En la oscuridad. Foto: Maria Alzamora
En la oscuridad. Foto: Maria Alzamora

Entrevista

Keeley Forsyth: fuego helado

Desconocida fuera del Reino Unido –allí se la reconoce como actriz de televisión–, la cantante y compositora mancuniana debutó musicalmente a los 40 años, a principios de 2020, con “Debris”, un álbum áspero y sincero, de sonoridad espartana y dolor a flor de piel. Una obra maestra sin aviso previo.

No sé si es una suerte o no que en España no tuviéramos referencias previas de Keeley Forsyth. En el Reino Unido su debut discográfico ha llamado mucho la atención por dos motivos distintos y contrarios: por la descarnada emotividad de “Debris” (The Leaf Label, 2020), un álbum breve –apenas veintisiete minutos– aunque sobrado de intensidad y aristas de expresividad austera, y por tratarse de una actriz no estelar pero reconocible para todos los públicos, ya que ha intervenido, desde los 16 años, en producciones televisivas famosas como la juvenil “The Biz”, “Coronation Street” (veteranísima serie que comenzó en los sesenta, de la que ya se han emitido más de diez mil episodios) o, más recientemente, “Happy Valley”. Hay muchos más programas, pero son lo de menos: baste saber que es una actriz de reparto con veintitantos años de trayectoria de la que, imagino, pocos esperaban una aparición musical no convencional. De hecho, en un titular del periódico ‘The Guardian’ se leía: “Keeley Forsyth o cómo la actriz de ‘Happy Valley’ se convirtió en la nueva Scott Walker”. Aquí, para algunos “solo” es un debut apasionante, pero sin connotaciones extra (las que pueden hacer que, además de gustar, sorprenda).

“Debris” (“escombros” en inglés) no podía ser un título más claro y explícito. Su escucha nos sumerge en un paisaje devastado e inquietante, de una soledad abrumadora, en la que se percibe dolor y vulnerabilidad por los cuatro costados. Y todo ello envuelto en un ropaje musical más próximo a la frialdad de la música contemporánea que al lenguaje folk de otro apóstol de la soledad y la contemplación melancólica como pueda ser Bon Iver.

Aunque hay ligeros arreglos de cuerda, el disco se limita, prácticamente, a su voz (a veces gutural) y al armonio; el binomio característico de Nico, un referente lógico, pero no premeditado, como explica en esta entrevista mantenida a través de correo electrónico: “Nico no era una influencia directa; fue toda una sorpresa para mí que la referencia sea tan evidente. Escucho su música, pero la que yo hago me resulta tan particular que no tengo ninguna influencia en mi cabeza cuando compongo. Conecto más con ella como madre que como artista; me gusta fijarme y relacionarme con sonidos que vayan más allá de la música. Me interesa saber por qué la gente hace música y utiliza los gritos de la voz para comunicarse, no para entretener”.

“Cuando era más joven, interpretaba papeles en series para todos los públicos, pero entonces estaba todavía buscando mi lugar. Me ha llevado mucho tiempo encontrar mi espacio, mi voz. Soy de combustión lenta, aunque ahora se está materializando a una escala mucho mayor de lo que podría haber esperado”

En su caso, está claro que la música no es un pasatiempo, sino una descarga fruto del terror psicológico que la atenazó en 2017. Como resultado de una temporada estresante de trabajo, Forsyth se sentía exhausta física y mentalmente y sufrió una especie de ictus que le paralizó la lengua durante todo un mes. Ese miedo racional e inevitable fue el que inspiró buena parte de lo que hoy es “Debris”, especialmente en una canción como “Lost”, en la que empieza preguntándose: “¿Es sentirse así la locura?”.

Es imposible imaginar que un trabajo de este calado sea el resultado directo de un proceso traumático particular. Cuesta pensar que una actriz para-todos-los-públicos se levante un día convertida en un cruce entre Diamanda Galás y Meredith Monk. “Mis trabajos anteriores como actriz han sido muy diferentes de lo que pueda ser el disco –reconoce–, pero en los últimos años sí he participado en películas ‘arty’, independientes, que se acomodan mejor al mundo que estoy creando como música. Cuando era más joven, interpretaba papeles en series para todos los públicos, pero entonces estaba todavía buscando mi lugar. Me ha llevado mucho tiempo encontrar mi espacio, mi voz. Soy de combustión lenta, aunque ahora se está materializando a una escala mucho mayor de lo que podría haber esperado”.

“Start Again”, muestra de su debut, “Debris”.
La música ya formaba parte de su pasado, sin que se concretara en nada a lo que tengamos acceso. “Mis orígenes estaban más en la órbita folk, pero eran un tanto dispersos y sin ninguna homogeneidad. Mis primeras canciones las hice en colaboración con los artistas de ‘performance’ Matthew Boyle y Adrian Shaw”, admite. Pero, sobre todo, tenía un profundo interés por la danza contemporánea y la figura de Pina Bausch, que la llevó a formarse en su adolescencia como bailarina y que salta a la vista en la propia fotografía que ilustra la portada de su disco. “La danza y el movimiento son las razones por las que hago música –explica–. Todas mis canciones me resultan muy físicas y hechas para un horizonte más amplio, en el que yo pueda moverme. Actualmente trabajo con una coreógrafa llamada Imogen Knight, que ha resultado maravillosa para ayudarme a descubrir esta realidad”.

El tiempo ha pasado, su salud se ha recuperado completamente y ya se permite contemplar a la Keeley Forsyth que hizo “Debris” como “ella”, un personaje. Otro más, que tuvo que interpretar hasta casi devastarla. “He vivido lo suficiente, en años y en experiencias duras, para entender que el dolor no siempre surge por experiencia directa, sino por lo profunda e intensamente que uno puede sentir su propia existencia. Tengo 41 años, soy madre de dos hijos. Poseo una voz. Una voz que debo usar. Una voz de la que tengo, incluso, que abusar para respirar a través de ella. Continuaré haciendo exactamente eso, hasta mi último aliento”. ∎

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