A Laura Garde, aka Lagarde, sus canciones le han salvado la vida. Conforman un círculo que se cierra y que refleja una relación turbulenta, la superación de complejos personales y también la materialización musical de un vínculo inquebrantable. “Yo ya llevaba muchos años escribiendo canciones, pero nunca pensé que iban a salir. El año pasado mi padre (el también músico Joan Enric Garde) me dijo: ‘Oye, tienes todas estas canciones sin hacer nada’. Decidimos que las íbamos a grabar, así que gracias a mi padre pudieron salir”, asegura.
El resultado es un EP de cuatro composiciones titulado “and I bet I’ll see you from this side” (Autoeditado, 2021). La catalana se refiere probablemente al lugar que ocupa ahora, un oasis existencial que ha encontrado asimilando el pasado y afrontando miedos siempre paralizantes. Su universo es el de “una chica emo haciendo folk” que quiere ir más allá de alguien tocando una guitarra para aproximarse a conceptos como los que representan artistas como Sharon Van Etten o Cate Le Bon.
Las ambiciones han llegado tardías. Antes de su debut, la experiencia de Lagarde se reducía a poner voz en algunos de los yingles que su progenitor, pieza indispensable en esta historia, producía para la radio. Los porqués de silenciar durante tanto tiempo un talento manifiesto se encuentran en males contemporáneos: “Yo siempre decía en broma que Leonard Cohen sacó sus temas a los treinta y tres; siempre lo comentaba con mi padre –explica a través de una llamada de Zoom–. Pensaba que no pasaba nada por alargarlo un poco más. Yo creo que siempre ha sido un tema de que soy una persona que tiene muy poca confianza en sí misma. No sabía si las canciones iban a gustar y siempre lo he ido retrasando, aunque realmente me arrepiento muchísimo de no haberlas sacado antes”.
La inspiración la encontró en aquello en lo que el canadiense ahondó como nadie, el amor y las cicatrices que deja el afecto más intenso. “Llevaba mucho tiempo con mi pareja, ocho años, y no sabía que estaba tan mal. Necesitaba dejarlo, pero tampoco me veía capaz, y dividía la culpa: ¿cómo va a funcionar esto si los dos nos damos por vencidos? Pero en realidad yo tampoco quería solucionar nada”. Fruto de esta circunstancia nacieron las dos primeras canciones de este debut, “October 10th”, introducción y cautivadora síntesis de la idiosincrasia de la vocalista, y “Bring Me Down”, su confesión más desnuda.
Ambas son fruto de una manera particular de fabricar canciones, que ella describe con una cautivadora humildad: “Compongo un poco de oído y me invento la melodía, que no sé si tiene sentido. Entonces llamo a mi padre. En el caso de estos temas, nos pasamos alguna tarde juntos y él tocó alguna cosa y parecía que funcionaba, así que contactó con un productor amigo suyo (Jaime Stinus, de Brakaman y Orquesta Mondragón, que toca todos los instrumentos en el EP) con el que trabajamos. Otra cosa curiosa es que normalmente empiezo por los puentes de las canciones”. Esto último es evidente en “Signs”, un cambio completo de tornas en la que “entras en un mundo en el que todo está bien, y en el que se piensa en disfrutar de todo un poco”.
Surge la duda de si las canciones de Lagarde corresponden a su tiempo, si las reflexiones y la pausa cuadran con la dictadura de la inmediatez y con la sociedad del tuit, y si la mutación que describe su EP será percibida en un momento en el que todo debe ser instantáneo. “No sé por qué, pero siempre estamos como anticipándonos a algo, igual porque las cosas pasan tan rápido”, subraya.
Ella ha optado porque el relato de sus vivencias no pierda detalle, ya que quizá sea ahí donde se encuentre su magia: “Cuando escribía pensaba ‘pero es que estas canciones no duran un minuto y medio como una de PinkPantheress, la gente no va a escuchar una canción de cuatro minutos como ‘Signs’. Pero para mí es muy importante contar mis historias. Me molesta mucho cuando escribía algo y, al ensayar para el directo, la banda –Enric Sans (guitarra), Carles Bertolín (batería) y Jordi Juan Llamas (bajo)– me sugería que quizá se podía cortar. Yo respondía que no porque quiero respetar la narrativa; si no, no tiene ningún sentido. Así que sí, me molesta un poco esa rapidez actual”.
Incluso en los momentos de expresar alguna contrariedad, Lagarde no pierde la sonrisa que se percibe a través de un teléfono. Está logrando disfrutar de un momento dulce, que probablemente solo represente un preámbulo. Un cambio que ya le ha proporcionado algunos beneficios: “Sigo siendo una persona superinsegura, pero también estoy un poco orgullosa de mí misma, eso te ayuda y piensas que has hecho algo por ti misma y que ha gustado a la gente. Y flipas un poco, la verdad”.
Pero ella misma corrobora la máxima de que la tristeza y la melancolía son terrenos en los que las ideas brotan con más espontaneidad: “Estar bien creo que no ayuda mucho a escribir”. Las experiencias personales son su particular combustible y es previsible que en algún tiempo deba afrontar su primer largo. Quizá ahora no es el momento idóneo, pero cuando salga “se verá por donde he pasado. Soy una persona completamente transparente y tengo la sensación de que será como las partes de una obra de teatro”. Aunque tampoco descarta que ese futuro material pueda contener historias ajenas porque “me gusta un poco el cotilleo, he probado a hacerlo un poquito últimamente y creo que puedo hablar de otras personas”.
Es un reto que deberá afrontar superando también algunos otros males de su tiempo. Entre ellos el de competir, no contra otros, sino contra ella misma, algo que “es agotador porque siempre vas a estar insatisfecho”. Sigue hurgando en un cajón de sastre repleto de mujeres, que van desde Julia Jacklin a Phoebe Bridgers o Mapel Glider para continuar su proceso de aprendizaje. Más que con el feminismo, su amplia paleta de referentes femeninos tiene que ver con una cuestión de identidad, de verse más reflejada en temas en los que ellas bucean más y mejor.
El objetivo es mantener el vigor de sus historias, principio y final de su particular universo. Es ahí donde halla su válvula de escape, la razón del punto de inflexión que ha marcado su actual devenir, y que le permite salir de la melancolía inherente a sus canciones y hacer que emerjan frente al público de un modo “expansivo”. Es un arco de transformación que concluye en algo intenso. Una característica que la propia Lagarde asegura que la define y gracias a la cual ha emprendido un camino prometedor cuyos mayores obstáculos ya han sido derribados. ∎