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Da un poco igual por dónde vayan los designios de las tendencias musicales, cuál sea el género más repetido en los memorándums de la industria o el artista que copa portadas, porque siempre habrá espacio para propuestas levantadas sobre lo esencial: una voz conmovedora arropada por instrumentos de largo recorrido. Se demostró en la velada de anoche en La (2) de Apolo. Primero con la incursión loable (y en solitario) de Erin Rae en calidad de artista invitada y bajo coordenadas folk ancladas en la década de esplendor del género. Pero especialmente con el discurso de Julia Jacklin, que quedó bajo recaudo prolongado a través de una audiencia más joven de lo previsible.
Y eso que el embrujo estuvo a punto de no producirse, tal y como la cantante australiana anunció en uno de sus parlamentos, cuando afirmó que la habían recomendado cancelar el show ante la baja previsión de ventas. Acto seguido alzaría los puños en señal de victoria. La audiencia respondía con el mismo gesto en el interior de sus cabezas. El disgusto quedaba, por suerte, fijado en el plano especulativo.
Si en el último show de Porridge Radio en la Ciudad Condal “Gasolina” (Daddy Yankee) fue el himno encargado de dar la bienvenida a los púgiles, ayer fue “My Heart Will Go On” (Céline Dion) el tema encargado de la recepción. Más tarde la cantante aussie justificó la elección, con ese tono difícil para desentrañar si había deje irónico o no incorporado, a expensas de un lamento llegado desde su público. En cualquier caso, la preocupación quedó despejada con el tema de entrada, ese “Don’t Let the Kids Win” de su álbum homónimo publicado en 2016 que entonó en solitario, con la única compañía de su guitarra eléctrica, que fue enfundando y desenfundando durante todo el trayecto. El hechizo quedaba dispuesto.
Fue en el segundo tema del repertorio cuando se sumó el resto del pelotón: guitarra (brillante en todas sus fases), batería (musculosa cuando lo requería con el refuerzo del drum pad), bajo (siempre en liza) y teclados (aportando profundidad melódica). No hubo proceso de aclimatación; la compenetración entre los músicos y su líder resultó modélica desde la primera estrofa.
“Love, Try Not to Let Go” –uno de los lamentos más degustados de “Pre Pleasure” (2022), su recomendable último trabajo– confirmó la robustez sónica que emanaba del escenario, donde Jacklin ahondaba en el calado emotivo de su cancionero gracias a una fuerza expresiva suave y discreta. Sus exclamaciones vocales se traducían en confort y paz para los oídos. No tiene el nombre ni la longitud discográfica de Angel Olsen, pero su chorro de voz transformador puede tutear las gestas emocionales de la de Saint Louis.
Lo fue evidenciado en cada uno de esos suspiros acariciantes modulados en clave folk de fuero introspectivo, dispensados con una intensidad de tempo medido. Su voz fluctuante sin pasarse, como eje rítmico de esa marea que empieza calmada, controlada y que termina barriendo con todo. Un espíritu reconfortante, abordado desde esa serenidad de quien ha pasado por muchas bifurcaciones vitales, que encontró otro dulce hospedaje en “Moviegoer”. Con “Body” directamente rompió las últimas corazas. Tan devastadora como en el disco.
Ya no quedaba ni un solo escéptico en el interior de la sala barcelonesa cuando Julia y su equipo enfilaron un último tramo que ganó en ritmo y contundencia. La cumbre emotiva, “Don’t Know How To Keep Your Love”, con los focos centrados en la guitarra y la voz de Julia, marcó el punto de inflexión hacia esa recta final más acelerada. “I Was Neon” la complementó con ropajes rock-pop. La lanzadera festiva llegó a su último destino: “Pressure To Party” desfiguró recatos expresivos y devolvió a una Julia sonriente, sin poder ocultar su grado de satisfacción con un público compartiendo entusiasmo por el calor prestado.
Sin moverse del escenario, evitando así desplazamientos con retornos casi asegurados por contrato, cumplió con el trámite del bis con “End Of A Friendship”, tema con el que cierra su último álbum. Nada más lejos de lo vivido. La australiana selló –sin esfuerzo aparente, sin recurrir a trucos ni filigranas, sin sobresalir, exclamar ni sobreexcitarse, navegando por una pureza emocional transmitida con maestría– una amistad duradera con las viejas y nuevas generaciones convocadas ayer. Ni una grieta en su Titanic. ∎