El clip de “Lazarus” irrumpía en la red el pasado 7 de enero, dentro del esquema de promoción lógico ante la salida de
“★” (2016) al día siguiente, coincidiendo con el 69º aniversario del artista. Lo que en un principio suponía otro trabajo críptico, misterioso, con un
David Bowie desquiciado, en una línea pareja, tanto a nivel temático como estético, al videoclip del primer single, “
★” (2015), horas después se revelaba con un nuevo significado bajo la oscuridad que cayó como una losa la mañana del 11 de enero de 2016. El fallecimiento del músico londinense, y especialmente el conocimiento de su larga batalla contra el cáncer, eran las piezas ausentes que ayudaban a descifrar el hermético y premonitorio trabajo, y a descubrir en este un testamento visual cargado de simbología… así como de confesiones elegíacas y emotivas.
Bajo ese nuevo prisma, el visionado del videoclip acongoja. Observar a un Bowie enfermo dándose réplica en el marco diegético para destapar la situación con la que alumbró su última ofrenda discográfica resulta tan doloroso como admirable. La presencia amenazante que sale del armario, la levitación de la cama, esa venda que oculta el signo inequívoco de la enfermedad, los episodios de arrebato creativo que desafían al tiempo y a la muerte (simbolizada por esa calavera shakesperiana en la mesa), todo atrapado en una atmósfera tétrica, sucia e irrespirable –sensación agudizada por el formato cuadrado–, señalada por una escenografía –esa sala prisión de la que pronto saldrá libre– que recuerda “El mar” (2000) de Agustí Villaronga.
Y para postre, la imagen más hiriente y desgarradora, un Bowie desprendido de esa venda que oculta el cáncer que carcome su imagen icónica adentrándose en el armario/ataúd. En el momento que toda esa imaginería visual fúnebre encaja con la letra críptica que acompaña
–“Mira arriba, estoy en el cielo. / Tengo cicatrices que no se ven. / Poseo el drama, nadie puede robármelo. / Todos me conocen ya”– es cuando se resuelve ese rompecabezas que empezamos a descifrar la misma mañana del golpe aturdidor.
Pese a que la realización del mismo corre a cargo de
Johan Renck –en su currículo constan diversos videoclips para Madonna, New Order, The Libertines, el propio “
★” de Bowie, así como la dirección de capítulos de “Bloodline”, “Breaking Bad”, “Halt And Catch Fire”…–, resulta fácil imaginar el celo, el detalle y el secretismo con que David Bowie administró todo lo que rodea a esta obra, como ya hiciera con tantos otros clips icónicos a lo largo de su carrera. Aunque esa es otra historia donde se podrían volcar ríos de tinta, la tinta negra de hoy corresponde a la despedida mayúscula, a la elegía visual, a un último aliento creativo tan revelador, sincero y ajustado que produce escalofríos, como los produce pensar en la idea de un último cartucho en la recámara para agitar el mundo incluso una vez muerto (ha trascendido, por ejemplo, que ya se planteaba grabar un nuevo álbum).
“Lazarus” es una pieza maniatada a trascender por el significado adquirido a posteriori en su vertiente extradiegética, por convertirse inesperadamente en una confesión premonitoria –y luego póstuma– del de Brixton. Un videoclip incrustado en los anales de la historia del formato al estar sobreimpreso el testamento de una leyenda en un último acto de lucidez incomparable. ∎