Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
En los últimos años, nombres como VVV [Trippin’you], Somos La Herencia, Depresión Sonora o Nueve Desconocidos han vuelto a poner de moda en nuestra escena underground el influjo del rock siniestro de los primeros años ochenta. ¿Es un nuevo ejercicio de revival del revival del revival, una mera apuesta estética en confluencia con lo contemporáneo o hay otros condicionantes generacionales? Intentamos analizar este fenómeno subterráneo.
Primer aviso: estamos hablando de un arco generacional bastante amplio, que oscilaría entre los 19 años de Ares Negrete (Nueve Desconocidos) y los 35 de Jorge Mills (Auto Sacramental). Esto es, nacidos entre 1986 y 2002. En cualquier caso, ninguno de estos artistas vivió en tiempo real la primera explosión siniestra, la de Joy Division, The Cure, Siouxsie And The Banshees o, en España, Parálisis Permanente o Décima Víctima. El influjo les llegó filtrado, o bien por los discos de sus padres o por las oportunidades que ofrecía el streaming o la cultura de la “retromanía” –según el concepto acuñado por el periodista Simon Reynolds– para descubrir música del pasado. Todo esto, en colisión con otros movimientos del ahora y las sucesivas reinvenciones que la música oscura ha experimentado en estas cuatro décadas: desde el bakalao valenciano al revival post-punk de los primeros dosmiles, pasando por el emo y la electrónica en penumbra hasta el dark metal, el witch house, la vaporwave, el pop hipnagógico y los catálogos de sellos como Sacred Bones o Blackest Ever Black, aunque también hay grupos como Nirvana que deberían ser tomados como influencia. Así fue en el caso del alicantino Ares Negrete, de Nueve Desconocidos, quien recuerda el haberse comprado de oferta el recopilatorio “Sliver. The Best Of The Box” (2005) como un momento fundacional. “Escuchar las maquetas de Nirvana me alentó a pensar que podía hacer música yo solo en mi casa. A los 14 años descubrí Ableton y empecé a grabar mis propias canciones, aunque más enfocadas al shoegazing y cantadas en inglés”. Su padre, que tiene 47 años (y es bisnieto no reconocido del cantante mexicano Jorge Negrete) tocó en grupos de synthpop y metal y también vivió la “ruta del bakalao”, de ahí que el pequeño Ares escuchase en casa discos de Depeche Mode o The Sisters Of Mercy, aunque él señala que hacia donde tira más es hacia el cold wave francés y el minimal wave, “grupos como Oppenheimer Analysis, que no hacen una música tan opulenta ni con sonidos densos de sintetizadores como el synthpop”. Ares acaba de publicar su primer álbum –“Nueve Desconocidos” (Casa Maracas, 2021)– y, actualmente, oficia también como guitarrista de El Último Vecino, con quien ha colaborado en el tema “Preguntas”. De hecho, señala que el precedente tanto del proyecto de Gerard Alegre Dòria como de los valencianos La Plata ha sido fundamental para toda la escena de la que estamos hablando. “Estos grupos, que eran gente joven haciendo música nueva ola un poco oscura, nos han influido a todos”, sostiene el alicantino. También menciona durante la conversación a Antiguo Régimen y Ciudad Lineal, otros dos grupos valencianos ya disueltos que podrían afianzar la teoría de que esta nueva oscuridad es la música de los hijos de quienes vivieron la ruta del bakalao y que ha seguido el camino inverso: del techno al pop más introspectivo.
Otro grupo de consenso, admirado entre toda la escena es VVV [Trippin’you] , trío afincado en Madrid que acaba de publicar su tercer álbum, “Turboviolencia” (Flexidiscos-Helsinkipro-Conjuro, 2021). Han colaborado con artistas tan dispares como Pedro LaDroga, Miguel Grimaldo y One Path, además de muchos de los que figuran en el reportaje. Aún más eclécticas son sus influencias. Su vocalista, Adrián Bremner, empezó haciendo rap entre los 13 y los 23 años, pero también admite la influencia de la música mákina del sur de Madrid y Cataluña, mientras que Elinor Almenara (teclado) y Salvi Urbaneja (bajo) se iniciaron en el shoegazing y el dream pop. Aunque estos dos últimos se confiesan muy fans de The Cure, Joy Division y New Order en su crecimiento estilístico individual, ellos sostienen que, en el grupo, “no hay influencia directa de ninguna de las bandas clásicas del post-punk. Jugamos con elementos del hardstyle, del drum'n'bass, del dubstep, de la mákina y el bakalao”.
En términos similares se muestran sus amigos y paisanos de Somos La Herencia, cuyo álbum del año pasado, “Dolo” (Humo Internacional, 2020), apareció entre los mejores nacionales de la temporada según Rockdelux. Antes de ello, habían autoeditado un EP, “Zigurat”, en 2017. “A todos nos marcó Joy Division, los conocimos de chavales, como casi todo el mundo, y fue y es una música que nos enamoró y acompañó. Seguramente fue porque había una sensibilidad en la música y letras que no percibíamos en otros géneros musicales. Pero, quitando ese ejemplo, no solemos escuchar demasiado rock siniestro. Creemos que lo que más nos cambió como grupo fue la electrónica de carácter oscuro”.
Esa influencia también está patente en Margarita Quebrada, trío valenciano cuyos miembros se fliparon en la adolescencia con Crystal Castles hasta que fueron creciendo y descubriendo a Burial, Four Tet y Mount Kimbie. Su percepción de lo gótico es interesante: “A la edad más relevante, entre los 16 y 18, es cuando te empiezas a sentir un poco más ‘especial/raro’ que los de tu clase y amigos por escuchar a gente que parece siniestra. Tristemente, el márketing generado con Joy Division hacía que lo viésemos en cualquier tienda y de ahí acabas asociando conceptos. Nuestros padres también escuchaban a The Cure y, poco a poco, vas tirando del hilo. Recordamos descubrir a Echo & The Bunnymen en la serie ‘Misfits’ (2009-2013) y quedar impactados. O, más que impactar, encontrar un refugio, una pequeña guarida de sonidos y estéticas fuera de lo que nuestro entorno nos ofrecía. La mezcla de sentimiento con rabia y fuerza hace que te plantees la música desde un sentido más performativo y así comprendemos un poco el sonido oscuro”, sostienen estos tres jóvenes de entre 23 y 27 años, que se dieron a conocer con el EP “Luces” en 2020, al que siguió este año “Live (en directo)”, ambos en el sello Jabalina.
Del corazón de la escena trapera proviene ANTIFAN, proyecto creado en Colmenar Viejo (Madrid) por Jerva e Isidro (I-Ace), de Agorazein, junto a Javi Harto –productor de creciente ubicuidad que acaba de participar en “Hambre” (2021), el último álbum de Kiko Veneno–. “Me gustó la atmósfera de la onda siniestra y me permitía contar mis historias. Es una relación supersana, ni ella me cambia a mí ni yo a ella y por eso nos queremos. No hay nada de seducción ni mentira”, afirma el vocalista y compositor del trío. Sin admitir que esta sea su principal ni única influencia, Jerva reivindica a grupos ignotos como los británicos 13th Chime junto a contemporáneos como The Soft Moon, además de tótems locales como Parálisis Permanente. El año pasado, el programa de La 2 “Un país para escucharlo”, propició un encuentro entre ellos, Ana Curra y Ariel Rot, quienes interpretaron una versión de “Quiero ser santa” en El Escorial. “La experiencia allí fue buena, pero me quedo con el día que estuvimos con ella en el estudio. Hay que ser generosa para llegar, encontrarnos haciendo una versión trap de un tema suyo y no solo no irse, sino tomárselo bien y coger un teclado para enseñarnos un par de cosas”, recuerda el músico. Su primer álbum, “Un daño” (Agorazein, 2017), todavía no se separaba tan radicalmente del estilo del colectivo compartido con C. Tangana, Sticky MA y Fabianni, pero ya encontraron su lenguaje en “Puede ser una mala racha” (Sonido Muchacho, 2019), al que siguieron tres sencillos en 2020: “Tribu” (con VVV [Trippin’you]), “Luces” y “Estar triste también es bonito”.
“Nunca me ha atraído la estética siniestra, pero sí los sonidos oscuros. De más pequeño escuchaba mucho metal y música emo. Creo que es un sentimiento que he llevado siempre dentro, más que un gusto o una moda adquirida. Empecé con el proyecto porque me gusta mucho el sonido lo-fi y tenía los samples de una 707 a mano”, explica Marcos Crespo, madrileño de Vallecas, quien en 2020 colgó su primera maqueta bajo el alias de Depresión Sonora. Desde entonces, ha publicado dos EPs en Sonido Muchado: “Depresión Sonora” en 2020 y “Canciones tristes para dormir bien” en 2021, al que ha seguido el single “Desorden del sueño”, compartido con Ghouljaboy.
Xenia, valenciana nacida en el 2000, se inició en el piano a los 13 años, para interesarse posteriormente por los teclados y por la música de Beach House y La Femme. De la onda siniestra clásica, lo que más le atrajo fue “el uso de sintetizadores, porque sentía que con un cacharro de esos podía acercarme a ese tipo de sonidos, así que me compré uno y cambié la dinámica de los directos y la forma de componer”. Tras un puñado de singles en 2020, acaba de publicar su primer EP, “Esfera”, en Futuras Licenciadas.
Mucho más veterana es Elisa Pérez (Caliza), madrileña de 32 años que se inició tocando la batería en grupos de indie pop como Cosmen Adelaida y Rusos Blancos. Alrededor de 2013, trasteando con el Garageband, comenzó este proyecto personal. “Mi primer disco –se refiere a “Medianoche / Mediodía” (Discos Walden, 2015)– sí que tenía un rollo bastante oscuro”, apunta ella. “En ese momento escuchaba synthpop muy primigenio o minimal wave rollo Solid Space, Oppenheimer Analysis, Absolute Body Control o Crash Course In Science, que de hecho los trajimos a Madrid e hice mi primer concierto como telonera suya. Pero –matiza– en la música que he hecho desde entonces creo que está menos marcada esa influencia, no me interesa especialmente formar parte de un género en concreto; menos aún quedarme en él. También puede tener que ver que me hayan dicho tantas veces que lo que hago es ochentero que he intentado huir de ello, no sé si con éxito”. Su siguiente trabajo, “Mar de cristal” (Gramaciones Grabofónicas, 2018), la situaba en una órbita de pop electrónico más contemporáneo y personal, de hecho. La artista, sin embargo, conoce bien los clásicos oscuros. A los 16 años descubrió a Joy Division, The Cure y The Jesus & Mary Chain y, a partir de los 20, a Décima Víctima, Los Iniciados, DAF, Fad Gadget, Cabaret Voltaire, Tuxedomoon, Magazine, Gang Of Four… “Siempre me han atraído más las estéticas y las historias más crudas, más oscuras, más negativas, y por ello me seducen mucho este tipo de sonidos”, afirma una artista que duda sobre si debería vincularse a esta escena.
Probablemente con quien tenga más afinidad Caliza es con un compañero generacional y espiritual como Jorge Mills, quien también se fajó tocando el bajo en diversos grupos de punk y emo en el underground madrileño, hasta que descubrió los sintetizadores –desde Kraftwerk a John Maus– y decidió iniciar su proyecto Auto Sacramental. Para él, Joy Division son centrales. “Los descubrí cuando estaba en el instituto y me volaron la cabeza. Estaba aprendiendo a tocar la guitarra, pero después de escuchar el ‘Unknown Pleasures’ (1979) salí corriendo a comprarme un bajo y me aprendí el disco entero. Aparte de los bajos de Peter Hook, me impactó mucho la sinceridad brutal de Ian Curtis. La música siniestra suele ser bastante teatral, pero en el caso de Joy Division no hay teatralidad, solo minimalismo y emoción desnuda. Eso los hace especiales. Las letras son un retrato demoledor de la depresión y la alienación del mundo contemporáneo. Creo que esa honestidad es lo que engancha. Cuando estás jodido, escuchar música así es algo catártico, liberador”, expone el músico, quien debutó con el “Auto Sacramental EP” (2019) y este año publicó su primer álbum, “Cuestión de fe” (Miranda The Agency, 2021).
En términos completamente idénticos (“me estalló la cabeza al escuchar la discografía de Joy Division”) se expresa Daniel Benavides, canario afincado en Madrid –previo paso por Berlín–, que formó parte de Pumuky (otro indiscutible precedente de esta escena) y de proyectos menos populares como Amorevera. Desde 2018 graba como Luz Futuro. Ha publicado un split EP compartido con VVV [Trippin’you], “Cólera” / “Mi sangre” (2020), al que siguió “Falsos techos” (2020) y, en este 2021, el single autoeditado “Vivir en una isla”. “Con 16 años empecé a producir en mi casa con el ‘laptop’, a crear sonidos, canciones y a abrirme más horizontes dentro de la electrónica, el ambient, noise y el new wave. Mis referentes entonces podrían ser Julian Casablancas, Michael Jackson, Aphex Twin, Luis Vasquez o Robert Smith”, indica el músico, nacido en 1993. “Muy poco después de empezar a tocar, yo ya me empezaba a desmarcar un poco de mis amigos, que seguían en el rock más clásico, y me fui empapando de toda la onda new wave, punk y ochentera más profunda. Me sedujo sobre todo la estética del sonido y la imperfección. Tras Joy Division llegaron New Order, Tears For Fears, A Flock Of Seagulls… todo aquel new romantic con electrónica, guitarras con ‘chorus’, ‘snares’ con ‘reverb’ y voces con ‘delay’”.
A todos estos debemos sumar los nombres de Mausoleo, Alfa-Estilo y Luz Verdadera (de Valencia, y las dos últimas con componentes de La Plata en sus filas), Viuda (Asturias), Dame Area y Fatamorgana (Barcelona), Merina Gris (Euskadi), Sofia (Mallorca) y, en Madrid, Aroa Ay, Cruhda y Último Día (proyecto paralelo de Luz Futuro con Miguel Grimaldo), mientras que, a nivel internacional, las influencias contemporáneas más citadas son The Soft Moon y los suizo-británicos Lebanon Hanover, seguidos de Fontaines D.C., Crack Cloud, Motorama, Edwin Rosen y los más veteranos Cold Cave, entre otros.
“Aquí están los hombres jóvenes, con el peso sobre sus hombros / Aquí están los hombres jóvenes, ¿dónde han estado? / Llamamos a las puertas de la cámara más oscura del infierno / Empujados al límite, nos arrastramos dentro / Miramos desde bastidores cómo las escenas se repetían / Nos vimos a nosotros mismos como nunca nos habíamos visto / Retrato del trauma y la degeneración / Las penurias que sufrimos y de las que nunca fuimos libres / ¿Dónde han estado? / ¿Dónde han estado?”, cantaba Ian Curtis en “Decades”, último tema del último disco de Joy Division, “Closer” (1980), como si todo encajara con un halo profético.
Para quienes tenemos más edad, puede resultar llamativo que tantas generaciones de artistas jóvenes vuelvan a ser conquistadas por los mismos nombres, sonidos y estéticas. En lo que llevamos de artículo han surgido bastantes pistas de por qué esto está sucediendo en la década del 2020, pero no debemos desestimar la idea del grupo iniciático que, como los vampiros de “Solo los amantes sobreviven” (Jim Jarmusch, 2013), seduce a la carne joven, perdida y soñadora de los adolescentes a lo largo de los tiempos: Joy Division, Parálisis Permanente o The Cure tienen –como The Velvet Underground, The Doors o Sonic Youth en otras escenas colindantes– el aura, te tienden esa mano que te invita a irte al lado oculto del espejo para encontrarte a ti mismo.
“No hace falta leer a Bourdieu o a Baudrillard para caer en la cuenta de que las referencias artísticas y culturales desempeñan un papel importante en la construcción de nuestra identidad”, concede David Sánchez Usanos, profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, además de crítico musical y literario. “Evidentemente eso es un proceso social con una dimensión pública basada en la distinción y en la escenificación de nuestras presuntas preferencias. Hay que tener en cuenta entonces que Joy Division o The Velvet Underground son referentes culturales de los cuales no nos avergonzamos o de los que incluso nos apetece presumir, pues su dimensión minoritaria y el desencanto y descreimiento que trasmiten nos protegen frente a cualquier acusación de ingenuidad o cursilería. No hay nada más ubicuo en nuestros días que teatralizar el que se está de vuelta de todo, algo a lo que se prestan perfectamente estos dos grupos, que funcionan como emblemas del pensamiento antiutópico, idóneos para tiempos cínicos como los nuestros”, sostiene.
María Socorro Suárez Lafuente, catedrática de Filología Anglogermánica y autora del libro “Fausto y Mefistófeles en la cultura occidental” (KRK, 2020), introduce una idea muy interesante, al relacionar la aparición de la cultura juvenil y la brecha generacional tras la Segunda Guerra Mundial con algo más que el concepto freudiano de matar al padre. “Tienes que oponerte a la cultura paterna para poder desarrollarte tú personalmente, pero cuando se descubre el Holocausto, esto va más allá: la educación familiar puede que esté contaminada, ya no sabes si tu padre pudo ser un genocida o cómplice, así que dejas eso atrás para ser tú peor. Surge el interés por lo malo y buscas algo de manera instintiva fuera de los límites admitidos por la sociedad biempensante”. La lectura política que de esto se puede extraer no siempre ha sido bien aprovechada. De nuestros protagonistas, es Jorge Mills quien mejor lo ha expuesto, al menos teóricamente. “Auto Sacramental busca exorcizar los demonios del futuro distópico en el que vivimos”, afirma el madrileño. “En ‘Cuestión de fe’ usamos la nostalgia ochentera para hacer sátira política y ahondar en el trauma colectivo de una sociedad posfranquista. Cantamos sobre el pasado oscuro de España y celebramos el inminente apocalipsis, a ritmo de synthpop. Desde el talismán de Franco hasta la segunda venida de Cristo durante la pandemia. Reimaginamos una historia nacional mística y apócrifa. Cogemos ganchos melódicos de música ochentera y los recontextualizamos. Lo que podría ser el riff de una canción romántica de The Human League se transforma en un tema que explora la relación entre el ocultismo y el fascismo. O que habla sobre el canal de YouTube de la Virgen de Covadonga, que retransmite en directo 24/7”, expone el músico.
“Desde la caída del Muro de Berlín, el desmantelamiento de los grandes relatos que organizaban nuestra experiencia y la constatación del ‘no hay alternativa’ thatcheriano, nuestra conciencia del tiempo se ha visto alterada”, añade Sánchez Usanos. “La consigna punk ‘No Future’ parece haberse acentuado más en estos últimos años, al menos en la parte acomodada del mundo: la falta de horizonte desde el punto de vista profesional e individual, la incapacidad de imaginar alternativas al estado actual de las cosas, la reciente pandemia, la sensación de posibilidad real de un fin de la especie humana debido al colapso ecológico y energético empujan a vivir un eterno presente en el que el futuro se desdibuja y el pasado acaba siendo visto como un mero repertorio de imágenes y motivos del que podemos servirnos a discreción siempre que demuestren su eficacia simbólica o emocional, siempre que procuren algún tipo de rentabilidad”. Precisamente sobre la catástrofe ecológica y la posibilidad del fin de la especie es sobre lo que trata, a grandes rasgos, “El descenso” (No Retorno, 2021), el tercer álbum de Caliza, que presentó oficiosamente en un acto de la organización Extinction Rebellion, destinado a recaudar fondos para acciones de desobediencia civil contra la inacción climática. “Algo que intento expresar en mi música y que creo que me sigue uniendo a bandas que suenan mucho más canónicamente a post-punk o dark wave es precisamente el intento de transmitir una cierta incomodidad, de dar una visión de las cosas que no es especialmente amable”, apunta Elisa Pérez. “Creo que la negatividad está mal vista, pero es muy acorde con los tiempos en los que vivimos, en los que el optimismo resulta totalmente descabellado. No sé si este ‘zeitgeist’ puede tener algo que ver con que esta hornada de grupos esté teniendo mucha más visibilidad que los que había a mediados de los 2010, o también que las generaciones actuales no tienen la aversión al ‘éxito’ que había antes”, añade a su reflexión.
Auto Sacramental y Caliza se manifiestan desde una experiencia algo más longeva, su desencanto es el del realista bien informado. No obstante, como opina Sánchez Usanos, todo esto adquiere una intensidad diferente si uno está en pleno teenage angst, “una etapa vital ya de por sí proclive a la frustración, a los sentimientos de soledad e incomprensión, a la angustia derivada de la asunción progresiva de responsabilidades y al cariz melodramático que adquieren las relaciones fraternales y amorosas en esos años. No es extraño entonces que grupos que cantan al aislamiento, a la conciencia de un final, a una combinación de hedonismo y nihilismo conecten con la sensibilidad contemporánea”, expone. “Yo veo que enseñamos la historia con un propósito, como si todo fueran causas y consecuencias y fluyera de una manera lineal, pero eso no tiene nada que ver con el futuro de la gente joven”, apunta Suárez Lafuente. “Ya no vas a la universidad para vivir mejor que tus padres. Hay una disonancia muy grande entre la historia percibida y la realidad del futuro. Entonces, si lo luminoso no me da solución tendré que ir a buscarlo a otro lado. Si no hay un bien voy a buscar el mal, a ver si me trae algo más útil”.
“Hay gente que dice que toda esta música ha venido propiciada por la pandemia, pero yo no lo creo”, matiza Ares de Nueve Desconocidos. “Yo creo que se debe a una nostalgia adquirida por nuestra generación, que es un poco más desapegada con las cosas materiales, todo es superefímero. Hemos vivido el horizonte laboral de forma superdura, porque los 2000 parecían el paraíso para buscar trabajo, hipotecarte y todo eso, y desde la crisis de 2008 eso no ha remontado, fuimos la primera generación de jóvenes que lo vivió en sus propias carnes y esa angustia sigue ahí. Todo eso ha hecho que estemos más vinculados con el espíritu de contraposición a lo establecido”. Negrete se alegra también de que hablar de la salud mental esté dejando de ser un tabú. “La gente está muy abrumada, la mayoría de mis amigos van al psicólogo, y puede ser muy necesario en algunos momentos de tu vida”. Pese a esta idea en boga de un mayor aislamiento provocado por el mejor acceso y dependencia de la tecnología, por la supremacía de los proyectos de habitación sobre los grupos de local de ensayo, él habla de la vuelta de un sentimiento de tribu y pertenencia. “En Valencia, por ejemplo, los chavales incluso más pequeños que yo van a los conciertos vestidos de góticos. Eso ha sucedido en parte gracias a TikTok, donde se ha puesto de moda otra vez la estética entre gótica y emo. Los chavales están escuchando mucho a grupos como Lebanon Hannover”, celebra con cierta sorpresa.
Marcos Crespo, de Depresión Sonora, afirma directamente que lo que busca expresar con su música es “lo que le contaría al psicólogo de la Seguridad Social si me diera cita”, aunque, profundizando, asume que en lo cotidiano de sus letras se puede sentir identificada mucha gente de su generación y alrededores “mientras suena un ritmo frenético que no te deja lugar a pararte”. ANTIFAN, los más nihilistas del lote, afirman que lo que buscan es reflejar el absurdo, Luz Futuro transmite “una mezcla entre nostalgia, rabia, alivio y luz al final de un túnel”. “Siempre hemos querido hacer algo que fuese, al menos para nosotros, subversivo y sincero, intentar cambiar las expectativas que la gente tenía sobre nosotros”, afirman los componentes de Somos La Herencia. “No hay una intención detrás de nuestra música ni un concepto que no sea un grito vivencial nacido desde la experiencia propia; nuestra relación con el entorno, con nuestras amigas o parejas, o con el casero al que posiblemente el mes que viene no podremos pagar. Dicen muchas veces que nuestra música es generacional y yo creo que todas lo son, siempre estarán influenciadas por su tiempo por mucho que toques sonatas al clave”, concluyen VVV [Trippin’you]. Aquí están los hombres y mujeres jóvenes, con el peso sobre sus hombros, una vez más. Donde siempre han estado. ∎