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Mucho antes del cine como lo conocemos hoy, antes de “Escena del jardín de Roundhay” (Louis Le Prince, 1888) o “Salida de los obreros de la fábrica” (Hermanos Lumière, 1895), las dos primeras películas de la historia, existieron las fantasmagorías. Eran representaciones teatrales donde trucos visuales realizados con linternas mágicas creaban la ilusión de apariciones de personas y cosas. Hay que ponerse en la piel de alguien que no ha visto nunca una película ni nada parecido para poder imaginar el gran impacto que una manipulación de la imagen tan burda y rudimentaria podía ocasionar. Pero quienes lo presenciaban pensaban estar ante algo mágico, y muchos lo vieron como un hilo conductor hasta el más allá. Como la ansiada forma de poder comunicarse con lo desconocido, una puerta al otro lado. Por supuesto, los más avispados vieron una forma de hacer dinero rápido y en los diarios comenzaron a verse anuncios de buscavidas ofreciendo la posibilidad de hablar con los muertos. Hubo quien amasó fortunas. En sesiones de falso espiritismo combinado con fantasmagorías, la sugestión de los desesperados por contactar con los espíritus llegaba a ser tal que la imagen proyectada se tomaba por real. No fueron pocos los incautos que gastaron el dinero que no tenían para intentar comunicarse con sus muertos. Porque quién no querría poder ver a un ser querido que ya no está, aunque sea por un instante. Quién no querría poder decirle una vez más “te quiero” a quien ha amado. Por suerte hay formas más reales de hacerlo: tenemos las canciones. En una canción cabe el amor de una vida, la emoción más verdadera y el recuerdo de aquellos que ya no están. En una canción cualquier sentimiento puede vivir para siempre.
He quedado con Fino Oyonarte a propósito de su nuevo disco en solitario, “Arrecife” (Buenaventura, 2023), un álbum en el que, como en una de aquellas fantasmagorías, habita el recuerdo de sus padres, fallecidos durante la gestación de buena parte de las canciones que contiene. Fino es uno de los personajes más afables y amables de la escena rock’n’roll de nuestro país, uno de esos músicos que no necesitan parecer auténticos porque lo son de verdad. Forjado en incontables escenarios, unos más dignos y otros más infames, con miles y miles de kilómetros a la espalda, sabe que en este negocio lo importante es perseverar y no rendirse, que la inspiración tiene que llegar trabajando y que a veces estás arriba y otras en el fango. Y vuelta a empezar. Aunque podría presumir de ser miembro fundador y parte fundamental de Los Enemigos, quizá la mejor banda de rock española de todos los tiempos, es lo contrario a una rockstar con ínfulas de grandeza. Un ejemplo a seguir para los recién llegados a este circo. Un experto con la ilusión de un principiante al que todavía le brillan los ojos al narrar lo que siente cuando llega a casa la primera prueba de fábrica del vinilo que contiene las canciones en las que ha desparramado a corazón abierto las vivencias de estos últimos tres años. “Estaba abrazando un cartón”, me dice entre risas.
Para la entrevista hemos quedado en las oficinas de la agencia que gestiona sus asuntos de prensa, en el centro de Madrid. Cuando llego, una compañera de otro medio está empaquetando sus cosas. Ha terminado su entrevista y le queda la breve y típica charla de despedida con el entrevistado, a la que me uno para hablar de la dictadura del streaming, que pone a nuestra disposición más música de la que nunca podríamos haber soñado. Hilamos temas hasta llegar a filosofar a propósito de la finitud del tiempo. “Necesitaría varias vidas para poder escuchar todos los discos que me gustaría”, nos dice Oyonarte, y ambos asentimos entre risas de complicidad. Ella se despide y yo tomo asiento. Llega mi turno. Es hora de encender la grabadora y comenzar la entrevista.
Lo primero que pensé cuando escuché el disco por primera vez fue: “¿A qué público está dirigido?”.
Es una pregunta complicada porque quizá el público que tengo es… yo mismo. Primero me tiene que gustar a mí. Estoy escarbando desde el primer disco (se refiere a “Sueños y tormentas”, autoeditado vía Buenaventura en 2018), todavía ando con cosas que necesito contar. Es complicado porque no sé si esto va enfocado a gente de mi edad, o a gente que es más joven, o a gente con determinados gustos… No lo había pensado hasta ahora. Lo mismo me lo planteo cuando vaya a empezar los conciertos. ¿Qué tipo de gente puede ir a verme? Ahora que hay tantas estadísticas y plataformas y sabes cuál es tu público y si te escuchan los de cuarenta o los de sesenta, los que son calvos con gafas y con media dentadura postiza (risas). Realmente cuando estoy haciendo una canción no pienso en esas cosas.
Tanto en este como en el primer álbum, el sonido está muy lejos de lo que mucha gente podría esperar de ti siendo el bajista de Los Enemigos. ¿Este distanciamiento es premeditado?
No, no es premeditado. Pero, si te fijas, las referencias son muy parecidas a las que puedo tener con Los Enemigos, que son las que he tenido de toda la vida: las que me han apasionado de los años sesenta, el “Pet Sounds”, la Velvet, Nico, Bowie… Son músicas que también a Los Enemigos nos han apasionado. Quizá no hay tanta atmósfera psicodélica como podía tener la Velvet Underground, pero también hay canciones muy íntimas de la Velvet o Lou Reed que han significado mucho para mí. Por no hablar de otros artistas posteriores que han seguido ese sonido y que también han sido muy importantes para mis proyectos, como Yo La Tengo, The Feelies o Dean Wareham (miembro de Galaxie 500, Luna, Dean & Britta). Quizá no se nota a nivel estético, por así decirlo, pero todo eso está ahí. Sí que es verdad que al hacerlo todo acústico y con cuerdas, y aunque en este disco haya cierta luminosidad, hay una cierta diferencia. Pero no está buscado. Cuando empecé a hacer las canciones no pensaba en hacer un disco que sonara punk ni que fuera más o menos tranquilo, simplemente me dejaba llevar por la acústica o el piano, y después las hemos adornado teniendo en mente esas referencias de las que estamos hablando. Hay canciones como “Tan lejos”, que nació mientras intentaba tocar “Paris 1919”, de John Cale. Y aunque no tiene nada que ver, sí me sirvió para tomar impulso y crear mi propia canción.
También he descubierto en estas canciones que de algún modo me estoy desnudando en ellas. Al principio me daba cierto pudor, pero ahora ya las veo como que me he quitado un peso de encima. Quizá era algo que tenía que contar. Y ahora veo que son sensaciones o sentimientos que tiene mucha gente también. Por eso la gente las hace suyas, incluso las canciones que he dedicado a mis padres o al amor que tenían entre ellos. Debe de ser porque el amor es algo universal.
Aludes al pudor y quiero preguntarte por ello. Teniendo en cuenta estos temas tan íntimos de los que hablas, ¿de dónde has sacado la valentía para afrontar el reto de escribir sobre ello?
Creo que era una necesidad. Me di cuenta de que llevo mucho tiempo en la música y disfruto todo lo que estoy haciendo, ya sea con Los Enemigos o Clovis o Los Eterno, pero tenía esa necesidad vital de expresar cosas a mi manera. Es algo que necesito yo, aunque no sé si lo necesita otra gente. Es algo pendiente que tenía y que quería hacer y no encontraba el momento o no tomaba la decisión, y por fin lo he hecho.
¿Por qué decidiste iniciar esta carrera en solitario y no como un grupo?
Porque no lo había hecho nunca. Quería también experimentar y ver qué podía salir, porque podía pasar que no saliera nada. Y, de hecho, me ha costado mucho porque al principio no sabía qué contar y hasta que no comencé a escribir un diario y vi que ahí había frases que podían encajar en mis canciones, y que reflejaban lo que me estaba pasando, no di el paso. En estos dos discos, y en especial en este nuevo, están mis dudas, mis incertidumbres, mis miedos, mi esperanza, mi opinión sobre ciertas cosas… Hay alguna ficción, pero pocas. ¿Es un poco egocentrismo? No lo sé, pero sí sé que prefiero leer un libro de alguien que hable de lo que le está pasando a una historia de ficción.
Pese a que tienes mucha experiencia, a los mandos de la producción de este disco está César Verdú. ¿Necesitabas esa mirada externa?
Sí, porque si no estoy muy solo y llega un momento en el que patinas y pierdes el gusto por las cosas. César me ha ayudado mucho y ha intentado sacar todo mi interior, mi forma de interpretar y cantar, la instrumentación… Lo hemos pasado muy bien juntos. Yo confío plenamente en él. Fue justo después del confinamiento cuando decidí ponerme con estas canciones, aunque la mitad estaban hechas en el 2018, cuando salió mi otro disco, pero coincidió con que Los Enemigos sacamos “Bestieza” y tuve que poner todas mis energías en ello. La verdad es que fue una experiencia acojonante y lo hemos podido disfrutar este año tocándolo en directo después de todo lo que pasó. Ya sabemos todos lo que ha sucedido, estamos hablando de casi dos años completos o…
… No, no, ¡más!... En marzo de este año se cumplirán tres años del inicio del confinamiento. Hay una laguna temporal extraña que parece que todos tenemos, de un modo u otro.
¡Tres años! Me costó mucho hacer cosas. Me ponía a escribir, tengo poemas… Leía, dibujaba… Tenía la necesidad de expresarme de algún modo. Tengo muchas cosas por ahí guardadas que quizá saque algún día. Ahora lo veo con cierta distancia y fruto de todo eso son las dos canciones más positivas del disco, “A tu lado” y “Avanzar”, cada una con sus temas pero desde un punto de vista de seguir adelante con la gente que te quiere alrededor.
De hecho, estas dos canciones dan un cariz más luminoso al disco que, en mi opinión, beneficia al conjunto.
Sí. El disco en general tiene su cierta melancolía, pero es que yo soy un poco así.
Me gustaría que habláramos del trabajo de cuerdas que hay en el disco, obra de un arreglista tan solicitado como es Phillip Peterson.
Es un crack, alguien increíble. Ya tuve la primera experiencia con él en el primer disco a través de Daniel Lorca (bajista de Nada Surf), y en este segundo le dije a Daniel que quería volver a trabajar con Phillip. Le di una serie de directrices, muy pocas, y él básicamente ha hecho todos los arreglos. Cuando me mandó la primera canción arreglada, que fue “Tempestad”, se me saltaban las lágrimas. No podía creer que fuera mi canción y que este hombre hubiera creado tanta belleza sobre ello. Yo lo agradezco un montón porque él está acostumbrado a trabajar con gente de todo tipo pero también con artistas muy importantes como Lana Del Rey o St. Vincent. Y que de repente acepte trabajar con un tipo como yo, que lo hace todo de manera independiente, que es de otro país… La amistad que nos une a mí con Daniel y a este con Phillip, y que le encantó lo que yo estaba haciendo, ha sido lo que ha hecho realidad esta colaboración.
Por todo el disco sobrevuela la idea del homenaje a tus padres, fallecidos en un período de tiempo muy corto entre sí.
Sí, bueno, la verdad es que he tenido la suerte de haber tenido unos padres así, que nos transmitieron el cariño y el amor de una pareja que se ha querido toda la vida. Desde hace dos o tres años bajaba todos los meses a Almería para cuidarlos o simplemente para estar con ellos porque sabía que se iban a ir pronto y quería pasar tiempo a su lado. Muchas de las canciones del disco se han compuesto allí. Por las mañanas me daba un paseo con ellos y por las tardes trabajaba. De hecho, hace poco me di cuenta de algo curioso: la primera y la última frase del disco me las dijo mi padre. Su cuidador me mandó un mensaje un mes antes de que falleciera en el que se le ve tocando una nota al piano y diciendo “todo lo bueno llegará a ser”, o algo así. Y cuando ya no estaba con nosotros me dije que con “todo lo bueno” iba a hacer una canción (“A tu lado”). Por otra parte, “la vida es un sueño”, el último verso del disco (y título de la última canción del mismo), surge de una frase que él decía hablando de mi madre y rememorando la suerte que había tenido al haber podido compartir su vida con ella. Antes de eso, cuando se fue mi madre, pasé varios días muy triste y empecé a escribir para desahogarme. Cuando más tarde leí lo que había escrito, que eran básicamente frases sueltas a modo de diario, vi que podía utilizarlo sin retocar nada, que ahí podía haber algo con lo que trabajar. Todo encajó y compuse “Amor”, la canción que le dedico a ella. Me da mucha alegría que todo haya salido así. Es una forma de tenerlos cerca, pero también de ir pasando página. Y tengo una sensación muy alegre en el recuerdo. ∎