Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
El carácter poliédrico del Jazzaldia se adaptó bien, incluso con iniciativas aventajadas, a las restricciones de las dos ediciones en pandemia. Pero faltaba la esencia multicolor. Y multiplan. La ola liberadora se ha aprovechado bien. Y no solo por el regreso, al fin, del escenario multitudinario de la playa, donde se han vivido –con similar atención y celebración de miles de personas– propuestas tan distintas como Simple Minds, Mulatu Astatke y Vintage Trouble sin registrarse ni una sola decepción. O por los llenazos en el auditorio, con conciertos tan excelsos como los de Calexico, Gregory Porter y un Iggy Pop desatado e invencible. O por los premios Donostiako Jazzaldia para Amina Claudine Myers y Mulatu Astatke.
Se palpaba una euforia sin aspavientos. No solo por haber podido volver a la normalidad plena, también porque el intercambio de culturas –¡el regreso a la internacionalidad!–, la posibilidad de toparse con buenas sorpresas –de las indies Pillow Queens y This Is The Kit a los pianistas Vadim Neselovskyi con su “Odessa Suite” o Benny Green– y la alegría compartida entre sudores de soul –Curtis Harding, The Excitements, Vintage Trouble– confirmaban el acierto de una programación con muy buenos resultados, tanto de asistencia como de satisfacción. Hay muchos estilos, ramas, escenarios en el Jazzaldia: no todos son jazz, pero todos han compartido esa esencia de su lenguaje que es la comunicación entre diferentes a través de un impulso vitalista. That thing called love, por la música y por la comunidad.
Llenazo en el Auditorio Kursaal para un septeto cada vez más volcado en su faceta latina, con la cumbia como bandera aglutinadora de la diversidad de su público y su música fronteriza sin fronteras. Empezaron con moderación, sabiendo que el crescendo en calidez y pasión estaba garantizado y que las canciones de “El mirador” (2022) refuerzan su atrevida fusión. Y sedujeron totalmente con los matices inagotables de los multintrumentistas, las trompetas arrebatadoras de “Minas de cobre”, las posibilidades de una alargada “Stray”, la emoción inocente de la versión de Los Hijos del Sol “Cariñito” y la recuperada “Alone Again Or”, de Love.
Encantados de encontrarse en un escenario tan grande como el de la playa, salieron espitados y dispuestos a poner a saltar y corear a buena parte de la audiencia. Y lo consiguieron enseguida. El nervio atlético e indisciplinado del cantante Diego Ibáñez transmite la validez de un punki-pop de corte niki que vuelve a parecer joven aunque menos ingenioso cuarenta años después, con toques marychain de furia guitarrera. Quizá en tres cuartos de hora –fueron 25 canciones hasta llegar a “Cayetano”– serían más efectivos, pero llevan recarga de ruido y diversión.
Temíamos el bluff y la sorpresa fue mayúscula. Desde el primer instante Iggy Pop enardeció e incitó al público, puso patas arriba el auditorio Kursaal y serpenteó por el escenario y las primeras filas en un “aquí estoy yo” inagotable. Incluso cuando en medio de “I’m Sick of You” se cayó y dio de bruces contra el suelo, salió del estupor asombrado de no haberse roto la cara… y siguió cantando. Y muy bien: de crooner en “James Bond”, salvaje y potente en ese glorioso repertorio basado en la era Bowie, “Free” (2019) y “New Values” (1979), más la gran traca Stooges. Con una tremenda banda, vientos incluidos, elegante o cruda a conveniencia. “Compuse esta canción hace 50 años: era joven, pobre y sucio. Sigo siendo sucio”, dijo de “I Wanna Be Your Dog”. A sus 75 años, parece inmortal. Extasiante y memorable.
“Gracias por escuchar el espacio con nosotros”. No se refería Ben Lamar Gay tanto al cosmos como a lo que nos rodea, al ser y estar del momento, en el corazón jazzístico de la plaza de la Trinidad. El cuarteto del inclasificable músico de Chicago, que incluye una tuba a veces sintetizada, desarrolló un ritual de invocaciones a los buenos espíritus de la música, con talante entre free y naíf, a base de percusiones, flautas, campanillas, ruiditos electrónicos, extrañas melodías que se acababan haciendo pegadizas, voces de talante amateur y mucho gozo por el hecho de hacer música intuitiva. Hubo deserciones, no era fácil, pero fue tremendamente magnético si pillabas la onda de libertad del espacio sónico.