Hace poco más de un año, cumplidos ya los ochenta, David Crosby (1941-2023) declaraba: “No es significativo cuánto tiempo me quede, sino qué hago con ese tiempo. Y me parece que la única contribución que puedo hacer, el lugar donde puedo ayudar, es hacer más música”. Crosby había publicado a mediados de ese 2021 su último álbum en estudio, “For Free” (BMG, 2021), y era un disco excelente, con una voz aún prodigiosa. Además, he aquí una de sus contradicciones: publicó más discos a su nombre en sus últimos siete años de carrera –cinco– que en las cuatro décadas precedentes –solo tres– con un lapsus de dieciocho años entre el primero, “If I Could Only Remember My Name” (Atlantic, 1971), y el segundo, “Oh Yes I Can” (A&M, 1989).
Por eso, cuando el pasado 18 de enero murió a causa de “una larga enfermedad”, la sensación no era solo que desaparecía una de las grandes leyendas de la música y la contracultura generada en los sesenta, sino un compositor y cantante que aún tenía mucho que decir y lo estaba haciendo inmejorablemente, con una serenidad que no había tenido en anteriores etapas de su turbulenta vida. También había que celebrar que hubiera durado tanto, y tan activo, pese a los problemas de salud que acarreaba: dos ataques al corazón, ocho stents, diabetes, la hepatitis C que desembocó en el trasplante de hígado que le financió Phil Collins en 1994 y otras consecuencias de sus adicciones al alcohol y a las drogas entre los sesenta y los ochenta, cuando fue arrestado en varias ocasiones y llegó a ser condenado a prisión. Un milagro del que seguramente se sentiría satisfecho desde su carácter irónico y retador.
Fundador y pieza fundamental de la primera época de The Byrds, corazón de ese Cubo de Rubik sonoro que fueron Crosby, Stills, Nash & Young en todas sus combinaciones, proclamador de las virtudes del hippismo y el antimilitarismo, el primer músico que se instaló en la irrepetible comunidad de Laurel Canyon, creador de algunas de las más bellas armonías vocales que en el mundo han sido… Y todo con irremediable espíritu contradictorio. Amigable y bronco, dulce y desafiante, encantador y esquivo, a decir de quienes lo conocieron, también estaba tanto a favor de la marihuana como de portar armas y lo detuvieron varias veces por ambas cosas. Combativo contra la guerra y denunciante de las manipulaciones políticas, pero también descreído y escéptico. Tan fiel a los amigos como capaz de enemistarse terriblemente con los más allegados: abroncó sin recato en declaraciones a la prensa y redes sociales –su campo de agitación favorito en los últimos años– a Neil Young por dejar a Pegi Young para irse con Daryl Hannah; también es verdad que el colega se lo merecía.
Y Graham Nash –con quien hizo quizá la mejor armonización de entre esas cuatro voces gloriosas: Crosby & Nash fue otro combo sensacional, el más lírico e intimista– perdonó al final al bigotudo airado: “La gente tiende a destacar lo volátil que ha sido nuestra relación a veces, pero lo que importa es la pura alegría de hacer música juntos, el sonido que nos descubrimos mutuamente y la amistad a lo largo de los años. David era audaz, en la música y en la vida”, escribió Nash como despedida. Otro flechazo: cuando vio a Joni Mitchell en un club, Crosby reconoció su incipiente talento y le produjo su primer elepé, además de vivir con ella un breve período de turbulenta relación sentimental. Mitchell prefirió finalmente a Graham Nash y en la casa de ambos en Laurel Canyon nació Crosby, Stills & Nash.
Revueltos, pero juntos, sí. David Crosby, indomable y particular como era, siempre buscó la colaboración, el hombro con hombro creativo, la magia que pueden producir diferentes talentos unidos. Su trayectoria en solitario parece más bien una deriva intermitente para cuando no tenía con quién combinar. Y además era muy poco solitaria: desde el plantel de colaboradores de su debut al mano a mano con su hijo James Raymond, productor de sus últimos discos, su talento se valía por sí mismo pero crecía con los demás. Todo reflejado en esa celestial armonía de su voz, concordante con otras distintas pero de la misma sensibilidad.
Como compositor era armonioso pero raro: sus melodías se salían por la tangente todo el rato. Sus estructuras podían condensar la complejidad de una sinfonía en el formato de una canción pop. Por esa tendencia alcanzó en poco tiempo el cénit y la ruptura con The Byrds y la perfección en Crosby, Stills, Nash & Young: o lo que va de “Triad” a “Déjà vu”, canciones creadas para sendos grupos, que logran impregnar al oyente inmediatamente con melodías en absoluto convencionales, inesperadas en cada giro de la secuencia de acordes, en cada inflexión de voz. “What’s Happening?” o la antimilitarista denuncia de la guerra de Vietnam “Draft Morning” con The Byrds, y “Wooden Ships”, “Almost Cut My Hair” o “Guinnevere” con Crosby, Stills, Nash & Young están también en esa liga inigualable. Su guitarra casi siempre fue de apoyo, se refugió en la rítmica: bastante tenía con rebuscar en esos caminos de acordes intrincados.
En los dos primeros álbumes de The Byrds apenas compuso, pero su voz en combinación con las de Jim McGuinn y Gene Clark obraba maravillas. Luego cogió peso y con sus compañeros azuzó los devaneos psicodélicos de “Eight Miles High” tanto como la raíz folk de “Wild Mountain Thyme” en la explosión multifacética de “Fifth Dimension” (Columbia, 1966). Envalentonado en el fulgor contestatario, durante la actuación de The Byrds en el festival de Monterey Pop en 1967 soltó al micro una invectiva sobre los ocultamientos de las circunstancias del asesinato de Kennedy y los beneficios del LSD. Y al día siguiente sustituyó al huido Neil Young en la actuación de Buffalo Springfield. Este gesto prefiguraba su progresivo acercamiento a Stephen Stills; y ambas actuaciones enrarecieron las relaciones en The Byrds.
El tirón definitivo ocurrió en la preparación de “The Notorious Byrd Brothers” (Columbia, 1968), el último álbum del grupo con Crosby, donde colocó nuevas perlas como “Draft Morning” y “Tribal Gathering”: él se hacía valer y quería que se incluyera su musicalmente ambiciosa y sexualmente retadora “Triad” –a favor del amor libre en trío– y no entendía que sus compañeros prefirieran hacer una versión de “Goin’ Back” de Gerry Goffin y Carole King. “Triad” –felizmente recuperada entre las rarezas de “Never Before” (Re-Flyte, 1987) y en la estupenda caja recopilatoria “The Byrds” (Columbia, 1990) junto a imprescindibles caras B como “Lady Friend”, otra cumbre del byrd Crosby– se quedó fuera del álbum y “Goin’ Back” se incluyó. Ambos bandos tenían razón, son dos canciones culminantes en el repertorio de The Byrds. Pero Hillman y McGuinn acabaron diciéndole a Crosby: “Continuaremos mejor sin ti”. Crosby lo reconoce: “Era un tipo difícil, con un gran ego y poca cabeza”. Decidió comprarse un velero e irse a navegar por el Pacífico, otra de sus adicciones: “Despertarse sintiendo el movimiento de las olas zarandeándome suavemente es una sensación deliciosa. Es algo precioso. Mucho espacio y poca información. Ahí escribí ‘The Lee Shore’, ‘Page 43’, ‘Wooden Ships’...”
Para entonces, Crosby había pasado tardes y noches armonizando voces y guitarras con Stephen Stills y el acoplamiento fue casi inmediato: Crosby, Stills & Nash nacían como trío con el fundamental “Crosby, Stills & Nash” (Atlantic, 1969). Su segundo concierto fue en el festival de Woodstock. La ampliación más eléctrica llegó cuando Crosby decidió incorporar a Neil Young y perpetraron el descomunal “Déjà vu” (Atlantic, 1970). Más que un supergrupo, Crosby, Stills, Nash & Young fue el catalizador de un cosmos de influencia inconmensurable en toda la historia del folk-rock y sus derivas, con cuatro talentos únicos en todas sus dimensiones: unidos, enfadados, en solitario y recombinados. Sensibilidad y furia concienciadora, rebelde, libre y conmovedora. Hippismo sin ingenuidad, la música como máxima causa aunque no la única: “El momento en que los autores deben reaccionar a lo que está sucediendo es cuando se sienten verdaderamente impelidos, cuando algo los abofetea en la cara y tienen que reaccionar. No creo que debas salir a buscar causas solo por tener una o porque está de moda”, explicaba David Crosby en unas declaraciones recogidas en el documental “CSNY / Déjà vu” (Neil Young y Benjamin Johnson, 2008) que dejó testimonio de la reunión del cuarteto para una gira de protesta contra la guerra de Irak y el gobierno de Bush que les reportó el enfado de muchos fans. En el documental “David Crosby: Remember My Name” (A. J. Eaton, 2019) reconocía haber hecho daño a mucha gente y que por su culpa se volvieron adictas a la cocaína y la heroína varias de las muchas mujeres que habían estado con él. Hablaba con gran admiración y cariño de Joni Mitchell, Mama Cass y Janis Joplin. Despreciaba a Jim Morrison.
Hijo del director de fotografía Floyd Crosby, que ganó un Óscar por “Tabú” (F W. Murnau, 1931), David también coqueteó con el cine: hizo de hippie en “Llamaradas” (Ron Howard, 1991), de pirata en “Hook (El Capitán Garfio)” (Steven Spielberg, 1991) y de barman en “Corazón trueno” (Michael Apted, 1992). Muy suyo.
Su relación con el éxito también fue ambivalente. Disfrutó de audiencias masivas en sus diferentes etapas grupales y es uno de los personajes más determinantes en la música estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, pero nunca tuvo personalmente un hit como tal. Y siempre buscaba un poco más de reconocimiento para sus composiciones. Tendió a escabullirse de las cuadrículas de la industria y en lugar de anclarse en reuniones de Crosby, Stills & Nash gozó de hacer su propia música incesantemente en edad de jubilación, enarbolando su conocido apodo en “Croz” (Blue Castle, 2014), navegando entre el yacht rock y el jazz fusión en “Sky Trails” (BMG, 2017), buscándose nuevos colaboradores como Becca Stevens, Michelle Willis y Michael League en “Here If You Listen” (BMG, 2018) –o Michael McDonald en “For Free”– y desplegando honestidad y emoción en canciones espléndidas como “I Am No Artist”, “River Rise” o “Secret Dancer”. Hace poco más de un mes se publicó “Live At The Capitol Theatre” (BMG, 2022) en CD y DVD, reflejo de su pelea con otra de sus contradicciones: enfermo como estaba, sufría por alejarse de su casa y su pareja para ir de gira, pero este pájaro no podía dejar de cantar. ∎
Era el disco de The Byrds favorito del propio Crosby. Un punto culminante en el exultante colorido de las voces, en la competencia y colaboración de los tres compositores, en una juventud tan seducida por los campos de hierba como por las luces de ciudad, sin avistar aún las rupturas inminentes. “Everybody’s Been Burned”, tan predictora de la pesadumbre vocal a lo Nick Drake, o una “Mind Gardens” con guitarras como sitares y cintas al revés, son aportaciones del Crosby más folk e introspectivo, mientras el cierre del disco con “Why?” apuntala el raga rock en colaboración con McGuinn.
El primer álbum del cuarteto, como el previo debut de Crosby, Stills & Nash, es de una exuberancia sin límites, de un poderío nunca visto en cuatro voces tan conjuntadas. Y de una audacia tremenda en un folk acústico de melodías seductoras atravesado continuamente por rock electrizante, ritmos insólitos y estructuras rompedoras. Crosby aporta los mayores atrevimientos, con dos de sus canciones más representativas: los cambios de tono y forma constantes que conviven en la apasionante “Déjà vu” y la declaración de afianzamiento contracultural de “Almost Cut My Hair”. Soberbio e inagotable.
El primer álbum en solitario de Crosby se planteó con forma de colectividad: colaboraron el buen colega Jerry Garcia, miembros de Jefferson Airplane y Santana, además de Joni Mitchell, Graham Nash y Neil Young, entre otros. Pero no era una galería de estrellas pretendiendo el brillo comercial, sino una continuidad en la experimentación de voces y acordes en busca de una belleza nada acomodada. Disco incomprendido en su momento, de culto posteriormente (fue reeditado en 2021), refuerzo del carácter inconformista e insobornable de Crosby, va de la lisérgica “Laughing” a la jam eléctrica de “Cowboy Movie” y a la voz introspectiva que flota entre el rasgueado de guitarras acústicas de “Traction In The Rain”. Un ejercicio de libertad que empieza con toda una declaración: “Music Is Love”. ∎