Resaca emocional. Foto: Cristina Fisher
Resaca emocional. Foto: Cristina Fisher

Entrevista

Caroline Rose: “Artistas como Tom Waits, más experimentales conforme se hacen viejos, son héroes para mí”

Salto de gigante el de la artista neoyorquina afincada en Austin. Su quinto álbum, “The Art Of Forgetting”, es una pirueta sin red que exprime hondura emocional a la resaca de una relación sentimental fallida mediante textos en carne viva y audaces tratamientos de voz, loops de cinta, plugins e instrumentos de madera y viento, en una fascinante colección de canciones que apuntan a ingreso en las grandes ligas.

Hay un par de momentos en “The Art Of Forgetting” (New West, 2023), el quinto elepé de Caroline Rose (Long Island, 1989), que ya fueron desvelados como adelantos y que explican en qué medida esto es muy diferente a todo lo que ha hecho antes. En ambos se desgañita, como si se le fueran a salir las tripas por la garganta. Al final de “Miami” exhala un “you’ve gotta get through this life somehow” (“has de superar esta vida de alguna manera”) que corta el aliento. También en los instantes finales de “Tell Me What You Want” vomita con rabia un “I’m becoming someone else” (“me estoy convirtiendo en otra”) como si le fuera la vida en ello. Porque si de algo va todo esto es de superación personal y de transformación tras un buen batacazo sentimental. Pero no al modo revanchista del clásico disco de ruptura, sino como hondo documento de todas las fases del duelo y el comienzo de una nueva vida.

Así que adiós al sarcasmo y también a los devaneos country, folk-rock, pop punk, al pop destartalado o al synthpop reluciente que orlaron los anteriores trabajos de una carrera en continuo ascenso, siempre en transformación. Y bienvenido sea el ánimo de experimentación e investigación de un disco fascinante que juega con texturas analógicas, sonoridades de madera y viento como reflejo de los traicioneros pliegues de nuestra memoria, que se alimenta de la música balcánica y gregoriana, de Le Mystère des Voix Bulgares o de Yma Sumac, y que araña la brillante hondura de los mejores discos de Angel Olsen, Feist o Weyes Blood –por sugerir solo tres paralelismos– aunque desde un prisma distinto y una trinchera mediática menos agradecida. Porque Caroline Rose ya juega en esa liga. Y aunque este es el disco que muchos esperábamos, no podíamos ni imaginar que llegara tan lejos y lo hiciera tan pronto. Hablo con ella por la pantalla del PC, en conexión Valencia-Florida.

Terapia de choque. Foto: Cristina Fisher
Terapia de choque. Foto: Cristina Fisher

¿Tuviste que olvidar muchas cosas para hacer este disco? ¿Crees que olvidar es sobrevivir, en cierto modo?

Es lo que significaba cuando empecé a trabajar en él. Olvidar el dolor. Sobreponerme, día a día. Con el paso del tiempo cambió a una forma saludable de dejar correr las cosas. Pero el tema de la memoria me venía una y otra vez. Había pasado por un momento muy duro, con problemas para enderezarme personalmente, afrontando mi propio dolor. Lo único que quería era olvidarlo todo, pero al mismo tiempo recibía llamadas telefónicas de mi abuela, que estaba perdiendo la memoria. Me vino muy bien, porque estaba demasiado metida en mi mundo de dolor y mi abuela solo quería conectar conmigo de algún modo. Me pareció interesante ese contraste entre ella, que está perdiendo su memoria involuntariamente, y yo, que aún estoy en cierto modo al principio de mi vida. O al menos lo siento así, como un nuevo comienzo. Y lo único que quiero es olvidar el pasado.

Es curioso que sea precisamente una persona que está perdiendo la memoria quien te recuerde, al mismo tiempo, quién eres y de dónde vienes.

Exacto.

Los cortes de audio de tu abuela protagonizan tres interludios dentro del disco. Rosalía hizo lo mismo en “G3 N15”, uno de los cortes de “Motomami”. No sé si lo habías escuchado.

¡No lo he oído! De hecho, me quedé en “El mal querer”. Soy muy fan suya y sé que debería haber oído su último disco, pero aún no lo he hecho. Es algo que te pone en tu sitio, con los pies en el suelo, esto de que tu abuela te llame. Si es cariñosa y se preocupa por ti incluso en los peores momentos, es algo muy reconfortante.

“Había pasado por un momento muy duro. Lo único que quería era olvidarlo todo, pero al mismo tiempo recibía llamadas telefónicas de mi abuela, que estaba perdiendo la memoria. Me vino muy bien, porque estaba demasiado metida en mi mundo de dolor y mi abuela solo quería conectar conmigo de algún modo”

Dices que la memoria puede ser una herramienta o una maldición. Entiendo que, con el tiempo, y puede que ese proceso se refleje en el disco, aceptas que incluso el recuerdo de lo más negativo puede ser algo sobre lo que aprender y edificar algo nuevo.

Es una buena observación, porque otra cosa que experimenté es que mi cuerpo y mi mente se olvidaron de todo aquello para protegerme. Las cosas malas ocurren y su recuerdo es dramático. El cuerpo nos protege de ellas. Yo había olvidado muchas de esas cosas. Pero en un momento dado es bueno enfrentarse a ellas y reconducirlas. Leí el libro “El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma” (Bessel van der Kolk, 2015), y cambió mi forma de pensar en cómo la memoria se relaciona con el cuerpo. Porque si tienes recuerdos traumáticos que están profundamente enterrados en tu psique, pueden aparecer más tarde en tu vida. Si no los afrontas y reconduces, reaparecerán. Y en formas que nunca hubieras podido prever. Pero no es sencillo responder a tu pregunta, porque creo que depende de la persona. Yo, personalmente, quiero saber. Saber de los recuerdos complicados y encararlos, porque me ayuda. A evolucionar y a sentirme más fuerte. Pero podría ser distinto para otra persona.

Dices en la información promocional que este disco va sobre dejar que el dolor ocurra, aunque pueda resultar cómico. Pero yo aquí no detecto nada del sentido del humor que transmitías en otros trabajos.

Creo que hay humor, pero es diferente. Cuesta a veces encontrarlo cuando lo pasas mal, pero hay un humor oscuro soterrado. Aquí la diferencia es que no hay sátira. Que no me cachondeo de nada ni de nadie. No estaba en ese lugar. No estaba en la frecuencia de onda como para ser la chica graciosa de otros discos. Solo trataba de levantarme de la cama cada mañana (risas). Pero soy consciente de que incluso esa desesperación es cómica en cierto modo. Puedo verme desde fuera y reírme, ver que es todo tan triste que es gracioso. Me río de lo desesperada que me sentía. Lo único que me sacaba de la cama era la máquina de café, que la cargaba cada noche. La tengo junto a la almohada. El olor del café era suficiente.

La música como escudo. Foto: Cristina Fisher
La música como escudo. Foto: Cristina Fisher

Para quienes hemos seguido tu carrera y te hemos visto en directo alguna vez, nos cuesta imaginarte con tan pocos ánimos. Dices de “Miami”, uno de los adelantos, que es tan reveladora que quizá no vuelvas a escribir nada parecido. Sin embargo, “Jill Says” me parece aún más sentimentalmente descarnada. Quizá el momento más emocionante del disco y de toda tu carrera. ¿Te puedo preguntar quién es Jill?

Bueno, Jill es mi terapeuta (risas).

Vaya, me pillaste: ahí estaba el sentido del humor. Ni lo imaginé.

Me ayudó mucho. El tono del álbum progresa y cambia con los minutos. Inicialmente tenía muchísimas canciones, pero no quería hacer un disco de tres horas. Quería contar una historia que emocionara a la gente pero que no repitiera ideas. Y esa canción representa el momento en que empiezo a aceptar las cosas como son. Cada canción representa un momento, el disco es como un diario. Y aceptar la situación supone un paso adelante para sentirte mejor. Que la relación de pareja que tenía, que significaba tanto para mí, se acabara fue algo que terminó por ayudarme en más de un sentido. Pero esa relación es una parte del álbum. Ocurren más cosas que me cambiaron. Tuve que pasar por ellas para dar con una mejor versión de mí misma, supongo.

De hecho, hay al menos dos canciones que tratan sobre la autoestima y la autoaceptación: “Where Do I Go From Here?” y “Love Song For Myself”.

El álbum se mueve por las distintas partes del duelo. Es un camino que no siempre es lineal. Una amiga lo describió como ascender una montaña, con sus subidas y bajadas, y al final llegas a la cima. El flujo del disco es así. Con destellos en los que intento quererme y pasar página, pero es un trayecto muy difícil, y una canción como “Love Song For Myself” me resulta graciosa porque en ella expreso mi deseo de quererme y no saber cómo. Esa sensación de que, si no sabes cómo hacerlo, fíngelo hasta que te salga. Esa mentalidad. La mayor parte del disco es así. No sé qué hacer para sentirme mejor, pero lo intento.

“El álbum se mueve por las distintas partes del duelo. Es un camino que no siempre es lineal. Una amiga lo describió como ascender una montaña, con sus subidas y bajadas, y al final llegas a la cima. El flujo del disco es así. Con destellos en los que intento quererme y pasar página, pero es un trayecto muy difícil”

¿Has escuchado alguna música que te haya influido?

Sí, a diferentes vocalistas, sobre todo aquellas que muestran distintas y sorprendentes formas de usar su voz. Cosas de Le Mystère des Voix Bulgares, música de coros georgianos, Yma Sumac, Sheila Chandra, quien tenía la voz más increíble que haya oído y la perdió, una historia fascinante la suya… Hubo algo sobre reconectar con las capacidades humanas que fue muy inspirador para mí. Sentarte ante el piano y exprimir la emoción de cada nota, cosas aparentemente sencillas. Debussy, Satie, compositores clásicos. Y cosas contemporáneas que se basan en lo acústico: cuerdas, guitarra, cosas muy orgánicas cuyos audios permiten ser manipulados. La canción más influyente en este disco fue “Falaise”, de Floating Points. Él escribió un arreglo para un cuarteto de cuerda que según lo tocaba en directo lo iba modulando, y me enamoré de ese sonido porque me hacía sentir algo completamente nuevo. Ni siquiera sabía describirlo, pero sí sabía que era esa sensación la que buscaba en este álbum. Me obsesioné con averiguar cómo lo hizo. Me dio por las cajas modulares y los plugins para manipular el sonido.

De hecho, en “The Doldrums” cuentas con un maestro: Nick Sanborn, de Sylvan Esso.

Le expliqué lo que intentaba hacer y lo pilló, fue muy divertido. Me enseñó muchas técnicas. Hay más breves clips de esas sesiones dispersos por el álbum. Fue como una clase magistral.

Tus discos son muy distintos entre sí. ¿Sientes la necesidad de cambiar estilísticamente?

No es una necesidad, simplemente yo cambio como persona también. Me parece extrañísimo cuando alguien hace el mismo disco dos veces. Siempre estoy cambiando, explorando, ampliando mi paleta sónica. Mi cerebro avanza hacia músicas que ni siquiera necesitaba entender antes de abordarlas. Siempre quise ese tipo de carrera, en la que cuanta más música hago, más experimental o compleja se vuelve. Artistas como Tom Waits, que son más experimentales conforme se hacen viejos, son héroes para mí. Yo me veo así.

Abriendo nuevos caminos vitales. Foto: Cristina Fisher
Abriendo nuevos caminos vitales. Foto: Cristina Fisher

Como era Scott Walker también, ¿no? Normalmente es al revés: cuanto más mayores, más conservadores.

Totalmente, Scott Walker también.

¿Cómo hacéis para ensamblar en directo canciones tan distintas como las que integran este disco y las de los anteriores? El tratamiento es completamente diferente.

Es verdad que son muy diferentes, pero la dificultad en mezclarlas en un mismo concierto no es tanto que suenen distintas como que se sienten distintas. Las de este disco tratan sobre procesar el dolor y es complicado colocarlas entre otras que vienen de un lugar muy diferente. Tenemos dos sets, uno para salas y otro para festivales, y son muy distintos. Nos apañaremos.

Te criaste en Nueva York pero llevas tiempo en Austin, Texas. ¿Por qué te mudaste y cómo te sientes viviendo allí?

Nunca había formado parte de una comunidad de músicos como la que se da cita en Austin. Vine porque conocí a alguien y ella vive en Austin. Me gusta. Me encantan los amigos que he hecho y es un lugar muy inspirador para un músico. Estoy feliz ahí.

“Siempre estoy cambiando, explorando, ampliando mi paleta sónica. Mi cerebro avanza hacia músicas que ni siquiera necesitaba entender antes de abordarlas. Siempre quise ese tipo de carrera, en la que cuanta más música hago, más experimental o compleja se vuelve”

Vienes a Europa en junio. ¿Hay alguna posibilidad de verte en España?

Puede que vayamos más tarde, en noviembre.

¿Solo has estado una vez, en 2018?

Sí, teníamos previsto ir también en 2020, pero la pandemia lo impidió.

De hecho, “Superstar” fue publicado el 6 de marzo de 2020, a unos días de los confinamientos. Mal timing. Se quedó en un limbo.

No pilló su tiempo, no (risas). Y eso fue parte del bajón anímico que tuve después. Puse mucho empeño en el disco y en la gira para luego ver que caía en saco roto. Fue una experiencia humillante, sin duda. Me hizo más humilde.

Por último, una curiosidad, ¿por qué esa fijación con el color rojo?

Es gracioso, porque ni siquiera llevo puesto algo rojo ahora (risas). La respuesta simple es que me gusta. La compleja es que conecta con la riqueza que representa. El color de la pasión. El de la sangre. El más bonito que puedas ver. Es un espectro de sentimientos, desde la alegría inmensa hasta sentir que eres la persona más deprimida del mundo. Y todo lo que hay entre medias. ∎

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