Dean Wareham, todavía on fire. Foto: Pablo Asenjo
Dean Wareham, todavía on fire. Foto: Pablo Asenjo

Concierto

Dean Wareham y el poder de aquellas canciones en llamas

El músico neoyorquino inició anoche en Sevilla la extensa gira por ocho ciudades de la península en la que reinterpreta, en orden y al completo, el álbum “On Fire” (1989) de Galaxie 500 junto a una pequeña representación de su último álbum en solitario, “I Have Nothing To Say To The Mayor Of L.A” (2021). Presente y pasado colapsaron con un resultado que fue mejor de lo esperado. Por delante, estas citas: Cádiz (8), Oporto (9), Vigo (10), Madrid (11), Alicante (12), Valencia (13), Barcelona (14) y Zaragoza (15).

En el epílogo que Dean Wareham escribió para la edición española de su libro de memorias “Postales negras” (2008; Libros de Ruido, 2012), arremetía bastante airado contra todos aquellos miembros de la policía del indie que habían mostrado su reproche a que el neoyorquino anunciase una gira interpretando temas de Galaxie 500 en 2010. Aducía que quiénes eran ellos para decirle que no podía tocar sus propias canciones. El músico tenía su parte de razón y los críticos –entre los que me incluía– también. ¿Era ético, o tenía sentido, que Wareham despojase a aquellos temas de su antiguo aura, de la esencia mágica que les proporcionaron Damon Krukowski y Naomi Yang? Las implicaciones de todo esto iban más allá. ¿Era una decisión oportunista, una reivindicación ególatra o una mera estrategia de supervivencia? Vivimos una era ya muy larga de culto retromaníaco y, paralelamente, de precariedad absoluta para los trabajadores del arte, incluso en el caso de figuras aparentemente consolidadas como esta. Anunciar un concierto como “Dean Wareham plays Galaxie 500” en lugar de primar la actualidad del artista probablemente venda más entradas.

Probablemente, no. Seguro. Porque en las mismas lides sigue el que fuera voz y guitarrista de aquel trío seminal. Lleno total en la Sala X de Sevilla en la primera cita de su extensa gira de nueve fechas por España y Portugal, que utiliza en su cartel un reclamo incluso más específico: “Dean Wareham Plays Galaxie 500’s ‘On Fire’ + More”. Todo ello cuando el también exlíder de Luna viene de publicar un álbum en solitario tan estimable como “I Have Nothing To Say To The Mayor of L.A.” (2021). Acompañado al bajo de su inseparable Britta Phillips, de Roger Brogan a la batería y de Derek See a la guitarra, inició el concierto con un puñado de temas pertenecientes a este último trabajo: “The Corridors Of Power”, “The Past Is Our Plaything”, “Robin & Richard”, “The Last Word” y su versión de “Under Skys”, de Lazy Smoke, banda semiolvidada de la escena psicodélica de Massachusetts que publicó solo un álbum en 1969. Fue un arranque fenomenal, cinco canciones sobrias y elegantes, cargadas de una particular emoción que, a sus 58 años, engrandecen el repertorio de Wareham.

Con su inseparable Britta Phillips al bajo y con Roger Brogan a la batería. Foto: Pablo Asenjo
Con su inseparable Britta Phillips al bajo y con Roger Brogan a la batería. Foto: Pablo Asenjo

Pero entonces las espirales del tiempo nos llevaron a 1989 –a “Blue Thunder”, a “Tell Me”, a “Snowstorm”– y se confirmó que lo prometido en el cartel se iba a cumplir: el cuarteto estaba dispuesto a interpretar al completo y por orden el segundo álbum de Galaxie 500. Fue una sensación extraña ver al avejentado Wareham intentando recuperar las partes más agudas de su voz veinteañera. En esos momentos, se llevaba la mano al oído, bromeando con que se lo había visto hacer a los Bee Gees y, por tanto, debía funcionar. Su banda lo secundó con la pericia que se le debe exigir a un grupo tributo profesional y, aunque el encanto primigenio era tan irrecuperable como nuestros yos de treinta años atrás, esos fantasmas empezaron a aflorar entre el público con la celebrada interpretación de “Strange”, una de esas canciones que siempre funcionarán, en cualquier lugar y cualquier año. Parte de los fans la despidieron coreando la melodía ante la mirada incrédula de Dean y Britta. A partir de ahí, el partido ya estaba ganado y el protagonista de la noche demostró que tenía razón. Dan igual las disquisiciones que desde fuera podamos hacer sobre la legitimidad o no de un acto, porque el poder de las canciones, quizá las mejores que escribió Wareham en su carrera, está por encima. Su capacidad para evocar, reconfortarnos o confrontarnos con nuestras vidas pasadas se impuso anoche a la imposibilidad de plasmarlas con fidelidad.

Incluso en el momento más arriesgado del concierto, “Another Day”, Britta suplió con honestidad y entrega a Naomi Yang en el micro. Tras la esperada versión final de “Isn’t It A Pity” (George Harrison), alguien del público pidió a gritos “Ceremony” (Joy Division/New Order), lo cual habría tenido sentido, pues apareció en la reedición de “On Fire” de 1997. Pero, a cambio, la banda inició el bis con otra versión: “Duchess”, de Scott Walker, un favorito personal de Wareham de toda la vida que, por fin, ha grabado en su último álbum. Y lo finalizó con otra magna concesión nostálgica, el single con que empezó la carrera y el mito de Galaxie 500, “Tugboat”.

No olvidó el cabeza de cartel dar las gracias a su telonero, Ryder The Eagle. Este francés (Adrien Cassignol) afincado en México ofreció un divertidísimo espectáculo, con todo pregrabado menos su voz, que despertó simpatía hasta en los rockeros más puristas. Fue una noche para derribar prejuicios. ∎

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