“A fuego” (Wild Punk, 2022) de Dani Llamas suena a juego de palabras jocoso, pero para el músico jerezano el título de su sexto álbum en solitario tiene sentido como mención a la memoria, “a esas cosas que se te quedan ahí marcadas sin saber muy bien de dónde vienen, como la oralidad, la cultura popular o, en mi caso, el flamenco”. Este trabajo continúa un díptico que comenzó con “La verdad” (Wild Punk, 2020), un ejercicio de ruptura bastante radical con el pasado del que fuera líder de G.A.S. Drummers, quien cantaba ahí por primera vez en castellano y se agarraba a la raíz jonda de un modo marcadamente personal, atrevido y valiente. “Había tenido una desafección importante con la música y estos dos discos me han servido para resetear, para volver a empezar. También quería hacerlo en Jerez, en el estudio pequeñito de mi batería, Rafa Camisón –con quien fundó su primera banda en 1997–, en las mismas calles donde me crié”, expone el músico desde su local de ensayo, en la siempre inspiradora área de los Corralones del Pelícano, en Sevilla, donde reside actualmente.
¿De dónde venía esa desafección de la que hablas?
Llevo mogollón de años haciendo música y he conseguido un montonazo de cosas que yo creo que no se pueden pagar con dinero. Muchos de los que eran mis ídolos de juventud han terminado siendo o bien amigos personales o incluso fans de mi música. Un día me llamó Tim Armstrong, el de Rancid, y se vino a vivir aquí conmigo cuatro meses en Sevilla. Conseguí que Joey Cape, de Lagwagon, me fichase para su sello One Week Records y me llevase a Los Ángeles a grabar un disco, salí de gira con Grant Hart… Tenía mucho reconocimiento, pero no conseguía pagar la luz con la música. Ahora va la cosa mejor que nunca, tengo más oyentes y me pagan mejor los conciertos. Todo lo que siempre quise, de repente, ahora que no he ido a buscarlo es cuando ha sucedido.
¿Cuál es tu relación con el flamenco?
Yo vengo del barrio de Santiago, el más flamenco de Jerez. Mi abuelo tenía un bar y conocía a muchos de los grandes del género en los años 60, Sordera y Terremoto eran amigos suyos. Aparte de eso, era uno de los pocos que tenían un gramófono y muchos iban a escuchar al mismo bar los discos que se pillaban. Era muy aficionado, y eso se transmitió en mi casa. He heredado casi más discos de mi abuelo que de mis padres, un montón de grabaciones antiguas de flamenco y de copla.
Sin embargo, cuando empezaste a hacer música le diste la espalda a aquello, ¿no?
Claro. Lo hegemónico en el barrio de Santiago era el flamenco y sus derivados, entonces cuando tú eres rebelde y quieres ponerlo todo un poco patas arriba cuestionas esa hegemonía y buscas un contrapoder, que en mi caso era sonar lo más norteamericano posible, lo más contrario a lo que teníamos delante. Cantábamos en inglés, montamos G.A.S. Drummers y empezamos a hacer giras hasta ser un grupo más internacional que nacional, porque tocábamos más fuera que aquí. Para nosotros eso era la vida. No queríamos ser profetas en nuestra tierra. Pero luego estuve nueve años viviendo en Madrid y eso me hizo querer reconectar a tope con mis raíces porque las echaba de menos, era un poco como la idea de folclore que tenía Hegel.
¿Tenías confianza en tu voz cuando te planteaste este camino?
No, no, no. Quizá esa ha sido la piedra angular, encontrarla, y ha sido una voz nueva, distinta a la que cantaba en inglés después de 25 años. Ese ha sido el momento de la verdad. Luego apareció otra bifurcación, la de hacerlo sin suavizar el acento local y sin impostar tampoco, porque yo no soy cantaor, pero sí que quería cantar como hablo.
Ha habido muchos encuentros entre flamenco y rock. En ese sentido, ¿qué es lo que tú no querías hacer?
A mí no me gusta el rock andaluz. Las fusiones ya hechas no me interesan tanto como manosear lo más jondo y lo más puro, ir a la fuente primera y hacer con ella un poco lo que me da la gana, algo más propio, teniendo en cuenta de dónde vengo: el hardcore, el punk, el power pop… Hace ya años que la música que más escucho es el flamenco, así que lo honesto era hacer eso.
En el nuevo álbum indicas el palo flamenco del que procede cada canción, como hicieron Los Planetas en 2007 con “La leyenda del espacio”.
Yo no he escuchado nunca ese disco, nunca he sido fan de Los Planetas ni les he seguido, aunque me parece muy valiente lo que hicieron. El juego de este álbum era ponerle un espejo al flamenco y traértelo a tu rollo. Me parecía gracioso explicar de dónde has mamado, con intenciones más didácticas que otra cosa. También es muy heterodoxo, porque lo mismo cuando vuelva a Jerez me cuelgan ahí en medio de la Plaza del Cabildo (risas).
Heterodoxia como la de “La ley”, que viene a ser una sevillana anarquista.
Eso de repente lo vi muy claro, hacer una canción como si fuera de Eskorbuto, pero por sevillanas y para epatar, diciendo “Yo no tengo patria ni Dios ni rey”. Meterte en los fangos, en el lodazal de la tradición es guay, pero también tienes que ser crítico con esa tradición. Esta tiene una gran parte que es deleznable, aquella por la que tú te acuerdas de por qué te separaste de ella. No es que me fuese a poner de repente en plan “¡ole! ¡arsa!”. Quería ser selectivo porque sigue habiendo una parte que abomino de eso.
¿Ha habido reacciones entre los flamencos, por cierto?
Para mí un gurú es mi compadre Manuel Luis, que hace el programa “Las cosas del cante” en Radio Clásica, y era compañero mío en el instituto. Desde el principio, cuando saqué “La verdad”, le moló, y este le ha gustado incluso más. Me dijo: “Esto no es flamenco, eres tú”. Hace poco estuve rodando con Pedro G. Romero y Gonzalo García Pelayo la película “Siete jereles”. Me invitaron a participar junto a cantaores con linaje, y yo estaba ahí con una guitarra eléctrica tocando por peteneras. Ellos flipaban en plan “el payo este está loco, pero lo hace guay”. Pero, vamos, tampoco estoy yo aquí para ser bendecido por nadie. O sea, a quien no le guste que se dé la vuelta.
¿Has estudiado mucho para hacer este disco?
Sí, he investigado muchísimo, sobre todo porque cojo el cante, lo selecciono, lo saco de su encuadre, de su pauta rítmica. Si una seguiriya está en un tres por cinco, yo la paso al cuatro por cuatro, que es de donde yo vengo. Lo que más me ha costado es sacar los cantes de ahí, y ahí sí que ha habido mucho trabajo. También es importante captar la esencia del momento pero que los textos tengan un algo intemporal. Hay un hilo invisible ahí, la literalidad de las cosas tiene mucha fuerza, las ideas tienen mucho peso.
Las letras suenan como si provinieran de la tradición oral, pero la mayoría son tuyas, ¿no?
Sí, esa es una diferencia con respecto a “La verdad”, que era más de mosaicos, todo surgió como una especie de revelación divina. Este lo he ido trabajando durante más tiempo y el paso más fuerte lo quería dar con las letras, escribir mis propios textos basándome en la estructura de esos palos. Eso es lo más importante en cuanto a expansión creativa.
También has adaptado letras de Francisco Moreno Galván y El Cabrero. Parece claro que el flamenco que más te interesa es el más comprometido.
Sí, el cante rojo, que en los años 70 fue muy importante y muy transversal. A un concierto de Manuel Gerena o José Menese o El Cabrero iba mucha gente. No es secreta mi militancia política en el PCE, y esta era una manera de encauzar hacia dónde quería que fueran los textos.
También se advierte en ellos una reacción contra el relativismo ideológico y la posverdad. Están plagados de eslóganes de izquierdas muy nítidos.
Claro, es que las cosas son así. Desde la caída del Muro de Berlín se ha puesto toda la historia en un entorno un poco de flotación. Durante todo este tiempo se ha revisado por intereses económicos y políticos, negando un montón de cosas que han sido evidentes, y ahora mismo estamos recogiendo lo que hemos sembrado con la posmodernidad. Ahí tenemos un problema como sociedad y como especie humana. La lucha de clases es verdad, el feminismo es verdad, el racismo es verdad, los asesinatos en masa que hubo en ciertas partes de España y que el estado aún no ha reconocido son verdad. No se puede borrar, no se puede decir que aquí hubo una guerra entre hermanos ni entre iguales. Eso no se puede negar, hay que afrontarlo.
Tu último disco en inglés ha sido “Grant” (Autoeditado, 2020), un homenaje al cancionero de Grant Hart. ¿Qué relación tenías con él?
Nos conocimos porque hicimos una gira conjunta por seis ciudades españolas en 2011, íbamos juntos en mi coche. Es uno de los grandes personajes que he conocido en mi vida y el más artista de todos, con una personalidad increíble y un poco ruinillas también al mismo tiempo. Era un tipo contradictorio que seguía batallando con sus adicciones. Hüsker Dü era uno de mis grupos fetiche. Bob Mould supo labrarse mejor su carrera o tuvo mejor suerte y Grant fue el loser, pero un loser maravilloso que tenía mucho interés no solo por la música, sino por la cultura española. Conocía historias fascinantes, como una que me contó de un marinero que apareció en Isla Cristina en la Segunda Guerra Mundial como un juego secreto para engañar a las autoridades franquistas y a los nazis. Nos hicimos colegas, mantuvimos un contacto asiduo por e-mail e incluso nos planteamos hacer una nueva gira por España en la que nosotros seríamos su banda, pero un año después falleció. Es de estos tipos que dejan huella. ∎