Músico de largo recorrido, con su pandero cuadrado. Foto: Alfredo Arias
Músico de largo recorrido, con su pandero cuadrado. Foto: Alfredo Arias

Entrevista

Eliseo Parra: “Prefiero el prestigio a la fama”

Eliseo Parra es un personaje desconocido para la mayoría de los aficionados a la música, pero es todo un referente para los allegados a la música tradicional de cualquier rincón del Estado español. Desde finales de los años sesenta ha estado vinculado a montones de proyectos de rock, jazz, salsa, canción de autor y, finalmente, de folk. Su discografía es inmensa, tanto colectivamente como en solitario. Ahora, con motivo de su despedida de los escenarios, que no de las grabaciones, repasamos con él su trayectoria.

Nacido en 1945 en Sardón de Duero (Valladolid), Eliseo Parra se trasladó a Barcelona con su familia a los 14 años. En la capital catalana se educó musicalmente, pasando por las más diversas fases estilísticas, lo cual lo ayudó a completar su formación. En 1983 se instaló en Madrid, donde poco a poco fue concentrándose en la recuperación, la renovación y la divulgación del folclore hispano. Actualmente vive en las cercanías de Segovia.

Tras la edición de “Diacrónico” (Autoeditado, 2023), está realizando una tanda de conciertos con los que se despide de los escenarios. Tras sus actuaciones en mayo en Barcelona y Madrid, tiene prevista su participación en el festival Paparanda Folk de Íllora (Granada) el próximo 30 de julio. Aunque abandone las apariciones en directo piensa seguir en activo, despachando todo el material que tiene acumulado.

¿Cómo te introduces en los ambientes musicales barceloneses?

Nos instalamos en L’Hospitalet de Llobregat y empecé los estudios de delineante. Enseguida me junté con algunos amigos con los que monté un grupo. Encontré trabajo en una empresa de Cornellà y tocábamos por aquella zona, ganando algún concursillo. Al principio era guitarrista, pero el batería del grupo era malísimo y al final yo ocupé su puesto. Esta primera etapa duró hasta que en 1968 me llamaron los de Mi Generación. Cuando vi el equipo de sonido y luces que tenían, aluciné. Eran profesionales.

¿Cómo fue aquella etapa?

Tocábamos sobre todo en Cataluña, pero íbamos mucho a Jaca, y luego a Bilbao. Allí gustamos tanto que tuvimos que alquilar un piso porque tocábamos temporadas enteras. Y en 1972 ya nos contrataron en Ibiza. Antes habíamos grabado el primer elepé y el primer single porque ganamos un concurso en Puerto de Sagunto y el premio era grabar un disco.

También grabasteis un segundo elepé que permaneció inédito durante muchos años, ¿no?

Sí. No salió hasta que lo recuperó el sello Wah Wah, que en 2005 sacó un álbum con los dos elepés y el single.

Nos habíamos quedado en Ibiza…

Yo el primer año no fui porque estaba en el servicio militar. Durante cuatro años hicimos temporadas desde Semana Santa hasta octubre, cada noche un par de pases. Era impresionante. Y además tocando lo que queríamos.

“Es que Zeleste estaba muy bien. A mí me encantaba, porque podías ver a Tete Montoliu y al día siguiente a Los Montoya y más tarde a Sisa. Era una sala muy abierta y creo que eso fue lo mejor que podía pasar. Es cierto que empezó a haber muchos grupos de salsa, pero eso respondía a las modas: primero fue el jazz-rock, y luego más salseros”

¿Cómo definirías la música que hacía Mi Generación?

Era un grupo músico-vocal, ya que cantábamos los cinco. No había muchas formaciones como la nuestra. Nos habíamos empapado de Crosby, Stills & Nash. Yo no sé si fuimos pioneros, pero sí diferentes. Estábamos muy bien empastados porque hacíamos cientos de conciertos al año.

A pesar de la calidad del grupo, no tuvisteis la repercusión que realmente merecíais.

Es verdad, primero porque cantábamos en castellano y después porque en aquella época la música progresiva era la que acaparaba la información en los medios de Barcelona, pero eso nunca nos molestó. Al fin y al cabo éramos amigos de todos ellos.

El siguiente paso en la evolución de aquella escuela musical barcelonesa fue la “ona laietana”, en la que tuviste un papel protagonista.

Yo, a aquel movimiento, lo denominé “la escudería Zeleste”. Tras la disolución de Mi Generación en 1976 estuve con la orquestina Sardineta, donde cantaba y me especialicé en percusión latina. También toqué con La Rondalla de la Costa, La Murga y con un grupo de salsa, La Negra. Pero lo más potente fue La Sonora Catalana, con Xavier Batllés y compañía. Todo era trepidante y pasaban muchas cosas.

Surfeando estilos. Foto: Alfredo Arias
Surfeando estilos. Foto: Alfredo Arias

La “ona laietana” comenzó como una factoría de jazz-rock con toques mediterráneos, pero fue evolucionando hacia un sonido más salsero, sobre todo a partir de la irrupción de la Orquesta Platería. ¿Hasta qué punto ese cambio contribuyó a degradar aquella escuela?

Lo que ocurrió es que la gente se abrió a más estilos. Es que Zeleste (se refiere a la sala original de conciertos en la calle Argenteria, después convertida, ya en la calle Almogàvers, en lo que ahora es Razzmatazz) estaba muy bien. A mí me encantaba, porque podías ver a Tete Montoliu y al día siguiente a Los Montoya y más tarde a Sisa. Era una sala muy abierta y creo que eso fue lo mejor que podía pasar. Es cierto que empezó a haber muchos grupos de salsa, pero eso respondía a las modas: primero fue el jazz-rock, y luego más salseros.

Paralelamente también comenzaste a trabajar con solistas, con cantautores.

Ya lo creo. Con Ovidi Montllor solo grabé, pero con Maria del Mar Bonet creo que fui el primero que canté con ella, en el disco “Saba de terrer” (1979). También nos llamó a Enric Esteve y a mí, que ambos estábamos con el grupo valenciano Al Tall, para acompañarla en unos conciertos. Con Al Tall grabé “Posa vi, posa vi, posa vi…” (1978) y “Quan el mal ve d’Almansa” (1979), que yo considero que es el mejor trabajo de la formación y contiene mucha música mía. Pero fue a raíz de mi colaboración con Maria del Mar cuando yo me abrí estilísticamente. Ella me hizo descubrir una música que también molaba mucho, con su repertorio de cantos populares mallorquines. Entre esa experiencia y que también escuché cantar al dulzainero Agapito Marazuela, me fui decantando hacia la música tradicional. Pero, mientras tanto, también colaboré con muchos más, como Marina Rossell, Sisa, Gato Pérez, Elisa Serna, Julia León, Labordeta y, más adelante, con grupos y solistas de tipo tradicional de todo el Estado.

Llega un momento, en 1983, que te vas a vivir a Madrid. ¿Por qué?

Por una serie de casualidades nos instalamos en el albergue de la Casa de Campo, con una subvención para un tema de dinamización cultural. Fuimos todo un grupo que habíamos formado parte de Sardineta. A los tres meses tuvimos que irnos del albergue. Casi todos volvieron a Cataluña y yo me dije “voy a conocer mi tierra”, porque había vuelto algún verano de joven, pero no me había enterado mucho. Nos fuimos a Cuéllar, Segovia, con Luis Gutiérrez y su dulzaina, y ese mismo verano empezamos a tocar por los pueblos de la zona. Cuando llegó octubre decidí que me quedaba en Madrid porque ya había tocado con todos los músicos de Barcelona y quería ver qué pasaba. En 1984, la Asociación de Música Popular me encargó hacer un disco de homenaje a Agapito Marazuela, que acababa de fallecer. Y yo encantado.

¿Para hacer este disco creaste el grupo Mosaico?

Sí. Mosaico definía muy bien lo que he hecho siempre: mezclar temas, de Cataluña a Andalucía, de todas partes. Pero el segundo disco, “De raíz” (1985), ya salió a nombre de Eliseo Parra y Mosaico.

“En Galicia da gusto: la gente joven sabe tocar, cantar y bailar. Y en Murcia ocurre lo mismo con las parrandas y las seguidillas. En Andalucía nunca se han perdido las rumbas ni las sevillanas. En el País Vasco también está bastante extendida esa práctica. En Cataluña tal vez se ha perdido algo la tradición. Pero la que menos la ha conservado es Madrid, por supuesto, y en las Castillas tampoco creas que la han cuidado mucho”

Por aquel entonces ya habías tomado la decisión de dedicarte exclusivamente a la tradición. ¿Lo hiciste por algún motivo en concreto?

Había oído grabaciones de señoras tocando la pandereta y cantando que me llamaron mucho la atención y me dije que quería conocer a estas personas. Con el antropólogo José Manuel Fraile hice todo el trabajo de campo a partir de 1989 y publicamos algunos trabajos. Mientras tanto, había vuelto a ser un mercenario, acompañando a muchos cantautores, y también volví a hacer salsa. Estuve cinco años trabajando con unos y otros. Pero al mismo tiempo iba almacenando información sobre el mundo tradicional, dando vueltas al Estado español.

En este periplo hay un lugar muy especial: Peñaparda, en Salamanca, donde descubres el pandero cuadrado.

Estuvimos media docena de veces y aquello me marcó mucho. Ver a aquellas señoras vestidas de negro tocando ese pandero y yo sin entender el ritmo, porque no le puedes preguntar a una señora de esas cuál es el compás que está tocando. A fuerza de escuchar las grabaciones fui aprendiendo. Me impactó mucho, porque era muy africano, muy ancestral.

Disuelves el grupo Mosaico y te planteas trabajar en solitario. Tu siguiente disco es “Al-Bedrío”, de 1992.

Con Mosaico estuvimos hasta 1988. En 1992, Radio Nacional me encarga la música para un programa que iba a emitir sobre los cuentos de las mil y una noches. Al final no hicieron el programa, pero sí editaron el disco con mis músicas. Y lo mismo me pasó con “Arraigo” (1994), que fue mi siguiente disco. Salamanca era candidata a ser capital europea de la cultura y me pidieron que hiciera la banda sonora para un vídeo promocional. Decidí hacerla instrumental, con un ordenador. De nuevo no se hizo el vídeo, pero sacaron el disco. En 1996 fuimos a Israel porque contactamos con la musicóloga Susana Weich-Shahak, que había recogido más material sefardí que nadie. Nos dijo que teníamos que grabar discos con aquellos repertorios, cantando como los viejos que había escuchado en Turquía, Yugoslavia, Grecia, Israel… Fue un aprendizaje más. Hicimos dos discos titulados “Arboleras” en 1996 y 1997, y otro más con el mismo nombre en 2009.

Y en 1998 das la campanada con tu disco más celebrado, “Tribus hispanas”. ¿Cómo te planteas este trabajo? ¿Fue una sorpresa la repercusión que tuvo?

Sí, fue una sorpresa. La historia arranca un día que estaba tocando con Elisa Serna en una sala de Madrid y se me acerca el saxofonista Javier Paxariño y me suelta que en lugar de estar acompañando a cantautores podría hacer lo que quisiera. Me dijo que hablaría con Juan Alberto Arteche, antiguo componente de los históricos Nuestro Pequeño Mundo, que había editado el disco “Rumba argelina” (1993), de Radio Tarifa, porque creía que le podía interesar mi música. Y, efectivamente, le interesó. Nunca había hecho un disco a tres bandas. Yo llevaba los temas y las estructuras, pero ellos dos aportaban ideas. Y así salió el CD, con una gran repercusión. Me convertí en un referente para muchos músicos.

Referente en la sombra. Foto: Alfredo Arias
Referente en la sombra. Foto: Alfredo Arias

La verdad es que te conviertes no en “un” referente, sino en “el” referente en la música de raíz del Estado español, porque además no te concentras en recuperar el repertorio de una sola zona, sino que abarcas todos los territorios, y también cantas en todas las lenguas.

Es que todo el folclore es precioso, sea en el idioma que sea.

Pero ¿crees que en este país se le hace caso a la música tradicional, por muy rica que sea?

Ahora mismo está de moda. Pero depende de los sitios. En Galicia, por ejemplo, da gusto: la gente joven sabe tocar, cantar y bailar. Y en Murcia ocurre lo mismo con las parrandas y las seguidillas. Yo me quedo alucinado. En Andalucía nunca se han perdido las rumbas ni las sevillanas. En el País Vasco también está bastante extendida esa práctica. En Cataluña tal vez se ha perdido algo la tradición. Pero la que menos la ha conservado es Madrid, por supuesto, y en las Castillas tampoco creas que la han cuidado mucho.

Volviendo a “Tribus hispanas”, tú no solo aportas tu talento, sino que también ofreces una combinación de todo lo que te ha influido: música latina, jazz, rock…

Era lo que llevaba en la mochila, porque yo no vengo del folclore; vengo del rock, del jazz y de la salsa, y es lo que aplico a la hora de vestir una canción. Cuando vas a grabar a una señora que canta, es una voz, una melodía y nada más. Luego eso tú lo puedes vestir como quieras y ¿qué me sale? Pues lo que llevo dentro.

En 2002 publicas el disco “Viva quien sabe querer” y acabas de consolidar la posición dando un papel protagonista a la percusión y creando un grupo más o menos fijo.

Sobre todo fue a raíz de conocer al grupo de percusión catalán Tactequeté, de Aleix Tobias. Pero primero fue Xavier Lozano, que toca todo tipo de instrumentos de viento. Siempre he tirado mucho de músicos de Cataluña. Así empezó el embrión del grupo que me ha acompañado. También fiché al bajista Guillem Aguilar y al guitarrista Josete Ordóñez.

Hablando de Tactequeté, tú les diste la idea de crear un proyecto más ambicioso, la orquesta de percusión ibérica Coetus.

Aleix Tobias me pidió que le enseñara todos los ritmos aprendidos de aquellas mujeres que había grabado, y así se empezó a cocinar la idea de Coetus. Luego me pidió más material y yo le cantaba los temas. Empezó a montar el grupo y le dije: “¿Por qué no canto yo?”. Si se lo había explicado todo y le había dado el repertorio, ¿por qué no iba a cantarlo? Y así nació Coetus, en Badalona, en 2006. Estuve con ellos en sus dos primeros discos.

“A mí me parece que una asignatura tan delicada como es la música tradicional tiene un valor indiscutible, porque una señora cantando con una sartén tiene el mismo valor que si ese tema lo toca una orquesta sinfónica. Los trabajos de campo me han dado una visión muy certera de lo que ha representado la música en la vida de las personas”

A todo eso habías cogido velocidad de crucero y te habías instalado en una especie de zona de confort. Desde entonces has grabado una decena de discos. ¿Hasta qué punto te sientes reconocido, y no me refiero solo al ámbito tradicional, sino a los medios de comunicación y las administraciones?

Antaño sí que me preocupaba, pero al final lo acabas aceptando. De ahí viene el título de mi biografía, que sugerí yo: “Nunca perseguí la gloria” (escrita por Rafael Alba y editada en 2017 por Canela). Porque me da lo mismo. Prefiero el prestigio que la fama. Ahora bien, eso que me preguntas me lo comenta mucha gente, pero yo me conformo. Estoy a gusto. Hago lo que me da la gana. De todas formas, creo que sí soy reconocido. Por ejemplo, el otro día Rodrigo Cuevas salió en el programa de Jordi Évole y, cuando le preguntó por qué había escogido este estilo musical, contestó que había ido a un curso conmigo que le había cambiado la vida.

Llegamos a tu último disco, “Diacrónico”, que te lo has autoeditado el año pasado. Suena a despedida. Parece que cierras un círculo al recuperar temas añejos.

Es que yo todavía tengo mucha música guardada en el cajón. La voy escuchando y me digo que tal tema no está mal. En realidad sí que parece un disco de despedida, pero yo voy a seguir haciendo discos. ¡Si no sé hacer otra cosa! De lo que me despido es de los escenarios. También he dejado de hacer talleres, cursos y seminarios.

Antes hemos hablado de las nuevas generaciones que trabajan la música tradicional desde diferentes perspectivas. ¿Piensas acercarte a esas experiencias o continuarás tu camino?

A mí me parece que una asignatura tan delicada como es la música tradicional tiene un valor indiscutible, porque una señora cantando con una sartén tiene el mismo valor que si ese tema lo toca una orquesta sinfónica. Los trabajos de campo me han dado una visión muy certera de lo que ha representado la música en la vida de las personas. Eso por un lado. Y por el otro hay que tener en cuenta que se trata de nuestra herencia, de un patrimonio que nos han dejado, que llevamos en la sangre.

¿Por dónde está yendo el folclore ahora?

Me parece que la música electrónica está muy lejos del alma de la tradición. Por otra parte, faltan cantantes de verdad, que canten como yo he visto cantar a esas mujeres, y también a algunos hombres. ¡Te quedabas de piedra viendo cómo cantaban! Había una responsabilidad, una honradez, un sentido común. Llevo mucho tiempo diciéndolo: faltan cantantes, sobre todo hombres. ∎

Las edades de Eliseo

MI GENERACIÓN
“Mi generación”
(Palobal, 1971)

El debut discográfico de Eliseo Parra se produce con el grupo barcelonés Mi Generación, una formación que no comulgaba con la moda establecida de los conjuntos ni con el movimiento de la música progresiva que emergió en Barcelona y Sevilla. Ellos iban por otro lado. Tomaron como modelo al grupo norteamericano Crosby, Stills & Nash tanto en su factura músico-vocal, ya que sus cinco miembros cantaban, como en los arreglos, en los que llama la atención el uso del órgano Hammond. Coloristas aires californianos que no fructificaron en un país todavía demasiado gris.

ELISEO PARRA
“Tribus hispanas”
(Música Sin Fin, 1998)

Gracias al apoyo de Javier Paxariño y Juan Alberto Arteche, después de muchos años, Eliseo se manifiesta por fin con un disco que lo confirma como el principal renovador del folk estatal. En este trabajo, el vallisoletano vuelca todo lo que ha aprendido para construir un universo en el que tradición y modernidad convivirán plácidamente. Dos botones de muestra: las alegres seguidillas manchegas de “Van por el aire” y la tierna jota en catalán “El silenci d’estimar”, dos de los mejores temas que han salido de su propia cosecha.

COETUS
“Coetus”
(Temps Record, 2009)

Un ejemplo del trabajo que Eliseo ha realizado como colaborador en discos ajenos, aunque en este caso se puede decir que ejerció como titular, ya que contribuyó a la selección del repertorio, hizo los arreglos vocales y cantó la mayoría de los temas. Con esta producción, que se acompaña de un DVD, la multitudinaria orquesta de percusión ibérica dirigida por Aleix Tobias dio un gran paso en la configuración de un retorno a una tradición ancestral que al mismo tiempo suena radicalmente contemporánea, incluso experimental. ∎

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