Roberto Carlos Lange, concentrado. Foto: Jordi Vidal
Roberto Carlos Lange, concentrado. Foto: Jordi Vidal

Concierto

Helado Negro: la magia de todos los finales

La de anoche en Barcelona era la última parada de la gira con la que Helado Negro ha estado presentando su disco “Far In”. Pero este carácter de excepcionalidad, que siempre ayuda a conjurar la magia sobre el escenario, no fue lo único que brilló sobre un escenario en el que Roberto Carlos Lange se marcó una buena serie de “dad dance moves”, mientras desgranaba un infalible cancionero a medio camino entre el folk latino y el dream pop.

Que el público de un concierto pida silencio a la sala en varias ocasiones puede ser algo bueno (indicador de que hay elevado interés por meterse en la actuación y vivirla de forma íntima) o algo malo (una señal de que hay muchos asistentes que han perdido ese interés y se están dedicando a beber y hablar). Ahora bien: que todas las veces que el público pida silencio a la sala la gente realmente se calle y cree así la atmósfera perfecta para la magia del directo solo puede ser algo bueno. También algo excepcional.

Eso fue precisamente lo que ocurrió en la actuación de Helado Negro de ayer, 5 de octubre, en la sala Wolf de Barcelona. El mismo Roberto Carlos Lange comentó, una vez mediado el concierto, que estábamos asistiendo a la última fecha de la gira y que cerrar en la Ciudad Condal estaba siendo mágico. Y si las referencias mágicas ya han hecho acto de presencia dos veces en esta crónica, por algo será.

Al fin y al cabo, desde el minuto cero el directo de Helado Negro apostó por la sencillez de un set minimalista. No hubo pantalla con visuales ni grandes alardes en las luces. La banda estaba compuesta por los elementos básicos: batería, bajo y el mismo Lange alternando, casi flotando, entre la guitarra y el teclado. Tampoco hubo búsqueda de épica ni clichés de directo. Lo que hubo fue el despliegue de un cancionero ingrávido, amable, cálido y seductor que pasaba por Barcelona para presentar el todavía cercano “Far In” (2021), pero que no pudo obviar la certeza de que el personal había acudido también a recrear las bondades de “This Is How You Smile” (2019), su disco más aclamado.

Perdido en directo el potencial sociopolítico de algunas de las letras de Lange (sobre todo ante una audiencia mayormente hispanoparlante), el cancionero de la noche basculó continuamente entre el folk engalanado de latinidad (algo así como un Devendra Banhart a la inversa), el crooning maduro de artistas tipo Destroyer y el pop indie y más ensoñador de bandas como Mr Twin Sister o Yumi Zouma. La versatilidad conjurada a partir de los pocos elementos instrumentales (de repente sorprenden un bajo p-funk o unos coros pregrabados que añaden color a la atmósfera) construyó una especie de nube de algodón de azúcar coloreada en tonos pastel sobre la que viajaba la protagonista absoluta de la noche: la voz de Lange. Una voz que se apoderó tanto de las canciones como de la sala sin necesidad de reclamar a la mesa de mezclas que la ecualizara por encima de los instrumentos. La voz de Lange tiene algo mágico (de nuevo), una capacidad para proyectarse hasta el último rincón de la sala sin romper la ilusión de susurro, de intimidad, de crooner latino que te intenta seducir en la noche caribeña mientras estáis tendidos en la arena de la playa.

Roberto Carlos Lange, divertido. Foto: Jordi Vidal
Roberto Carlos Lange, divertido. Foto: Jordi Vidal

También los bailes de Lange tienen algo mágico. Son los bailes de un padre que intenta ser cool delante de los amigos de su hija, pero también son los bailes de alguien que está disfrutando en plena sintonía con la música que presenta. Y esta es otra buena señal... ¿Sabes cuando vas a un concierto y parece que la banda está sobre el escenario pensando en el momento de echar el cierre y cobrar el cheque? ¿Cuando vas a un club y resulta que los DJ parece que estén en una oficina deseando que llegue la hora de fichar y largarse a casa? Pues lo de Helado Negro fue todo lo contrario: los bailecitos, los escasos pero divertidos comentarios entre canciones, el hecho de que Roberto Carlos fuera todo sonrisas desde el momento en que se subió al escenario… Todo sumaba a la hora de dar la impresión de que estaba creando música en directo para divertirse él mismo, lo que suele ser una fórmula imbatible para divertir al público también.

El setlist del concierto, además, supo diseminar los hits para mantener la atención de los asistentes: “Gemini And Leo” cayó casi al principio, “Outside The Outside” hacia la mitad… Y, después de abandonar el escenario tras haber triunfado con “La naranja”, volvió para la despedida final con un trío de hits como “País nublado”, “Running” y “Sábana de luz”. El público seguía pidiendo más cuando sacó una cámara y pidió a los asistentes que saludaran para una foto que acabará en su cuenta de Instagram, donde siempre crea una galería para cada ciudad por la que pasa su gira. Una forma como otra cualquiera de intentar inmortalizar la magia que se vivió en la sala Wolf durante hora y media antes de que se disipara en el aire de la ciudad de Barcelona.

Abrió la noche Antònim, el proyecto de Ton Llevot (guitarra y voz) y Maxi Ruiz (sintetizadores), por primera vez con el añadido de batería. Presentaron –entre shoegazing, folktrónica y krautrock– las canciones de “Llarg camí” (2022), su álbum de debut, estrenaron un tema nuevo –lectura muy sui géneris y pop de la cumbia rebajada– y finalizaron con sus personalísimas apropiaciones de “Pink Moon” (Nick Drake) y “Radioactivity” (Kraftwerk). ∎

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