Lildami, un rapero-persona-normal.
Lildami, un rapero-persona-normal.

Entrevista

Lildami: “Puedo ser un puente con Madrid, el Duran i Lleida del rap”

Lildami es el estandarte del rap bastardo en catalán. Lo confirma su segundo disco, “Viatge en espiral”; rimas, pop y habaneras. Habitualmente es el periodista el que arranca. No con él. Las cosas claras, y lo urbano, desprejuiciado y ambicioso: “Tenemos la misión de abrir puertas. No soy el mejor, pero sí el que más se lo curra”.

Alto como un poste de electricidad, mueve la cabeza de izquierda a derecha en medio de una plaza de Barcelona mientras sostiene a dos manos su teléfono. Una persona normal que espera. A escasos centímetros, y mientras sigue su baile nervioso con el tarro, unas gafas doradas en forma de corazón brillan y unos pendientes perlados pendolean. Vale, más bien un rapero-persona-normal que espera.

Lildami (Damià Rodríguez) ganó protagonismo en la escena urbana catalana por ser otro tipo de rimador: perfil loser y deconstrucción de cómo se supone que molaba un trapero. Autoparodia y discurso emocional atípico. Esa diferenciación le hizo destacar con la mixtape “10 vos guard” (2018). Ni un año después, la misma distinción que mostraba en los textos empezó a verse también en la música. Junto a Sr. Chen, y con las voces de Emotional Goku, construyó en su primer álbum un artefacto de rap bastardo, “Flors mentre visqui” (Halley, 2019).

Los maridajes con el pop, iniciados en su debut con una colaboración con Dorian, han explotado definitivamente en “Viatge en espiral” (Halley, 2021): “Tot”, con La Casa Azul, es un pelotazo emocional de altos vuelos. Pero su gusto por lo divergente no se queda ahí, y le ha llevado a jugar con ritmos latinos, habaneras... Lildami no quiere quedarse “entre pegaos”. Quiere hacer de lo urbano lo universal. Y en catalán. Al siguiente nivel, también fuera de Catalunya. El rapero-normal se refleja en Bad Bunny o C. Tangana. “Ey, tío, no te veía”.

Bad Bunny, C. Tangana… Las comparaciones son odiosas. Pero si son de este calibre...

Sí… Es que pienso: ¿por qué hemos de encasillarnos tanto?, ¿por qué no puede haber una canción lenta, de amor, al lado de una habanera? Se acabó la tontería.

¿No pensaste ni tan solo un momento en mezclar tantos géneros, aun teniendo un nicho que defender? “Flors mentre visqui” funcionó. Te dio un nombre en Catalunya.

Sí, tío. Hicimos una gira de 50 bolos, fuimos a la India… Y vivimos un año en que cada semana era diferente…

¿En qué se tradujo esa autopresión para el segundo disco?

Me impuse no hacer lo mismo de nuevo. No puedo, no puedo relajarme. Siempre tengo esa ambición que te dice: “Hay que intentar llevarlo al siguiente nivel”.

Lo planteas como una escalera en ascenso. Pero el disco trabaja más la idea de espiral...

Claro. La autoexigencia son días o semanas de bajón, ¡y arriba! ¿Qué pasa después de un bolo? Y, sobre todo, ¿qué pasa cuando te compras un cochecito y te encierran por una pandemia con toda la movida de hacer un segundo disco en tu cabeza? Tenía todo el año organizado, sabía ya dónde iba a ser el fin de la gira...

“No entiendo por qué los raperos españoles están dejando pasar la oportunidad de hacerse un tema conmigo y así se marcan el tanto de su vida. Ya me entiendes. ¿Un rapero español que tiende la mano a un tío que canta en catalán? Solo le veo cosas positivas...”

Y catapum: encerrado.

Empezamos en febrero de 2020, hace un año. Queríamos acabar la gira y luego ponernos con el disco. Y no hubo gira, claro. Aproveché la pandemia para volverme un obseso del disco. Hasta el punto de que hay temas que he grabado dos o tres veces... Me he vuelto loco.

¿Cómo te afectó al coco esa pausa impuesta?

El parón ha ayudado a que el disco saliera más intimista; al final, estar solo en casa por cojones te fuerza a hablar contigo mismo. No diría que es un disco tocado por la pandemia, ni mucho menos, pero creo que ese aire nostálgico de “qué me (nos) está pasando” existe. Estoy mal y me digo: “OK, estoy en el pozo, pero voy a mirar parriba, a ver cómo salgo”. De hecho, el tema “Tot”, con La Casa Azul, es un poco eso.

“Tot” es un muy buen ejemplo de ese “ampliar miras” estilístico que decías.

Trabajar con Guille Milkyway ha sido increíble.

Es una enciclopedia.

Increíble. Aparte, cada vez me da más palo currar con raperos.

¿A qué te refieres?

Me lo tomo muy en serio. No soy el peor, ni el mejor. Pero voy a muerte. Y cuando estoy currando en algo, le dedico el 100%. Estoy hateando el rap cuando yo vengo de ahí... Pero a veces lo veo cutre. ¿En serio estás pagando 15 euros para ver a un tío que llega borracho a cantar y que no lleva ni técnico? Si alguien cree que Snoop Dogg está siempre fumado, es tonto. Claro que se fuma sus canutos, igual que yo me paso algún día pegado a la Play, pero Snoop Dogg, para llegar al nivel que ha conseguido, no se pasa el día colocado. Me siento más cómodo yendo a grabar con Albert Pla.

Y mira que...

Albert le mandó un mensaje a mi compañía diciendo que era fan mío... ¡Bro! Y le eché polla, le llamé directamente. Y mira, salió un tema. Una canción que me encanta y que va a durar para toda la vida. No quiero arrepentirme con el tiempo de lo que hago. Decir: “¡Mierda! ¡Hice esto por el mero hecho de buscar una estrategia!”. No, tío.

¿Y nadie te da ese feeling fuera de Catalunya?

Pues me molaría rapear con alguien de Madrid. Me pasa que en Catalunya me monto mis películas… Pero fuera...

Con la ayuda de Emotional Goku y Sr. Chen.
Con la ayuda de Emotional Goku y Sr. Chen.

Puedes ser el puente.

Me molaría con Recycled J. Mi carta a los Reyes: Delaossa; y Tangana, obviamente, me fliparía. O sea, que estoy abierto a hacer mil cosas, pero sí que encierra un poco la situación de que “en Catalunya me monto lo mío, pero fuera no soy nadie”... No entiendo por qué los raperos españoles están dejando pasar la oportunidad de hacerse un tema conmigo y así se marcan el tanto de su vida. Ya me entiendes. ¿Un rapero español que tiende la mano a un tío que canta en catalán? Solo le veo cosas positivas...

Eres la tercera vía.

Soy el Duran i Lleida del rap (ríe). En un momento en el que todo el mundo colabora con todo el mundo...

Por variedad, puedes colaborar con quien sea...

La música que he escuchado también es un poco eso. Un día, un tema que no es de rap y al día siguiente, enchichadísimo en mi habitación con lo que se hace en Estados Unidos, lo más psicópata. Tengo esas dos vertientes y las mezclo como puedo.

Y si no hay bolos, ¿mandarás currículum a tu curro de antes? Espero no ser agorero…

¡A la Seat! (Ríe) Lo pienso muchas veces: podría encontrar curro de lo mío (Damià Rodríguez es ingeniero) y realmente sería todo más seguro, más tranqui. Pero esa es la solución de los débiles. Confío en esto. Si tengo que endeudarme, lo hago. Ya te digo, cuando voy a por algo, es a muerte. Funcionamos como una pequeña empresa en la que yo hago la gran factura y reparto. ¿Qué pasa? En mi casa no me gusta que la gente se tenga que preocupar. Tengo suerte de tener un equipo que me entiende, pero a mí me genera ansiedad decir “este mes tengo que pagar 4000 euros y tengo 5000 en el banco”. Si no tuviera que pagar nada... ¿5000 euros? ¡Voy volando!

No podréis renovar las luces del directo este año...

(Ríe) Te cuento una exclusiva. El rap está asociado a que haya raperos ante una mesa de DJ... Tío, si llevamos solo el ordenador y un rack de sonido, ¿por qué no nos petamos el ordenador? El rack lo ponemos fuera y el escenario con las luces que llevamos, el logo y punto. Y lo llenamos nosotros, no necesitamos mesa.

Lo que ahorres de directo, lo pagarás de parking a este paso...

Lo paga el ICO, tranqui. (Ríe) Lo paga perro Sánchez. Es broma, ya nos vamos. Pero ¡que arranque todo ya! Que la gente sigue con la idea de “este tiene seguidores y se levanta por la mañana y no se preocupa de nada”. Pero no, puedes tener miles de likes y estar en la mierda. ∎

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