Marc Piñol y Hugo Capablanca, océano de sonido en Berlín. Foto: Virginia De
Marc Piñol y Hugo Capablanca, océano de sonido en Berlín. Foto: Virginia De

Entrevista

C.P.I.: visualizar el sonido

Concebir el sonido como formas que se mueven por el espacio a distintas velocidades, y no en términos de graves, agudos o canales de audio, fue el gran reto al que se enfrentaron Hugo Capablanca y Marc Piñol, el dúo de música electrónica C.P.I., en su última actuación en Berlín. Fue el pasado 18 de septiembre en el MONOM.

Sobre el papel, el planteamiento parece sencillo y hasta convencional: C.P.I., el dúo compuesto por Marc Piñol y Hugo Capablanca, disponía de una semana para trastear en el estudio MONOM de Berlín, culminando la estancia con tres directos en un mismo día, el sábado 18, y la grabación de un nuevo álbum, “Símbolo y sonido”, dentro de la beca que otorga la Richard Thomas Foundation. Pero en la práctica, era un reto. Es difícil explicar la complejidad de un sitio como MONOM a quien nunca haya estado allí: las actuaciones transcurren en la oscuridad más absoluta, hay altavoces y columnas de sonido repartidas por toda la sala, y sus responsables invitan al público a pasearse por ella durante la actuación porque la experiencia es completamente distinta para cada persona, dependiendo de dónde esté y de si decide o no quedarse en un mismo sitio. Si para el espectador es una nueva experiencia, para el músico supone enfrentarse, literalmente, a una nueva dimensión. Capablanca explica que a la hora de preparar el directo “tienes que pensar que igual ese sonido no va más bajo, sino que va más lejos en el espacio. A eso hay que sumar que los sonidos pueden ser estáticos, pero también tienes la posibilidad de darles movimiento y puedes hacer que un sonido empiece a 200 metros de distancia y que pase a una velocidad muy rápida, que haga un recorrido elíptico, que venga por abajo y se disperse desde arriba”. Piñol aclara que “aquí tienes 48 puntos repartidos no solo a lo largo, sino también a lo alto y a lo bajo; entonces tienes una serie de subgraves, luego tienes unas seis columnas cada una con puntos separados y así llega un momento en que tienes que pensar menos en las columnas que hay y en lo que hace cada una y en lo que tienes delante con todas las pistas y pensar en 3D y en cómo lo colocas”. Para ello tienen que trabajar con un software que “visualiza” el sonido con formas de distintos colores y características, algunas circulares, otras poliédricas… 

“Nosotros no somos un grupo de directo y traducir un tipo específico de sonido a un ‘live’ ya exige una dirección muy clara. Podemos apretar botones y hacerlo con más gracia, pero yo al final siempre me he visto como un bicho de estudio, y esto hay que entenderlo como una pieza más del estudio”

Marc Piñol

Una de las ventajas que han tenido a la hora de enfrentarse a esta nueva forma de trabajar es que, con Marc radicado en Barcelona y Hugo en Berlín, no solo están acostumbrados a comunicarse muy bien entre ellos a distancia y a describir al detalle las ideas, sino que su hábitat natural es el estudio, y cuando se dejan ver en directo es para pinchar: “Nosotros no somos un grupo de directo y traducir un tipo específico de sonido a un ‘live’ ya exige una dirección muy clara. Podemos apretar botones y hacerlo con más gracia, pero yo al final siempre me he visto como un bicho de estudio, y esto hay que entenderlo como una pieza más del estudio. El primer día estábamos bastante frustrados porque veíamos que no podíamos llevar a cabo la idea que teníamos, pero el segundo día ya teníamos la mitad del curro hecho”, cuenta Marc.

La complejidad del sistema supuso no solo que les dieran una semana para familiarizarse con el programa, sino que tuvieran que replantearse todo el directo. “Teníamos algo preparado que no pudimos utilizar en absoluto porque la tecnología que tienen aquí no la habíamos visto en ningún otro sitio”, explica Hugo, “y hemos tenido que ir improvisando sobre la marcha, adaptándonos a la manera de entender el sonido como objetos en el espacio. Al principio intimidaba bastante, pero en el momento en que te empiezas a soltar no es tan difícil; lo complicado es cambiar el chip para verlo de otra manera”. Usaron varias pistas y descartes de “Alianza” (Hivern Discs, 2020) y material nuevo grabado para la ocasión, y durante los conciertos (los tres pases en un mismo día, por aquello de las restricciones de aforo) fueron lanzando las pistas y “moviendo” el sonido por la sala acompañados de Romain Azzaro al piano. El resultado era una inmersión sónica en C.P.I., pero, como ya avanzaba Hugo, planteado como una “deconstrucción espacial” facilitada por el hecho de que “los dos tenemos una aproximación bastante visual y conceptual del sonido, y en ese caso ha ayudado mucho el pensar en los sonidos como en un objeto”.

La experiencia espacial de MONOM. Foto: Virginia De
La experiencia espacial de MONOM. Foto: Virginia De

Durante la hora que duró la actuación, y gracias a esa concepción espacial y a las características de la sala, la experiencia no era la de un concierto al uso, sino la de estar sumergidos en un océano de sonido en el que lo mismo se oyen voces casi chamánicas como las de “Rasa” que cantos de pájaros. A ratos, Piñol y Capablanca llegaron a crear un inquietante universo lynchiano en el que iban conjurando todo tipo de texturas y sonidos y que también requería que el público jugase un poco y se fuera paseando, parándose en puntos específicos de la sala, buscando los sonidos y dejándolos marchar. 

“A mí me recordó mucho también a una de mis instalaciones favoritas: la ‘Dream House’ de La Monte Young y Marian Zazeela”, comentaba Hugo antes del concierto con público, “que es básicamente una instalación compuesta a base de microtonos, un drone que lleva sonando 30 años, pero que, dependiendo de en qué punto de la sala estés, escuchas un sonido u otro”. El público también pareció entender así la experiencia, y durante la hora que duró la actuación varias personas optaban por moverse de sitio, acercarse a alguna columna, tumbarse en alguno de los colchones y cojines repartidos por la sala, cerrar los ojos y sumergirse en el sonido para luego levantarse de nuevo y volver a empezar.

El reto, terminado el directo, es cómo traducirlo a un álbum. “Esto nos ha dado mil ideas y de repente representarlas en estéreo es como pasar de trabajar en un portaaviones a meterte en una barca”, explicaba Marc. Lo más realista, como apostilla Hugo, es que hagan una nueva versión para el disco. “No sabemos cómo va a quedar, porque sabes que es algo que solo se puede hacer en un sistema de sonido como este, y que esto es una escultura efímera”, sentenciaba Marc. ∎

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