Björk nos descubrirá algunos secretos en esta conversación que Pablo Gil mantuvo con ella para el libro de entrevistas titulado “El pop después del fin del pop”, volumen que acompañaba el Rockdelux 223, el especial del veinte aniversario de la revista. La islandesa (nacida en Reikiavik en 1965) es uno de los iconos más representativos de la música de las últimas tres décadas. Cuando se publicó esta entrevista, Björk era la persona más joven en haber finalizado los estudios de conservatorio en su país, a los 15 años en la especialidad de piano. A los 11, cantó en un disco de versiones de pop que vendió 50.000 ejemplares entre una población de 800.000 habitantes. Pasó por dos grupos (Tappi Tíkarrass, Kukl) con los que grabó en Londres y giró por Europa. Tras tener su primer hijo, se enroló en The Sugarcubes entre 1986 y 1992. Desde entonces ha seguido una exitosa carrera en solitario que se inició con “Debut” (1993). En el año 2000 protagonizó la película “Bailar en la oscuridad” de Lars von Trier, ganando el premio a Mejor Actriz en el festival de Cannes. Sigue siendo una personalidad artística de primer nivel, una estrella universal del pop global.
Su obra, rica en detalles, basada en una compleja dialéctica entre ritmo y melodía, desafiante a cada paso, vanguardista a nivel técnico y de una intensa emotividad, es un mundo único e inmediatamente reconocible. Es un mundo suyo, pero al que Björk necesita dar forma por medio de la colaboración con otros artistas que la ayudan a verbalizar su casi inocente sensibilidad y a crear una estética acorde (músicos, diseñadores gráficos, diseñadores de moda, realizadores de vídeo, fotógrafos…). Como ha señalado Michel Gondry, director de cine y de algunos de sus más celebrados videoclips: “La suelo comparar con Duke Ellington. Es una gran compositora, pero, además, es capaz de encontrar cualidades en personas que ni siquiera sabían que las tenían”. Una poderosa personalidad de alargada sombra sobre el pop electrónico reciente, donde “el sonido Björk” se ha convertido en fórmula a imitar.
En una entrevista publicada en 1999 en la revista ‘Dazed & Confused’, decías que el 60% de tu tiempo estás pensando en música. ¿Estás constantemente imaginando melodías o recordando canciones?
¡Sí! (sonríe). Sí, pero de algún modo el 60% no es tanto. A veces no toda mi concentración está en ello. Es más como el salvapantallas de un ordenador: permanece hasta que llega alguien, activa de alguna manera el ordenador y entonces desaparece. Pero no sé, creo que a mucha gente le gusta estar obsesionada con algo, con el deporte o con cualquier otra cosa. Yo estoy obsesionada con la música. En realidad siempre he sentido que yo no había elegido la música, sino que la música me había elegido a mí.
Habitualmente diferencias a los músicos entre cobardes y valientes. ¿Por qué le concedes tanta importancia a la valentía a la hora de crear e interpretar música?
Mmm… (larga pausa). No lo sé. Quizá se debe al hecho de que nunca he estado muy segura de querer compartir esto. Yo llevaba un tipo de vida muy feliz en Islandia; todo era maravilloso. Solía hacer música por las noches para mis amigos y para mis padres, trabajaba durante el día, estaba en casa con mi hijo y todo era magnífico. Y en esa vida sentía que había cosas que me alimentaban, que me hacían sentir viva: algunos libros, algunas películas y cierta música. Eran obras creadas por personas que habían sacrificado un montón de cosas para ser capaces de dar eso a los demás. Sentí que yo estaba engañando a la gente si me quedaba el resto de mi vida tranquilamente allí, sin adoptar nunca ningún riesgo y conformándome con disfrutar de los riesgos que habían adquirido otros. Así que cuando me marché de Islandia a los 27 años con mi niño fue un enorme sacrificio, además llevando a cabo algo que nunca había hecho antes, pues siempre había permanecido en casa. Necesito un poco de valor para esto, la verdad. De hecho, siempre que hago un disco quiero poder volver a casa por un tiempo; hacer otro disco, volver a casa… Por eso, la música siempre es una cuestión de valentía para mí.
Suelen considerarte una artista de vanguardia. ¿Te ves a ti misma como una música, una creadora o una artista vanguardista?
Creo que, entre esas posibilidades, solo soy una música (ríe). Pero vanguardista no… Es un poco raro, “vanguardia”… Creo que, en general, las personas tienen unos gustos más excéntricos de lo que confiesan. En mi opinión todo el mundo es un excéntrico. A mí me gusta la individualidad. Me gusta más “individualidad” que “vanguardia”. “Vanguardia” me suena como algo demasiado programado, y nunca he intentado ser rara. Siempre he tratado de ser yo misma, de ser individualista, y creo que todo el mundo lo es. Por ejemplo, si vas a una reunión familiar… Allí, como es normal, todos se emborrachan, así que cuando pasan unas horas te das cuenta de que son los mayores excéntricos del mundo; salen sus personalidades auténticas, sin defensas. Todos tenemos pequeñas peculiaridades, y algunos las llevan muy bien y son abiertos sobre ellas. Bueno, pues yo creo que soy más abierta que la media sobre estas peculiaridades.
¿Cuál es tu definición de música pop?
Música para la gente. Mi padre es un líder sindical, yo me crié en una familia de clase obrera, y esa es la principal razón por la que nunca me he convertido en compositora o en cualquier otra cosa fina (ríe). En mi familia cualquier signo de elitismo está muy mal visto. Solo puedes ir tan lejos como te permita la autoindulgencia de tu casa. Si mi abuela no lo entiende, es que no vale: me gusta este tipo de filosofía de trabajo. Por eso no me agrada el término “vanguardia”, porque es muy fácil permanecer simplemente en tu propia historia con tus fans. Pero lo importante es comunicar, y eso es más difícil. Creo que hay que comunicar, pero con respeto, no sacrificando tus individualidades o excentricidades. Ese es el tipo de música que me gusta.
Tu música ha evolucionado con el paso del tiempo. Una de las pocas características que ha permanecido es la combinación de sonidos electrónicos muy puros con instrumentos clásicos, en especial de cuerda. ¿Por qué te gusta esta combinación de elementos sintéticos y orgánicos, aparentemente tan antagónicos?
No estoy segura… Simplemente, me parece bonito. Quizá es una manera de recuperar y mezclar diferentes partes de mi vida y tener una armonía entre ellas. Cuando era pequeña mis padres se divorciaron, de modo que con parte de mi familia escuchaba jazz y con la otra, rock. Además, iba al conservatorio, donde estudiaba música clásica y donde estas categorías no podían mezclarse. Pero para mí esta mezcla era lo habitual de todos los días. Yo escuchaba todas estas músicas a diario.
Otra de las constantes en tu carrera es la evidente preocupación por el ritmo. En “Debut” (1993) y “Post” (1995) son beats dance, muy estructurados. Y desde “Homogenic” (1997) el ritmo aparece nítidamente deconstruido.
Sí, tengo el ritmo muy arraigado. Escucho ritmos todo el rato en casa, música compuesta exclusivamente por ritmos.
A veces los ritmos de tus canciones tienen relación con los ritmos del entorno, ya sea la naturaleza o la ciudad. Otras, son muy íntimos y parecen acompañar a los ritmos del cuerpo, a los del corazón…
Hay algo de eso, porque muchas de mis canciones tienen 80 bpm, que es el ritmo del corazón cuando estás caminando. Yo escribo casi todas mis canciones cuando estoy paseando, así que hay algo de eso, sí (ríe). Pero no es una cosa que quiera hacer deliberadamente, que sea consciente…
Lo que parece es que tu música está muy conectada con la realidad cotidiana y que refleja las dos caras de esta, el sonido interior y el exterior.
Sí, desde luego. En “Vespertine” (2001), por ejemplo, traté de grabar el interior. Las letras se parecen más al modo en que se piensa que a la forma en que se habla. No son narrativas como al hablar. Además, los beats eran diferentes a los de “Homogenic”, cuyas canciones tenían beats muy grandes, pero a lo mejor solo uno constante durante todo el rato. En “Vespertine” había unos cuarenta beats revoloteando a la vez, como insectos o mariposas. Era muy fluido. Para mí era muy importante que el sonido fuera del interior.
De hecho, todos tus discos funcionan también como diarios. ¿Necesitas desnudarte en las canciones, poner todo tu corazón en ellas?
Hay varios lugares en los que no puedo documentar cómo me siento; son difusos, y me gusta que lo sean. Es algo que no puedo controlar. Tengo un muy buen amigo a quien siempre le cuento si me está sucediendo algo mágico. Si me ocurre algo increíble, necesito contárselo a él. Otras veces, sin embargo, necesito escribir una canción sobre algo importante que me ha pasado, documentarlo de esa manera; entonces no se lo cuento a nadie más, es solo para que quede en esa canción. Y hay otras cosas que las escribo en mi diario y se quedan solo para mí; esa es la manera más personal de documentar una emoción, pues nunca se lo enseño a nadie ni se lo cuento a un amigo ni compongo sobre ello. Me gusta no poder controlarlo, no saber qué puede llevarme a escribir una canción y qué se va a quedar exclusivamente en mi diario o en una conversación. Me agrada, porque no me gusta ser demasiado organizada en la composición de canciones… Sí, siempre pongo mi corazón en las canciones, por supuesto.