No sé si es una suerte o no que en España no tuviéramos referencias previas de
Keeley Forsyth. En el Reino Unido su debut discográfico ha llamado mucho la atención por dos motivos distintos y contrarios: por la descarnada emotividad de
“Debris” (The Leaf Label, 2020), un álbum breve –apenas veintisiete minutos– aunque sobrado de intensidad y aristas de expresividad austera, y por tratarse de una actriz no estelar pero reconocible para todos los públicos, ya que ha intervenido, desde los 16 años, en producciones televisivas famosas como la juvenil “The Biz”, “Coronation Street” (veteranísima serie que comenzó en los sesenta, de la que ya se han emitido más de diez mil episodios) o, más recientemente, “Happy Valley”. Hay muchos más programas, pero son lo de menos: baste saber que es una actriz de reparto con veintitantos años de trayectoria de la que, imagino, pocos esperaban una aparición musical no convencional. De hecho, en un titular del periódico ‘The Guardian’ se leía:
“Keeley Forsyth o cómo la actriz de ‘Happy Valley’ se convirtió en la nueva Scott Walker”. Aquí, para algunos “solo” es un debut apasionante, pero sin connotaciones extra (las que pueden hacer que, además de gustar, sorprenda).
“Debris” (“escombros” en inglés) no podía ser un título más claro y explícito. Su escucha nos sumerge en un paisaje devastado e inquietante, de una soledad abrumadora, en la que se percibe dolor y vulnerabilidad por los cuatro costados. Y todo ello envuelto en un ropaje musical más próximo a la frialdad de la música contemporánea que al lenguaje folk de otro apóstol de la soledad y la contemplación melancólica como pueda ser Bon Iver.
Aunque hay ligeros arreglos de cuerda, el disco se limita, prácticamente, a su voz (a veces gutural) y al armonio; el binomio característico de Nico, un referente lógico, pero no premeditado, como explica en esta entrevista mantenida a través de correo electrónico:
“Nico no era una influencia directa; fue toda una sorpresa para mí que la referencia sea tan evidente. Escucho su música, pero la que yo hago me resulta tan particular que no tengo ninguna influencia en mi cabeza cuando compongo. Conecto más con ella como madre que como artista; me gusta fijarme y relacionarme con sonidos que vayan más allá de la música. Me interesa saber por qué la gente hace música y utiliza los gritos de la voz para comunicarse, no para entretener”.