Una de las bandas locales presentes en la primera edición de Primavera Sound Santiago –donde tocarán el sábado 12 de noviembre– es también uno de los gigantes de la historia de la música popular de Chile: Los Jaivas, que se disponen a celebrar sesenta años de actividad. Conversamos con su baterista, Juanita Parra.
Juanita perdió a su padre en un accidente automovilístico ocurrido en Perú, en 1988. Ella tenía 17 años. Y allí apareció una pregunta que luego se transformó en misión. Sus “tíos” –de esa forma se refiere a los otros integrantes de la banda– le pidieron ocupar el sillín de Gabriel. “Primero dije que sí, con mucho entusiasmo y cierta inconsciencia, como aferrándome a que esa era la felicidad que podíamos tener en un momento de dolor tan grande. Había un tema con lo concreto que era verme a mí sentada en el lugar de él, con su instrumento y su banda. Cuando yo me di cuenta de eso, entendí que no estaba capacitada espiritualmente para hacerlo. Necesitaba vivir el duelo, necesitaba madurar. Seguramente como joven también necesitaba un poco empoderarme a mí misma, porque siempre tuve una cercanía muy grande con mi padre. Mis primeros pasos en la banda fueron con él en vida, yo comencé como iluminadora”.
Entonces rechazó la oferta, pero después se construyeron las confianzas. Comenzando por la propia. “Los ‘tíos’ insistieron y yo me distancié un poco, pero cuando nos volvimos a encontrar, surgió nuevamente la invitación y allí di el primer paso”. Ese primer paso la llevó a un trabajo de estudio y preparación de cinco años. Primero en una sala de ensayo ella sola con su batería, escuchando las grabaciones en vivo de Gabriel. Luego, en un taller de creación, que se transformó en el disco “Hijos de la Tierra” (Columbia, 1995). “Pese a que esto viene desde la muerte de mi padre, del dolor, fue un proceso muy bonito, muy natural. Han pasado más de treinta años de esos sucesos y estoy aquí. Incluso algo como esto: se va a hacer una entrevista y soy yo la elegida para hablar de esta historia que comenzó antes de que yo misma me subiera al escenario. Agradezco mucho la confianza que tienen mis ‘tíos’ conmigo y esto me confirma también que se dan cuenta que he dedicado mi vida a este grupo y que lo voy a seguir haciendo”.
Más de una generación de chilenos reconoce a Juanita Parra como la baterista de siempre de Los Jaivas, aun conociendo la historia, porque desde que nacieron ella ya estaba allí. Se transformó en una de las mejores instrumentistas del país y, sin duda, también marcó el camino para todas las músicas que vinieron después. Hasta ahora.
Es 1992 y Juanita se presenta por primera vez como batería de Los Jaivas en el Teatro Aleph de París. Evidentemente, la noticia de una música joven integrándose como baterista de la banda de rock más importante de Chile iniciaría una conversación: “En ese tiempo no existía esto de la paridad ni la defensa fuerte de hoy sobre la presencia femenina, así que se me cuestionó por subir con petos brillantes y minifaldas a tocar. Era joven, tenía esa onda medio exuberante y desinhibida, era mi estilo y una forma de darme fuerza a mí misma y, claro, decían: ‘A esta la trajeron para la foto, para que venga a posar’ o ‘Cómo van a sostener una banda que lleva veinticinco años con una niña que está empezando’”.
Mi padre escuchaba mucho conmigo el disco “Hijos de la Tierra” y recuerdo que me impactó mucho verte como baterista, siendo yo muy niña. Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi, porque nunca había visto a una mujer en la batería. Esa representación fue muy, muy importante para muchas niñas, creo.
¡Qué lindo! En su momento nosotros no estábamos conscientes de todo eso. Finalmente todos podemos ser músicos, hombres y mujeres. Personalmente, lo he analizado bastante… Justo cuando llegamos a Francia tenía la edad para entrar al colegio, aprendí a leer y escribir allá, toda mi escolaridad fue allí. Y siento que esa educación no hace mucha diferencia entre hombres y mujeres. Entonces, cuando llegué a la batería, no me lo cuestioné. Cuando llegué acá a presentarme vi que había ese cuestionamiento. Y ahí me di cuenta: Latinoamérica, ¿dónde están las mujeres? Es algo que me pasa hasta el día de hoy cuando tocamos en festivales con grupos de la misma generación que Los Jaivas: Inti-Illimani, Illapu, Quilapayún, podríamos seguir… Soy la única en el escenario. La primera vez que vi a una baterista en el escenario fue en París, en un concierto de Prince. Apareció Sheila E. y yo no sabía que venía tocando con él. Y fue un impacto, porque además en ese concierto usaba una batería muy grande, como la de mi papá, con doble bombo.
Más allá de tu relación familiar y musical con Los Jaivas, ¿cuándo supiste que la batería era tu instrumento?
Tenía trece años y fui influenciada por mi mejor amiga, que empezó a tocar el bajo. Un fin de semana llega a mi casa y dice: “Oye, voy a pedirle el bajo a Mario –otro amigo– para aprender”. “Toquemos juntas, tú puedes tocar la batería”. Así me senté en la batería por primera vez.
¿Esa amiga es Ximena Cubillos, con la que armaron la banda Besos con Lengua, junto a Colombina Parra?
¡Sí! ¡Ja, ja, ja!
Juanita ríe porque Besos con Lengua es un proyecto musical que se transformó un poco en mito underground, de boca en boca, debido a la falta de grabaciones. Junto a Ximena y Colombina Parra, líder de Los Ex, tocaron varias veces juntas durante los noventa, pero jamás editaron un disco. “Tuvimos una sensacional temporada de conciertos cuando aparecimos y, claro, llamó la atención”, afirma, antes de explicar que esa llama sigue viva. “El grupo iba y venía, por los compromisos que yo tenía con Los Jaivas y Colombina con Los Ex, pero un poco antes de la pandemia estuvimos ensayando de nuevo, porque hay amigos que nos motivan. Tenemos canciones para hacer un disco y a veces aparece la idea de grabarlo, pero nada, son sueños que están ahí. Yo les digo que de repente vamos a aparecer como las abuelas del rock. ¿Sabías que Nicanor Parra nos puso el nombre?”.
¿Por qué las bautizó así?
¡No sé! ¿Cómo le íbamos a preguntar a Nicanor? Llegó un día y dijo: “Parece que se llaman así”. “Por supuesto, está muy bien así, maestro”, le dijimos.
¿Cuáles han sido para ti, como batería de Los Jaivas, los momentos más importantes en estos treinta años? ¿Cuándo has aprendido más?
En el 2017 decidimos mostrar de nuevo, por el centenario de la vida de Violeta Parra, el disco “Obras de Violeta Parra”, que es de 1984. Claudio Parra nos facilitó los archivos originales, las pistas de todas las grabaciones, por lo tanto estudié por primera vez las baterías solas. Ensayábamos de lunes a viernes, todo el día. Realmente es una de las grandes clases que me dio como profesor póstumo mi padre. La versión del tema “El gavilán” es supercompleja. Es una transcripción de Claudio. En ese momento él nos explicó que, cuando ellos hicieron ese trabajo, “El gavilán” lo traspasaron a partitura y lo repartieron en los instrumentos, solo con ese tema. Con los otros fue distinto, porque este era muy complejo. El día en que lo pude tocar y vi que la banda estaba contenta con la versión, sentí que había crecido como baterista.
¿Crees que Los Jaivas cuentan de alguna forma la historia de Chile?
Yo creo que donde más se conecta eso con nosotros es con la geografía. La sensación de país puesta allí, porque en Los Jaivas es todo más poético, no es contestatario. Hay gente que dice que cómo es posible que una banda lleve tantos años y no haya sido más confrontacional. Pero justamente ese no es nuestro rol. Yo siento que la conexión directa es con este lugar de la tierra, con este paisaje, con este aire, con este olor; finalmente todo eso también es historia. O, por ejemplo, “La conquistada”, que se puede tomar como un tema romántico, pero en realidad era que el grupo se había ido de su patria. En “La conquistada” es la patria la que ya no existe más. Es una cosa poética, diciendo algo supercontundente.
¿Cuál crees que es la clave para sostener una banda de esta envergadura por sesenta años?
Un poquito de paciencia, mucho amor, creo. Tampoco lo sabemos. A lo mejor si hubiese mucha claridad no habrían sido las cosas tan lindas. Acordémonos de la vida mágica. Cosas que no se ven, que son impalpables. ∎