Para difundir el sonido del sello, Johnny Pacheco decidió crear una orquesta, la Fania All Stars, en la que todos los músicos y cantantes eran estrellas de sus respectivas bandas. Pacheco llegó justo a tiempo. Eran parte de una generación maravillosa que resplandeció con intérpretes de la clarividencia y la capacidad de trabajo de los hermanos Charlie y Eddie Palmieri, Celia Cruz, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Santos Colón, La Lupe, Roberto Roena, Larry Harlow, Willie Colón, Papo Lucca, Yomo Toro y Ray Barretto, entre otros muchos.
En 1968, la Fania All Stars estaba lista para arrasar. El elenco de músicos calientes –trovadores y rumberos del Caribe urbano– se alinea en un equipo diverso, rico en matices y sesgos culturales distintos, con algunos egos difíciles de manejar, comandado por talentos privilegiados. Nació una de las mejores épocas de las músicas tropicales. El centro de operaciones era El Barrio, Spanish Harlem, NYC.
Juan Pablo Azarías Pacheco Kiniping, más conocido como Johnny Pacheco, había nacido en Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, en 1935. Su padre, Rafael Azarías Pacheco, sastre, fue también músico. Tocaba el clarinete y dirigía la Orquesta Santa Cecilia. Cuando el pequeño Juan tenía 11 años, su familia se mudó a la ciudad de Nueva York, donde estudió percusión en la Juilliard School Of Music. Luego, formó parte de distintas agrupaciones en la década de 1950, incluidas la orquesta de Tito Puente y La Duboney del pianista Charlie Palmieri, hasta crear su propia charanga (conjunto de música de baile cubana).
El dominicano destacaba como percusionista y flautista. Su primer álbum, “Pacheco y su Charanga” (1960), se convirtió en un clásico. En 1964, conocedor del ambiente latino de la ciudad de los cinco barrios y, después de haber estado en el sello Alegre, Pacheco sopesó tener el control de su propio negocio musical. Con ese objetivo se asoció con el abogado Jerry Masucci para fundar Fania. El nombre estaba inspirado en una vieja tonada cubana, una de aquellas canciones que nutrirían su repertorio a lo largo de su carrera.
Cuando en 1964 Pacheco fundó la discográfica Fania, según la leyenda, despachaba a las tiendas de discos desde un Mercedes Benz. Desde Harlem y el Bronx, Fania, como marca disquera, empoderaba la urbanidad de la música latina. Pacheco era entonces el responsable de la distribución en toda la ciudad. Cuando por fin tuvieron oficina en Manhattan, el negocio siguió yendo sobre ruedas. Los otros dos miembros iniciales del sello fueron el pianista Larry Harlow y el director artístico y diseñador gráfico Izzy Sanabria.
La mecha había prendido, Fania entró en combustión. El encuentro entre Pacheco y Masucci, amante de la música cubana, fue calificado, por unos, de histórico y, por otros, de trascendente. Fania empezó a usar el nombre de salsa, idea del letrado, como parte de su estrategia de mercadeo, ocupando así el vacío que había dejado la música cubana, encerrada en su revolución. “La música salsa se estaba tocando hacía años. Tenía un nombre diferente: se llamaba música afrocubana. Salsa es solo un nombre. Es realmente música afrocubana con un poco de bebop y la destreza de Nueva York metidos dentro”, dijo Larry Harlow. “Nosotros le pusimos un nombre. Y ese nombre quedó como pegado. Tito Puente solía decir: ‘¿Salsa? Pongo eso arriba de mi spaghetti’”. Una etiqueta que no siempre fue del agrado de los actuantes.
Johnny Pacheco pasó a la historia de la música latina; como productor, fue un catalizador de talentos de primerísimo orden. Pero su desmedido interés por las modas musicales, las alianzas extrañas –como ejemplo, la que propició con Columbia, a modo de crossover– y el dinero acarrearon negatividad. Decisiones que propiciaron el apagón de la salsa frente la pulsión, también de barrio, de la música disco. Tony Montana y su fiebre del sábado noche tumbó la iconografía romántica de la petulancia y, en ocasiones, violencia de algunos chicos malos de la Fania, certificando así el traspaso del gusto popular, que mudó de piel, de color y de barrio.
De facto, Pacheco acabó por vender su parte en el negocio Fania a su socio, en 1980. César Miguel Rondón, en su indispensable “El libro de la salsa” (1979), lo señala como hombre poderoso que trampeó más de la cuenta. El autor venezolano lo explica así. “Ya se vio cómo la Fania All Stars falló estruendosamente en sus intentos crossover […] La música jamás puede ser entendida como la arbitraria mezcla de gustos y sustancias que inventa un empresario desde la frialdad de un escritorio con la única intención de invadir mercados e incrementar ventas”. En cambio, años después, Rubén Blades alabó con entusiasmo la labor gerencial y la de productor del flautista. “Sin Pacheco yo no estaría en la música, todo se lo debo a la decisión de publicar mis temas”.
Pacheco, siguiendo los pasos de Arsenio Rodríguez (1911-1970), compositor y magnífico intérprete del tres cubano, tuvo la astucia de apostar por el son montuno, por el que tuvo verdadera pasión, así como por la música tradicional cubana en general. También mostró devoción por contratar músicos, cantantes y arreglistas de Puerto Rico. A su lado estuvieron, en etapas no siempre coincidentes: Bobby Valentin, que cambió la trompeta por el bajo; Perico Ortiz, trompetista, que tuvo el acierto de firmar los últimos éxitos de la Fania antes de la desbandada general de talentos y figuras en los inicios de los ochenta; Louie Ramírez, consumado pianista y vibrafonista que empezó su carrera en los años cincuenta, y Enrique Lucas Jr., más conocido como Pappo Luca, otro pianista de enjundia, hijo del fundador de la Sonora Ponceña.
Así, Pacheco había resuelto una parte de la ecuación, al tiempo que observaba que ningún trompetista del sello era líder de los conjuntos contratados por Fania; por tanto, resolvió escoger a los respectivos primeros trompetas de los conjuntos del conguero Ray “Mano Dura” Barretto, del pianista Larry Harlow y del suyo propio; a saber, Roberto Rodríguez, Larry Spencer y Héctor Zarzuela, respectivamente. Pacheco también se fijó en un trombonista norteamericano, Barry Rogers, que tocaba con Eddie Palmieri (por tanto, sabía de qué iba el son montuno), en el boricua Reinaldo Jorge y en un jovencísimo Willie Colón. La receta de Fania era de manual: aplicar el “sonido NY”. “Es el sonido de los taxis de la ciudad”, dijeron los sopladores. La sección de vientos respondía de lleno a la combinación de sendas secciones de trombón y de trompeta. Nada de saxos. Y en lo musical, nada del imperante bugalú.
Pero Pacheco ya barruntaba que el éxito no estaba en los vientos, sino en el ritmo; es decir, en los cantantes. “Escuchaba temas del Septeto Habanero, de Chapottín, del Conjunto Casino”, explica el flautista y percusionista dominicano. “Lo que hice fue cambiar la fachada a esa música. Nunca he negado que el material original era de Cuba. Pero lo renové, combinando tres trompetas y tres trombones con la Fania All Stars para darle más brillo”.
Con la elección del nuyorican Willie Colón, también compositor, el panameño Rubén Blades, cantante y letrista con conciencia social, y héroes de culto como el boricua Héctor Lavoe, que se le conocerá como “El cantante”, la disquera vio en el horizonte colaboraciones creativas arrebatadoras. Es Pacheco quien convence a Colón para grabar con Héctor Lavoe. Le dijo:“‘Che Che Colé’ será una bomba”. Con Celia Cruz, todo fue rodado, pues en aquel tiempo no tenía contrato con ningún sello. Pero puso una condición: trabajaría directamente con el flautista, admirador declarado de la Sonora Matancera. “La estructura de la Fania es una Sonora Matancera ampliada”, afirmó Pacheco. Además, el bajista sería Bobby Valentin, líder de su propio combo.
Las presentaciones más emblemáticas de la orquestra perfilan la creciente popularidad de la salsa en aquellos años: desde el club Red Garter (1968), pasando por el Cheetah (1971) y culminando en el Yankee Stadium de Nueva York (1973), el Coliseo Roberto Clemente de Puerto Rico (1973) y el viaje africano al Zaire (1974). Los álbumes resultantes de los conciertos todavía son celebrados por los fans.
Fans que son negros, morenos y blancos. Niños, jóvenes, mujeres y hombres que gustan de la sabrosura, la guapería, el Caribe, el baile; en definitiva, de las ganas de vivir. También de la pachanga, la fiesta, la comunidad. Y el sexo. Pero la sensualidad está en cada canción de estos músicos y cantantes. Pasaron del son montuno al jazz, del jazz al latin jazz, del latin jazz a las mixturas. O fue al revés. Qué más da. Atendían al rock and roll como al sonido Motown. De no ser así es difícil pensar que un agregador de ritmos, melodías y sones como Johnny Pacheco hubiese dado con la tecla del latin soul. Si no creen en lo expuesto, escuchen “Cocinando” , de la banda sonora del documental “Our Latin Thing (Nuestra cosa)”. Una de las mejores descargas de percusiones y teclados, con Ray Barretto al frente, grabadas en mucho tiempo.
Pacheco estaba presto para captar los cambios de corriente, subirse a la ola siguiente, domar la velocidad del viento y liderar las listas de éxitos. Obsérvese los minutos de apertura de “Nuestra cosa”, esas calles sucias del peor NYC de los años setenta. ¿Cuánta música, diversa, inclusiva, feroz, diferente ha surgido de esa marginalidad que unos conocen como Spanish Harlem y otros como El Barrio?
La música latina tuvo en algunos distritos de la metrópoli la capacidad de mostrarse como una especie de laboratorio donde tomar influencias del jazz, incorporar trombones y otros instrumentos, y desarrollar en sus letras referencias a cuestiones como la discriminación y la pobreza. Por ahí andaba Johnny Pacheco, hambriento de éxito y exudando talento. Todo ello enmarcado en un contexto de reclamación de derechos civiles, la guerra de Vietnam y el embargo a Cuba. La audiencia viró su atención. Cambió de frecuencia y pasó a escuchar menos los ritmos propios del Gran Caimán focalizando su atención en la rotundidad de los sonidos latinos de las duras calles de Nueva York. El latin soul creció, se volvió visible y perceptible para todos. Pasó a ser un latido latino universal. Las sesiones del Cheetah sacaron El Barrio a pasear.
Y es que el 26 de agosto de 1971, en el Cheetah, empezó casi todo. La época dorada de la Fania All Stars esperaba ansiosa. La industria del rock ya se había convertido en audiovisual. No era extraño que determinados eventos dispusieran de un filme o un documental, como aconteció con los festivales de Woodstock y el siniestro concierto de Altamont, ambos en 1969. A Masucci se le ocurrió que algo similar se podría hacer con las sesiones del Cheetah, situado en el midtown de Manhattan. Al ser un lugar céntrico, podría asistir más público. Factor determinante fue que las actuaciones fueron grabadas en 16 milímetros para el documental “Our Latin Thing (Nuestra cosa)”, dirigido por el debutante Leon Gast, quien años después ganaría el Óscar por otro documental, “When We Were Kings” (1996), sobre la pelea por el título de peso pesado de boxeo, “The Rumble In The Jungle”, entre Muhammad Ali y George Foreman, en Zaire, 1974. Ahí también estuvo la Fania, en uno de sus mejores conciertos, registrado por el mismo Gast bajo el título de “Celia Cruz And The Fania All Stars In Africa”. James Brown y B.B. King, entre otros, también actuaron. La película incluye una de las mejores versiones de una de gran canción compuesta por Pacheco, “El ratón” , en la espléndida voz de Cheo Feliciano y sus acompañantes soneros.
La Fania All Stars también dejó un concierto histórico en Barcelona, en 1981, en el desaparecido Palau dels Esports. Esa noche los presentes asistimos, estupefactos, no solo al espectáculo, sino también a las palabras de agradecimiento de Rubén Blades hacia la Orquesta Plateria, que poco antes había grabado una competente versión de “Pedro Navaja”. Fue su primera y mítica actuación en España.
Sobre Pacheco se hizo una película “Yo soy la salsa” (2014), de Manuel Villalona, en la que repasan cinco décadas de cultura cubana. Con anterioridad había participado en otro documental, “Yo soy, del son a la salsa” (1996), de Rigoberto López, donde aparece junto con otros grandes nombres de los ritmos latinos. Su dilatada carrera estuvo jalonada de premios y reconocimientos diversos. Fue nominado en cinco ocasiones a los Grammy, sin conseguir ninguno. En contrapartida, recibió en 2005 un premio a su trayectoria en los Latin Grammy. Habrá que esperar a la ceremonia del 14 marzo de este año para conocer qué tipo de homenaje tendrá en la fiesta de la industria musical.
Para quien desee adentrarse en ritmos latinos sin sobresaltos, es recomendable prestar atención a una más que notable compilación de dos discos en que buena parte del catálogo Fania suena mejor que en los originales: “Fania Records 1964-1980. The Original Sound Of Latin New York” (Strut, 2011).
El músico y compositor dominicano siguió grabando discos, espaciando sus apariciones en público y financiando causas sociales como la creación en 1994, de la Johnny Pacheco Scholarship Fund, un fondo de becas para los estudiantes en Estados Unidos. ∎
Primer álbum del dominicano como líder de los cinco que realizó para este sello, que le costaba pagar los royalties y que con el tiempo Pacheco compró. Lo mismo pasaría con Tico Records. Pacheco compone tres piezas y va puliendo su estilo tan “matancero”. Incluye la pachanga “El güiro de Macorina”, escrita por el flautista, que causó sensación. El dominicano grabará un segundo volumen similar, “Pacheco y su Charanga Vol. 2” (1961), que cuenta con el líder a la flauta, además de la contribución de José “Chombo” Silva al violín y las voces de Elliot Romero (ya presente en el primero) y Rudy Calzado. Todavía no había experimentado con la sección de trombones. Se pueden localizar conjuntamente en un solo CD.
Primera referencia de Fania, que pone sobre aviso las influencias perennes del dominicano. El título que da nombre al álbum es una guaracha que registró La Sonora Matancera en 1956. De ese conjunto, Pacheco también incluye el montuno “Como mango”. “Campeón” es una pieza del trompetista Félix Chappotín; “Yo soy guajiro” es del Conjunto Casino; y “Fanía”, originalmente llamado “Fanía funché”, compuesto por el cubano Reinaldo Bolaños. A Masucci y Pacheco les pareció que Fania sonaba bien tanto en castellano como en inglés. En este disco se inicia una larga relación musical con el cantante Pete Rodríguez, que todavía no disponía del sobrenombre “El Conde”. Al igual que con Bobby Valentin, excelente bajista y arreglista, y el brillante pianista Larry Harlow y el conguero Ray Barretto. La grabación costó 2.500 dólares de la época.
Sesiones irrepetibles. Era la segunda experiencia de grabación en directo, después de los notables dos volúmenes de “Live At The Red Garter”, ambos de 1968. Ahora, la orquesta se siente más robusta y la sección de metales toma el protagonismo, que comparte con las percusiones y el cante de Cheo Feliciano, en “Anacaona”. En el segundo volumen, publicado también en 1972, destacan “Ponte duro” y la descarga “Macho cimarrón”. Como homenaje al 40 aniversario del estreno de “Our Latin Thing (Nuestra cosa)”, el sello Strut Records reeditó en DVD la película remasterizada, además de la banda sonora, en doble CD, que incluyen varios temas extras. Fiesta de maestros.
Doña Celia grabó para Johnny Pacheco diez álbumes. En este caso fue para Vaya, sello subsidiario de Fania. Este está considerado el mejor de la serie. La reina del montuno y la guaracha apenas practicó la salsa, que se muestra en el número que abre, con el éxito “Quimbará”, pero su profesionalidad es incuestionable. Tal vez por eso se la considera también “La reina de la salsa”. Pacheco sabe que la cantante es un foco de popularidad y, por tanto, de ventas. “Tengo el Idde” y “No Mercedes”, composiciones del magnífico compositor boricua Tite Curet Alonso. La voz de Cruz se siente cómoda en ellas y en la sintonía matancera de Pacheco. Al año siguiente repiten con “Tremendo caché”, ya para Fania, con los mismos músicos y las mismas melodías basadas en dos trompetas. Los arreglos son de Pacheco, Bobby Valentin y Pappo Lucca.
La mala organización provocó una avalancha y el concierto tuvo que suspenderse. A la hora de editar las canciones, Pacheco advirtió que la calidad del sonido no daba para una edición de calidad. Con posterioridad viajaron a Puerto Rico para tocar en el Roberto Clemente Coliseum de San Juan, donde el sonido del repertorio no falló. El line-up lo componen Ray Barretto, Larry Harlow, Willie Colón, Johnny Pacheco y Bobby Valentin, entre otros. Entre los cantores destacan las interpretaciones de Santos Colón en “Soy guajiro”, Ismael Miranda en “Qué rico suena mi tambor” y Pete “El Conde” Rodríguez en “Pueblo latino”. Héctor Lavoe se luce con el hit de Pacheco “Mi gente”. Y en lo más alto, de nuevo, Celia Cruz en “Diosa del ritmo”. Muy apto para bailadores. En 1976 se editó una segunda parte, “Live At Yankee Stadium Vol. 2”, de similar calidad. En 2003 el álbum ingresó en el National Recording Registry de la Library Of Congress. ∎