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Angelo Badalamenti, para siempre joven.
Angelo Badalamenti, para siempre joven.

Fuera de Juego

Angelo Badalamenti, flotando entre extraños

El músico que definió la sonoridad del universo de David Lynch murió el pasado 11 de diciembre a los 85 años. Pero Angelo Badalamenti fue mucho más: autor de medio centenar de bandas sonoras, colaborador e impulsor de importantes figuras del pop y el jazz desde sus inicios, compositor intuitivo y minucioso capaz de crear con unas pocas notas las más perdurables melodías.

15. 12. 2022

“Hoy no hay música”, dijo David Lynch desde su cuartel general, para confirmar a su peculiar manera la muerte de Angelo Badalamenti (1937-2022), el músico neoyorquino que dio identidad sonora sin par a la mayoría de sus películas, y que revolucionó la idea de la sintonía televisiva con su música vaporosa, onírica, melancólica y trascendental. Pero ¿cómo sustraerse a la tentación de acompañar la despedida de Badalamenti flotando de nuevo con la música llevada a otra dimensión cósmica de “Terciopelo azul” (David Lynch, 1986) y “Twin Peaks” (David Lynch, 1990-1991), con la emoción enraizada en la Norteamérica country de “Una historia verdadera” (David Lynch, 1999), con el gusto por la melodía romántica clásica de “Un toque de infidelidad” (Joel Schumacher, 1989) o la gravedad turbadora de “El placer de los extraños” (Paul Schrader, 1991)?

Angelo Badalamenti murió el pasado 11 de diciembre a los 85 años. Siempre pareció más joven, de una generación posterior, quizá porque la mayoría conocimos su obra con el deslumbramiento que nos produjeron sus primeras colaboraciones con David Lynch, y porque supo como pocos dar una sensación de modernidad al concepto de banda sonora en los 80, sin renunciar al legado de los clásicos como inspiración: Bernard Herrmann, Nino Rota o Dmitri Shostakóvich son detectables entre sus influencias. Pero todo suena genuinamente Badalamenti en su obra, mucho más extensa y diversa que el corpus David Lynch con el que siempre se le identifica, como es normal, pero también bastante reduccionista.

Quizá, también, porque en 1986 parecía un compositor revelación, pero tenía ya una amplia experiencia en la que indagar en retrospectiva para entender semejante talento: la conmovedora canción que coescribió con John Clifford para Nina Simone en 1967, “I Hold No Grudge”, y la no menos arrebatadora, con sus cuerdas y sus pianos, “I’ve No Loved”, para Shirley Bassey, además de la protoelectrónica y espacial “Pioneers Of The Stars” para Perrey and Kingsley; bandas sonoras para filmes comerciales como la blaxploitation “La guerra de Gordon” (Ossie Davis, 1973) o “Pesadilla en Elm Street 3. Los guerreros del sueño” (Chuck Russell, 1987), con esos adelantados metales supergraves; sus estudios de piano desde niño, en la adolescencia empezó a acompañar a cantantes en escenarios y pronto se convirtió en profesor para músicos de clásica; o que su hermano mayor era músico de jazz.

Badalamenti y Lynch, asociación perfecta.
Badalamenti y Lynch, asociación perfecta.

O sea, a mediados de los 80 Angelo Badalamenti tenía un espectro de ámbitos musicales, influencias y experiencias acumulados desde la discreción como para dar el salto. Aunque se produjo por casualidad: “Conocí a David Lynch a través de una bella muchacha italiana llamada Isabella Rossellini”, le contó a Quim Casas en 1992 en su entrevista para Rockdelux. “Bueno, de hecho no fue a través suyo. Ella estaba trabajando en ‘Terciopelo azul’ y David tenía dificultades para que Isabella cantara como él quería en la secuencia del club. El productor Richard Roth era amigo mío y me llamó, ya que yo había trabajado mucho con cantantes. Grabé una cinta con Isabella que le gustó a David. Tanto, que dijo que la utilizaría tal como estaba, con Isabella, y yo al piano”.

La concatenación de “Terciopelo azul”, “Twin Peaks” y el disco para el lanzamiento de Julee Cruise, quien lamentablemente murió también el pasado 9 de junio, “Floating Into The Night” (1989), fue sensacional. Tres trabajos interconectados por la feliz asociación entre Lynch y Badalamenti, que surgió de forma casi mágica, en un rapto de inspiración mutua, según explicaba de forma tremendamente emocionante e ilustrativa el propio compositor en un vídeo en 2019. Un piano eléctrico Fender Rhodes medio descuajeringado y la mano izquierda de Badalamenti obsesionándose con cuatro notas en bucle abrían las puertas del misterio con el tema de Laura Palmer.

Las sonoridades de Badalamenti/Lynch siempre fueron fascinantes: fantasmas regresados de los años 50, como la guitarra twang y los pianos minimalistas del tema principal de “Twin Peaks”, “Floating” o algunos pasajes de “Corazón salvaje” (David Lynch, 1990); los sintetizadores ululantes de “Carretera perdida” (David Lynch, 1997); la guitarra clásica con trasfondo country de “Una historia verdadera”; el jazz de club y las percusiones y sonidos industriales con ecos subterráneos de “Mulholland Drive” (2001)... Todo entre el sentimiento reconfortante y la inquietud indescifrable. Además, las derivadas de “Twin Peaks”, las otras dos temporadas y la película, “Twin Peaks. Fuego camina conmigo” (David Lynch, 1992), y otra colaboración televisiva, la serie “On The Air” (Mark Frost y David Lynch, 1992). Experimentaron juntos también en la indescriptible “Industrial Symphony Nº 1. The Dream Of The Broken Hearted” (1990).

Badalamenti, en 2015. Foto: Kevin Winter (Getty Images)
Badalamenti, en 2015. Foto: Kevin Winter (Getty Images)

Aunque suene tópico, sus orígenes italianos deben explicar el acierto que tenía siempre en las melodías melancólicas, a varios puntos de distancia de la simple nostalgia, con una emoción profunda pero contenida, ya sea en el amor o en la tragedia. En ese sentido, “Un toque de infidelidad” es uno de sus trabajos mayores. También “El placer de los extraños”, con gran audacia al fusionar aromas de distintas culturas. Si bien a mediados de los 90 podía parecer ya definido su territorio, no dejó de avanzar en múltiples direcciones con bandas sonoras orquestales como las de los filmes de Jean-Pierre Jeunet –“La ciudad de los niños perdidos” (1995) y “Largo domingo de noviazgo” (2004)–, cine de autor como “Holy Smoke!” (Jane Campion, 1999), grandes producciones como “Stalingrado” (Fiódor Bondarchuk, 2013) o películas como “En el límite del amor” (John Maybury, 2008) –donde Siouxsie Sioux cantó la canción “Careless Love”– hasta completar medio centenar de bandas sonoras.

En el ámbito pop hizo arreglos orquestales para Pet Shop Boys –canciones como “It Couldn’t Happen Here”, “This Must Be The Place…” y “Only The Wind”– y en los impulsos del dúo británico a Dusty Springfield y Liza Minnelli. Se apuntó a colaboraciones siempre con fundamento, ya fuera con David Bowie para la canción “A Foggy Day (In London Town)” en el tributo a George Gershwin Red Hot + Rhapsody. The Gershwin Groove” (1989) o arropando de nuevo a Julee Cruise en su versión de la deliciosa “Summer Kisses, Winter Tears” para la banda sonora de “Hasta el fin del mundo” (Wim Wenders, 1991). O montando el sorprendente dúo con el cantante de James, Tim Booth, bajo el nombre de Booth And The Bad Angel, entre el pop, el rock y la electrónica. A Marianne Faithfull le produjo y compuso buena parte de su álbum “A Secret Life” (1995). Además, cabe recordar su colaboración con los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, poniendo música al encendido de la llama olímpica, entre otras cosas. Todo para completar la obra diversa de uno de los más grandes compositores contemporáneos del cine y mucho más. ∎

Partituras de ensueño

“Cousins”
(Warner Bros., 1989)

Muy alejado del universo lynchiano inicial pero en la misma etapa, más próximo a Georges Delerue o incluso Henry Mancini, Badalamenti muestra el mismo talento con unos parámetros orquestales clásicos y románticos en la banda sonora de “Un toque de infidelidad”. Las melodías, también sencillas pero fluidas, son subyugantes a más no poder: la melancolía del “Love Theme” es una maravilla en forma de vals, la delicadeza con flauta de “Maria’s Theme” emociona. Y para la faceta más ligera de la comedia reserva un jazz con no menos precisión o un cuarteto de cuerda majestuoso: “Classical Restaurant”.

“Twin Peaks”
(Warner Bros., 1990)

Debe ir en pareja con la precedente “Terciopelo azul”, el reverso más negro y hermanniano de lo que en la serie fue revolución catódica y musical de la asociación Badalamenti/Lynch. El “Laura Palmer’s Theme” tiene un poder de fascinación eterno con cuatro notas, pero la misteriosa seducción se multiplica con el swing de los chasquidos y marimbas de “Freshly Squeezed” y la introducción de la gran Julee Cruise con “Into The Night” y “Falling”. También hay pesadilla en “Night Life In Twin Peaks”. Minimalista pero inagotable.

“The Comfort Of Strangers”
(CAM, 1990)

Una de esas ocasiones en que sales del cine fascinado por la película, pero muy consciente de que sin la música no sería posible. Paul Schrader acertó de pleno con las imágenes de su oscuro y sensual drama “El placer de los extraños”, pero la música todo lo sostiene y lo envuelve, el filme fluye a través de ella. Con reflejos melódicos de la Venecia donde se desarrolla, pero en tono sombrío y hasta desolador (“Main Title”, “Days Of Passion”), los ecos de la música turca se van introduciendo a través de tablas y flautas. El crescendo emocional de “Preludium”, muy Rota, sobrecoge. ∎

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