guay, lo que me hace evolucionar como músico es enfrentarme a cosas nuevas que me cuestan. Y además, yo lo admiro un montón. ∎