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Después de revisar su repertorio junto a Julio Iglesias, Alejandro Sanz, Vicentico y Raphael en “Dios los cría”, Andrés Calamaro ha bajado a las catacumbas de su discografía para seguir explorando el inagotable y desmesurado planeta “Honestidad brutal”. Un disco que bien vale una carrera y con el que el argentino se reencuentra en una reedición que es también una foto fija de aquellos turbulentos años 90 de superabundancia creativa y excesos de todo tipo.
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ncontinente, torrencial y razonablemente temerario, Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) ha vuelto sobre sus pasos. Desandar lo andado aunque solo sea por un rato, para abrir una nueva vía en su gran ochomil creativo y escalar la cara oculta de “Honestidad brutal” (GASA-DRO East West, 1999). Un disco sin parangón, elegido como mejor álbum nacional de aquel ejercicio por Rockdelux. Un doble álbum arrebatado y kamikaze, salto al vacío del desamor sin paracaídas pero con las drogas y el rock’n’roll como bote salvavidas, con el que el argentino transformó el exceso en obscena obra de arte.
“Hicimos mucho más de lo que se supone que hay que hacer para grabar un disco”, reconoce ahora el porteño, 61 años recién cumplidos y sobrado aún de ganas de seguir nadando contracorriente. El salmón, otra vez como pez en el agua y midiéndose con su propia historia ahora que se pone en circulación “Honestidad brutal Extra Brut” (GASA-Grabaciones Encontradas-Warner, 2022), monumental reedición que en su formato más excesivo se extiende hasta los seis CD para desenterrar inéditos, tomas alternativas y versiones hasta ahora guardadas bajo llave.
Una nueva brújula para orientarse a través de esas interminables sesiones de las que Calamaro salió con más de un centenar de canciones –solo 37 acabaron pasando el corte final– y una excusa perfecta para hablar vía correo electrónico con el autor de “Alta suciedad” (GASA-DRO East West, 1997) sobre la creación, el camino del exceso y aquellos días de clonazepán y circo.
Llega la gran reedición no en el 20º aniversario, sino cuando se cumplen 22 años de la publicación de “Honestidad brutal”. ¿Decisión industrial, retraso pandémico o voluntad de seguir nadando contracorriente?
Decisiones industriales no las tomamos en cuenta; la compañía me acompaña y tenemos una relación personal y fraternal, de iguales intentando un objetivo en común y nunca divorciado de la sustancia artística. Retardo en “confinamientos” no sufrimos con este álbum: lo preparamos durante un año y medio constante, terminamos detalles de la portada y lo anunciamos. Mis “partes inéditas” son bastante completas, más que una discografía corriente; la parte oculta de un iceberg personal, un formidable Titanic de miles de grabaciones: “Hielo y barco hundido al mismo tiempo”... Digamos que era un asunto pendiente, quizá una “deuda” con el público que escuchó “Honestidad brutal” en su momento y en estos últimos 20 años. También algo nuestro, interior... De los que estábamos allí.
El año pasado ya tuvimos un avance en forma de “Versión original”, doble vinilo lanzado con motivo del Record Store Day. ¿Un guiño para la resistencia, para quien aún compra discos físicos?
El Record Store Day es lo que es; es un privilegio publicar en estas fechas internacionales de honor al long play. “Versión original” es el resultado de la primera semana de grabaciones y las mezclas de entonces, de mayo de 1998. Los que compramos discos compartimos un placer inaudito, aprendemos a elegir y escuchar, cada uno a su manera y con sus métodos. Pero hay algo intransferible en escuchar música; el oído afina como el canto. Aprender qué escuchar y el sentido de las cosas es algo íntimo que excede el coleccionismo de objetos. Personalmente tengo muchos discos (muy bien elegidos) y equipos de sonido interesantes; abarcarlo todo ni me importa. Me gusta comprar en Revólver y en las ferias de coleccionismo, no soy partidario de pagar demasiado por un disco. El valor de las cosas se respeta.
Hay quien sostiene que tanto “Honestidad brutal” como “El salmón”, quíntuple álbum que publicaste en 2000, representan los últimos coletazos del siglo XX antes de la revolución tecnológica del XXI. ¿Qué tal te llevas con estos tiempos que corren?
¿Hay un tiempo solar/planetario y otro cultural/abstracto? Generalmente le damos la espalda al tiempo o reaccionamos con ademanes exagerados a las señales. Creo que tengo un pacto temporal razonable. Estoy conforme con no vivir en el pasado ni en el futuro. Con la tecnología soy un retardado, pero el oficio se acomoda a las circunstancias casi siempre complicadas o contrarias. Me llevo bien con estos tiempos, soy contrario a la nostalgia y las efemérides, no soy un animal tecnológico y sospecho que algunos artefactos digitales son nuevas enfermedades mentales. Entre los tiempos que corren y los que caminan, me quedo con las dos cosas.
En cualquier caso, ¿cómo ha sido el reencuentro con aquellas canciones?, ¿había necesidad de vaciar alforjas y cajones?
El año pasado tuve tiempo de escuchar estas cosas casi por primera vez; mi archivo propio es inverosímil y había cosas en las bóvedas de DRO... No sé si era estrictamente necesario, pero, como aficionado a la música, me gustan estas “ampliaciones del campo de batalla”. Los Fillmore completos de Allman Brothers Band, Humble Pie y Jimi Hendrix, los “Bootleg Series” de Bob Dylan, las grabaciones completas de “A Love Supreme”, el disco extra de “Bitches Brew”, la mezcla inédita de Sun Ra... Luego, tengo demasiado archivo; me estaba pesando la idea de enterrar definitivamente tantas grabaciones y canciones.
Sigo teniendo miles de cosas inéditas, literalmente. El encuentro resultó mejor de lo que pensaba, escuché estas cosas en la intimidad, luego seleccionamos con Ricky Falkner, David Bonilla y Germán Wiedemer. Creo que mi música invisible es más “necesaria” que la publicada en discos oficiales de discografía. Tampoco me quejo, este servicio también es algo íntimo entre la música y nosotros. Vaciar “alforjas y cajones” va a ser imposible; este año recuperé 2500 grabaciones “canceladas” en SoundCloud que guardaba un archivista aficionado. Es imposible calcular cuantas canciones y grabaciones experimentales tengo grabadas, perdidas o encontradas. WTF.
Te cito: “‘Honestidad brutal’ fue el ‘Apocalipsis Now’ de las grabaciones de rock. Estuve dos meses como Martin Sheen al comienzo de la película”. ¿Cómo se sobrevive a algo así?
No entiendo por qué cité dos meses si fueron nueve meses como trompos, un temerario “modo Martin Sheen against all odds”. Dos o tres de nosotros sobrevivimos y no sabemos cómo, nos llamamos en los cumpleaños para reírnos con filosofía. Tampoco intento competir por el trono de los canallas ni presumir de reviente fino; en su momento hicimos lo que creímos que había que hacer, lo que queríamos. ¡Supongo que sobrevivimos siendo cautos con la calidad de los productos!
¿Qué le diría el Calamaro de ahora al que exprimía los días y noches sin freno durante la grabación de “Honestidad brutal”?
“Do it again”. Quizá unos comentarios técnicos, cosas que aún ahora no me explico, que afectaron a la parte final de las grabaciones y mezclas; debería haber considerado un mejor equilibrio con Joe Blaney, ingeniero y productor del disco; hubiera sido interesante evitar una “guerra civil” en la cúpula de la producción del disco. Son episodios que no recuerdo con claridad, pero me consta que ocurrieron. Nos exprimimos para volcar mayor verdad en un disco, grabaciones no prosaicas, libres de cliché de producción, muchas letras y canciones de rock. Eso hace grande a “Honestidad brutal”. No sé si es una obra maestra, ni mi mejor álbum, pero llamó la atención a otros músicos que lo encontraron interesante. Le diría: “Take no prisoners, boy”.
¿Y el Calamaro de “Honestidad brutal” se reconocería en discos como “Bohemio”, de 2013, o “Cargar la suerte”, que publicó en 2018?
“Bohemio” fue una grabación inversa; un poco de aquella dinámica hubiera sido adecuada: Cachorro López esperaba que tocase casi todos los instrumentos (como hago en las maquetas); cuando finalmente grabamos ya no fue posible conmigo, me tuteló como un pariente cercano, me tuvo paciencia y lo grabamos con mis compañeros actuales en las giras, los camaradas. Para “Cargar la suerte”, parecido; un poco de aquel espíritu “agresivo” no hubiera estado mal, fue una grabación dichosa pero quizá un poco pasota de mi parte: podría haber intervenido más en algunos compases de la producción y la composición. En ambas grabaciones serví a la dirección de productores: en el estudio soy un soldado, me agrada que me indiquen qué tengo que hacer. Puedo repetir las tomas tres veces o las que hagan falta, grabo instrumentos, coros y atiendo a las mezclas.
Te vuelvo a citar: “Donde vemos 37 canciones yo recuerdo nueve meses de días y sus noches, 50 muchachas, estudios llenos de fulanas, amigos y soledad, hasta en tres países y 15 estudios distintos”. ¿Sería el mismo disco, o representaría lo mismo, sin esa leyenda de creatividad febril y rock’n’roll despendolado que lo acompaña?
Estaba faltando a la verdad en algo: no recuerdo los nueve meses de grabaciones, me es imposible restaurar créditos en las canciones siquiera. Bien podría haber sido un disco inmediato grabado en dos semanas, pero nos ofrecimos como voluntarios para aquella tarea no prosaica, hicimos mucho más de lo que se supone hay que hacer para grabar un disco. “Se torea como se vive”, decía Juan Belmonte. Este fue un disco verborreico, sin sesiones tradicionales pero en estudios de 24 pistas; mi privilegio es suponer que haya servido de inspiración a otros músicos. Nos volcamos en la letra y música. Tampoco importa mucho exhibir excesos o canallesca.
La factura de un disco así, no me refiero necesariamente a la económica, debió ser elevada. ¿Algo de lo que arrepentirse?
Es posible que estas aventuras me hayan dejado secuelas, luego de “Honestidad brutal” dejé las giras por cinco años; años viviendo como el abogado diabólico de Al Pacino sobrevolando cubos de basura. Es verdad que me costó dinero, que dejé de tocar por años y que hice uso de asistencia psiquiátrica. Tampoco son motivos para arrepentirse realmente ni voy presumiendo de víctima de neurosis clínica: “I’m man. A hoochie coochie man”.
¿Sabremos en algún momento lo que ocurrió durante aquellas grabaciones?
Recuerdo chispazos, pero hubo testigos; hay tres o cuatro personas que quizá podrían reconstruir aquel viaje exagerado, divertido, dramático y musical. Mis personas de más confianza recuerdan bastante, espero que se decidan a contarlo a tiempo para que yo también me entere; me gustaría filmar un mockumental estilo manga.
Estas reediciones tan completas siempre han tenido algo de mago que explica sus trucos, de creador que enseña el material del que están hechas las canciones. ¿Qué crees que aportan más allá de su valor testimonial?
“Honestidad brutal” es una entre cincuenta maneras de grabar un disco. Es un disco doble, se supone que publicamos lo que quisimos publicar, pero nueve meses de grabaciones constantes son muchas grabaciones. Confío en que aporte más allá del valor testimonial. Es un balance entre los work in progress y dignos flecos de grabaciones interminables, cosas en directo y sesiones laterales.
¿Y durante estos años no has tenido la tentación de recuperar o repescar canciones como “Los reventados” o “Es tarde”?
Son demasiadas cosas inéditas, me pesa un poco tener tanta obra oculta; soy más interesante que en los discos y los conciertos; quizá el mejor artista del mundo grabando en una TASCAM de cuatro pistas.
Entiendo que, en tu caso, es injusto hablar de descartes.
Es verdad, no son descartes. Soy mejor (o menos malo) grabando maquetas/descartes que discos. Un demo máster: me encanta la grabación informal. Es imposible descifrarme según una discografía oficial. Tengo una obra inédita comparable con el iceberg y el Titanic juntos.
Dices que cuando se graba un disco el resultado es uno entre cincuenta posibles. ¿Cómo afecta entonces mirar desde el presente un álbum grabado hace dos décadas para rehacerlo con adendas, nuevas mezclas e inéditos?
Tampoco son nuevas mezclas, son las de 1998, todo estaba en el archivo tal y como se escucha. Algunas son grabaciones y mezclas descartadas en los meses más caóticos de la grabación de 1998. “Una bomba” es una grabación distinta a la publicada en 1999, y una mezcla distinta; pero está intacto como lo hicimos entonces. Eran cien canciones por lo menos, y fueron muchos meses de servicio musical (mayormente ciegos). No recuerdo quiénes tocan en la versión de “Una bomba” mezclada por Joe Blaney (ni recordaba que existía una grabación alternativa); nunca pudimos reconstruir los créditos completos, acaso me distingo tocando varios instrumentos y el toque de algunos músicos en particular, no es que haya olvidado absolutamente todo, pero nueve meses son muchas sesiones en el estudio. Hay mezclas descartadas por quién sabe qué motivo... Confío en que aporte cosas interesantes al libro gordo de las grabaciones de rock.
Llama la atención que, de todos los amigos y colegas que pasaron por las sesiones –y hablamos de Alejandro Sanz, Fito Páez, Andy Chango o Jaime Urrutia–, pocos acabaron pasando a la mezcla final.
En el disco están Pappo, Diego, Mariano Mores, Virgilio Expósito, Patán, Valentino, Moris, Ciro Fogliatta, Guille Martín, mi hermano Javier, Augusto Herrera, Marc Ribot ... La colección “Extra Brut” incluye grabaciones alternas, no estrictamente parte de las sesiones “no prosaicas” del disco; también dos cosas de la gira abriendo a Bob Dylan, en 1999. Pasa que grabamos sin parar y luego seguimos grabando y después también, continuado desde 1998 hasta los dosmiles. Y hay explicaciones para todo: con Andy grabábamos fuera de las sesiones per se, cosas nuestras; la sesión con Alejandro tuvo que cicatrizar un tiempo; “Barcos” (con Páez) era instrumentalmente irregular y la grabamos de nuevo, con Cigala y Niño Josele, en “On The Rock”; con Jaime somos amigos y grabábamos en casa en plan informal. ¡La mezcla final no acabó con no pocos!
Ahora que nadie nos oye, ¿cómo fue trabajar, si es que trabajar es la palabra, con Maradona?
Formidable, éramos muy buenos amigos e hicimos mucho más que grabar en el estudio. No recuerdo cuántas veces vino al estudio, pero sí una sesión que se prolongó hasta las siete y media de la mañana, cantando juntos. Diego era un tesoro de persona, dulce y áspero, gracioso y entrañable, buen cantante, con la memoria y la inteligencia de un genio. En el estudio era respetuoso y formidable, muy buena oreja para saber cómo cantar síncopas y afinado, con feeling. Ahora podemos escuchar la pista entera de Diego en “Hacer el tonto”, el track sagrado completo.
¿Se le ha agotado la épica al rock’n’roll? Como decía antes, “Honestidad brutal”, primero, y “El salmón”, después, parecen los últimos coletazos de una manera de entender el estudio, o los estudios, como un organismo vivo.
Está claro que entendíamos el estudio y las grabaciones de formas variopintas, iconoclastas y eficaces. Tengo miles de horas en el estudio, ¡puedo grabar un disco con los ojos vendados! Pero estos discos, los últimos del siglo, desafiaron todo lo establecido y convencional; partiendo de la barbarie analógica de “Honestidad brutal” y él insólito “El salmón”, grabado en casete y en “tres tercios”. Temeridad pura; compartimos una misma búsqueda de la intensidad que excede la grabación “industrial” de un disco. Luego de un hiato de cinco años, seguimos de giras y aprendiendo de otros palos; grabamos más jazz, tangos, alianzas con el principado flamenco y más canciones. A este ritmo, voy a necesitar una nueva pandemia para volcarme en desenterrar cosas buenas.
Si “Honestidad brutal”, que en su día fueron 37 canciones de un centenar posibles, se lanza en una reedición con seis discos, ¿cómo será, si la hay, la revisión de “El salmón”? Después de esto, “Salmonalipsis Now”, de 2011, parece un EP…
No quiero ni pensarlo, son cientos de casetes de cuatro pistas. Me gustaría hacerme tiempo (mucho tiempo) para volcar todas esas sesiones; las de “El salmón (dos o tres meses y cientos de canciones), y las posteriores (dos o tres años hasta el infinito)... Ahora, con las plataformas, no parece imposible exhibir semejante volumen de música, pero con este ritmo de giras, discos, próximas grabaciones, libros en marcha y anti-pódcast... Parece bastante complicado sentarse y hacerlo ahora mismo, de momento.
Siempre me he preguntado si después de aquel momento de exceso creativo y excesos en casi todo lo demás, de la temporada de retiro y barbecho, renació un nuevo Calamaro a partir de “El cantante”, álbum que vio la luz en 2004.
Es posible, qué bien explicado. Luego de “El salmón” seguimos grabando a un ritmo delirante, con resultados muy buenos, inspirados y muy técnicos con los instrumentos. Grababa cuatro días y sus noches, así durante tres años: no puedo mentir. “El cantante” fue un descanso, un REHAB... Es verdad, en la huida hacia adelante me encontré cantando otros géneros y disfrutando en el estudio con el micrófono. Un cantor tiene que cantar cada día mejor o pegarse un tiro en el pie. ¿Metafóricamente?
Las canciones, en cualquier caso, ¿siguen saliendo del mismo lugar que en aquel momento de productividad febril?
Estoy haciendo varias cosas con exigencia y compromiso, y no era mi intención; soy haragán por naturaleza. “Peor es trabajar”, pero a veces se juntan muchas cosas: un disco para presentar, otro para terminar, uno siguiente proyectado, el libro al alimón con Patricio Pron, contenidos para Sonora Garrido, muchos viajes, tertulias y dentista, un guión de cine pendiente y mi vida propia... Pasé todo 2020 escribiendo versos a diario, son miles; una biblia criolla del pensamiento insurgente. Además soy doble ciudadano, defiendo mi forma de ver las cosas, me mantengo en contacto con académicos, asaltantes, toreros, políticos y tertulianos. Esta es otra productividad febril, estamos de gira y soy “Family Man” Barrett.
Una de los espejos de “Honestidad brutal” fue, o eso se dijo, “Blonde On Blonde”, el doble álbum de 1966 con Bob Dylan escribiendo canciones mientras los músicos jugaban a las cartas. ¿Sigue siendo el viejo Bob un faro a seguir?
El método “Blonde On Blonde”, sí ... Escrito y grabado entre Nueva York y Nashville, no soy un erudito en Dylan, pero tengo entendido que empieza y termina los discos en el estudio. Dylan es un faro, pero ya es imposible seguirlo, está trabajando para la posteridad, hay que restarle urgencia al consumo dylaniano; no canta ni escribe para nosotros, se proyecta hacia una eternidad posible. Sin dudas es El Faro, la forma en que sigue de gira, siempre inspirado, los libros que publica, cantando mejor que nunca. Pero está alumbrando el futuro. Es como maniobrar con plutonio. Faro sí, viejo tampoco.
Explicaba este verano Rubén Blades que se alegraba de no haber sido el primero en grabar “El cantante”, ya que de haberlo hecho no habría conseguido darle el tono de sinceridad que le imprimió Héctor Lavoe. ¿Te ha ocurrido algo parecido con alguna de tus canciones, creer que era demasiado pronto para dejarla grabada?
Sin dudas, quizá como a la mayoría. Cuajar como cantor es como es; con 20 años no era cantante ni músico bueno, pero me terciaba entre profesionales con desparpajo. Algunos discos los cantaría de nuevo, algunos los mezclaría de nuevo, otros los grabaría completos de nuevo. Tampoco todas las grabaciones, todos los conciertos y todos los discos, pero... Una parte seguro. Un cantor tiene que creer que en el siguiente concierto va a cantar mejor, o intentarlo.
En “Dios los cría”, tu último trabajo, que publicaste el año pasado, se proponía una relectura en formato dúo de antiguas canciones, y ahora revisas todo un disco al completo. Aseguras despreciar un poco la nostalgia, pero da la sensación de que es algo consustancial al rock y a cierta música popular.
No comulgo con la nostalgia, no quiero verme en esa situación: recordar tiempos pasados, secuestrar el tiempo presente. Es el pasado y ya pasó. “Dios los cría” no tiene nada de nostalgia, es un disco adecuado y contemporáneo, es jazz y pop, con tendencia al bolero abstracto y con ciertos colores hispanos latinos. La necesidad urgente de presentar nuevos materiales no es completamente “dabuti”, se exagera la importancia de las canciones flamantes. Tampoco es propio de la naturaleza del jazz, el blues o el flamenco. Interpretamos, somos nuevos cada vez que tocamos cada nota.
Al hilo de “Dios los cría” y alrededores, ¿existe una línea que va de Julio Iglesias a Andrés Calamaro y de ahí a C. Tangana? ¿Un hilo invisible –o quizá no– que no acertamos a ver?
Sí, claro... Julio Iglesias es un genio y un gran cantante. Cantando “Bohemio” es magistral y se sale de su sonido habitual, cantante de cantantes. Tangana conecta con Julio, es generoso, esponjoso, inteligente y gran artista además de dulce persona. Soy rockero de los que nunca escuchó música melódica ni “comercial”, pero me he reconciliado con todos los géneros y con humildad. A este hilo “invisible” hay que escucharlo, escuchar música no es para cualquiera, distinto es leerla. Aprendemos a leer en el colegio, escuchar música es un secreto. O acertamos a ver los “hilos invisibles” o nos ahorcamos escuchando Joy Division. Espero haber colaborado con este hilo conductor, quizá “Honestidad brutal” reúna los inimitables estilos de Julio Iglesias y Antón. Ojalá.
En una entrevista reciente hablas de “el cerebro del músico” y de que no puedes prestar atención a la letra y a la música al mismo tiempo. ¿Cómo es eso?
Eso –suponiendo que existan músicos y cerebros– es tal y como es; leí este mismo comentario en una entrevista a David Bowie, sostenía que“le resultaba imposible escuchar un disco sin discernir detalles, influencias, concepto y sonido de la batería”. Ser músico y escuchar música es una paradoja cuando estás enfocado en asuntos creativos. En una primera mirada (escuchada) es imposible prestar atención a los textos, peor si los escuchamos cantados en idiomas exóticos; estamos atentos al interés sonoro conceptual de los primeros 16 compases. Los músicos ni siquiera podemos conducir coche, un verdadero músico de rock es un pobre hombre, siempre está pensando en otra cosa o en varias al mismo tiempo, es una amenaza para la sociedad, nunca es afín al gobierno y no espera la validación de Mark Fisher. Músico entre comillas. Músico de rock. OMG.
Antes de irnos, Coldplay agotan diez noches –¡diez!– en el estadio de River Plate. ¿Algo que decir al respecto?
No soy oyente habitual de Coldplay, supongo que no tengo mucho que decir. Hacer diez estadios no es precisamente agradable, porque el estadio no es un escenario natural para la música. En Buenos Aires, el público suele exhibirse coreando como en el fútbol pero, en el caso de Coldplay, quizá sea una audiencia más “fría”: ¡Cold! Que conste que diez estadios no superan en aforo a la Feria de San Isidro. En Madrid se vendieron casi 600.000 entradas para la feria. ∎