La jubilación de Julio Ruiz tras medio siglo de actividad radiofónica ininterrumpida ha generado un acuerdo prácticamente inédito sobre la importancia de su labor, así como un caudaloso torrente de afecto hacia su persona. La despedida de “Disco Grande” ha sido un episodio muy emotivo. También un acontecimiento edificante, que invita al sector del periodismo musical a reflexionar sobre sus usos y costumbres, sobre sus formas de hacer y de ser.
Julio Ruiz (Madrid, 1952) atiende la llamada de Rockdelux con esa mezcla de amabilidad, dinamismo y entusiasmo que cualquiera que le haya tratado reconocerá de inmediato. Con esa voz y esa dicción tan poco ortodoxas pero tan características. Acaba de empezar su jubilación, pero tiene compromisos a la vista. Cosas que hacer. Cables que echar a quien lo requiera en tal o cual proyecto. Más historias que contar.
El pasado 18 de junio decía adiós a la audiencia de Radio 3, emisora en la que realizó las treinta últimas temporadas de “Disco Grande”. Antes de su aterrizaje en la Casa de la Radio, el programa ya llevaba veinte años en antena. Dos terceras partes de esta trayectoria son producto de su voluntad. Lo hizo porque quiso, cobrando poco o prácticamente nada, conjugando la pasión “musiquera” con trabajos periodísticos alimenticios. Pero la entrega a este cometido herciano siempre fue la misma. Lo de la nómina y los contratos iba por otro lado.
Ese medio siglo es toda una vida. La suya. Ruiz abrió por primera vez el micro cuando era un adolescente, en la FM de Radio Popular, mucho antes de consolidar su marca en el ente público o de convertirse en referente para artistas y oyentes, como demuestra el entusiasmo con que diversos músicos acudieron a la llamada de Rockelux para compartir sus recuerdos favoritos del periodista. Empeñado en ser él mismo, acuñó una distintiva forma de hacer radio. Y brindó apoyo a decenas de músicos bisoños que –operando desde los márgenes y armados con sus maquetas– trazaron cartografías de futuro para nuestro pop. No extraña que la despedida haya sido tan reconfortante, porque Julio siempre estuvo ahí, dispuesto a pulsar play.
El día que te dijeron que tocaba jubilarse, ¿qué sensaciones tuviste?
Los que estábamos implicados sabíamos desde hacía seis meses que se había firmado un convenio entre la dirección, la Corporación y los sindicatos –parece ser que uno firmó en contra– para retirar a los que teníamos una edad o la sobrepasábamos, aunque esto no vaya en consonancia con la ley superior que dice que la jubilación es un derecho y no una obligación… Así que ya sabíamos lo que había. Lo que pasa es que, bueno… va pasando el tiempo y te llega más la congoja cuando piensas que ya está a la vista la historia. En alguna información se dice que lo sabíamos. Evidentemente, pero el que sepas una cosa no significa que uno no se agarre con uñas y dientes a seguir disfrutando de su pasión. Comprendo que algún que otro compañero de esta casa, que está manejando la cámara, “plano medio”, “plano corto”, quizá esté deseando marcharse a casa. Pero lo mío era un trabajo creativo, que durante mucho tiempo ni siquiera me dio de comer: hasta 2007 no me convertí en trabajador fijo de RTVE y “Disco Grande” pasó a ser mi modus vivendi, después de hacer dieciocho mil peonadas en el mundo del periodismo para poder sobrevivir. Eso me deja dos “heriditas”: una es lo poco que me ha durado el vivir de mi pasión desde el punto de vista económico. La otra, que se acaba la pasión de mi vida, porque no hay diferencia entre el 27 de marzo de 1971 y el 18 de junio de 2021. Entre ambas fechas hay la misma emoción, las mismas ganas de ponerme delante del micrófono y comunicarme con la gente para intentar contagiar la música que más me gusta.
Hablando de ese último programa del 18 de junio de 2021, de jubilaciones y prejubilaciones y posjubilaciones, pienso que el momento más significativo y emocionante es cuando recuerdas a tu padre, a tu abuelo y a tu madre, subrayando las circunstancias adversas que tuvieron que afrontar a lo largo de su vida.
Mi padre se levantaba a las seis de la mañana, cogía una camioneta en Atocha y se iba a Villaverde, a unos talleres donde construían vagones para la RENFE. Trabajaba de sol a sol. En una época de su vida se tuvo que apuntar a trabajar por la noche, en lo que llamaban “veladas”. Si ganabas tres pesetas y trabajabas por la noche para sacar cualquier encargo, pues había que trabajar por la noche y eso implicaba el tener algunas pesetillas más, que eran necesarias para casa. Él era muy atlético –no desde el punto de vista futbolístico, porque era del Real Madrid– y saltaba de vagón en vagón. Un día, saltando de un vagón a otro, le cayó encima una pila de tablones. Rotura de tibia y peroné astillados. Quedó tan tocado que ya no pudo reincorporarse al trabajo y se tuvo que jubilar. Mi abuelo, el padre de mi madre, en Mieres, minero. Un Día de Reyes se lo llevaron urgentemente al hospital y se quedó por el camino. Mis dos referentes familiares son de raíz obrera, y estoy encantadísimo de ello. Los dos se prejubilaron y, en el caso de mi abuelo, esa prejubilación fue la enfermedad fatal de los mineros que acabó con su vida. Mi madre tenía una sensibilidad exquisita, la vida y la época que le tocó la condenaron a ser apenas ama de casa, pero escribía –en el doble sentido de la palabra– con una letra preciosa y además muy bien, desde dentro. Hacía las labores de la casa con la radio puesta, era seguidora de la radio y de la música. Escuchaba “Discomanía”, el primer programa que llegó a mis oídos, con Raúl Matas. Y, por supuesto, todas esas voces: José Luis Pécker (posteriormente, tuve el placer de trabajar con su hija Beatriz), y Tomás Martín Blanco en “El Gran Musical”, Joaquín Prat, Bobby Deglané, Juan de Toro… Su último ídolo fue Iñaki Gabilondo. Por eso, cuando me dieron el Ondas en 2013 en el Liceu de Barcelona e hice un parlamento en el que reivindico a mi madre, el realizador de la gala estuvo raudo y pinchó a Iñaki, que estaba en el patio de butacas.
Siguiendo con tu extracción obrera y teniendo en cuenta las circunstancias laborales que señalabas antes –más de treinta años haciendo el programa en unas condiciones con amplio margen de mejora–, ¿dirías que el periodista musical no está considerado en España?
Sí. Ser periodista cultural o, si lo especializamos más, periodista musical no es una profesión que esté valorada. Cuando me preguntan qué poner en el rótulo de la tele yo digo que periodista musical. De la primera promoción de la Facultad de Ciencias de la Información. He tenido que hacer otras cosas relacionadas con el periodismo paralelamente a mi programa de radio para vivir, porque llega un momento en que tienes una edad y no puedes estar a expensas de tu pasión, que es un hobby o un hobby mínimamente remunerado. Cruzas la frontera con Francia y la consideración que se tiene con quienes desarrollan el periodismo musical es impresionante. Aquí, no nos podemos engañar, hay mucha gente que hace su oficio en esto echándole pasión y sabe que la correspondencia económica va a ser mínima y, a lo mejor, ha de hacer de columnista o entrevistador en varios sitios para que una cosa con la otra con la de más allá le haga un todo. En este sentido, en cuanto a prensa musical se refiere, he escrito y hecho cosas para bastantes medios y en la mayoría de los casos ha sido de forma gratuita, pero si en ese momento el equilibrio económico estaba conseguido, ¿qué más da que puedas ayudar a unos compañeros que tienen un medio y escribir una columna o unas críticas de discos?
Teniendo en cuenta que como cualquier padre de familia tenías que llevar dinero a casa, ¿has sentido alguna vez la tentación de dejar “Disco Grande”?
No, nunca. Siempre intenté buscarme algo que fuera mi ocupación número uno y que pudiera mantener. He tenido un pie prácticamente en el abismo en alguna ocasión, pero ha sido por motivos artísticos, por el cambio de jefes o algo así. Fíjate: ‘Marca’, trece años de periodista deportivo; ‘El Sol’, desde que nació hasta que murió; ‘La Información de Madrid’, desde que nació hasta que murió. Cuando hacía guiones en la tele me tuve que hacer autónomo una época, porque el pago era con factura. Ahora la gente me ha preguntado y se ha preocupado por esta jubilación que, insisto, para mí es posjubilación. Pues está claro: tenía 18 años cuando empecé con “Disco Grande”, han pasado cincuenta años y tengo 68. La gente se preocupaba, “¿Julio, cómo quedas?”. En ese aspecto no hay ningún problema, porque desde 1973 estoy cotizando a la Seguridad Social y desde el punto de vista de cobertura económica no hay ningún problema. Lo que ocurre es que me quedo sin hacer algo que ha sido mi alimento artístico durante cincuenta años, y con esos otros trabajos he estado cotizando como colaborador o fijo, información deportiva, editando textos, redactor de cierre… Ese ha sido mi otro yo que ha sustentado el que durante tanto tiempo haya podido seguir con mi pasión, con “Disco Grande”. Es algo que agradezco ahora, pasado el tiempo, que las circunstancias se dieran tan bien para que no se perdiera esa etiqueta de garantía. No soy muy de estas cosas comparativas, pero mucha gente me ha preguntado si en algún sitio del mundo habrá alguien que haya estado cincuenta años haciendo el mismo programa, musical o no. “Carrusel Deportivo” y “Hora 25” han pasado por distintas manos, pero “Disco Grande” soy yo.
Una impresión particular es que los últimos años de “Disco Grande” han sido buenos para ti, por el horario de tarde y porque conseguiste equilibrar el formato, que quizá en los años 90 estaba más condicionado por toda la eclosión del indie, por ese contexto. Además, hay que tener en cuenta que pasaste varios años en horario nocturno y en fin de semana.
Ha habido algo que siempre ha sido distintivo: las entrevistas, que hipotecaban medio programa. Pero con la pandemia había que hacer algo distinto. La última parte del programa ha tenido un timing que me permitía hacerlo muy transversal estilísticamente hablando. Podía poner a The Incredible String Band, Led Zeppelin o The Beatles, sonaba un disco que tenía tantos años como el programa, grupos ochenteros o noventeros, que estos últimos riman con mis tres décadas en Radio 3. Buscaba el hilo que casara a ese artista de hace cuarenta o treinta años con un grupo que acaba de hacer la última maqueta en un local de Granada. Sí, he intentado que tuviera ese toque transversal de manera que la gente que es devota de la música de hace décadas se podía enterar de que sigue habiendo chavalas de 20 años que hacen cosas importantes. Y, a la vez, que esa misma juventud escuchara la historia del pop sin tener que acudir a los libros. La tarde es buena hora; lo que me descolocaba de hacer “Disco Grande” de noche era que, si el programa se emitía en directo, no podía ir a ningún concierto. Tuve la suerte de que me dejaban grabar el programa por la mañana, así que no me perdía los bolos.
¿De qué dependían esos cambios de horario?
De los distintos directores de Radio 3. El cambio más rotundo para bien fue cuando hacen director a Paco Pérez Bryan en 1998. Él tenía su programa los fines de semana, “De 4 a 3”, en un momento crudo mío en la emisora, cuando no llevaba tanto tiempo. Siempre le agradeceré a Paco que me diera esas dos horas. Los que hacemos un programa de música siempre preferimos el diario, por la velocidad a la que va la actualidad, pero hay mucha gente que todavía recuerda “los 120 más 120 del fin de semana”. Anda que no tengo anécdotas de “hola Julio, somos los no sé qué, vamos de camino a un concierto en no sé donde y te vamos escuchando”.
Antes hablabas de transversalidad, que es una obligación para cualquier radio pública. Pero quizá no siempre quede plasmada en las emisiones de Radio 3, no sé cómo lo ves tú…
Pienso que desde hace unos años está en buenas manos el programa “maquetero”, de artistas emergentes, que hace Paula Quintana. Cuando llego a Radio 3 desde Radio 4 ya estaba dando bola a los grupos que empezaban a sacar la cabeza de lo que luego fue la explosión indie. Me estoy viendo en la calle Huertas poniendo a Los Navajos, a Sex Museum o Vancouvers. Con aquella copla me fui a Radio 3 y desarrollé esta historia de dar cancha a los grupos que empezaban. Esto lo llevo dentro porque estaba en Radio Popular FM y había días que en la maleta no llevaba discos, solo bobinas de núcleo. De Alaska y Pegamoides, Flash Strato, Nacha Pop, Danza Invisible, Radio Futura… Todo eran maquetas. No tenía obligación, entre comillas, pero me gustaba darle bola a la cantera. Y sí, creo que como medio público hay que darle cancha a eso. A mí me gusta descubrir nuevos valores. Es muy fácil decir “aquí está el nuevo disco de Bob Dylan o de Bruce Springsteen”, pero eso de mencionar la alineación titular de una banda nueva que acaba de grabar una maqueta en unos locales de Gijón es maravilloso.
Cuando se produce ese relevo generacional en la música pop española desde finales de los 80 y a principios de los 90, ¿sientes que hay una fractura o un desapego que te afecta o mantienes tu relación con los músicos de la nueva ola y la movida?
A ver, cuando llego a Radio 3 venía de haber empezado a dar ese relevo que era obligado, porque los 80 se estaban muriendo. Quedaba la resaca de la resaca. Los grupos que habían estado en todo lo alto y dijeron “hasta aquí hemos llegado”, como Radio Futura. O los que estaban explotando al máximo lo que quedaba de la historia. Si hasta cierto punto se supone que soy el que abre la puerta a la generación que viene a quitarle el puesto y que apunten los focos a los que se van, pues a lo mejor se podría pensar que pudiera tener una cierta… no sé, un cierto toque de “uy, que este es el que está poniendo”… pero, vamos, Los Secretos, Loquillo, Manolo García y Quimi Portet, Alaska, Nacha Pop… algunos en las redes sociales han mandado su abrazo y su solidaridad. Lo que ocurre es que, como de los cincuenta años de “Disco Grande” los últimos treinta son en Radio 3, ha sido muy llamativo o ha tenido mucha repercusión el hecho de que, para bien o para mal, fuera el primero en pinchar a esos grupos que no sabían tocar –algo que siempre ocurre–, que iban de torturados –algún torturado habría en décadas anteriores, digo yo– y que se miraban a los pies. Ya digo, para bien o para mal, empecé a dar cancha a todo ese relevo generacional. Esto es lo de siempre: un buen día aparece una colección de grupos que se fijan en Nick Lowe, Dave Edmunds, Graham Parker, los Ramones, Siouxsie And The Banshees, Sex Pistols, The Clash… y al otro día, década y pico después, aparece una tacada de grupos que miran afuera y se fijan en Sonic Youth, Pixies, The Charlatans, Oasis, Blur… Si esto ha sido lo de toda la vida: la gente aplicada musicalmente hablando mira hacia afuera e intenta traducirlo a su forma de hacer.
El mainstream latino, las llamadas “músicas urbanas”, cierta electrónica o el trap son cosas en que has preferido no entrar.
Bueno, sí es verdad que, después de cinco décadas en activo, estas últimas músicas me han pillado un poco a trasmano. Aunque debo decir que a mí las mezclas de pop, blues, flamenco o electrónica no me han chirriado nunca. Por ejemplo, cuando Teo Sánchez, director del programa “Duendeando”, pinchaba las primeras canciones de Mala Rodríguez (tararea el estribillo de “La cocinera”), yo pensaba “joer, qué bien está esto!”. Con esto quiero decir que si has catado todo tipo de música, reconoces cuando algo está bien hecho. Pero ¿me han pillado lejos el reguetón, el trap y lo urbano? Pues sí.
Tampoco se puede estar en todas partes.
¡Estaríamos buenos! Pero fíjate la diferencia que hay, seguro que a ti también te pasa, cuando te encuentras con un compañero del colegio o de la universidad y te dice “¡buah!, como la música de nuestra época, nada”… Hombre, nosotros desde nuestro papel de periodistas musicales estamos obligados a estar al cabo de la calle. Pero es que aunque hubiera acabado siendo un redactor jefe o subdirector de periódico, estoy seguro de que hubiera continuado à la page, como dicen en francés. Hubiera estado a la orden del día, no me hubiera quedado solamente en la música que parece que le toca a uno, que es la que oyes cuando tienes 20 años. De ser así, me habría quedado en el folk-rock británico y el country-rock americano, que no habría estado nada mal, ¡eh! Pentangle, The Flying Burrito Brothers, Poco, The Allman Brothers Band… La música “setentera”, que es la que me pilló en mi momento, entre comillas. Cuando llega la movida, son grupos que tienen 20 años y yo ya tengo 10 más que ellos. Y con los indies, ellos tienen 20 años y yo ya tengo 20 más. Siempre he ido por delante, por edad, mal que me pese, porque eso quiere decir que yo era más viejo.
Estoy completamente de acuerdo con las últimas palabras que pronunciaste en “Disco Grande”, aunque pueden ser algo abstracto, un intangible, para algunas personas: “No hay nada como la radio”. ¿Por qué es tan especial ese medio?
Esta es una de las cosas que no estaban previstas. Había hecho una lista de canciones que quería que sonaran en el programa y que tuvieran que ver con esta última etapa de “Disco Grande”, con grupos que habían ganado la liga maquetera, lo del artista emergente. Había apuntado el detalle de hacer referencia a mi padre, mi abuelo, mi madre, a mis hijos, que los dos son periodistas, a mi hermano y a Carlitos Azcárate –que trabajaba en Nuevos Medios–, que eran los que llevaban las cintas con mi palabra para que en 1980, durante la mili, el programa no dejara de emitirse… pero en esa parte final, lo que digo al final cuando ya me rompo un poco y echo ahí un puchero, eso me sale espontáneamente. Y sí, porque el que es periodista, y tú sabes de lo que hablo, pues puede darle a la tecla, o corregir lo que han escrito otros, o se pone detrás de la cámara, o es el presentador de turno, que a veces lo hace tan bien que parece que lo está diciendo él, pero lo has escrito tú… Pero eso de que tú eres el dueño de todo, estás ahí en un estudio, se abre el micro y se enciende la lucecita roja y te estás comunicando con un montón de gente, que ni siquiera te imaginas cuánta hay en ese otro lado intangible; eso es emocionante, y cincuenta años después no lo he perdido. ¿El video mató a la estrella de la radio? Pues no. No la mató. El otro día una oyente de toda la vida me dijo que había apagado el streaming porque prefería escuchar, porque no quería que la radio se viera. Pues esas son, desde dentro y desde fuera, dos opiniones de por qué no hay nada como la radio. ∎