El 23 de enero de 2006 veía la luz “Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not”, el debut de cuatro chavales de Sheffield llamados Arctic Monkeys que ya habían sido encumbrados por medios como ‘NME’ como la gran esperanza británica pos-Oasis. Lo tenían todo: eran jóvenes, descarados y venían respaldados por el imprescindible relato de ser la primera gran banda propulsada por MySpace, con una leyenda que decía que alguien subió a esa red social las canciones de la maqueta que regalaban en sus conciertos, lo que despertó el interés del sello Domino y les valió su primer gran contrato. Poco después, y en el videoclip del primer single, Alex Turner dejó su primera frase para la posteridad: “We’re Arctic Monkeys, this is ‘I Bet You Look Good On The Dancefloor’, don’t believe the hype”.
Las trece canciones de “Whatever...” sí daban razón al hype y dejaron, también, muchas otras frases que capturaban lo que significaba ser joven en los 2000 en Sheffield. La pluma de Turner, deudora del retrato social de Mike Skinner (The Streets) y de la tradición de Jarvis Cocker y Morrissey, fue envuelta en artefactos sonoros acelerados en la estela del garage de The Strokes y el revival post-punk de Franz Ferdinand. Y voilà. Con sonido maquetero, pero una vitalidad y emoción desbordantes, el disco apenas se permite respirar en un par de temas, “Riot Van” y “Mardy Bum”.
En el resto de canciones, “Whatever...” te pasa por encima como un tren fuera de control: del baile sincopado de “The View From The Afternoon” al himno dance-punk “Dancing Shoes”, de la explosión eufórica de “When The Sun Goes Down” a los coros hooligans de “Fake Tales Of San Francisco”, del final cinematográfico de “A Certain Romance” a los cambios de ritmo de “Still Take You Home”, este fue el disco que retrató y al mismo tiempo sirvió de banda sonora para los noches de tantos veinteañeros descubriendo el mundo. ∎
Todo lo que Arctic Monkeys decidieron poner encima de la mesa con su quinto disco, “AM”, está contenido en los cuatro minutos y treinta y dos segundos de “Do I Wanna Know?”, su primer corte. En él, los de Alex Turner renuncian definitivamente a la velocidad y la catarsis para detenerse en una base de hip hop crudo, un riff prestado del rock duro y una interpretación vocal por momentos pasada de rosca. Es su canción más emblemática hasta la fecha y la que abre la puerta a la etapa definitivamente madura de Arctic Monkeys, la que ya habían ensayado en álbumes anteriores y continuaron después con un doble salto mortal en “Tranquility Base Hotel + Casino” (2018).
Con todo, “AM” es un ejercicio estilístico portentoso, el más rico y diverso de su trayectoria, con espacio aún para cortes explosivos como “R U Mine?”, estribillos irresistibles como “Snap Out Of It”, “Knee Socks” o “Why’d You Only Call Me When You’re High?”, las derivas psicodélicas de “One For The Road” y “Arabella” (convenientemente colocadas una detrás de otra), baladas de aroma soul como “Mad Sounds” o “No. 1 Party Anthem” y ese melodramático corte final que es “I Wanna Be Yours”, musicando un poema de John Cooper Clarke, en el que Turner ya marca las directrices de la que será su nueva voz artística.
Si “Whatever...” era el sonido de las noches atropelladas y nada glamurosas con las que más o menos se podía identificar cualquier adolescente de la época, “AM” es el resultado de la búsqueda de esas mismas vías de escape, pero desde una posición completamente distinta (fue grabado entre Los Ángeles y el Rancho de la Luna de Joshua Tree). Es la culminación del coming of age de Arctic Monkeys; la aceptación de que, por mucho que cambien sus vidas, la soledad, la frustración y el despecho siempre seguirán allí. Y sus canciones, dispuestas a hacernos la carga más llevadera. ∎
¿El disco que lo empezó todo o el que supuso la cima creativa de una de las bandas imprescindibles para explicar lo que llevamos de siglo XXI? Durante mucho tiempo, Arctic Monkeys fueron cautivos del axioma que reza que el primero siempre era mejor. Y es que los tres álbumes posteriores a su debut no lograron igualar el desparpajo de aquel, a pesar de arriesgar en la experimentación rocosa (“Humbug”, 2009) o de sublimar el pop clásico (“Suck It And See”, 2011). Pero entonces llegó “AM”, con sus ritmos entre Black Sabbath y Drake, su confianza avasalladora y su madurez interpretativa, para ofrecer un final feliz a lo que podía haber sido la enésima historia de grupo-atrapado-en-un-debut-insuperable. Solo por eso, y a pesar de la categoría de clásico generacional que hay que otorgarle a “Whatever...”, “AM” se alza como el ganador. ∎