Primero fue, desde abril de 1981, la más relevante disquería de Santiago de Chile; la de las importaciones precisas y bateas mejor nutridas de la ciudad para new wave, electropop, rock progresivo y jazz contemporáneo. Se irguió luego como una productora de conciertos, que desde 1982 se ocupó en el trabajo escénico de bandas de jazz y fusión –como Cometa– y de pop de avanzada, como Primeros Auxilios. Y, finalmente, Fusión fue también un sello discográfico de alcance discreto pero catálogo histórico. Bajo esa etiqueta, en la década de los 80 aparecieron los casetes de debut de Los Prisioneros –“La voz de los ‘80” (1984)–, Aparato Raro –“Aparato Raro” (1985)– y La Ley –“La Ley” (1988)–, entre otros, aunque entonces ni el sonido, ni la difusión ni la huella pública de esas bandas eran las que hoy registra la historia del pop sudamericano. El total de títulos en larga duración con el logo de la disquera completa once álbumes y un compilado.
Por mucho que Fusión entronque con la trayectoria de nombres fundamentales en la música chilena, el mejor modo de dimensionar su marca es como la de un consistente gesto independiente; de esfuerzos y recursos acotados aunque asombrosamente eficaces. Toda épica en la autogestión pop tiene un adalid y el de esta es Carlos Fonseca (nacido en 1961), joven criado entre Lima y Buenos Aires que, apenas aterrizó en Santiago junto a su familia, se decidió a que el desarrollo rockero local iba a ser para él una suerte de misión. Tenía la inquietud y la estrategia. Tenía, incluso, el análisis comparado: “Aunque fue una decisión que tomé en la adolescencia, lo de trabajar con la música me lo tomé muy en serio”, recuerda Fonseca sobre su precoz ambición en la industria. “A los 16 años me paraba fuera de las disquerías para ver con cuántas bolsas salía la gente, para evaluar si era o no un buen negocio tener una disquería. Lo que más me interesaba era la difusión: escuchar música y darla a conocer. Me preocupé de informarme mucho y las carreras que respetaba eran las de largo aliento. Ya sabía lo que era un ‘one hit wonder’, un artista autodestructivo, los riesgos en el interior de las bandas... había leído muchos ejemplos y, entonces, cuando me tocó vivir algo parecido, apliqué esas lecciones”.
Como si incluso las coincidencias de su vida personal formaran parte de un plan maestro, a poco de llegar a Chile, Fonseca había sido alumno de Licenciatura en Música, en la Universidad de Chile. Junto a él se sentaba en clases un joven de rostro parco y respuestas agudas llamado Jorge González, que un día se animó a mostrarle las maquetas de canciones que había estado trabajando en su casa. “Lo que sentí entonces lo puedo ilustrar ahora como una burbuja que explota. No podía no apoyar de algún modo eso que estaba ahí; era tan evidente el talento. Como que al fin veía la posibilidad de generar algo más allá de simplemente traer música del extranjero. Jorge me dio la sensación de que era posible hacer algo que hiciera que los chilenos se sintieran más identificados. Los Prisioneros estaban en cero, y yo también, pero sabíamos que ese disco tenía que salir”.
En la historia de las bandas hay claves biográficas significativas en los iniciales contactos de grabación de maquetas, contacto con medios y asesoría profesional que al fin lleva a la publicación de un primer álbum. En el caso excepcional de Los Prisioneros esas cuatro maniobras las coordinó un mismo brazo. Fusión debutó también como sello multigestión con las 500 copias de “La voz de los ‘80”, cautivadora articulación de rabia punk, gracia pop, carisma generacional y marca histórica que, desde entonces en adelante, distinguiría a Los Prisioneros como la banda chilena más importante y con más cosas que decirle al orden político y social de su tiempo. Tan natural se hacía entonces que esa insolencia apareciera autogestionada como lógico se volvió luego el interés comercial de una multinacional en el alcance de su propuesta. Ocho meses después de la aparición de ese casete con etiqueta Fusión, el primer álbum del trío se relanza como LP por EMI. No iba a ser el único cruce con lo masivo que confirmara al sello de Fonseca como un radar atento a un nuevo pop a la vez claro e incisivo, cosmopolita y opinante, tan lejos de las formas de la canción protesta como dispuesto a dotar de una identidad local a sus grabaciones eléctricas.
Visitada y revisitada ya la música ochentera, Fusión se reubica hoy en el panorama sudamericano desde una nueva apelación a su innegable valor de catálogo, para grabaciones cuya popularidad sin embargo no ha garantizado el fácil acceso a las mismas. En junio pasado, la etiqueta volvió a hacer circular con reediciones en vinilo y CD (de sonido remasterizado) “La voz de los ‘80” y “Aparato Raro”. Este último, debut homónimo del primer conjunto que en Chile consiguió llevar synthpop a radios, televisión y grandes escenarios. Ambos títulos también se distribuirán ahora en abril de 2022 en una nueva publicación en casete (y, sí, en el caso de Los Prisioneros con la carátula primigenia para Fusión, la más escasa).
Fonseca anuncia, además, un picture disc de “La voz de los ‘80” para abril, así como un inminente acuerdo para la distribución latinoamericana de todo aquello (por ahora este es un lugar seguro de compra; y hay también distribución física en España: principalmente, en Satanasa en Madrid y en Revólver en Barcelona). ¿Qué queda pendiente de rescate? Sin duda lo de su trato original con La Ley en dos publicaciones: “La Ley” (1988) y “Desiertos” (1989), cada una con diferentes vocalistas. No hay pistas oficiales aún sobre la recuperación de ambos discos, hoy inencontrables incluso en Spotify. El exejecutivo disquero lo atribuye a un estilo: “Poco a poco he ido avanzando y quedan algunos lanzamientos importantes por venir. Pero me gusta contar las cosas justo antes de que sucedan”, aclara. “Todo esto que hoy me ocupa es algo que sabía que tenía que hacer en algún momento. Me cansé de las giras y de ponerme al servicio de los artistas. Entonces comencé a reunir los archivos de audio, gráficos y de vídeo que tenía guardados y que veo importante que la gente tenga en registros de mejor calidad. El covid ayudó a concentrarme en eso”.
Entre vaivenes, sin continuidad profesional estricta, Fusión ha persistido pasado el 2000 como una etiqueta discográfica independiente digna de atención. Destaca la temporal sociedad con el prestigioso cantautor Manuel García, quien mientras mantuvo a Carlos Fonseca como representante decidió publicar bajo el sello cuatro de sus discos: “S/T” (2010), “Acuario” (2012), el doble “Retrato iluminado” (2014) y “Harmony Lane” (2016). Precisamente aquellos de creciente exploración en la electricidad y los arreglos de cuerdas.
La más importante banda pop de Chile muestra aquí con asombrosa precocidad sus contundentes virtudes en la melodía adherente, el ritmo ineludible y la arenga social encendida. Son Los Prisioneros antes de la fama, los medios y las polémicas; acaso en su estado más puro y lúcido. Las canciones que el brillante Jorge González ha ido armando desde la adolescencia disienten de un modo encantador de casi todo lo que le rodea como joven chileno, sea el canto de protesta (“Nunca quedas mal con nadie”), la banalización erótica (“Sexo”), la militancia política (“No necesitamos banderas”) y hasta las relaciones de pareja con final feliz (“Paramar”). El single que da título al disco es manifiesto de fuerza para un grupo destinado a quedar en la historia.
La reedición de 2021 mantiene la carátula original, limitada en 1984 a las 500 copias publicadas por el sello Fusión.
Aunque entonces en Chile algo así sonara imposible, Aparato Raro presentaba su misión con el doble objetivo de “joder a los milicos y bailar”. En momentos en que la canción crítica a la dictadura se asociaba a espacios solemnes e instrumentación austera, el cuarteto de teclados y sintetizadores consiguió instalar en la radio versos de atípica agudeza antisistema a ritmo de fiesta. El gran éxito de su single “Calibraciones” hace olvidar que en este disco también cupieron piezas de innegable coraje político. “Dulce decepción” y “Post mortem” describían imágenes de una ciudad oscura y violenta, sin redentores a la vista, y con la muerte y el miedo instalados como parte del paisaje.
Es otro de los títulos que Fusión reeditó en 2021.
Valioso gesto de registro, curaduría y divulgación para el pop chileno en los estertores del antiguo régimen, justo antes de que MySpace et al comenzaran a alterarlo todo. Veintiún temas de bandas fundamentales para comprender los años 90 (Los Tres, Lucybell, La Ley), solistas de pionera concepción para una nueva forma de trabajo pop (Carlos Cabezas, Nicole), valiosas articulaciones de recorrido breve pero llamativo (Canal Magdalena, Glup!, Ex, Los Tetas) y articulaciones hip hop que explican muchas cosas por llegar (Tiro de Gracia, La Pozze Latina).
Superadas las pautas impuestas antes por EMI, la banda de suave psicodelia reencontró junto a Fusión las virtudes del trabajo independiente. Se permitió por ello más ideas, timbres, invitados (desde músicos de la Orquesta Filarmónica de Santiago al rockero Álvaro Henríquez) y desvíos, con el estupendo “Ayer” como cumbre de difusión para su historia de inquieta búsqueda musical, precisa vía de lucimiento para el vital añadido de su nuevo vocalista, Julián Peña.
No era el primer gesto rockero del cantautor Manuel García, pero sí el de más firme dirección eléctrica en su discografía hasta entonces; rodeado, además, de la impronta histórica que para el chileno tenía una grabación en el noreste de Estados Unidos. Pese a las múltiples señas en favor de aquella tradición ajena, el músico consigue sostener su característica identidad en la trova de preciso retrato de personajes e inquietudes íntimas, como tan bien lo defiende “Diamantes”. ∎