Joder, no sé. No sé si es posible hacer la crónica del trascendental concierto de Carolina Durante en el WiZink Center de Madrid sin caer en sentimentalismos ni en personalismos. No sé ni siquiera si es necesario, o incluso pertinente. Desde el primer momento flotaron en el aire los nervios de todos, como si cada uno de los asistentes, a uno u otro lado del escenario, tuviera su pequeña parte ahí. Como si cada una de las piezas estuviera allí por algo. Amigos, familiares, colaboradores, colegas, parejas, exparejas y fans de los del primer día. Periodistas que, como yo, hemos seguido la trayectoria del grupo –ya sea a través de crónicas, entrevistas o reseñas– desde el principio.
Y ni Diego Ibáñez (voz), ni Martín Valhonrat (bajo y cada vez más voz), ni Mario del Valle (guitarra), ni Juan Pedrayes (batería) quisieron salir al escenario para sorprender a nadie ajeno, o a ojos y oídos que esperaran asistir a un salto de nivel o a la confirmación definitiva de un fenómeno. No. El concierto de los “cuatro chavales” que abanderaron el resurgimiento comercial de un underground madrileño condensado en la trayectoria de su sello, Sonido Muchacho, y que asimilaron su condición con humildad insólita, fue una carta de amor sonora en el lenguaje de los decibelios a todos los que de una manera u otra han estado ahí y les han llevado hasta donde están hoy. No fue un concierto en el WiZink. Fue SU concierto en el WiZink.
Porque Carolina Durante no son un grupo diseñado con la ambición de llenar arenas ni corresponden a la cita con un show especialmente diseñado para la ocasión. No llevan visuales ni invitados demasiado sorprendentes aparte del hermanamiento intergeneracional con Los Nikis, que regresaron por un día como teloneros para celebrar el abrazo entre dos mundos que tienen en la sencillez, la mordacidad y un cierto retrato costumbrista los trazos de una misma genealogía. Un error de cálculo los obliga a renunciar al recurso de las pelotas gigantes de goma, prácticamente la única concesión, junto con el confeti, a las virguerías propias de las grandes citas. Pero tienen lo más importante: canciones. Y un público fiel que las sabe recibir, corear, bailar y poguear. Con eso, aunque parezca imposible, se puede llenar un WiZink Center.
El pasado viernes, Carolina Durante fueron operarios del rock, oficiosos trabajadores del sonido que se mantuvieron siempre por detrás de sus canciones. Fueron ellas las que hablaron y las que se llevaron todo el protagonismo. Hasta treinta y dos dispararon en apenas una hora y cuarenta y cinco minutos, a piñón fijo, sin parafernalias y con un sonido certero y vigoroso envuelto en la capa justa de ruido que exigen estas veladas macroscópicas.
Y, reforzando el homenaje que le dedicaron a su propio repertorio, quisieron vestir de gala sus canciones más ambiciosas, las que necesitan algo más que cuatro chavales para levantarse en directo, gracias a la presencia esporádica de Elena Nieto (Yawners) a la segunda guitarra o del “quinto Carolina Durante” al sintetizador: Gonzalo Durán, que se bajó del barco por un Erasmus justo antes de que la banda echara a rodar en 2017. Quizá nunca habían sonado tan grandes “El perro de tu señorío”, donde se asoman al intenso infinito de Los Planetas, la emocionante “Colores” o una “Yo soy el problema” atmosférica y dolorosa. Mientras la interpretaban, emergía de entre la multitud de cabezas que dibujaban el horizonte de la pista el escritor Óscar García Sierra, amigo personal y autor del poema en que se basa la canción. Un destello de la intimidad familiar que se consiguió a tamaña escala.
Por esto mismo fue imposible no emocionarse un poco con “El parque de las balas”. Aunque no te tocara de cerca una dedicatoria que empieza en sus compañeros de instituto y termina en cada una de las personas que a día de hoy componen su círculo cercano –un tema, el amor a la amistad, al que recurren a menudo–, seguro que tenías alguien al lado al que sí, porque ninguno quiso perderse la noche del viernes, la noche en que sus amigos le demostraban a España que existe una manera honesta de labrarse una trayectoria de éxito. Que se lo digan a la Rosalía, que andó por allí suporteando a su hermana, se tiró fotos, saludó con la dulzura y el encanto que la caracterizan hasta al último de los trabajadores y prestó atención al pilotaje sonoro de Carlos Hernández Nombela desde el control de sonido sin robarle a los Carolina Durante ni un ápice de la atención.
Siempre digo lo mismo, y perdónenme que caiga en el vicio de la repetición, pero cuando veo a Carolina Durante no deja de venirme a la cabeza una frase que me dijo Martín en 2019: “Nos tomamos muy en serio el juego”. Solo eso explica la consistencia que alcanzan en directo. Pasada la hora, pasadas canciones de ayer y de hoy que no acostumbran a tener espacio en la mayoría de sus conciertos –de “La canción que creo que no te mereces” a “KLK”, pasando por “No es tu día”–, metieron una marcha más para una recta final aplastante.
Pasan como un huracán por su versión de “Espacio vacío” (Séptimo Sello; Diego espasmódico y derrochando energía), invitan a un algo desubicado Orslok para su más reciente “Casa Kira” y a Alicia Ros (Cariño, El Buen Hijo) para hacer de Amaia en el original de Marcelo Criminal “Perdona (Ahora sí que sí)”. Y estallan en el júbilo de “En verano” y “Cayetano”, dejando colgado un telón de ruido mientras se ponen el uniforme de fiesta de fin de curso para su prom particular, un bis para el que reservan algunas de sus canciones más simbólicas: “Las canciones de Juanita”, “Tu nuevo grupo favorito” o una “Famoso en tres calles” que cedió su habitual papel de cierre ante la primera canción que publicaron, “La noche de los muertos vivientes”, sirven para resumir una trayectoria imparable que ha sabido construirse en el margen, apoyándose siempre en pequeñas aspiraciones masivas.
Incluso se montaron una orgía con Los Nikis, con prácticamente las dos bandas al completo interpretando “Salvaje pasión”, para dejar claro de dónde vienen. Fue bonito ver a la mítica banda madrileña, influyente contrapunto de la movida, incluyendo snippets de “Granja escuela”, “Moreno de contrabando” o “Perdona (ahora sí que sí)” entre clásicos impagables como “El imperio contraataca”, “Enrique, el ultrasur” o “La naranja no es mecánica” en su concierto de apertura, que les traía de vuelta a los escenarios para una echar una canita al aire que terminó con “La fiesta medieval” –¿Weekender 2023?–. En ellos, en esos cuatro “no-tan-chavales”, se puede ver el reflejo de Carolina Durante: no solo en sus canciones, evidente combustible para las letras de Diego y el desenfado generalizado, también en el lugar al que se dirigen. Uno en el que no olviden nunca los lazos que les unen.
Hace menos de un año, Diego Ibánez comentaba en Rockdelux su deseo de meter el runrún de una grada en “10”, una de sus canciones futboleras. “Como no podíamos meter a 10.000 personas…”, se lamentaba. El viernes fueron 8000 las que les dejaron mudos coreando el final de “Las canciones de Juanita”: “No sonamos mal, sonamos mejor que ayer” sonó en las gargantas del público como un refrendo. Un coro unísono reconociendo que, aquella noche, esos cuatro chavales merecieron cada centímetro de recinto. En todas las demás se han ido ganando el respeto de mucha más gente de lo que podrían haber llegado a imaginar. ∎