Juliette Gréco, la musique française.
Juliette Gréco, la musique française.

Revisión

Juliette Gréco, el eterno femenino

A poco más de dos años de su fallecimiento, adentrarse en la discografía de Juliette Gréco equivale a sumergirse en una era hoy tan lejana como legendaria. Icono de aquel Saint-Germain-des-Prés que ejerció de centro del mundo tras la Segunda Guerra Mundial, en la obra de Gréco se suman Georges Brassens y Jean-Paul Sartre, Serge Gainsbourg y Françoise Sagan, Jacques Brel y Mac Orlan. Difícil encontrar un compendio más brillante de todo aquello que construyó la Europa del siglo XX.

Pocos artistas pueden jactarse de dejar una carrera de siete décadas a sus espaldas, pero menos aún de haberlo logrado sin necesitar mover bruscamente piezas para amoldarse a modas y vaivenes de los tiempos. Y ahí, en esa aparente inmutabilidad, radica uno de los grandes logros de Juliette Gréco (1927-2020), una cantante capaz de erigir por sí sola un pedestal de clasicismo que le permitió atravesar casi un siglo sin abandonar nunca la primera línea de fuego.

No se entienda el término bélico como hipérbole: con apenas quince años Gréco fue torturada por la Gestapo ante la vinculación de su madre y su hermana con la Resistencia francesa. Juliette nunca olvidaría el hedor a muerte que ambas llevaban impregnado en su traje a rayas el día de su reencuentro en una estación de tren parisina. Pero las tres habían sobrevivido. Ellas, al campo de concentración de Ravensbrück. Ella, a la miseria a la que había quedado condenada en el París ocupado.

Los de la guerra fueron años de pobreza, de incertidumbre y de hambre. Pero también de aprendizaje, de establecer objetivos, de comprender que los parámetros que había mamado desde niña no contaban en el nuevo mundo que se abría tras la liberación. Todo lo pondría en práctica la noche que decidió subirse al escenario del Tabou, un garito humeante de Saint-Germain-des-Prés donde se coronó al instante reina de aquella bohemia existencialista conformada por intelectuales, pintores, soldados y sablistas impregnados de swing, de jazz, de bebop y, en fin, de todo aquello que hiciera tocar con la punta de los dedos la modernidad que se intuía al otro lado del Atlántico.

En 1951, preparada para triunfar. Foto: Roger Viollet (Getty Images)
En 1951, preparada para triunfar. Foto: Roger Viollet (Getty Images)

Bajo el cielo de París

No hubo nadie que no cayera rendido ante el magnetismo que desprendía Gréco. Y hablar de “nadie” en aquel París de posguerra equivale a un censo de nombres hoy grabados en mármol en el panteón de la posteridad. Los créditos de las canciones que componían su primer single, “Si tu t’imagines” (Columbia, 1950), arremolinaban las firmas del escritor Jean-Paul Sartre, el músico Joseph Kosma y los poetas surrealistas Raymond Queneau y Robert Desnos. Gréco se desvinculó rápidamente de cualquier ansia de autoría: para qué podía necesitarla una artista que se había revelado como intérprete capaz de apropiarse de textos ajenos y de vivir sus canciones con la misma intensidad con que las transmitía al público.

No se piense que este humus puramente rive gauche limitaría el alcance de su música: al contrario, en su primer viaje al extranjero se encontró con una multitud esperándola en el aeropuerto de Río de Janeiro. Bien es cierto que la turbamulta se debía al rumor de que las cantantes existencialistas actuaban desnudas sobre el escenario, pero también que, rigurosamente vestida de negro, convertiría los ocho conciertos firmados en una estadía de más de tres meses. Unas semanas después la localizamos en Nueva York, poco más tarde en Tokio. Arrancaba la década de los cincuenta y el mito Gréco era ya un hecho.

En 1948, en pleno Barrio Latino. Foto: Robert Doisneau
En 1948, en pleno Barrio Latino. Foto: Robert Doisneau

Soy como soy

Para entonces ya había trascendido su carácter de cantante y se había convertido en todo un símbolo. Un símbolo de la nueva sociedad que surgía de las ruinas de la guerra y un símbolo de la nueva mujer que nacía de entre ellas. Su sobriedad escénica y aquellos yeux de biche que parecían emparentar con una deidad del Nilo ejercieron como mascarón de proa para una vamp enigmática, transformada ya en el icono fijado por Robert Doisneau. Una mañana de 1948, el fotógrafo la había retratado en pleno Barrio Latino. Envuelta en un abrigo áspero, Gréco se acuclillaba para acariciar un perro con su silueta enmarcada por la abadía de Saint Germain y una bandera francesa que no terminaba de ondear al viento. Si alguien necesitaba una representación totémica, ahí la tenía.

Pero si algo caracterizó a Gréco fue su libertad y su negativa a dar cuentas de actos y pensamientos. De ahí al escándalo, un paso que cumplió con todos y cada uno de sus romances. Trágico el que mantuvo con el piloto Jean-Pierre Wimille, discreto el que la unió a Serge Gainsbourg, públicos sus matrimonios con los actores Philippe Lemaire y Michel Piccoli. En 1988, pasada la barrera de los 60, Gréco se casaría con Gérard Jouannest, mano derecha de Jacques Brel, emparentando así por persona interpuesta con el único intérprete que la había podido mirar de igual a igual.

Pero si hay una historia de amor legendaria en la vida de Gréco, esa es la que vivió con Miles Davis, una relación interracial que rompió todos los tabúes en aquel París de 1949 y que queda fijada en dos fogonazos. Una noche, ella lo lleva a cenar a un restaurante. Aunque está vacío, el maître les dice que no tiene mesa libre. Gréco le coge la mano, escupe en ella y ambos salen por donde habían entrado. Años más tarde, Davis diría en una entrevista que Gréco le había hecho descubrir qué quería decir hacer el amor a una mujer. Ella tenía 22 años, él 23.

Miles Davis y Juliette Greco: historia de amor. Foto: Andre SAS (Getty Images)
Miles Davis y Juliette Greco: historia de amor. Foto: Andre SAS (Getty Images)

La construcción del clasicismo

Gréco dedicó la década de los cincuenta a tallar su propio canon de la mano de los compositores que se incorporaban a la escena tras la contienda y, armada de aquel legado, se pudo permitir contemplar impávida el estallido de la modernidad en los 60: quién podría inquietarse ante las turbulencias creadas por Lennon y Macca con una escudería encabezada por Boris Vian, Jacques Brel, Georges Brassens, Serge Gainsbourg o Léo Ferré. Su habilidad radicó en saber ir incorporando a su repertorio piezas de nuevos autores y confiar el resultado a los arreglistas que estaban renovando el horizonte de la música francesa: André Popp, Alain Goraguer, Michel Legrand. La construcción definitiva del eterno femenino quedó depositada en el rey del flou Just Jaeckin, entonces fotógrafo y después director de “Emmanuelle” (1974), que dejaría algunas de las portadas más deslumbrantes de la cantante.

Brillibrilli. Fotografiada por Just Jaeckin.
Brillibrilli. Fotografiada por Just Jaeckin.
Para entonces, Gréco ya había abandonado los platós. Volvería a la pantalla a petición de algún amigo –aquella aparición en el proyecto más personal de Jacques Brel,Le Far-West” (1973)–, pero el cine era para ella un círculo ya cerrado. Lo había cumplido en Francia trabajando para Melville, Renoir o Cocteau; lo había cumplido en Hollywood de la mano de un Darryl F. Zanuck, que perdió la cabeza por ella. Incluso lo había cumplido, cual operación de posmodernidad avant la lettre, protagonizando una serie televisiva, “Belfegor, el fantasma del Louvre” (1965), que la trasladó al imaginario colectivo de varias generaciones.

Soy un atardecer de otoño

El empeño de Gréco a partir de los setenta fue ir ampliando su repertorio de la mano de nuevos llegados –Alain Bashung, Benjamin Biolay, Miossec– sin miedo a enfrentarse con un repertorio que a esas alturas ya había entrado en la inmortalidad. Y, siguiendo el ejemplo de su admirado Brel, embarcarse en un never ending tour que reforzara el carácter popular de su cancionero. Grandes recintos y señeros teatros, pero también salas de barrio, cines de banlieues y fábricas.

En 2015, cercana a los 90 años, Gréco decidió cerrar la trayectoria con una larga gira que la llevaría a recorrer el planeta durante dos temporadas. Ni su carácter de despedida la libró de polémicas: la aparición de una fecha en Tel Aviv provocó crudos ataques, ahora desde el flanco de la izquierda. Qué podía decir ella, que nunca había confundido a sus seguidores con los gobernantes que los dirigían y que había girado sin reparos por la España de Franco, la Grecia de los Coroneles y la URSS de Bréznev, pero que no había dudado en jugarse el pescuezo improvisando un repertorio de canciones antimilitaristas cuando se enteró de que todas las localidades del teatro de Santiago de Chile donde iba a actuar habían sido reservados para miembros del ejército de Pinochet.

La gira siguió su curso, o al menos lo hizo hasta que los problemas de salud y la inesperada muerte de su hija cortaron su recorrido. La brusca interrupción dejó tras de sí un halo de cierta justicia poética, pues el azar quiso que la última actuación de Gréco no tuviera lugar ante el selecto público de un lujoso teatro parisino, sino en Sant-Estève, un modesto pueblecito pirenaico de apenas diez mil habitantes. El 23 de septiembre de 2020, Gréco dejaba a Aznavour como último superviviente de la gran época de la música francesa; dos semanas más tarde, su público le ofrecía una emotiva despedida. Por supuesto, en la basílica de Saint-Germain-des-Prés. ∎

En 2015, en La Fête de l’Humanité, en La Courneuve, cerca de París. Foto: David Wolff-Patrick / Redferns (Getty Images)
En 2015, en La Fête de l’Humanité, en La Courneuve, cerca de París. Foto: David Wolff-Patrick / Redferns (Getty Images)

Liberté - Égalité - Féminité

10

On n’oublie rien

de “Nº 7” > Philips, 1961

En 1961 Jacques Brel y Gérard Jouannest completan este tema que ofrecen a la cantante unos meses antes de llevarlo ellos mismos al estudio. Si hubo algún pulso por su difusión, Brel saldría como claro triunfador, pero los arreglos de André Popp hacen de la versión Gréco carta ganadora de antemano.

09

Sous le ciel de Paris

del single “Sous le ciel de Paris” / “Embrasse-moi” > Philips, 1951

Escrita originalmente para una película de Julien Duvivier, “Sous le ciel de Paris” supone la quintaesencia del encanto boulevardier de Gréco. Siempre celosa de su éxito, Édith Piaf intentaría superarla registrando su propia versión tres años más tarde, pero ni tan siquiera ella consiguió adelantarla.

08

J’ai le coeur aussi grand…

del EP “Un petit poisson, un petit oiseau” > Philips, 1966

El arrollador éxito de “Un petit poisson, un petit oiseau” condenó a los tres temas que completaban el EP con que Gréco lo presentó al público. Pero allí se agazapaba, como cierre de su cara B, este “J’ai le coeur aussi grand…” compuesto por Bernard Dimey, escritor bregado en las galeras de Aznavour y Montand.

07

Le sixième sens

de “Face à face” > Philips, 1971

Exquisitísima (y olvidadísima) composición de un Gainsbourg embarcado ya en la construcción de “Histoire de Melody Nelson” (1971), que puede leerse casi como un outtake del mismo por su onírico envoltorio de cuerdas y vientos. Producción de Alain Goraguer, arreglista de la primera etapa jazz de Gainsbourg.

06

Chanson pour l’auvergnat

de “À L'Olympia” > Philips, 1955

Notorio caso de la habilidad de Gréco haciendo propios temas ajenos: en el camerino del Olympia, Georges Brassens le pregunta cuál de las canciones que ha presentado al público esa noche es su preferida. Gréco apunta a esta y, como respuesta, el cantautor se limita a escribirle en una nota: “Es tuya”.

05

Coin de rue

del single “Ça va ‘Le diable’” / “Coin de rue” > Philips, 1954

Que el mismísimo padre de la canción francesa, Charles Trenet, regalara una composición a Gréco apenas tres años después de su debut habla a las claras de la fascinación que desplegó la intérprete entre sus coetáneos. Registrada con la orquesta de Michel Legrand, léase solvencia garantizada.

04

L’horoscope

del EP “Les amoureux de la plage” > Philips, 1967

Gréco se viste de chica yeyé de la mano de Bourgeois y Rivière, responsables de algunos de los pepinazos más bombásticos de la Francia de los sesenta. La cantante cumple a la perfección en esta parodia de los horóscopos femeninos, dejando en manos de André Popp un aliño con todas las chucherías imaginables.

03

Rue des Blancs-Manteaux

del single “Si tu t’imagines” > Columbia, 1950

Legendaria entrada en la canción de Gréco, por la puerta grande. Joseph Kosma pone música a un texto irónico de Jean-Paul Sartre sobre la efectividad de la guillotina en las cabezas coronadas. Desapercibida en el momento de su publicación, se convertiría en un auténtico evergreen cuando la regrabó en 1962.

02

La javanaise

de “Juliette Gréco (8ème série)” > Philips, 1963

La más recordada de la decena de canciones que le compuso un Gainsbourg que, en una noche con exceso de champagne, fue esbozando sus notas al piano mientras ella bailaba descalza ante él. Lógicamente maravillado ante lo conseguido, Gainsbourg no tardaría en registrar una propia de no menor lustre.

01

Alpha du centaure

del EP “21ème série” > Philips, 1966

En plena carrera espacial, Gréco hace su incursión en la ciencia ficción ironizando sobre los previsibles efectos del neoliberalismo intergaláctico bajo un apabullante despliegue del arreglista Claude Boilling: “Si es para sembrar el firmamento / de barrios dormitorio / No estoy para nada de acuerdo”. ∎

Cara a cara con Gréco

“Gréco chante ses derniers succés”
(Philips, 1952)

Primer disco de larga duración. La joven cantante parece aglutinar por sí sola todo aquel París que resurgía febrilmente de las cenizas de la guerra, apoyándose en los rasgos únicos de una voz que, como apunta Jean-Paul Sartre en las liner notes manuscritas del álbum, escondía “millones de poemas que todavía no han sido escritos”. Composiciones de Joseph Kosma, pero también incursiones en el cancionero de Kurt Weill e incluso un tema firmado por Charles Aznavour, “Je hais les dimanches”, que se convertiría en el primer hit single de su carrera.

“No. 7”
(Philips, 1961)

Radiante entrada en los sesenta con un álbum que ofrece varios de los temas que la acompañarán durante el resto de su trayectoria, desde el “Jolie môme” de Léo Ferré hasta el “Il n’y a plus d’après” que le regala Guy Béart. Todo un repertorio blindado que reforzó definitivamente la figura de Gréco frente a los temblores que estaban provocando los blousons noirs de Johnny Hallyday, en una industria musical francesa que quedaría completamente irreconocible cuando apenas unos meses después estallara el fenómeno yeyé con la aparición del “Tout les garçons et les filles”, de Françoise Hardy.

“La femme”
(Philips, 1967)

Lo atómico de la portada de Just Jaeckin, con Gréco enfundada en un espectacular traje de lentejuelas, ha despistado en ocasiones un contenido que no despliega menor octanaje en cada uno de sus cortes. En uno de los escasos momentos en los que dejó permear su música por lo contemporáneo, la cantante decide dejarse impregnar por ese pop barroco que estaban construyendo en los estudios londinenses Gainsbourg, Hardy y Polnareff. Y lo lleva a su culminación con cuatro arreglistas en auténtico estado de gracia. Como añadido, el tema que supondría el mayor éxito de su carrera, “Deshabillez-moi”.

“Face à face”
(Philips, 1971)

Si Gréco había entrado en los sesenta con un disco simbólico, no fue menor la intención de hacer lo propio con este “Face à face” en los setenta. La presencia de dos productores estrella como Alain Goraguer y François Rauber garantiza la solvencia del conjunto, pero la apuesta de fondo que esconde pasa por confiar lo mollar del repertorio a su futuro marido Gérard Jouannest, mano derecha de un Jacques Brel recién retirado cuyo trono Gréco aspira a ocupar. Añadan la filtración de un tema inédito de Serge Gainsbourg en plena edad de oro y la ecuación del resultado se resuelve por sí misma.

“Gréco chante Brel”
(Deutsche Grammophon, 2013)

Con 86 años, y recién salida de un primer susto de salud realmente serio, decide encerrarse en el estudio con Jouannest y el reputadísimo Bruno Fontaine, arreglista de Johnny Hallyday y pianista de Paolo Conte, con intención de registrar un testamento sonoro bajo forma de amplia revisión del repertorio de Jacques Brel. El resultado, impresionante por su capacidad de absorber un cancionero ajeno y de adaptarlo a una voz ya completamente extenuada, fue leído por muchos como auténtica culminación de la monumental labor como intérprete que desplegó a lo largo de su carrera. ∎

Como complemento de esta Revisión, Felipe Cabrerizo selecciona esta exclusiva playlist de Juliette Gréco.

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