Es probable que la mayoría de las personas menores de 40 años no recuerden el sonido vacío y asfixiante de una ciudad chilena en toque de queda. Si vives en una zona urbana, el ruido de las bocinas, motores, gente aglomerada y en movimiento es algo constante, que incluso por las noches se convierte en una banda sonora de fondo que no molesta. Siempre está ahí. Puedes dormir. Lo inquietante es conciliar el sueño cuando en medio de la ciudad hay un silencio sepulcral.
Y de vez en cuando, un helicóptero vuela bajo para avisarte de que estás siendo vigilada.
Desde el 18 de octubre de 2019 el sonido de la ciudad en Chile cambió. Ya venía siendo diferente desde algunos días antes, con los gritos de los estudiantes corriendo por las estaciones de metro, traspasando los torniquetes de pago en señal de protesta por el alza del pasaje de transporte en treinta pesos chilenos, algo así como 0,034 euros. El mismo día que entrevistaba a Andrea Gumes sobre la situación en Cataluña para este podcast –17 de octubre de 2019–, dos adolescentes me explicaban directo a la grabadora que ellas protestaban porque sus padres no podían. Que tenían miedo, pero ellas no. El descontento y frustraciones acumuladas desde el final de la dictadura de Pinochet, con una sociedad ahogada en este experimento neoliberal clasificado como país, estalló en forma de sangre roja, furiosa y adolescente, como canta Jorge González (Los Prisioneros) en “La voz de los ‘80”, el compositor pop más importante de la historia de la música en Chile.
Porque no eran treinta pesos, sino treinta años. Esa fue la frase que marcaría la revuelta popular chilena que al día siguiente cambiaría por completo el sonido de la ciudad.
De las bocinas pasamos a las conversaciones entre desconocidos, debido a las aglomeraciones en los paraderos del transporte público, pues la red de metro estaba cerrada. Los motores pasaron a ser balizas que se intercalaban con disparos y con fogatas de barricadas en medio de las calles. De los oficinistas hablando en alto por sus manos libres en la Alameda, pasamos a escuchar gritos y arengas de protesta.
El sonido de la calle cambió el 18 de octubre e inyectó de otra vida, rápidamente, por el shock, la urgencia, la impotencia y la estupefacción, también las composiciones de músicos de los más diversos estilos.
Tan solo dos días después de la explosión en las calles, luego de la primera noche en toque de queda y con militares vigilando las ciudades, llegó “Cacerolazo” de Ana Tijoux. Cacerolear: el acto de golpear una olla con una cuchara de palo hasta que te duela el brazo o se rompa la cuchara. Hacerla sonar porque no alcanza la plata para comer. Porque si te enfermas tienes que organizar un bingo con tus vecinos y amigos para financiar un tratamiento. Porque no alcanza la vida para vivirla rodeada de violencia.
Este ejercicio inmediato y urgente de Ana se transformó en el primer himno nuevo que acompañaba las protestas en la calle, desde las veredas de las casas y los balcones de los edificios. Pero otros sonaron ese primer fin de semana. Unos que están incrustados en la memoria chilena desde mucho antes que este Chile neoliberal nos comiera vivos. Sonaban cuando nos mataba Pinochet. “El derecho de vivir en paz” (1971) de Víctor Jara y “El baile de los que sobran” (1986) de Los Prisioneros fueron las primeras canciones que se amplificaron por los parlantes de la protesta.
¿Acaso no existió un cancionero más reciente que le hiciera sentido a nuestra memoria? ¿Acaso la música de la transición democrática no aportó nada? Comenzaron a aparecer rápidamente esas preguntas que semanas más tarde el periodista David Ponce quiso responder a través del proyecto “Se oía venir. Cómo la música advirtió la explosión social en Chile”, un libro que da cuenta de todas las obras que durante treinta años nos hablaron de cómo estábamos viviendo.
Acudo a David ahora y vuelvo a preguntarle algo sobre lo que ambos hemos conversado y escrito: ¿por qué fueron estas canciones las que la gente puso por delante?
“Recuerdo que precisamente tú y yo tocamos ese punto en parte de lo que escribimos en ‘Se oía venir’ , a propósito de los que fueron llamados ‘himnos’ en ese momento (entre ellos, esas dos canciones de Víctor Jara y Los Prisioneros). Comentabas que lo que determina si una canción es un himno es el tiempo, los procesos sociales y el contexto de cada época, esos momentos en los que la música se producía y llegaba a las personas de una manera diferente a la actual. No puedo estar más de acuerdo: esas canciones tan reconocidas lo son porque han tenido al tiempo de su parte para instalarse como tales, gracias a una industria musical o a una circunstancia política o a las dos cosas. Así se entiende que ‘El derecho de vivir en paz’, ‘El pueblo unido jamás será vencido’, ‘El baile de los que sobran’ o ‘En un largo tour’ estén tan presentes en la memoria colectiva. Pero también es sabido que hoy son cientos, miles y cientos de miles las personas que pueden cantar de memoria (y emocionarse con) versos y rimas completas de Ana Tijoux, Portavoz, el Macha y cantidad de más cantantes y grupos de estos días”.
Y así ha sucedido. Poco a poco otras canciones más recientes comenzaron a aparecer escritas en los carteles de protesta (algunas tan sorprendentes como “Convéncete” de Princesa Alba, resignificada, cambiando levemente la frase inicial por “todo lo que el pueblo pida”), pero la creación de otras nuevas fue prácticamente inmediata. La mayoría de las dedicadas a esta revuelta popular en Chile fueron creadas entre fines de octubre y el mes de noviembre del 2019 (acá, solo algunas de las que se publicaron durante el primer mes, incluyendo discos completos), el mismo período de tiempo en el que la cantidad de personas con mutilaciones oculares por disparos de la policía crecía y, así ,también las denuncias por violencia sexual hacia detenides en los cuarteles.
Pero lo que comenzó no se detuvo. Durante este último año, todas las semanas han seguido apareciendo nuevos temas que nos llevan a ese momento. Y no es extraño, porque aún no existe justicia ni reparación. Se canta de lo que se vive. Y lo que se ha vivido son 8827 denuncias por delitos cometidos por agentes del Estado, según la Fiscalía, 460 víctimas de trauma ocular y 36 muertos y muertas.
El 31 de diciembre de 2020, la editorial Cuaderno y Pauta publicó “Contrasonido. Insurgencia, pandemia y 30 años de contingencia musical chilena (1990-2020)”, una secuela aumentada de “Se oía venir”. “Contamos más de doscientas canciones o registros en general en torno a estos temas entre octubre de 2019 y noviembre de 2020”, explica David.
“Esto no ha terminado” es la frase que todavía se puede ver escrita en pancartas por los balcones de la ciudad.
La creación fue colectiva. Uno de los primeros discos colaborativos en aparecer fue “Fuego. Canciones de emergencia”, liderado por Yorka Pastenes, música y también profesora, junto a sus alumnos y alumnas de un taller de canciones. Con la llegada del 18 de octubre, las energías se movilizaron junto al caos de la ciudad y decidieron reunirse a conversar. “Empezamos a cuestionar qué tanto se estaba cantando sobre lo que pasaba o cuál era nuestro rol”, explica la compositora. Así fue como en tiempo récord –menos de una semana– compusieron canciones en pareja, las grabaron y publicaron. “Pensamos que la gente necesitaba escuchar algo que le hiciera sentido, algo que representara en ese minuto, que hablara de lo que estaba pasando”. Y nació “Fuego”, que recibe ese nombre porque es una de las palabras que aparece en todos los temas.
También aparecieron dos compilados electrónicos de artistas locales y extranjeros. Uno de ellos es “Chile no está en guerra”, del netlabel Modismo, y el otro es “Despertar: Chile”, un proyecto colaborativo levantado por Valesuchi. “Junto a NGLY de Argentina, le envié mensajes a todos los que conocía y la respuesta fue inmediata, todos quisieron colaborar, desde Nicola Cruz hasta amigos de Santiago”, dice la DJ sobre el inicio del proyecto. “Se involucró Tomás Urquieta y también DJ Raff y Elías Deepman; ellos dos se ofrecieron a masterizar”.
“Despertar: Chile” reunió mil dólares en Bandcamp durante los primeros dos meses. No solo se trató de la música como protesta, sino como herramienta para ayudar a otro colectivo. “Conversé con una abogada para saber dónde se necesitaba esa plata con urgencia y finalmente la donamos a las brigadas de primeros auxilios que estaban en la calle. Para comprar insumos y apoyar en lo que se pudiera a los equipos médicos que estaban en las protestas ayudando a la gente herida”, explica.
“Si nuestro quehacer no refleja algún nivel de reflexión o acción, para mí no es arte, y es un gran trago amargo de comercio, de vender likes, de una industria cultural podrida”, reflexiona. Un manifiesto que se relaciona por completo con el quehacer de Francisca Herrera, productora musical y fundadora de La Peluquería Records, sello nacido a comienzos de 2019 con la misión de ser un espacio seguro e inclusivo para la creación de mujeres, lesbianas, personas trans y no binarias. Desde ahí se publicó “Q c acab $hile”, un EP que reúne a diferentes artistas que se valieron del dembow, el rap y el reguetón para crear canción protesta.
“Todas estuvimos muy activas en las calles desde ese inicio, algunas en primera línea [se refiere a la primera fila de la protesta que se enfrentaba directamente con la policía] y otras en la quinta, llevando agua de magnesia, por ejemplo, para desactivar las bombas lacrimógenas. También cada una se organizó territorialmente en sus barrios. Creo que, en general, disfrutamos mucho esa primera etapa. Acá no hablamos de la reconstrucción de un nuevo Chile, sino de cómo disfrutamos mucho ver la destrucción de este país neoliberal, y este disco recoge esos sentimientos de las primeras semanas. Todas las canciones estuvieron listas en noviembre”, explica Herrera.
Este EP es protesta, pero también rescata el baile como resistencia. “Todas arrendamos casa, no tenemos nada, en este país nadie tiene nada, y cuando llegas cansada de trabajar todo el día, lo único que te queda es tu cuerpo. Y este disco valora eso, el movimiento y el baile son espacios de resistencia y de conexión con tu propio cuerpo”.
Y con una nueva ola feminista que venía empapando todo desde mayo de 2018, fueron muchas las artistas que se pusieron al servicio de su contexto. Sin ir más lejos, “Un violador en tu camino” de Las Tesis dio vueltas alrededor del mundo, dándole un nuevo aire a la larga y rica historia de la performance política en Chile. Camila Moreno hizo lo propio con “Quememos el reino”, una arenga para seguir en las calles en diciembre de 2019 –que se hermanó muy bien con “Plata ta tá” de Mon Laferte–, y en 2020 lanzó “Hombre”, cuyo videoclip se hizo en colaboración con el Colectivo Ojos de Chile. “Voy a quemar / todo lo que construiste porque es una mierda (...) Y ahora tú te mueres de miedo”, grita la pieza.
Para la conmemoración del primer año de la revuelta, Ana Sofía publicó en 2020, junto con Mariana Montenegro (Dënver),“Estado de emergencia”, un electropop que retrata muy bien lo vivido –y sentido– en las calles. Ana Tijoux lanzó “Rebelión de octubre” junto con MC Millaray, rapera mapuche y adolescente de fuerza impactante, que también colabora en “Marichiweu”, sesión producida por Casaparlante en la que participan muchos otros artistas, como Luanko, Javiera Parra, Young Cister, Flor de Rap y Liricistas, entre otros.
No solo los artistas se volcaron en componer temas situados en sus contextos, sino que también salieron a las calles –algo que detuvo la pandemia– en iniciativas como El Largo Tour, serie de conciertos en diferentes barrios de la capital, organizado por Vicente Cifuentes (quien lanzó un disco dedicado a la revuelta titulado “Relato”), y otros fuera de los límites de la canción tradicional. Ahí están los registros de Colectiva Rizoma Alzada, la protesta ruidista y experimental de Barricada Sonora, Tambores por Chile y La Gran Comparsa del Pueblo.
Una cita especial fue la que se vivió el 27 de octubre de 2019. “Que no nos callen” se llamaba y contó con la participación de artistas como los raperos Catana y Bronko Yotte, Polimá Westcoast y Young Cister desde el trap, Princesa Alba con su pop y los históricos Los Tres y Los Jaivas, entre otros. Una jornada valiosa en la que se cruzaron generaciones y estilos musicales diversos con la sola intención de arengar la protesta, reunir a la gente en las calles y pedir justicia por los asesinados durante la primera semana de revuelta. Bronko Yotte leía sus nombres.
El 20 de noviembre de 2019 se realizó “Cabras con voz”, un evento a beneficio del Liceo 7 de Niñas, que días antes había sufrido un violento ataque por parte de la policía mientras las estudiantes estaban en toma. Hicieron conciertos a beneficio en el patio de la escuela Javiera Mena, Princesa Alba, Catana y Denise Rosenthal.
También aparecieron versiones que se transformaron en nuevos himnos, como aquella de la Banda de Bronces Plaza de la Dignidad entonando la cumbia villera “El hijo del botón” de Daniel Lescano y la reversión de “Killing In The Name” de Rage Against The Machine por la banda Arauko Rock, rebautizada como “Los pacos son bastardos”. “Pensamos en qué podíamos hacer y decidimos salir a tocar a la calle, que es algo que la banda ha hecho siempre. Le íbamos a tocar a la primera línea no porque esto fuera una fiesta, sino para darles fuerzas. Cuando empezaba a sonar la canción, se acercaban, disfrutaban y volvían a pelear”, dice Danilo Garcés, vocalista del grupo.
Y se suman incluso colaboraciones internacionales. Como apunta David Ponce, ahí está lo que vino a hacer El Futuro Fuera de Órbita en un feat. con Carlitos Junior, Tracy McGrady y Kidd Tetoon en “El que no salta es paco remix”, o el vídeo inmenso que el realizador y también músico chileno Pedro Aceituno hizo aquí en Santiago para la canción “Yo pisaré las calles nuevamente”, que grabó el cantante murciano Muerdo.
Es imposible resumir en un artículo la fuerza creadora de más de un año que, aún con una pandemia a cuestas y con prácticamente seis meses de encierro estricto –con la precariedad más aguda que esto conlleva para el sector cultural–, no ha dejado de estar viva. El sonido de la calle cambió en Chile desde el 18 de octubre de 2019. Y como dijo Salvador Allende en 1973, antes de que la casa de gobierno fuera bombardeada con él dentro: “No se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Y la relatan (también) las canciones. ∎