Conocí a Billie Eilish hace unos años como “la adolescente que tiene millones de seguidores y que va tapada”. Me inquietó esa nueva personalidad púber y ese viraje arrollador hacia un nuevo pop, un pop distinto al mío, hasta ahora más próximo al “life in plastic is fantastic”. La joven y su milicia de fans conquistaron el mundo. “Pero ¿quién es Billie Eilish?”, nos preguntábamos los ya no tan jóvenes. Recuerdo que un antiguo jefe, en una entrevista de trabajo, me sorprendió preguntándome si la conocía, con una admiración algo desorientada y retraída. Quería saber qué opinaba sobre ella, como si ofrecerle respuestas convincentes, que le ayudaran a posicionarse ante este fenómeno y que le convirtieran en un padre molón y aliado, fuera a darme el trabajo. Seguir a Billie Eilish me hacía más apta. Su hija quería ser como ella y él quería entender por qué.
Desde entonces, la cantante ha ganado 7 Grammys y acumula casi 90 millones de seguidores en sus redes sociales, entre muchos otros logros precoces que me hacen plantear qué he hecho yo hasta ahora. De este fenómeno también derivaron toneladas de artículos, tertulias y análisis sobre su ropa ancha, que la artista lucía para evitar ser sexualizada. Lo que parecía un posicionamiento político resultó ser, también, una membrana protectora ante la misoginia adscrita a su popularidad temprana e imparable. En más de una ocasión, la cantante ha declarado haber sufrido depresión a causa de los conflictos con su propio cuerpo. De hecho, en un anuncio para Calvin Klein, explicó que las prendas holgadas no eran más que una forma de preservar su intimidad y de decidir sobre qué quiere que la gente vea de ella: “Nadie puede decir ‘está muy delgada’, ‘no lo está’, ‘tiene el culo plano’, o ‘lo tiene gordo’, nadie puede decir nada porque no lo saben”, sentenciaba. En 2019, el morbo popular, cruel y enfermizo inundó las redes sociales de comentarios que cosificaban a la artista, que había salido de su casa en tirantes a por un helado (por ejemplo). Aclaración para navegantes: sí, por aquel entonces Billie Eilish aún era menor de edad.
Recientemente, la artista ha sacado un libro ameno y tierno sobre su vida, “Billie Eilish” (Montena, 2021), que contrasta con la imagen ácida y descarada a la que nos tiene acostumbrados. El manual, que es un álbum de fotos con comentarios que parecen escritos accidentalmente con un boli Bic, apela a su intimidad más honesta: instantáneas elegidas por ella y que, dice, hablan por sí solas. La protagonista nos propone revisar su pasado y transitar entre las distintas etapas de su vida, “algunas fantásticas y otras terribles”. Billie lo presenta como un regalo a sus fans y como una cirugía en canal, aunque a la vez es otro gesto para dirigir su intimidad. En el libro nos topamos con recuerdos familiares, con fotos de su infancia, con las bambalinas de su estrellato y con expresiones que captan su depresión, sus ataques de pánico nocturnos y su ansiedad. Billie se convirtió en un icono generacional, entre otras cosas, por exponer públicamente su salud mental.
En los últimos meses, la cantante también se ha cambiado el tinte de pelo. Ha pasado del verde neón al rubio Marilyn Monroe. Esa variación ha sido el preludio de la nueva Billie Eilish, la palanca para su próximo disco. Una tiktoker consideró necesario dedicar una investigación de 18 capítulos sobre el asunto. El 2 de mayo, Billie volvió a ser noticia por aparecer en corsé en la ya icónica portada de la edición británica de ‘Vogue’. La artista publicó la foto en Instagram y volvió a batir récords: un millón de likes en apenas 6 minutos. Y de nuevo, se desató la polémica: Billie Eilish se ha sexualizado. Vaya tapada o vaya en lencería, la cuestión es que acabamos hablando de su cuerpo. La portada, que declara “It’s all about what makes you feel good”, daba pie a una exhaustiva entrevista conducida por Laura Snapes en la que la artista habla de música, de su transformación en internet y revela los abusos sexuales que sufrió cuando era menor de edad, una de las cuestiones que marcarán su nuevo álbum, “Happier Than Ever”, con fecha prevista de publicación el próximo 30 de julio.
Sobre el cambio de imagen, a quienes algunos llaman “cambio de estrategia”, la artista augura que “las cosas permanentes pueden deshacerse”, apelando a su transformación vital, insinuando un cambio de planes que tiene más que ver con su desarrollo personal y con la elección consciente de su recorrido que con cualquier otra cosa. Las lecturas más rasas la consideran la imagen del body positive, pero lo cierto es que Billie rehúye todo esto. Para la portada ha elegido un corsé by Gucci, una prenda controvertida y polémica a lo largo de la historia de la moda, que se caracteriza por su funcionalidad restringente. Aunque quiere explorar las formas de su cuerpo, dice: “Si te soy sincera, odio mi barriga, y ese es el motivo”. De hecho, le da cierto vértigo que la aplaudan por enseñar, o no, su figura: “Cuanto más se preocupa internet y el mundo por alguien que hace algo a lo que no está acostumbrado, le pone en un pedestal tan alto que luego es aún peor”. El objetivo final recae en que sea irrelevante que una mujer muestre o no su cuerpo y también en desarticular los debates sobre si un cuerpo es apto o funcional para el sistema. Y aquí el dilema del body positive (que explican muy bien Anna Pacheco y Andrea Gumes en el programa “Àrtic”, de Betevé): para decir que todos los cuerpos son válidos no es necesario decir que todos los cuerpos son bellos, porque esto es, al fin y al cabo, seguir poniendo el foco en la belleza. Este es el objetivo final. Pero mientras tanto, Billie Eilish sigue lidiando con los estereotipos patriarcales, desafiando los códigos estéticos cuando puede y negociando con sus propias contradicciones e inseguridades, como todas.
Hace pocos días, Billie lanzó su último single, “Lost Cause”, que recrea una fiesta pijama. Recuerdo lo importante que eran esas fiestas para nosotras. Nos confesábamos nuestras intimidades, desatendíamos nuestra pulcritud durante un rato, cuchicheábamos sobre nuestras primeras reglas y comparábamos nuestras tetas. Era un espacio seguro, más que el de muchas excursiones escolares, por ejemplo, en las que nos esforzábamos torpemente por tapar nuestros michelines y para evitar que el bañador no se nos manchara de rojo. Algunos tienen dudas sobre si el fandom de la artista va a recibir bien ese cambio de imagen, que se asemeja más al de una estrella del pop convencional, pero representar una versión radicalizada de la feminidad no debería ser un problema. Eilish nos está diciendo que una sexualización consciente no es irrespetuosa, que enseñar el cuerpo no lo es. Además, tal y como cita Rita Rakosnik en su artículo sobre Paris Hilton en ‘Núvol’, las celebrities son expertas en interpretarse a ellas mismas, así que debemos estar preparados para entender esta perfomance. ∎